Año I - Nº 3
GACETA LITERARIA Nº 3 – FEBRERO de 2007
Homenaje a la dibujante Nanzi Vallejo (Santa Fe/Argentina)
Obra: Paisaje imaginario 12 – Grafito 0,37 x 0,23 m – 1989 – Colección Particular, Texas, U.S.A
PÁGINA EDITORIAL
De premios y castigos.
Quienes habitamos una realidad social, histórica y cultural donde las editoriales se han visto obligadas a ostentar la ignominia de sus indiscretas bancarrotas -arrasadas, engullidas, inmoladas en aras de los famosos meganombres que monopolizaron la actividad durante la década neoliberal y que las fue transformando en mal enmascarados talleres gráficos sobremuriendo desde la deprimente vergüenza de vender al mejor postor sus más caros principios fundacionales-, testimoniamos que quienes tienen acceso a la publicación son aquellos autores cuyo poder adquisitivo los sitúa en una situación de privilegio, una situación que les permite, financieramente, hacerse cargo de los gastos.
Circunstancia que no garantiza la calidad intelectual del producto ni el valor cultural del mensaje pero que, además, ni siquiera asegura una adecuada difusión de la obra. Porque cuando los países adolecen de patologías sociales, cuando campea la ausencia de normas, cuando cada uno de sus ciudadanos hace lo que quiere, ningún gerente se siente obligado a respetar las letras que fueron suscriptas en contratos de índole privada. Entonces, una vez que la empresa ha cobrado el importe correspondiente a la impresión de la tirada ya no existe interés alguno en difundir o distribuir la obra editada y nadie se hace responsable por la consumación de la estafa.
Sabemos que el arte siempre es juego entre el testimonio y la magia, entre una constatación y una revelación, que siempre ha sido un fruto de la relación del artista con lo circundante, con su tiempo, con su lugar, un testimonio de esa relación y el fruto de esta relación [1]. De allí que, ante estos enlaces tan poco propicios, nos aferremos a los premios literarios como estímulo a nuestro desvalido quehacer, pero, también como promesa de acceso a la publicación. Y ello es así porque, cuando los premios son creados por motivos de política cultural y sin ánimo de lucro, generalmente logran incorporar mecanismos de deliberación nada tendenciosos y el jurado puede actuar con plena libertad e independencia, haciéndose cargo, en cierta forma, de un patrocinio que desvanece parcialmente la orfandad, el anonimato y el secreto que rodean a las obras inaugurales, ayudando a dar a luz ediciones modestas y semiclandestinas en el cumplimiento de una función tutelar que hace posible, siquiera a unos pocos, el acceso a su lectura.
Como escribir es un trabajo muy neurótico, estás siempre rodeando una especie de agujero, que es la nada, el sin sentido absoluto de lo que haces, y nunca llegas a tener la confirmación plena de que lo que haces sirve para algo [2], los premios literarios sirven, en los comienzos, como aliciente, como amable lisonja, como afectuosa palmadita en la espalda que impulsa a perseverar en la búsqueda de ese lenguaje común capaz de hermanarnos y, más adelante, como recompensa, como reconocimiento a toda una vida dedicada a la escritura. Momento clave en que el descubrimiento nos da alcance y entendemos que escribir nunca fue una manera de ganarnos la vida sino la única forma válida de no morir. Si así lo entendiéramos no caeríamos en la trampa de andar peregrinando por los caminos de la incertidumbre sometiendo cada creación literaria a periódicas evaluaciones. Y solamente participaríamos cuando las mismas presenten reglas de juego claras, persuadidos de que sirven para algo más que para satisfacer nuestro ego, convencidos de la transparencia de su organización y confiados en la ecuanimidad de los jurados.
Por ello, la gran mayoría de los que elegimos exiliarnos de la prepotencia, el cinismo y la megalomanía de quienes se reparten cíclicamente los galardones con que suelen premiarse mediocridades y modas, los marginados de los círculos literarios oficiales, renegamos de los premios comerciales, de los premios editoriales y preferimos aquellos otros que, desde una atmósfera más proba y más discreta promueven instituciones cuya integridad no presenta fisuras.
Instituciones que han asumido el compromiso de crear espacios válidos de divulgación del hacer literario de tantos hombres y mujeres que permanecieron fieles a sus sueños mientras la sociedad de principios de siglo los agobiaba con una desvalorización vergonzosa y un inconsistente relativismo. Los que se negaron a aceptar la competencia como contienda, la soledad y el aislamiento como ejercicio del poder, la desilusión como horizonte. Personas comunes que decidieron dar un sí definitivo a la solidaridad, al compromiso, a la participación, a la responsabilidad.
De todos modos, es probable que los premios literarios sean sólo un invento de algún irónico demiurgo capaz de regodearse en la paciencia con que el tiempo derrota todo resto de arrogancia o, mejor todavía, no sean nada más que una colina desde donde avizorar, avergonzados, nuestros desnudos y mezquinos horizontes preguntándonos acerca de esta absurda necesidad de ser reconocidos.
[1] Felipe Noé – Antiestética
[2] Rosa Montero – Los premios literarios
PÁGINA 2 – POETAS SANTAFESINOS
Dime
Dime
sólo dime si queda algo de mí
que no detestes
que no te aburra hasta el asqueo,
explícame que foto del pasado
queda visible,
el puro blanco es la pálida nada
primero has perdido la cabeza
después el amor a las virtudes,
que ahora detectas como inútiles defectos,
así que recuerda y dime
si queda algo de mí que no detestes.
Lisandro Romero (Rosario/Santa Fe/Argentina)
Es abril
Vuelve a oírse en la tierra un dejo agónico:
Es abril, y en los arces amarillos
ha empezado a envolvernos el otoño
con la ceniza del fervor herido.
En la calma que tiene sol a fondo
aguarda el ansia de la estrella.
Por el camino de oro
es abril y la tarde en mí regresa.
Es abril en el alma, abril en torno,
abril en las caricias.
Un presagio recóndito
sitia la casa del ayer, vacía.
A la vera del húmedo camino
es abril, y los arces, amarillos…
Fortunato Nari (Rafaela/Santa Fe/Argentina)
Por una sola vez.
La poesía no está en primera plana,
casi nunca es noticia
porque
claro
no estalla,
no malnutre,
no agoniza en urgentes hospitales
ni lucra con los órganos de nadie,
no amanece sangrando,
no asesina,
no se roba un millón,
no se postula
a la vice vergüenza,
no protesta
cuando un golpe de pan exasperado
nos conmueve las vísceras.
La poesía no está en ninguna tapa
porque no tiene senos como nardos
ni se pone vestidos espantosos
(pero eso sí: carísimos)
y desde luego nunca estuvo en Bosnia
viendo caer la tarde
pero muerta
sobre un lecho de uñas como esquirlas.
Tampoco se parece a los ministros
ni a los embajadores del ocaso,
no vende sueños,
no regala nada,
no está bajo sospecha,
no compra su albedrío,
no le arranca la venda a la justicia.
Pero sería hermoso abrir el diario
y enterarse de que
en alguna parte
ha hecho impacto el misil de una metáfora
conmocionando el talle de la inercia;
sería todo un vínculo
que nos matara un golpe de elegía;
escuchar en la radio que el gobierno
de un país sin cesuras militares
invade a su vecino poco clásico
con acentos internos,
sinalefas de salva,
con el vuelo rasante de una lira.
Sería, digo, todo un precedente
asustar con una oda,
con el ojo parcial de alguna elipsis,
con la nariz de un verso
a los cronistas,
que marcharan de a ocho los soldados
a paso de romance
por calles de papel, con una endecha
y un ex libris de viento por insignia.
Sería todo un cambio de estrategia
llorar con veinte lágrimas pareadas,
estornudar un juicio consonante
sobre el arte mayor de tus caderas
y que a nadie le importe
lo que diga la crítica,
y ver a los campeones de la usura
por una sola vez
(y por ejemplo)
por una sola vez
contando sílabas
Ariel Giacardi (Santa Fe/Argentina)
De vivir
Desde aquel tiempo de malvones,
atravesado de soles inocentes,
hasta esta confabulación
de ocasos en presente,
se abrió paso la vida
moviéndose en humana geografía.
Aquí, donde las huellas pesan
y a menudo los dioses
no llegan a recordarnos
por estar tan lejos.
Decido no pensar, ni comparar:
a pesar de mí, las imágenes llegan
y el recuerdo enrojece como
enrojecen bajo el sol las uvas maduras.
Mi infancia exime de culpas
las mariposas muertas que aún
alcanzan a rozarme con total pureza.
Con ellas… dejarme ir con ellas
por la eventual libertad de las palabras
completando el ritual de mi Mandala.
Mientras el capullo del verso brotaba
se abrió paso la vida.
Y de vivir, nadie sale ileso.
Ella nos lleva consigo
como un sol que amanece , y luego,
uno ve su luz
bajando sobre las paredes.
Para salvarse , quizás no haya
otra cosa más que el verso ,
y su mudable condición de fuego.
Miryam Colombotto de Seia (Gálvez/Santa Fe/Argentina)
Voces -
I
Solamente por lo que anida
la aventura de posar los pies
en el amanecer
vale la pena
hospedar la noche.
Silvia Schönhals (Santa Fe/Argentina)
PÁGINA 3 – Narrativa
Taxi-Momia
Por Eric Courthés (Mayotte/Francia)
Iker ahora recordaba, extraño encuentro y rara coincidencia otra vez, a un viejo taxista de Asunción, capital del lejano y mítico Paraguay, a donde solía viajar, como investigador y escritor de los domingos y días feriados….
Vino a buscarlos en la entrada del Manduará, por una noche oscura, para bajar hasta la Vieja Estación de la Plaza Uruguaya…
El vehículo era tan antiquísimo como el chófer y parecía levitar tranquilo, libre de gravedad, en un espacio y tiempo dignos de Amoité…
Literalmente se deslizaba por los rieles del tranvía y bifurcó hacia Mariscal Estigarribia…
Taxi-Momia era muy chiquitito, otro chófer que lo cruzara no habría visto sino una gorra, manejando con destreza un antiguo Ford Falcon, de tan triste notoriedad…
Uno tiene que decir además que el Abuelo Ezequiel, así podemos llamarlo, no pronunció ni una sola palabra durante todo el recorrido, en mi asiento estaba congelado por esa irrupción de la Muerte y su extraño cortejo, impregnado de banalidad…
Desde luego no le confesé nada a mi esposa, otra vez habría pensado en mandarme al manicomio, donde el Doctor Mafiel, Fiel de Fechos, me estaría esperando con una jeringa enorme y una mirada sádica en los ojos…
Al cabo de diez minutos de extraña eternidad, Ezequiel Caro nos dejó en el Lido bar, donde disfrutamos con todo de una sopa de surubí, satisfecho en lo que me atañe, por haber reintegrado la Vida…
PÁGINA 4 – Narrativa
No soy Jack
Por Darío Schvetz (Corrientes/Argentina)
Con un trapo húmedo, Antonio intentaba arreglar el despelote que había armado en la cocina. Hablándole a las paredes, gritaba “por qué mierda tiene que dejar el aceite siempre al borde de la alacena”. Continuaba agachado limpiando el piso “no soy Jack, la puta madre, no soy Jack”.
Jack lo miraba desde el periódico, con una sonrisa inmortal. No es agradable o estimulante limpiar manchas de aceite. Uno pasa diez veces el trapo y todo sigue mugriento. Antonio había terminado de leer el artículo hacía unos minutos. Mientras intentaba condimentar su ensalada, para acompañar su pedazo de pollo magro, a la plancha y sin sal. Tenía la costumbre de leer durante las comidas y ello le ocasionaba más de una indigestión. “Esto es una mugre total”, dijo, siempre conversando con las paredes. Tomó su frasquito de pastillas y eligió dos. Una de color rojo para la hipertensión arterial y otra blanca para los dolores del cuello. Pensó “este hijo de puta, tiene diez años menos que yo y se monta pendejas de treinta años”.
Jack seguía impecable mirándolo desde la gigantesca foto del periódico.
La página siguiente se dividía en dos partes. En una, se veía a Jack con dos hermosas mujeres y el periodista había escrito:”Jack las prefiere jovencitas”. En la otra, que se titulaba “La danza de los millones”, el periodista comentaba sobre el fanatismo del actor por el equipo de básquet “Los Ángeles Lakers” y la imposición de no comprometerlo para sus rodajes en fechas y horarios de juego. También se señalaba en sus contratos que solo trabajaría cinco días a la semana y que si se excedían en los horarios, se le debería pagar el triple. “Jack- escribió el periodista- pide lo que quiere. Cobra 20 millones por filme y ahora con su última película exigió un porcentaje de las ganancias, ya embolsó más de 60 millones”.
Antonio tragó un pedazo del pollo, que ya estaba frío y le perforó el estómago. Se levantó de la mesa y en su pieza buscó su billetera. Estaba repleta con tarjetas que señalaban las direcciones sus clientes, una arrugada e insignificante foto en blanco y negro de su padre fallecido y otra de igual tamaño de una hija ausente. Contó el dinero. Alcanzaría hasta el próximo fin de semana. “Tengo que pedir un adelanto”, pensó.
Se acercó al espejo del baño y en vez de ver su rostro demacrado, se le apareció la imagen de Pamela. Calculó el tiempo que no veía a su hija y el de la última discusión. Habían pasado más de dos años. Tuvo un deseo, mirar sus ojos y acariciar su pelo. Lo hacía siempre cuando la buscaba al salir del colegio. Pero se dio cuenta que su relación no tenía retorno. No la vería más. Sintió un cosquilleo en las piernas y un raro dolor en la espalda.
Se acostó, cerró los ojos y pensó “tal vez, llega el final”. Sintió el timbre, que sonó varias veces. Reconoció la voz de su empleada doméstica. Abrió la puerta y sin explicaciones le gritó “No dejes más el aceite al borde de la mesada, entendiste, porque yo ¡ No soy Jack, la puta madre, no soy Jack!
PÁGINA 5 – RAÚL GONZÁLEZ TUÑÓN – 1905 / 1974 (Buenos Aires / Argentina)
Prohibido celebrar el Primero de Mayo
En la profunda soledad de las fábricas grises
En la oscura herramienta silenciosa
En los quietos arados pensativos
En las minas que guardan el secreto del tiempo
En los puertos que esperan con las naves calladas
En los hangares pálidos y el petróleo cautivo
En el olor a bosque derramado de los aserraderos musicales
En la estación que invaden las libres mariposas
En el bostezo de las frías oficinas
En el libro cerrado sobre la mesa familiar
En la lámpara sola que alumbró la vigilia
En los niños que sueñan con las islas distantes
En el canto que cantan los arrieros y el grillo
En la lluvia que hace nacer las azucenas
En el aire en el fuego en el agua en la tierra
Nosotros nos hacemos presentes con el día.
Nosotros los proscriptos miramos allá lejos
Donde la primavera perdida está esperando
El caballo muerto
Medianoche. Sobre las piedras
de la calzada, hay un caballo muerto.
Aún faltan cinco horas
para que venga el carro de "La Única"
ÿ se lo lleve. Ese caballo viejo,
hedoroso de sangre coagulada,
ese pobre vencido, fue un obrero.
Un hermano del pájaro. Un hermano del perro.
Fue el hermano caballo, que anduvo bajo el sol,
que anduvo bajo el agua, que anduvo entre los vientos,
tirando de los carros,
con los ojos cubiertos.
Fue el hermano caballo. Ninguno irá a su entierro.
Eche veinte centavos en la ranura
A pesar de la sala sucia y oscura
de gentes y de lámparas luminosa
si quiere ver la vida color de rosa
eche veinte centavos en la ranura.
Y no ponga los ojos en esa hermosa
que frunce de promesas la boca impura.
Eche veinte centavos en la ranura
si quiere ver la vida color de rosa.
El dolor mata, amigo, la vida es dura,
eche veinte centavos en la ranura
si quiere ver la vida color de rosa.
[…]
Y no se inmute, amigo, la vida es dura,
con la filosofía poco se goza.
Eche veinte centavos en la ranura
si quiere ver la vida color de rosa.
La luna con gatillo
Es preciso que nos entendamos.
Yo hablo de algo seguro y de algo posible.
Seguro es que todos coman
y vivan dignamente
y es posible saber algún día
muchas cosas que hoy ignoramos.
Entonces, es necesario que esto cambie.
El carpintero ha hecho esta mesa
verdaderamente perfecta
donde se inclina la niña dorada
y el celeste padre rezonga.
Un ebanista, un albañil,
un herrero, un zapatero,
también saben lo suyo.
El minero baja a la mina,
al fondo de la estrella muerta.
El campesino siembra y siega
la estrella ya resucitada.
Todo sería maravilloso
si cada cual viviera dignamente.
Un poema no es una mesa,
ni un pan,
ni un muro,
ni una silla,
ni una bota.
Con una mesa,
con un pan,
con un muro,
con una silla,
con una bota,
no se puede cambiar el mundo.
Con una carabina,
con un libro,
eso es posible.
¿Comprendéis por qué
el poeta y el soldado
pueden ser una misma cosa?
He marchado detrás de los obreros lúcidos
y no me arrepiento.
Ellos saben lo que quieren
y yo quiero lo que ellos quieren:
la libertad, bien entendida.
El poeta es siempre poeta
pero es bueno que al fin comprenda
de una manera alegre y terrible
cuánto mejor sería para todos
que esto cambiara.
Yo los seguí
y ellos me siguieron.
¡Ahí está la cosa!
Cuando haya que lanzar la pólvora
el hombre lanzará la pólvora.
Cuando haya que lanzar el libro
el hombre lanzará el libro.
De la unión de la pólvora y el libro
puede brotar la rosa más pura.
Digo al pequeño cura
y al ateo de rebotica
y al ensayista,
al neutral,
al solemne
y al frívolo,
al notario y a la corista,
al buen enterrador,
al silencioso vecino del tercero,
a mi amiga que toca el acordeón:
-Mirad la mosca aplastada
bajo la campana de vidrio.
No quiero ser la mosca aplastada.
Tampoco tengo nada que ver con el mono.
No quiero ser abeja.
No quiero ser únicamente cigarra.
Tampoco tengo nada que ver con el mono.
Yo soy un hombre o quiero ser un verdadero hombre
y no quiero ser, jamás,
una mosca aplastada bajo la campana de vidrio.
Ni colmena, ni hormiguero,
no comparéis a los hombres
nada más que con los hombres.
Dadle al hombre todo lo que necesite.
Las pesas para pesar,
las medidas para medir,
el pan ganado altivamente,
la flor del aire,
el dolor auténtico,
la alegría sin una mancha.
Tengo derecho al vino,
al aceite, al Museo,
a la Enciclopedia Británica,
a un lugar en el ómnibus,
a un parque abandonado,
a un muelle,
a una azucena,
a salir,
a quedarme,
a bailar sobre la piel
del Último Hombre Antiguo,
con mi esqueleto nuevo,
cubierto con piel nueva
de hombre flamante.
No puedo cruzarme de brazos
e interrogar ahora al vacío.
Me rodean la indignidad
y el desprecio;
me amenazan la cárcel y el hambre.
¡No me dejaré sobornar!
No. No se puede ser libre enteramente
ni estrictamente digno ahora
cuando el chacal está a la puerta
esperando
que nuestra carne caiga, podrida.
Subiré al cielo,
le pondré gatillo a la luna
y desde arriba fusilaré al mundo,
suavemente,
para que esto cambie de una vez.
El poeta murió al amanecer
Sin un céntimo, tal como vino al mundo,
murió al fin, en la plaza, frente a la inquieta feria.
Velaron el cadáver del dulce vagabundo
dos musas, las esperanza y la miseria.
Fue un poeta completo de su vida y de su obra.
Escribió versos casi celestes, casi mágicos,
de invención verdadera,
y como hombre de su tiempo que era,
también ardientes cantos y poemas civiles
de esquinas y banderas.
Algunos, los más viejos, lo negaron de entrada.
Algunos, los más jóvenes, lo negaron después.
Hoy irán a su entierro cuatro buenos amigos,
los parroquianos del café,
los artistas del circo ambulante,
unos cuantos obreros,
un antiguo editor,
una hermosa mujer,
y mañana, mañana,
florecerá la tierra que caiga sobre él.
Deja muy pocas cosas, libros, un Heine, un Whitman,
un Quevedo, un Darío, un Rimbaud, un Baudelaire,
un Schiller, un Bertrand, un Bécquer, un Machado,
versos de un ser querido que se fue antes que él,
muchas cuentas impagas, un mapa, una veleta
y una antigua fragata dentro de una botella.
Los que le vieron dicen que murió como un niño.
Para él fue la muerte como el último asombro.
Tenía una estrella muerta sobre el pecho vencido,
y un pájaro en el hombro.
PÁGINA 6 - Artículo ensayístico
Hyde y las bestias
Por Estanislao Giménez Corte (Santa Fe/Santa Fe/Argentina)
"La gente no soporta estar consigo misma"
Héctor Tizón (*)
I
En sus zambullidas al mundo irreal de la inmateria, Hyde suele soñar consigo mismo. Esos desvaríos repiten con porfiada insistencia una misma imagen que se diluye sólo por cansancio o absurdo: allí, cuando no es él (o cuando es él más allá de lo que puede controlar), Hyde es simpático, amable, fiel, correcto, cálido.
Luego, lentamente, se despoja de la anestesia del ensueño y vuelve con tranquilidad a su yo: entonces se reconoce como antisocial, malhumorado, infiel, borracho, pendenciero. La adjetivación, que podrá ser hiriente, reconoce una virtud. Hyde sabe lo que es: un animal que no se acomoda al entorno y se muestra tal cual es; un animal que rechaza esa perfección imaginaria. Hyde piensa, con lógica, que él es el más honesto de los tres; piensa, también, que en sus sueños, como en un espejo traicionero, él es lo que los otros quisieran que sea, pero no lo que en verdad es. Él, sencillamente, asume su condición de bárbaro, y paga el precio de una vida de reclusión y soledad. Se ve como una víctima; una víctima de brutal honestidad; una víctima de los otros.
II
En sus delirios más afiebrados o en sus más brutales borracheras, H. cree que es libre: ya no dialoga sin ganas; no hace el amor con una mujer que no le gusta; no trabaja en oficinas de espantosa rutina; no sirve gentilmente la carne en las fiestas; no paga los impuestos. Imagina, H., que vive solo fuera del "infierno de los otros" y que no encarcela al animal. Fantasea que, ebrio de libertad, no esconde ni calla y deja que crezca ése, el otro, el que desea fervientemente a la vecina; el que se gastaría la vida en una noche; el que quiere madrugar en vela y perder la cordura al menos por un rato; el que quiere huir; el que tiene terror pero no puede manifestarlo; el que está harto de su vida y su gente; el que está cansado de su propio ser, el que quiere recuperar sus licencias; el que mitifica el pasado.
III
En las noches, todavía hoy, puedo escuchar las voces de los otros, de Hyde, de H. -dice el Dr. a su analista-. Esa voz me provoca, arenga, desafía. Me dice cosas como éstas: "¿Sos capaz de sacarte las ropas y las máscaras, abandonar los tics y gestos con los que otros te identifican, olvidarte de los códigos que compartís por comodidad o abulia, volver atrás, renunciar, soltarte del brazo de la tranquilidad, la conformidad y el aburrimiento, y entonces, en el silencio hermoso y terrible de tu casa, frente al espejo (a lo que sos y a lo que odiás de vos), desnudo de distracciones y miradas, vaciarte de artificios estúpidos y dejar que fluya lo que te queda de instinto?".
IV
En las mañanas, acallados los demonios, quedan las consecuencias de la colisión y las víctimas: el pudor, el cansancio, la sinrazón, la culpa y, sobre todo, la verdad. Entonces, H. reprime a Hyde. Y el Dr. somete a H. Y el analista controla al Dr., que sale a la vereda, saluda animadamente a sus vecinos y recoge el periódico antes de ir a trabajar.
* Clarín (2004)
PÁGINA 7 – POETAS ARGENTINOS
Receta para escribir un poema o Utilísima I
Toma un bol
de barro
o de madera
de tamaño mediano
para que las odas no arremetan
soba
acaricia
frota
hasta que tus manos enrojezcan
sella los poros
los resumideros
así el miedo no arme
un ballet de cuerpos de fantasmas
por aparte
en placa convencional
enmantecada
ordena tres docenas de sarracenos desmontados
acarreando sus caballos de piedra bajo la luna
espolvoréa esa masa con herraduras doradas
con toques de canela
así el vino tiña tus labios
y arríe una nube
acomodándola por dentro
toma tu aliento
tus carnes
las croquetas insondables de tu infancia
los mares envenenados
entierra tus pulgares
el resto de tus dedos
descifra ese relleno
recorre tu camino hacia Pink Floyd
con el índice hundido en El Peloponeso
si el temor
si la soledad
te atacan con máscaras venecianas
mezcla suavemente
hasta que vuelva algún amigo
como Mauricio
recorre con él a Cortazar
por las calles apretujuelas de México D.F.
consigue una pasta lisa
que funda los grumos del desasosiego
y su recaída final
deja descansar en lugar oscuro
si te cansas
si desfalleces
prepárate un gazpacho
agrégale una palta (receta america¬na)
piensa en tus hijos
en sus dientes de leche
inícialos en las señales viales
recoge los peines y las cáscaras
regadas a tu paso
bebe tu gazpacho
si se corta
apoya el bol en tupido hielo
toma el rastro de la humedad
de una cofia de baño
bate fuerte
hasta que conseguir
una tormenta en El Cairo.
Maisi Colombo (Tucumán/Argentina)
Leones de la cama
Qué culpa tengo yo de no ser un hombre camaleón
Si no me da gusto mimetizarme entre los otros
Me place sobresalir
distinguirme con mi risa
mi corazón
tal vez mis versos
Acaso merezco una condena
por confesar la noche en sus dialectos
distanciarme sí de esos tipos
es un mérito en sí mismo
Si no usan anteojos después de los 40
En cambio admiro a los que sueñan
los que se van a la cama cada noche
y cada vez que se despiertan
creen que ya no van a renguear
que han dejado de ser ciegos
que tendrán amigos para siempre
Amigos con los que emborracharse
las noches de los tristes en el Abasto
Escribir con ellos en su libretita norte
que la vida es geométrica
matemática
directamente proporcional a nuestros defectos.
Las virtudes no cuentan las virtudes no
Laberintos del entorno
Confesiones dialécticas
El horóscopo no dice que lo que me va a pasar
me lo merezco
Por no ser camaleón
por no estar feliz de haberlo sido
Cómo me hubieras preferido
Igual a los otros
Ernesto Charpentier (Buenos Aires/Argentina)
El cuerpo en la palabra
Penetra en el cuerpo, la palabra,
desde la intemperie ancestral, desde la ausencia,
ella inscribe sus símbolos en la boca clausurada
sobre el cuerpo y sus agujeros,
inscribe su metáfora,
herida abierta en la grieta del cosmos.
Deja en la memoria su tatuaje de animal en celo,
su leche de verbo fundante,
su cuerpo como destino en el cuerpo del otro.
Murmullo, lamento, decir, callar.
Invocar voces.
Mientras alguien se enamora
de bellas acepciones
otras palabras hunden grotescos
en el centro del pecho, bien adentro.
Palabra como hambre,
negada en la lengua del otro,
el del vientre saciado,
el impune al dolor,
al ruido de tripas allá abajo.
Olga Lonardi (Entre Ríos/Argentina)
Réquiem de carnaval
Diríase de un pliegue
en el luto feroz de toda carcajada.
El peregrino lame un tigre de alabastro
como si fuera un cisne, una constelación,
mi copa de veneno noche arriba.
¿Quién te envuelve hasta despedazarte
si la luz quema desde las alabardas
y misteria el insomnio?
Mi hijastra (que es mi madre)
pudrirá su cuerpo en el diván de las ciegas.
¡Otro, otro carnaval
para engarzar con los buitres del olvido!
¿Hay carne debajo?
¡Barnizaste el rosario de dientes de perro!
Diamante de crucifixión,
no me preguntes por la fiebre.
La veladora escribe en mármol negro
lo que flota ya en las aguas:
la piel vampira que labraste.
Manuel Lozano (Buenos Aires/Argentina)
Hipertensión
Que no podías quitar los ojos
de la pantalla
que una y otra vez las imágenes
se repetían.
Se re-partían
y partían
que sin palabras
que la injusticia.
De pronto ya no están
¡basta!
No se habla más del tema.
Otros sucesos nos sacuden
y acuden sin que los llamen
mientras el viento. Y el desierto.
Y el niño con harapos.
Y la hambruna del mundo.
Qué hacer Señor de arriba
te preguntamos los de abajo,
por la selva tronchada,
por los ríos sin agua,
por el recuerdo de la largas lluvias…
¿Ud. tiene problemas?
-me preguntó boludamente el médico-
-no más que la otra gente…
Y comencé a comer sin sal.
Mas no logré sacarla de las lágrimas.
Rosita Escalada Salvo (Misiones/Argentina)
PÁGINA 8 – Narrativa
Escena última o la Metamorfosis de Narciso
Por Carolina Orlando (Luján/Buenos Aires/Argentina)
Escena I
Es la siesta, hora en que todos duermen menos Enrique. Tiene doce años. Está en escena jugando con autos de juguete. Por los vidrios de las ventanas entran rayos de sol fuerte. Esos rayos se pegan al piso de la sala, dando tonos anaranjados al lugar. Los muebles son escasos, pero grandes: una biblioteca que ocupa una pared, dos amplios sillones y una mesita baja. Una puerta corrediza que, abierta, conecta la sala con la cocina. Ahora está cerrada. La puerta que da a la calle tiene vidrios lánguidos y opacos. Hay una ventana de cada lado de la puerta. Hay varios cuadros en las paredes. Uno, particularmente, inquieta al niño. Es una reproducción del retrato de Suzanne Valadon, de Lautrec. De a ratos, lo espía. Ahora, por ejemplo, lo está haciendo, y arrastra, de todos modos, el autito rojo sobre la mesa baja recién lustrada.
Suenan dos timbres seguidos. Enrique va hacia la puerta. Adivina la silueta de su amigo. Abre. El amigo entra. No se saludan, no hace falta, el suceso es diario. Siempre, a las dos de la tarde, el amigo de Enrique toca dos veces el timbre y Enrique lo deja entrar. Conversan y, al cabo de esa charla, deciden apartar los autitos. Van hacia la biblioteca. Enrique mira, de reojo, el Lautrec. Saca, de todas formas, el libro negro. Caen algunas páginas al piso. El amigo de Enrique las junta y se las entrega a Enrique, que las intercala entre las tapas del libro. Lo golpea contra el piso para delimitar las hojas. Ahora sí lo abre con cuidado. El amigo quita una de las páginas. Tiene la foto de Dalí con dos flores incrustadas en el bigote. Cuando sea grande, quiero un bigote así, parecen decirse entre risas y muecas. Gira esa hoja y quita la que sigue. A esa, la acomoda en un rincón. Sobre ellos, colgado en la pared, hay un cucú que ya no canta. Enrique va hacia la mesita que está entre los sillones. Debajo hay una caja. La saca de su lugar. La abre. Elige unos muñecos.
La hoja del libro tiene la imagen de un cuadro de Dalí: Villa Bertran. Enrique y el amigo se reparten los muñecos. Los acomodan. Juegan una batalla con indiecitos y soldados. Les ponen voces, los mueven, reinventan el mundo de la guerra. Van cayendo los muertos. Los indios llegan a la casa. Liberan a la indiecita secuestrada por los soldados. La guerra acaba. Enrique guarda indios y soldados. El amigo coloca la imagen en el libro y elige otra. Ahora la escena tiene un barco y un marino y la novia del marino. Juegan ese otro juego. La luz de la ventana gira imperceptiblemente. Los niños no lo notan. Ellos viven el mundo que juegan hasta agotarlo. Hundido el barco, guardan la imagen. Enrique elige la siguiente. La observan juntos. Hablan entre sí. Enrique mira el Lautrec y decide ordenar los muñecos y los autos que habían quedado apartados debajo del sillón. El amigo mal acomoda el libro negro que dice Dalí en la tapa. Tiene, en una de sus manos, la última escena. Caminan hacia la puerta de calle. Enrique la abre y la luz del sol ciega la sala. Su amigo ya está afuera, esperándolo. Lo único que puede ver Enrique es la mirada de Valadon, y sale. Cierra la puerta. Otra vez, la luz de los rayos del sol se atenúa por la opacidad de los vidrios. La penumbra anaranjada invade la enorme sala.
Escena II
Esta escena ocurre en el río. Hay árboles bajos y pastos altos. Entre los pastos, hay un espacio angosto que lleva a la orilla. La tierra es húmeda. Enrique y su amigo andan por ese camino. Enrique rompe una de las ramas secas de un árbol. La quiebra en dos y le entrega una de las partes a su amigo. Ahora tienen armas. Examinan la tierra con la punta de la espada. Hurguetean entre los cascotes. Enrique encuentra una araña y la destruye. El amigo desarma un camino de hormigas mientras Enrique lastima lombrices.
Entran, en la escena, dos nenas. Les hablan. Conversan con Enrique. Firme, levanta la espada y señala el norte. Las nenas se alejan, llorando. El amigo observa todo. Está atrás. Encontró un sapo. Lo clava. Lo mata. Lo mutila. Lo tapa con pasto. Enrique se acerca a la orilla. Mira su cara reflejada en el río. Apoya el índice en el agua. La cara se deforma. Eso lo asusta. Espera. Los ojos vuelven, lenta y onduladamente, a su lugar. También los labios. Se quita el pantalón y los zapatos. El amigo le señala una parte oscura en el agua. Le dice algo pero Enrique no lo escucha porque se alejó de la orilla. Ya hundió sus piernas en el río. Los dedos de los pies se sumergen en una capa de tierra húmeda y musgosa. También sus manos se hunden. Mira la cara que se refleja con cierto estupor, o idiotez. Flexiona los codos y se acerca. La frente ya se ensucia de barro. También el pelo y los ojos, que no ven. Se impulsa con los brazos. El cuerpo, todo, entra. Desaparece. El amigo sigue señalando la zona oscura en el agua y observa la escena, desconcertado. Mira hacia atrás pero no hay nadie. No sabemos si eso lo tranquiliza o lo inquieta. Se asoma. Se mete en el río hasta los talones. No hay rastros de su amigo. No quiere ver la cara que le refleja el agua. Se arrodilla, apoya la frente en una de las piernas, sumerge las manos y encarna las uñas en el barro, para sostenerse. Llora. No mira a su alrededor. Una mano pálida emerge. Tiene hojas entre los dedos. Entre las hojas hay una flor blanca con su bulbo. El amigo no la ve. Sigue agachado y llora oculto. Para él, la mano con la flor no existe.
Escena III
La madre de Enrique le quita el polvo a los cuadros con un plumero. Le sonríe a Valadon. Parece orgullosa de su reproducción del Lautrec. No adivina la irónica sonrisa del retrato.
Nota que uno de los libros de la biblioteca no está en su lugar. Ella sabe que es el de Dalí. Empuja el lomo para emparejarlo. Ahora sí, parece pensar, porque sonríe satisfecha. Deja a un lado el plumero y mira la taza que dejó esperando sobre la mesa baja. La sala está casi en penumbras. Se sienta en el sillón para esperar a Enrique. Como todas las tardes, él volverá antes de que termine de bajar el sol. La madre observa la puerta de entrada. Por los vidrios no se adivina ninguna silueta. Con demasiada paz, se lleva la taza a la boca y sorbe el último trago de su primer té.
PÁGINA 9 – RESEÑA DE LIBROS
La palabra desnuda - “Obra poética (1953 / 2004)” - Rubén Vela – Editorial Vinciguerra – Argentina – 2005 - 579 páginas
Según Heidegger, entre todos los hombres, sólo el poeta cumple la función de celebrar las esencialidades del mundo, de transferir por la palabra, para los demás hombres la verdad de su entorno visto como mundo o universo y la verdad del ser hombre, visto como humanidad. (Arte y poesía 95-96). Por lo tanto, el poeta, en cualquier lugar geográfico, asume en sí a la humanidad y la actualiza en creaciones de belleza; su obra es la respuesta a la propia circunstancia espacial -recortada por la geografía nacional o universal- y la circunstancia temporal de su presente por el que detiene en cada poema el devenir histórico de su región, del país y del cosmos.
Rubén Vela, muestra una profunda y amorosa adhesión al ámbito circundante, lo que le permite fragmentarse en cada ser y en cada cosa, penetrarlos y dejarse penetrar por ellos hasta la consubstanciación. En su obra se desborda lo nacional y sus referencias abarcan otros puntos del continente, mostrando cómo la literatura abandona el localismo para ser expresión continental.
El sentimiento de lo telúrico ha sido objeto de especulaciones por numerosos ensayistas latinoamericanos que han sabido interpretar la influencia del telurismo en Latinoamérica. El paisaje modela al hombre y afecta no sólo su índole semántica sino también su psicología y sus condiciones socio-históricas.
Alvin K. Lukashok y Kevin Lynch afirman que intrínsecamente el hombre siente la necesidad de la naturaleza, la cual parece influir hoy, hasta cierto punto “moldear” la vida del hombre. (The subversive science 86). Asimismo el escritor Julio César López comenta:
La tierra no es sólo muda geografía o simple medio de vida, sino fuente de emociones, de vida afectiva y hasta de una cosmovisión. Desde esta vertiente la tierra incita la ensoñación, la imaginación, la visión estética de las cosas y alimenta la conciencia de permanencia en el tiempo de vida. La tierra es, pues, fraguadora de un destino: escultora de una trayectoria en el mundo. (López 11) Más adelante Julio César López afirma que “la potenciación de la tierra y el hombre como elemento estético, configura un orbe de ficción que universaliza la proyección humana del problema social. ( López 11)
Rubén Vela recorrió su América, la vio, la palpó, se llenó de ella, sintió entonces la necesidad de unirse con la tierra, consustanciarse con ella. El sentido americanista de su obra es precursora en su generación como búsqueda de su identidad. Vela vive su poesía en la que aprehende la realidad circundante. Sus poemas manifiestan esa realidad a través de su temática, imágenes e ideología: “‘Esto es América’, me decían, / mostrándome las altas cordilleras, …Sólo vi pies descalzos, / …vi desolación. Y, al borde, / las grandes ciudades opulentas, sólo / al borde…” (Maneras de luchar 79)
Como la literatura es un termómetro de la sensibilidad colectiva, las primeras manifestaciones de rebeldía contra el espíritu europeizante, los primeros movimientos del anhelo de diferenciación estética procedieron de los escritores. Pueden encontrarse en cada uno de los países del continente novelistas y poetas que han creado obras en las que palpita la vida de la entraña americana, con sus personajes típicos, con sus ansiedades peculiares.
El americanismo, esa tendencia a acentuar valores que consideran propios de lo geográfico, social y cultural de nuestro continente se esboza ya en el asombro de Cristóbal Colón y adquiere tácita vigencia en los cronistas de Indias. Generación tras generación, los escritores americanos han acudido al paisaje para crear el ambiente adecuado al tema a tratar para externalizar, a través de su contemplación, íntimos estados de ánimo de los protagonistas, y aun para conferirle el papel protagónico. Los ejemplos son numerosos. En todos ellos hay algo en común, la preocupación por una realidad concreta que debe ser modificada y que no pueden desconocer ni como ciudadanos ni como escritores. (Relectura de Rómulo Gallegos 109)
Vela expresa con dolor y firmeza:
Hoy por ti, mi pueblo americano. / Mi raza campesina. / Raza entera de hombres / con los pies en la tierra / y con tanto dolor / como cabe en el mundo. / Para hablar y respirar, / sólo por eso, / hoy por ti, América, mi pueblo!… (163)
Y dirigiéndose “a los hombres de este siglo”, imperativamente manifiesta su mensaje: “Contemplad la Palabra / Leedla / en los muros…” / donde se reclama “el pleno ejercicio del amor, / la libertad inmensa / Buscadla /…” en el “Pueblo…” “Ved la palabra / en ese niño hambriento…” que destroza “en llantos su futuro…” / inalcanzable. El poeta quiere ser escuchado; esta es “Su porfiada esperanza” para lograr la toma de conciencia de la situación imperante en su América. (277-278)
Para Rubén Vela el llamado de la tierra, la fuerza que de ella emana debía subir por su médula, hacerse carne en él y transmutarse luego en poesía. Es preciso hundir las raíces en las entrañas mismas del paisaje y rescatar de él, uno a uno seres y cosas como movidos por el asombro y el deslumbramiento. Siente que es preciso crear como al comienzo. Nombrando y dando vida. Despojándose de todo lo superfluo; penetrando en el ser íntimo de cada cosa evocada en el verbo.
Si por acaso / algún día / olvido la palabra, / si por acaso/ —digo— / la palabra me olvida / me volcaré a la tierra, / me llenaré las manos / con barro nutritivo, / con profundas memorias vegetales, / con raíces de pan. / Ya casi arcilla, / ya casi material para alfarero, / ya casi sangre nueva, / savia / que llega del centro de la tierra, / de la desnuda roca del origen. / Un hombre elemental / en agua, tierra y fuego convertido. / Y en el aire, el poema. (174-175)
La poesía de Vela es vital, original y embriagante. El connubio entre el hombre y la naturaleza, la naturaleza y las bestias, las bestias y el hombre todo está en las páginas de su obra. Sus poemas nos hacen viajeros de la geografía de América, extensa y variada pero siempre con tanto poderío como para empequeñecer al hombre, mimetizarlo o condicionar su estilo de vivir. Así el hombre del pueblo, el obrero, la mujer, el niño, son motivos fácilmente reconocibles en la realidad americana. Pero son motivos poéticos, con carne, tierra y alma hecha ritmos, de imágenes, de palabras, de sonidos.
Crecen las palabras sin su sentido más preciso. Es / necesario encontrar la clave del poema. / ¿Dónde está la belleza? (75)
Por eso la tierra, su América, lo llama como a su ser fundado por ella y le impone el mandato de dignificarla, de celebrarla en el testimonio de la palabra. América, con Rubén Vela, al transfigurarse estéticamente va revelando sus dimensiones más secretas, esas profundidades que no son privativas ya de un lugar y de un tiempo. Con sus poemas intenta interpretar poéticamente la realidad, afirmar sus auténticos valores nacionales y humanos, vaticinar una era de paz y progreso para América y dar una nueva concepción poética: no “vivir de la poesía” sino “vivir la poesía”, consustanciarse con ella, hacerla carne en su propia carne. Es por eso que sus poemas expresan sus vivencias propias, sus más íntimas experiencias, además de reflejar al hombre de América, la América de su tiempo.
Bella Jozef con acierto corrobora lo dicho anteriormente al sostener que Rubén Vela logró captar “toda la grandiosidad de América, en la que el paisaje se funde al hombre, tornándose la poesía independiente de la sumisión a aquella y a lo individual del poeta” y afirma que este poeta “incorporó la poesía argentina al ámbito americano, con poemas llenos de significación humana y social”. (Bella Jozef 392)
Rubén Vela reconoce su destino: su esqueleto sustantivo es la poesía, que es la que lo sostendrá y al mismo tiempo conducirá su vuelo:
…pájaro embriagado
que lanza su grito jubiloso
hacia la aurora. (67)
Vela ha hecho surgir de su trashumancia las imágenes de un mundo como totalidad, y a la inversa, de esa totalidad surge la visión del hombre, sólo enceguecido de inmortalidad. En esa cosmovisión es una sinécdoque el continente americano. Muchos lo han cantado buscando el “ser” americano, pero Vela es el único poeta que le ha cantado con amor raigal:
¡Miradla bien! / Una raíz. Un sueño. (82)
Y más adelante expresa:
Yo trabajo / sólo con mi corazón / para nombrarte, / América! (81)
Bastó que llegara al corazón físico, a la ríspida altura del continente, para contemplar desde allá, con palabras que arrastran inevitables trozos de sí mismo. La magia, el panteísmo, el paisaje y es con esas palabras que redescubre su fuerza simbólica y exaltadora:
No continente. / Isla su corazón / aún olvidado. (77)
Y no basta la palabra, Rubén Vela inventa metáforas para nombrar a América:
Esa música es la fiera que acecha; / esa ferocidad, el asombro mortal / de su belleza. (98)
Si tuviéramos que definir la poesía de Rubén Vela aludiendo a una sola de sus características fundamentales mencionaríamos su capacidad para hacer que el poema medite acerca de sí mismo:
Aparecen las fieras: palabras / Aparece la locura y su arco de luces girando sobre / palabras vivas. Es una flor que grita. Un dolor. La / falta de un perfume. (270)
Y, con voz grave, advierte:
Pero fijaos qué curioso: / sin el hombre / el poema / no es. (306)
Para Vela el amor es uno solo, con múltiples destinatarios, pero en todos ellos hay una carnadura, y un contacto:
¿Y qué mejor que este maíz florecido y carnal, esta / palabra de lejana memoria? / Baila, nombre nuevo y perfumado, que en la noche / te cubriré de amor. (99)
Y con seguridad afirma:
Esta es la piedra viva que fecunda los campos y las / mujeres. (109)
Amor caleidoscópico que se metamorfosea en:
La Gran Madre Callada. (111)
Y luego da la síntesis de todas las imágenes:
Méceme como si fueras mi madre. / Bésame como si fueras mi mujer. (118)
Retorna al “ser” del hombre, a su problemática metafísica, al tiempo y a la muerte:
Estos días / que se deslizan entre mis manos / y mi fuerza no basta / para amarrarlos. (195)
Los poemas de este poeta abarcador y abarcado por la gracia de recrear el mundo y de rescatar el “vuelo” y la “sed” del hombre son el reflejo de la América total y una protesta social a través de la palabra.
En la síntesis y brevedad de sus “Fragmentos americanos”, Vela evidencia su preocupación social y cito un poema compilador de la intuición total de la que surgió su libro Maneras de luchar:
Ella es América, un mutilado nombre, / un cuerpo llagado y su cansancio. / ¿Y qué te creías que era el Nuevo Mundo, / y qué te creías que era esta canción? / Pero nuestra fe es más grande. (113)
En este volumen VII de la Colección Estudios Hispánicos, presentamos el estudio de la obra lírica de Rubén Vela, el poeta de América, realizado por 14 ensayistas, quienes logran penetrar en las motivaciones de su obra: su dolorido y esperanzado amor a América, su preocupación social, su lucha en pro de la identidad del hombre y de su inspirada rebeldía.
Dra. Juana Alcira Arancibia (California/Estados Unidos)
PÁGINA 10 – POETAS OLVIDADOS: LERMO RAFAEL BALBI - 1931-1988 (Rafaela/Santa Fe/Argentina)
Regreso a Aráuz.
Tibia y leve, la balsámica ceniza de la tierra
se consagra. El regreso a destiempo me acusa
con alguna señal en el abandono de los huertos
y en los rastrojos que soportan como una sombra
de cemento bajo mi paso.
Alado sopor abate los ojos en el retorno
y cada visión me penetra
en ligeras esquirlas de muerte aleve
como las flores dedicadas a una lápida.
Sobre la cruz de la iglesia pájaros solitarios
anuncian el agua del otoño y abril tiene ya
su languor de atmósferas húmedas y calientes.
Desde las paredes carcomidas por el sol
y los líquenes nacen los trasgos
y una vertiente de espectros que aúllan
haciéndose ecos en las tuscas del monte.
Los animales, rozando la hierba que aún pervive,
dulcemente pacen
en muelles honduras de caminos abandonados.
Ah, en dónde permanecen los rozagantes tallos,
mies crepitante con los vientos de noviembre,
cristalería de estrellas en un pozo
que nos llama desde los profundos verdores
de la tierra. Tantos huesos ya sin carne,
tantos árboles secos,
innúmera ilusión desfallecida
¿qué mágico propósito de torturas
otorgan a este corazón doliente?
Frente a la casa en ruinas.
Dulce hora de la infinitud solar,
a silbo de labios la oración balbucida, el arrullo,
la imprecisa promesa y el adiós,
mas, entre pájaros enfermos que han extraviado el árbol,
toda ansiedad te abarca.
Aún estamos vivos, nos iguala la carne en las heridas.
Un claror difuso envuelve en vapor de hierbas
las paredes de antaño que, sobre la humedad
de esta floresta, socava el último socorro humano.
En frente, hasta el límite del tiempo
verticales sendas para una comitiva aérea
surgen en terrenal porfía.
De este callado instante de la noche,
suelto el corazón del puño,
en alto vuelo, nace otra alborada inútil
perdida entre vientos y perfumes.
Este es otro día que me has dado, Señor,
y de qué vale tanta piedad, si la muerte espera
en todo instante que preservo en mí.
Los extranjeros.
Entonces sabíamos despreciar el desdén de aquellas
juventudes fáciles que horadaban la noche
con sus ojos de amor. Temblaron las palmeras,
volvieron las garzas de marzo a perturbar
la quietud de la laguna
y desangrar sus mieles los racimos.
Oh aquel abril de fresnos luminosos,
aquella noche cobarde, el torreón de la ciudad
abierta a nuestra pronta soledad de héroes.
Ya fuimos campeones y estamos de regreso,
ahítos de cansancio, desfallecientes y vejados.
No nos reconstruiremos señor Valois,
que vendía los lentes con armazón de oro
para ancianos cansados de esperar los veranos.
No volveremos a ser los de antes, señor Marcos,
que traía el aceite y el café para completar la alacena
en las frágiles penumbras de la siesta.
No todos están aquí, Ángela, Beatriz sagrada,
Estefana la de los lirios, Antífona trágica.
El gran árbol sucumbió bajo el hacha
y su cádava acusa aquella postergación que le dimos
cuando nombrábamos a cada uno de los vegetales
que amábamos. ¡Y él que tenía tantos pájaros
como los otros, Pedro!
¿No ves entonces qué llegamos a ser de guerreros que fuimos,
de poetas lúcidos en los mil y un embates de la bruma,
con tanto corazón de valiente para sufrir
la turbonada y la marisma?
Aún existe un terreno, pero se nos niega hasta morir.
Más allá de los campos verdes.
A mi madre
Se nos figura que es necesario detenernos ahora
cuando no somos ya tan libres,
cuando el tiempo transcurrido ha descendido muy por debajo
de nuestras líneas de esperanza,
cuando existe cierta muchedumbre de espectros
que alzan su venganza por lo que no les dimos:
unos no tuvieron nuestra boca,
otros buscaron nuestra palabra y no se la dimos,
otros, porque se afiebraron por una gota de nuestra sangre
que no llegó nunca al vórtice de su sed.
Quién puede decir que no tiene su propia legión de sombras
nutriéndose en los desvelos,
fortaleciendo el canto de una dulce y triste paloma
en la penumbra,
sonorizando los goznes de una puerta cuando
en la soledad de la casa hay pasos en las escaleras
y una lámpara sola se pone agria
a las últimas luces del día.
No nos morimos de golpe,
es cierto,
pero tenemos nuestro lecho de Procusto.
Cada muerte se suma a otra muerte y por única vez
la suma es cuantiosa y entonces
aunque las acacias estén esparciendo su polen oxidado
o un gorrión reconstruya su nido
que deshizo la tormenta
la muerte llega para uno, final
y trae el polvo de todos los caminos
por los que anduvo avanzando implacablemente.
En la muerte también hay belleza,
me dijo mi madre una mañana de sábado
cuando me deshacía del dolor de la noche
mirando su cara tan apacible de amanecer,
sus manos en la vajilla y su jardín
ya ahora un poco descuidado.
Había un viento afuera que sacudía las frondas nuevas
de setiembre, una lluvia esparcida sobre la hiedra
y alguna bestezuela reptando en la pared.
Nuestro silencio, madre,
era muy amado por tu corazón y el mío.
¿No es cierto que un súbito toque de tristeza
sobre mi frente aventajó a tus arrugas y al instante
tuve en mi persona mucho más tiempo y más dolor
de palabras que no brotaron?
Qué decirte de lo que tenía escondido
apretado entre los dientes y la lengua.
No podrías nunca conocer mis vergüenzas sin estremecerte,
ni mi dolor de entrañas en los desvelos
cuando acostumbro a tomar el primer día de mi vida
y venir hasta hoy, época por época.
Montañas de papeles, vanidad de palabras, simulacros,
agresiones, desfallecidas contricciones,
actos de arrepentimiento, perdones ignominiosos,
las lágrimas mordidas en una mano,
esperanzado por un instante para no estar seguro
del último fracaso.
Y me digo: ¿es esto lo que vosotros queríais?
¿Soy digno de este nombre? ¿He aguardado con paciencia,
con valor y virilidad las consecuencias de mis actos?
Si la belleza está, madre, en la saciedad de las respuestas,
en ese descanso sereno que dijiste acompañada por la eternidad
a los que van hacia república de ausentes,
entonces estoy seguro: también ya sin estaciones,
sin caminos de pesadumbre atravesaré el umbral
para encontrarme, madre, en la gloria de la belleza
prometida.
Primera madrugada.
¿Qué puede hacerse más allá, que nos asegure sin limitaciones
un futuro en donde las plazas sirvan para juntar los rostros
y las estatuas el vahído de las manos que han deseado tanto?
Oh mi fatídica ciudad en el abandono del amanecer.
Cómo han empezado a hacerme mal las madrugadas, a dolerme los relojes, a encendérseme una vocación escondida
en la que está por siempre permitido rescatar la figura
de un Alkides nuevo que sabe tocar los ojos
sin el tesón de los apuros.
Y Rafaela no existe ya, muerta de sábado, de domingos
en neblina, de un amigo que se emborracha,
de dos muchachas que saben perdonarnos ser todavía
tan inútiles y blasfemos.
Pero Rafaela no existió nunca; no está en el laurel distante,
no está en ninguna de las superficies en donde los bronces
de antaño marcaron sus dedos, en donde la fecunda idiotez
de los colonizadores hicieron un molino, un almacén,
una plaza, una iglesia.
Una campana listada de palomas que se desvelan da la una
de la madrugada. La fiebre está fría, los velones escurren
una llama quieta y elevada. Rafaela que no existe
sobre los empedrados, el hombre que se ha ido con su estómago
regurgitando las estopas en el asiento de atrás del automóvil,
ensombreciendo tanto resplandor perdido, tantos pellizcos
de otoño que venían de la infancia con cascabeles al cuello,
con cimitarras de leños en los brazos.
Ay, un estilete la campana de la madrugada. Niebla,
sonido de noche que huele a cigarrillos, a estufas,
a sábanas apenas disfrutadas
y a una boca que está ya por no pertenecerme.
Empieza desde este instante suma unitaria de llamados
a favorecerme las cruces del domingo. Nada de tú,
nada de vosotros, un yo mezquino lavado en mil aguas
de soberbia, tramado de mil ojos de la gente,
de mil fulgurantes ojos bovinos, se avecina a las manos.
Y cómo detenerlo:
ellos pasan sin las ramas del olivo.
Y ellos pasan y fecundan en la nada absoluta,
y ellos frecuentemente son las sombras que he apuntado
incapaz de darles la vida que pedían e inseguro
de reconstruirlos para mis soportes.
Oh cálices sin tallos que caen desde el cielo con una pobre
luna que no remedia nada. Ciudad, ya duermen las muchachas
que llegaron puntuales a la misa de la tarde.
Ya se apagó la íntima campana. Que te remedies por dentro,
me desea el amigo y me deja en una esquina
en donde tiemblo de miedo
antes de entrar en mi cuarto pavorosamente vacío.
PÁGINA 11 – Artículo ensayístico
Ribetes en el traje de Clío
Por Norma Alloatti (Córdoba-Rosario/Santa Fe/Argentina)
Clío está invitada a dar un paseo por los últimos cincuenta años del siglo XIX y no sabe qué vestir. Lo que ha llevado siempre: una levita, el sombrero y el bastón que la hacen pasar inadvertida en el mercado, en la Aduana, en el Concejo no la hacen lucir tal cuál es. Podría llevar gorra, pañuelo al cuello y alpargatas, pero así transitaría ignorada sólo en las calles barrosas, los muelles del puerto y los almacenes de ramos generales. Ella quiere verlo todo, ver mucho más que lo que hay en “la hermosa ciudad, grande floreciente” que vio Lina.
Clío quiere estar segura de que en ella nadie se fijará y así, podrá estar atenta a las cosas que otros no supieron observar, por eso decide llevar una nueva vestidura. Toma la aguja y cose una falda. Rápida y eficaz hilvana los cantos del paño y une, puntada tras puntada las tramas de su nuevo vestuario. Después, fémina al fin, se mira al espejo y sale a dar su paseo. Elvira le ha contado que aproveche ese día, que “en la fiesta de la Virgen del Rosario, se efectuaba el estreno general de los trajes del verano; y en 25 de Mayo, los de invierno. Plazos fijos que nadie alteraba, aunque se adelantaran el frío o el calor a esas fechas”.
Clío procurará caminar cautelosa ya que Alwina ha observado que en Rosario “las distancias no eran grandes pero por las calles poco menos que intransitable resultaba penoso el traslado. Las veredas eran altas porque a su vera corría en cunetas agua servida y se debía bajar por gastados escalones, tomándose de postes existentes en las esquinas”
Si acaso Clío gustara pasar por Cañada de Gómez, Margarethe la encontraría para explicarle que “muchas veces veíamos llegar a galope tendido, poco antes de la llegada del tren de Córdoba, varias cabalgatas compuestas por los señores de las estancias de los ingleses, los que, tras una rápida merienda de café, pan, sardinas y queso, en el pequeño negocio que habíamos instalado en la estación, seguían viaje en tren. En la estación quedaban los peones para cuidar los caballos”.
Y cuando Clío desee atender a sus invitados no tiene más que preguntarle a Celestina cómo preparar los buñuelos, o a Deidamia por su torta Mora y a Carolina por su sopa de gallinas. Tejerá nuevos atuendos, según las hebras que le van prestando sus amigas. Y satisfecha con su tarea recién hilada, Clío “soltará una puntada” y saldrá presurosa a conseguir unas cuantas plumillas bien cortadas para obsequiar a Lina Beck Bernard, a Elvira Aldao de Díaz, a Alwina Philippi de Kammerath, a Margharethe Hansen, a Celestina Funes de Frutos, a Deidamia de Sierra de Torrens, a Carolina Zuviría de Escalera, a Aquilina Vidal de Brus, a Carlota Garrido de la Peña y a todas las mujeres que se ocuparon de ser hábiles con la pluma y la aguja* con los mismos afanes que tuvieron las que sólo podían ocuparse de las escobas, las pesadas planchas de carbón y las tablas de lavar.
Es una Clío renovada la que lleva traje con ribetes. María Moliner, entre otras definiciones, señala que poner ribetes es agregar ese “detalle que se incluye en una narración o exposición para darle gracia o amenidad”, algo que las mujeres que nos legaron memorias, escritos, relatos, poesías y cuentos, supieron hacer con mayor o menor pericia, pero siempre con encanto.
(La pluma y la aguja: las escritoras de la Generación del 80, es el título que Bonnie Frederick le dio a la antología de autoras argentinas publicada en Buenos Aires, Feminaria, 1993)
PÁGINA 12 – POETAS LATINOAMERICANOS
El jardín donde vuelan los mares
en esta ciudad construiré mi casa
la vestiré de madera virgen y yerba fresca
crecerá al conjuro de la lluvia
refugiará proyectos tontos
actos criminales
sueños primigenios
los miedos de mi niña
y el espectro de Pilar (mi joven abuela)
sonriendo enamorada en la estancia luminosa
(28 años de ser pequeña y coqueta,
43 buscando salidas (o entradas)
en los corredores de la muerte
cayendo cada vez más hacia abajo
cada vez más hacia adentro]
la cabeza disecada
de un torero exitoso
será el orgullo
de mi sala de trofeos
en cuanto a ti
te coseré el cuerpo a pedazos
de musgo de amor y tizón ardiente
te llamaré Fernando
y serás mi hijo
mi casa
tan profunda como los aullidos
del holocausto
tan pequeña como una caricia
sobre la tumba de mamá
Eva Durán (Colombia)
El Iluminado
Un hombre descubre
en el bisonte las huellas
de su propia derrota:
la caverna lo sabe.
Luego, Saulo de Tarsis
junto a su caballo
y una ceguera premonitoria:
la defensa de una fábula:
Jesús ante el Monte de los Olivos
con miedo de ser Dios.
Judas, el zelote, sabe que
el Mesías es sólo un hombre
y devuelve las monedas.
Alonso Quijano en el suelo
y un haz de luz filtrándose
en los molinos: no hay
una Dulcinea de ventura;
Walt Whitman avisora que es
infeliz cuando su nombre
suena en el Capitolio:
un bosque lo espera;
José Arcadio Buendía,
frente al pelotón de fusilamiento,
recuerda el hielo:
Melquiades no descifra a Macondo
desde los pecesitos de oro;
el poeta César Dávila Andrade
se encierra en los efluvios
de su Catedral Salvaje:
un cóndor ciego cae
envuelto en un gabán de plumas.
Y en un instante todos
saben que poseen un don:
ese don los arrastra hacia
la Vida, que es un presagio.
Todos dicen a su modo:
Padre, padre padre
¿por qué me has abandonado?
Juan Carlos Morales Mejía (Ecuador)
III
Yo lo vi.
Es otoño infectado de floresta nueva.
Acampa en mi deseo de sobrevivir
por llegar a primavera.
Lo vi flor de redondas fauces
y alientos como manos, en la pradera
de las esperanzas, como péndulos
pendientes.
Lo vi en las escaleras y las entrelíneas
salvajes, como cabello bruto en el rincón imposible,
de una mueca posible, en un oscuro acantilado.
Lo vi campanario y campana
sin recuerdos por llegar.
Lo vi hablándome de la noche y de las circunstancias
cuando las cortinas de mi estro
acampaban en el deseo de borrar mi memoria.
Lo vi —y lo vi— y otra vez.
Estaba desnudo
estaba hombre
estaba algarabía y festejo
estaba ciego
y era médula
que los compases metieron a mi sangre.
Livia Díaz (México)
El sol del mediodía
el sol del mediodía
no ha venido a visitarnos
mi ángel
no ha guardado
un lugar en la primera fila
la película ya va a empezar
guerreros inflamados
desnutridos de cultura
con armas en los puños
espuman líquido rojo
conspiran contra almas
(todavía inocentes)
la sonrisa
una uzi*
háceme de mira
de repente
veo mi cabellera
sangrar
feliz
en sus manos
héroe sin nombre
frente al espejo
dice
- ¡Hola!
brújula sin control
hace el camino correcto
lleva
a ningún lugar
seres disolutos
susurran preces bucólicas
uno cae
otro se levanta
trae migajas de cariño
mi mitad hombre
siente nostalgia
la otra
sueña todavía encontrarte
lobos
(los dueños de la noche)
quieren acabar con
la soledad
troneras de deseo
(suave toque)
comandado por el
postrer soplo de la vida
andrajosos
hambrientos
codician el beso de la luz de luna
la mano que acaricia
el amor
el gran pañuelo
tira su último susurro
quédome sentado
impaciente
aguardo una
continuación
una uzi*
-marca de una ametralladora
José Geraldo Neres (Brasil)
Traducción de Rafael Roldán
Es otro el tiempo (2 de 2)
En este cuarto con resuello de señor hay sensación de paz
Un rayo atraviesa la hendija de la puerta
y el hueco de la ventana
De extraño modo vuelvo la mirada
y escucho en su boca el chasquido de la lengua
Ya no pica en mi rostro el viento
ni la playa sostiene mis pasos lerdos.
El rumoroso abrazo de mi padre calla
Las voces de los tira bomba
Las bombas de los mata peces
El ronco sonido del jeep sobre la arena
también calla.
La infancia sostenida es un trozo de papel
Coraza y adarga lanza esta palabra
Sólo este oficio me sostiene
Y sin pedir favor a nadie
La dejo ir, a buena hora.
Karla Sánchez Barreto (Nicaragua)
PÁGINA 13 - Narrativa
El hombre de los perros dálmata
Por José Luis Pagés (Santa Fe /Santa Fe/Argentina)
Yo estaba, puerta por puerta, ofreciendo en venta unos jabones de la empresa Sol, cuando al llegar a una de las casas principales de 7 Jefes me sorprendió el encuentro con un antiguo compañero de colegio. Adamis, se llamaba y lo reconocí inmediatamente a pesar de sus muchos kilos de más, sus arrugas y calva notable, porque todavía conservaba un tic que le hacía abrir y cerrar los ojos permanentemente y porque su rostro mostraba una dolorosa expresión de abatimiento que siempre lo había acompañado a todas partes.
Él me miraba asomado a la ventana de la puerta de servicio y esbozó una sonrisa levemente idiota cuando llegó a reconocerme después de muchos esfuerzos de mi parte. Como en un primer momento me pareció que mi visita no le importaba en absoluto pasé a tratarlo como a un cliente más y le ofrecí el muestrario de jabones y, ya hurgaba en mi portafolio buscando la lista de precios cuando escuché que me decía: “El señor no está”. Creí que había escuchado mal, de modo que le pedí que repitiera eso. Él lo repitió, claramente, y agregó: “Podrías volver en otro momento” “¿Cómo es eso? pregunté, “¿Qué estás haciendo en esta casa?”. Él volvió a sonreír y entreabriendo la puerta me invitó a entrar poniendo el índice en la boca para pedirme silencio. “Vamos a mi cuarto”, dijo después. Y él delante y yo detrás anduvimos lentamente por un largo pasillo hasta que llegamos a un sucucho ubicado en los fondos de la casa.
“Mi cuarto”, indicó. Entramos. El lugar era estrecho y mal iluminado. Pude ver una colchoneta echada en el suelo, una vasija con restos de comida también en el suelo y un viejo impermeable que colgaba de un clavo fijado en la pared de ladrillos desnudos.
No vi más porque tan pronto entré un olor nauseabundo me obligó a saltar afuera. “Podemos conversar en el patio”, dije. “No quiero que nos vean”, dijo él. “Entonces me voy”, afirmé. Él me tomó por la solapa del saco, tenía un nudo en la garganta. “Gutiérrez, qué emoción, qué gusto me da verte, quedate un rato más”. “Rodríguez”, corregí. “Me llamo Rodríguez”. “Es cierto, qué cabeza”- se lamentó-. Podemos sentarnos aquí en el piso y me contás algo de tu vida, eh?”. “Vendo jabones, dije, y no voy a sentarme en el piso por nada del mundo. Tengo que seguir con mi trabajo”. Yo vi que su mentón se contraía formando un huequito y que sus ojos ahora estaban brillantes al tiempo que sus párpados se abrían y cerraban con más frecuencia. “Te decían semáforo”, recordé y no sirvió para consolarlo. Le decían semáforo por esa costumbre de sus ojos que se prendían y apagaban a cada instante. Él miraba al piso, la puntera de sus zapatos gastados. “Sé que no te gustó mi cuarto”, dijo sombrío, “pero por vos pienso arriesgarme. No hay nadie en la casa, los patrones han salido y los hijos también. Vamos allá y te invito con una copa”. “No es por tu cuarto” –dije yo-. Pero ya que insistís...”
Y entramos. En primer término me dirigí hacia la heladera, pero rápidamente Adamis se interpuso entre la puerta y yo, y de aquí no comerás ni beberás, me fue sacando del lugar hasta que llegamos a una salita. Ese lugar era sobrio pero elegante. Había un sofá, dos sillones, un aparato de TV, un revistero y en un rincón un bar, un lindo bar con muchos cristales y botellas. Él se ubicó detrás del estaño. Se colocó una chaqueta blanca y un moñito y alisó con la palma de las manos los cabellos canosos y lacios a los costados de la calva.
“Un cognac” pedí acodado en el bar echando a correr la mirada por las paredes de ese lugar. Cuando él notó que yo miraba unas fotografías enmarcadas de unos perros del tipo Dálmata, se apresuró a decir: “Es el señor y la señora y los hijitos”. Tomé mi cognac de un solo trago y pedí otro. De pronto tenía muchos deseos de llenarme de cognac o lo que fuera. Había caminado mucho en la mañana y en lo que iba de la tarde y ya me parecía hora de tomarme un descanso. “¿Y cómo te va acá?” pregunté sólo por decir algo. “Ah..., dijo él, los señores son muy buenos, no los hay mejores en toda la ciudad, mi estimado Gutiérrez”. “Rodríguez”, dije yo. “¿Qué te parece cómo me queda esta chaqueta? ¿Y este moño? Son un lujo. Eso sí, yo siempre trato de ser limpio y ordenado y de servir lo mejor posible. Los niños me quieren muchísimo. En especial el más pequeño”. Yo pedí otra copa y él la volvió a llenar. “Además el señor y la señora tienen gestos impagables. Imaginate que me dan dos días a la semana, la paga es buena, me hacen regalos, qué sé yo, ya soy como de la familia”. “Adamis, no lo tomes a mal, pero decime, inquirí- en el colegio había algunos muchachos que decían que eras un alcahuete ¿era cierto eso?”. Él me sirvió otra copa como toda respuesta, después pasó a limpiarse las uñas con un alicate y por fin sin dejar de mirarse las manos expresó con una vocecita temblorosa: “Envidias, eso, los profesores me querían. Yo cumplía con ellos y ellos me querían. Yo no era como otros...” y me echó una mirada rencorosa. Mi amigo Adamis era el hombre de una familia de perros Dálmatas, no había progresado mucho. “¿Cada cuánto te llevan a la plaza?” pregunté. “Todas las tardecitas”, contestó él. Yo me apoderé de la botella y me eché un trago a pico que me quemó la garganta. Ahora mi visión estaba un tanto obnubilada y me zumbaban los oídos. “Pero a veces te han tratado mal. Ser tan sumiso no paga bien”. “No creas dijo él, yo tengo la ventaja de no andar arrastrando los zapatos y dando lástima a cuantos me ven”. “Pero hoy estabas un poquito tristón –dije yo-. Te dejaron solo ¿no?”. “A veces...” dijo y calló, para estar un buen rato en silencio. Yo, cuando terminé mi botella de cognac fui a echarme en el sillón. “A veces –dijo después-. Pasa a veces que las cosas no salen como uno quiere. A veces duermo tirado en el piso, no me alimento muy bien que digamos y me obligan a hacer cosas desagradables, como por ejemplo...”. “¿Qué cosa?”, pregunté. Él se quitó la chaqueta, el moño y levantó la camisa por sobre la espalda. “¿Ves?”. Tenía unas cuantas cicatrices ahí, todas amontonadas. “Yo mismo tengo que castigarme cuando grito de noche”. “¿Gritás de noche?”. “Sí, grito. Sólo para prevenir algún peligro, pero ellos se enojan”. “Ah...” “También ellos mismos me castigan con un palo cuando desparramo la comida por el piso o araño las maderas de las puertas; no me puedo contener”. Miré la foto del Dálmata, no parecía malo. Miré la foto de la señora, tampoco. “A veces soy muy desgraciado. También me está prohibido recibir visitas. Pero todo eso tiene algunas compensaciones”. Se metió las manos en los bolsillos hasta que sacó un alfiler de corbata. Era de oro, muy lindo y brillante. “Me lo regaló la señora para la última Navidad”. “Ya ves, no sé de qué me quejo...” Y volvió a hablar como al comienzo.
De pronto, el ruido de un auto que se detenía frente a la casa. “Son ellos”, exclamó, “vamos, salgamos pronto”. Me tomó por un brazo y me sacó a empujones hacia el pasillo por donde habíamos entrado. “Me matan si me ven con alguien”. “Estás loco, totalmente”, exclamé algo borracho. “Esperá”, me pidió. “Para que ellos no te vean, salí cuando estén entrando por la puerta principal”. “Estás todo loco”. Antes de salir le regalé un jabón.
Se puso contento. “Es para que te laves ese cerebro”, le instruí. “Así, así”, le indiqué mientras con otro jabón sobre mi propia cabeza le mostraba lo que debía hacer.
Me empujó. Me echó a la calle. Miré a la puerta cuando ya se estaba cerrando. Alcancé a ver una cola larga y blanca con algunas pecas negras, era una cola de perro Dálmata. Me sentí muy confundido. Abandoné la venta y me fui a dar un baño a casa.
PÁGINA 14 – Narrativa
Cuatro microrrelatos
Por David Lagmanovich (Córdoba-Tucumán/Argentina)
1. El idioma perdido
Despertó sobresaltado. Quería llamar a su mujer, convocar a alguien, explicar lo que había soñado, pero no recordaba ninguna expresión. Las palabras y las frases no acudían. Al parecer podía pensar, pero no encontraba la forma de expresarse. Abría la boca y rápidamente la cerraba al no poder articular sonido alguno. Caminó por la casa, mirando todos los muebles y rincones para que, al reconocerlos, se le ocurriera algo; pero no había nada, su capacidad de expresión verbal había desaparecido. ¿Su mente? No, su mente estaba bien: era su voz la que no reaccionaba, ni en su propio idioma (y él ignoraba cuál era) ni en otro, porque seguramente debía existir más de uno. De pronto creyó encontrar una salida: se dirigió a la biblioteca y hojeó un libro, luego varios más, pero miraba las líneas de tipografía y éstas no le decían nada, estaban tan mudas como él mismo. Cuando su mujer, extrañada por su ausencia de la alcoba, vino en su busca y le dijo algo, él no entendió sus palabras y las lágrimas comenzaron a correr por su rostro.
2. Thrillers
El héroe corría desesperadamente por una llanura desolada. Tenía que llegar al penal a tiempo para evitar el ajusticiamiento del condenado, merced al perdón del gobernador que llevaba en el bolsillo. ¿Llegaría a tiempo, o sería éste un fracaso más? Por detrás de él, a cierta distancia, lo perseguía el investigador privado, con cuya joven mujer había tenido la mala idea de entablar un fugaz romance. ¿Conseguiría eludirlo? A mayor distancia de los dos, un destacamento policial venía siguiendo a ambos, pues los polizontes debían cumplir la orden de arresto que el Fiscal de Distrito había emitido contra el héroe y su enemigo, por obstrucción de la justicia. De pronto, el héroe divisó una bicicleta que estaba apoyada contra un poste de telégrafo. Montó en ella para acelerar su ida al penal, pero a poco andar una rueda cedió y lo arrojó, desvanecido por el golpe, a un costado del camino. Su perseguidor no lo advirtió y siguió corriendo. ¿Encontraría alguna vez al frustrado ciclista? En un recodo, mientras el segundo atleta se detenía un instante para tomar aliento, los miembros de la patrulla policial sobrepasaron a ambos y llegaron, jadeantes, a las puertas del penal. Desde el interior llegaba el inconfundible olor de la carne quemada. ¿Lo habrían electrocutado ya? ¿O se trataba de una barbacoa con que los guardias celebraban que un delincuente más había recibido su merecido en esta tierra, como anticipo de lo que le esperaba más allá? Cansado de tanto teclear aventuras por nadie presenciadas, el escritor decidió apagar la computadora e irse a dormir.
3. El país de ahoramismo
En el país de ahoramismo todo hay que hacerlo, bueno, ahora mismo. Los negocios que no se definen en un momento, con el simbólico apretón de manos, quedan sin efecto. La escuela primaria se despacha en un año, lo cual elimina la secundaria por obvia; en cuanto a la universidad, ninguna carrera se dilata más allá de tres o cuatro meses, y se están haciendo estudios —que concluirán mañana a primera hora— para abreviar esos plazos. Todo matrimonio dura como máximo dos semanas, para permitir la rápida concreción de nuevas uniones. El abrazo de los amantes sólo puede tener 15 segundos de duración, y la ocupación del lecho está definida en consecuencia. En el país de ahoramismo está prohibido tomarse un tiempo para meditar cualquier decisión; se entiende que tales actitudes socavan los cimientos de la sociedad y pueden provocar graves dolencias, tanto físicas como psíquicas. La principal ceremonia cívica del país es el Día Nacional de la Falta de Tiempo, así llamado a pesar de que su duración total es de 12 minutos.
4. Desobediencia
A principios de la primavera, el Sindicato decidió cortar todos los accesos a los hospitales de la zona. La única excepción tolerada por los obreros fue el Hospital Neuropsiquiátrico regional, popularmente llamado “el loquero”, cuyos pacientes colaboraron alegremente en la construcción de barricadas. Los agentes enviados por el Jefe de Policía, ante la imposibilidad de dialogar con los manifestantes, se dedicaron a tomar mate con tortas fritas. Después reportaron a sus superiores el desaire sufrido y se desconcentraron sin incidentes.
Sucesivamente los miembros del Sindicato, que ya habían ignorado las órdenes de la policía local, desobedecieron un fallo judicial, una exhortación del gobernador de la Provincia, una orden del presidente de la Nación, un dictamen del mediador enviado por la Unión Europea, una acordada de la Corte Internacional de Justicia de La Haya y un pedido especialmente paternal del Sumo Pontífice. “Hemos cortado las rutas y de aquí no nos moveremos”, fue su unánime respuesta.
Las ambulancias con enfermos graves que pretendían ingresar en los hospitales se acumulaban del lado exterior de las barricadas. Después les tocó el turno a los coches fúnebres, cargados de cadáveres. Muchos de los difuntos eran enfermos que no habían podido obtener ayuda médica; otros habían sido asesinados por sus colaboradores alienados. Finalmente se interrumpió la llegada de los camiones que traían yerba, galletas y vino tinto en cajas de cartón, para sustento de los militantes y sus familias.
La llegada del invierno disminuyó en mucho la presencia de obreros sublevados, quienes fueron víctimas de neumonías y otras complicaciones. Por una cuestión de principios, sus dirigentes no les dejaron concurrir a los hospitales, que continuaban aislados. La circulación por las rutas, interrumpida por casi un año, se resolvió casi por sí sola: simplemente ocurrió.
Con los primeros automóviles llegaron los periodistas, quienes entrevistaron a los cuatro o cinco sindicalistas supérstites. Interrogados, manifestaron no conocer los motivos de la manifestación. También reclamaron la presencia de un peluquero y anunciaron la continuación de la lucha.
PÁGINA 15 – POESÍA ALLENDE EL MAR
La posesión del vacío
Como un pájaro migratorio perdido
Que contempla extrañado el inmenso azul tenebroso
Camino desligado de los juramentos de la fortuna
Hacia el invulnerable destino soterrar mis amores
En las capas mórbidas de la tierra de exilio
Ruidos de osamentas lágrimas de dolor
Gritos de espanto y canciones fúnebres
Por el camino solitario de mi oscuro viaje
Por el país de la eternidad. La luna horrible
Me lanza una mirada indolente y temblorosa
Cuando se desliza en mí la esperanza como un veneno
Kama Kamanda (Congo)
No digas -
II
No digas una vez más que entendiste.
No lo repitas con el hilo de voz
que las mujeres bastonadas usan para decir que sí.
Prefiero la ignorancia
la terca ignorancia de la rebeldía
los ojos cerrados ante los golpes.
Francesca Gargallo (Italia)
Navegándote
Hoy la soledad me llena de ti
en las sombras claras de una noche oscura,
en la madera antigua que rasguña quejas,
en el vidrio amable que permite ver
al mundo en silencio
habla de tiempo, con heridas
viejas y un llanto se cruza
desde el pensamiento ;
entonces resuelvo dormirme
y dormirte envueltos de música
con letras mojadas
de océano abierto
y paraje-tormenta
en el ropaje-equipaje
de mis labios sedientos,
con un beso a tu imagen
en pleno desierto,
de sombras.
Matchornicova (Austria)
señora de la casa de los libros
avísame cuando tus dedos estén listos
yo pondré la miel y la acidez de las letras amarillas
sosegaré la pálida memoria del invierno
en las ramas desnudas del árbol de los mimos
al viento anunciaré
la llegada de cucos y oropéndolas
desplegarás tus alas como páginas
en la roca orgullosa de líquenes y musgos
nuestros hijos rodarán sobre la hierba
un sinfín de margaritas en sus sienes
aleteo de acertijos zigzag de culebrillas
recibiremos el fuego en el ombligo
la jerarquía de las laboriosas abejas
títulos clandestinos cuentos atrevidos reglas escondidas
avísame señora cuando tengas las palabras masticadas
juntas inventaremos de nuevo el camino del río
livianas hasta encontrar los pliegues del rey de los imanes
Marina Aoiz Monreal (Tafalla/Navarra/España)
Desesperanza
¿Dormís? ¿Soñás?
¿Sonreís? ¿Plantás sin cosechar?
¿Cocinás? ¿Suspirás
todavía?
Muñequitas rusas, imbricadas
Colorinche hueco
pero sordo
Vivir no es nuevo
Morir tampoco
Estas son las mañanitas
Pero ¿dónde el rey David?
Luisa Futoransky (Paris/Francia)
PÁGINA 16 – Artículo ensayístico
Andre Malraux: El supremo hacedor de la cultura
Por Irma Bignon (Santa Fe/Santa Fe/Argentina)
A 30 años de su muerte
1976-2006
Es un joven de 18 años cuando hace un anuncio perentorio: “Yo esculpiré mi propia estatua”.
Dotado de una gran sensibilidad, André Malraux es permeable a la mayor parte de las posturas ideológicas, estéticas y culturales del siglo XX.
A 30 años de su muerte, la actividad cultural y editorial de Paris se supone intensa. “Se entra en la vida de un muerto como en un molino”, decía Sartre.
No tiene aún 20 años cuando es director literario de las Ediciones Sagittaire. Ese mismo año 1921, publica su primer libro “Lunes en papel”, texto de inspiración surrealista, dedicado a Max Jacob, ilustrado por Fernand Léger. Ya por entonces Gaston Gallimard, Jean Paulhan, Marcel Arland, Blaise Cendrars y otros literatos advierten el talento prometedor que hay en él.
Frecuenta como aficionado las clases de Lenguas Orientales. Su entusiasmo lo hace viajar a Indochina, a fin de participar en la lucha anticolonialista. Publica sus primeros artículos políticos, y a su regreso a Paris, escribe “La tentación de Occidente”, diálogo entre dos intelectuales: uno chino, el otro francés.
Enseguida de los éxitos de “Los conquistadores” y de “La vía real” (Premio Interallié), sobreviene el triunfo de “La condición humana”, que recibe el Premio Goncourt.
Malraux es el precursor y el maestro de una literatura de conflicto para un tiempo apocalíptico.
El nacimiento de los frentes populares en Francia y España ofrece una salida a su prodigiosa energía. Juega un rol innegable en las operaciones militares españolas cuando el ejército de la república se ve amenazado por la rebelión franquista. Organiza por entonces, su escuadrilla de aviones - asombroso episodio en un tiempo en que la aventura política era aun posible-, demostrando su entereza, su valor, su fraternidad, y escribe “La esperanza”, donde denuncia los abusos del fascismo español.
La guerra mundial estalla 1939. Se incorpora a la aviación y en marzo es movilizado. Pero el gobierno de Vichy lo descorazona. No cree de inmediato en lo que habrá de llamarse “la resistencia”, ni en la ilusión lírica de la clandestinidad. Prefiere dedicarse a su obra. Trabaja en el primer tomo de “La psicología del arte”, y en una novela, “La lucha con el ángel”, que aparece publicada recién en 1943 en Suiza.
Su colaboración con la Resistencia llega al fin en abril de 1944. Con el nombre de Coronel Berger, se convierte en maquis del Périgord y los servicios secretos de Londres.
En realidad, la guerra contra Hitler la empieza él antes que nadie, cuando en 1935 publica el “El tiempo del desprecio”, donde denuncia el totalitarismo nazi. Nunca abandona su posición antifascista. Nunca se equivoca de enemigo.
En 1946, se une al degaullismo, un culto que practica hasta su muerte. Su admiración por uno de los gigantes de su época es comprensible. Es éste el preludio de una amistad indefectible y de una gran aventura ministerial.
El general de Gaulle lo nombra Ministro de Cultura, cargo que ocupa durante diez años. Su ministerio se impone de tal manera, que influye en la política cultural de la UNESCO pues, gracias a él, la cultura se desprende, por fin, de un medio estrecho, para llegar a ser hoy una realidad social. Malraux es el hombre de las grandes ideas. Inaugura una serie ininterrumpida de exposiciones de arte internacional. Ordena la restauración de todos los monumentos de Paris. Crea las Casas de la Cultura, proyecto ambicioso que no sólo abarca un tramo grande de la ciudad, sino también de sus alrededores.
Y, como no quiere estar ausente de su propia historia, de 1967 a 1972 trabaja en las “Antimemorias”, obra esencial para comprenderlo y entender su tiempo. Y más aún: nos atrevemos a decir que este libro es una antología de toda la prosa francesa en su diversidad. En su prefacio aclara: “El hombre que ustedes encontrarán aquí, es el que se hace las mismas preguntas que la muerte formula a la significación del mundo”. El relato y el acontecimiento son casi simultáneos, como lo son sus reflexiones.
Amante del arte, frecuenta asiduamente los museos. ¿Es verdaderamente conocedor del tema? Lo suficiente para que su “lectura” y su acercamiento impresione a los jóvenes Georges Duby y Michel Laclotte, este último director por entonces del Departamento de Pintura del Museo del Louvre.
Haciendo un paréntesis en la novela, sus magníficos ensayos son una realización, más que una metamorfosis. El arte, ese “anti-destino” como él lo llamaba, aparece ante sus ojos como una victoria posible del hombre sobre el tiempo y la muerte. “El arte griego - ese cuestionamiento constante del universo - ocupa el primer rango en nuestros museos - escribe en `el museo imaginario´. Los filósofos que enseñaban a vivir y los dioses que se engrandecían en sus estatuas, fueron modificando el sentido del arte”.
Luego de los frecuentados encuentros con Picasso, dice un día su editor: “Por fin, ya sé lo que pienso del arte moderno”. Y comienza a trabajar en un ensayo sobre el pintor, que escribe de un tirón, en muy pocos meses, y que titula la “Cabeza de obsidiana”.
André Malraux se retira de la política activa al mismo tiempo que el general de Gaulle, en 1969.
Charles de Gaulle adjudica a su ministro de cultura la imagen de gran “shaman” (1) del degaullismo. “A mi derecha tengo y tendré siempre a André Malraux - escribe en “Las memorias de esperanza” que publica en 1970. La presencia a mi lado de este amigo genial - continúa-, devoto de los grandes destinos, me da la impresión de que por allí, estoy a salvo del prosaísmo. Sé que en el debate, cuando el asunto es grave, su juicio brillante me ayudará a disipar las sombras”.
A su vez, Malraux publica el relato de sus últimos encuentros con de Gaulle en “Los robles que derriban” (2) en 1971. La grave enfermedad que lo aqueja un año después, le inspira “Lázaro”, donde retoma un tema que lo obsesiona: el diálogo con la muerte, el retorno a la vida.
Sus dos obras, “Los conquistadores” y “La condición humana” lo consagran como gran especialista en China. El general de Gaulle consolida esta reputación cuando lo envía a Pekín para encontrarse con Mao Tse-Tung y En-Lai. Más tarde, en 1972, el presidente Nixon, de los Estados Unidos de Norte-América, antes de emprender su viaje histórico, se muestra muy interesado en recibir de Malraux sus consejos en cuanto a la forma de abordar a los dirigentes chinos.
En octubre de 1976, el manuscrito “El hombre precario y la literatura” entra en prensa en la editorial Gallimard. Tiene el tiempo justo de completar su febril actividad de hombre de letras, terminando su obra final. “He dicho todo lo que tenía que decir”, confiesa. Y todo lo que tenía que decir al mundo lo dejó por escrito. A causa de una congestión pulmonar, muere un mes después en el hospital de Créteil, el 23 de noviembre de 1976.
Aventurero, revolucionario militante, novelista y ensayista, ministro, crítico de arte, su personalidad es deslumbrante. No deja nada por hacer. Aprendiendo sin maestros, reconstruye la historia del hombre, reflexiona sobre la vida y la muerte, aplica su asombrosa inteligencia a los acontecimientos del momento.
Su dominio intelectual y artístico es inquebrantable; la relación permanente entre su vida y su obra, es su única doctrina. Una admiración sin sombras ni ambigüedades cubre la trayectoria de André Malraux.
Nada más justifica que la frase de Kafka que dice: “No se llega a ser alguien sino después de su muerte, por el juicio de sus contemporáneos”.
(1) Sacerdote - hechicero de las civilizaciones de Asia Central, adivino y terapeuta a la vez.
(2) “¿Ah! Qué ruido feroz hacen en el crepúsculo
los robles que derriban para la hoguera de Hércules.”
“A Théophile Gautier” Victor Hugo
Todos los textos, fotografías o ilustraciones que integran el presente número son Copyright de sus respectivos propietarios, como así también, responsabilidad de los mismos las opiniones contenidas en los artículos firmados. Gaceta Literaria solamente procede a reproducirlos atento a su gestión como agente cultural interesado en valorar, difundir y promover las creaciones artísticas de sus contemporáneos.
Homenaje a la dibujante Nanzi Vallejo (Santa Fe/Argentina)
Obra: Paisaje imaginario 12 – Grafito 0,37 x 0,23 m – 1989 – Colección Particular, Texas, U.S.A
PÁGINA EDITORIAL
De premios y castigos.
Quienes habitamos una realidad social, histórica y cultural donde las editoriales se han visto obligadas a ostentar la ignominia de sus indiscretas bancarrotas -arrasadas, engullidas, inmoladas en aras de los famosos meganombres que monopolizaron la actividad durante la década neoliberal y que las fue transformando en mal enmascarados talleres gráficos sobremuriendo desde la deprimente vergüenza de vender al mejor postor sus más caros principios fundacionales-, testimoniamos que quienes tienen acceso a la publicación son aquellos autores cuyo poder adquisitivo los sitúa en una situación de privilegio, una situación que les permite, financieramente, hacerse cargo de los gastos.
Circunstancia que no garantiza la calidad intelectual del producto ni el valor cultural del mensaje pero que, además, ni siquiera asegura una adecuada difusión de la obra. Porque cuando los países adolecen de patologías sociales, cuando campea la ausencia de normas, cuando cada uno de sus ciudadanos hace lo que quiere, ningún gerente se siente obligado a respetar las letras que fueron suscriptas en contratos de índole privada. Entonces, una vez que la empresa ha cobrado el importe correspondiente a la impresión de la tirada ya no existe interés alguno en difundir o distribuir la obra editada y nadie se hace responsable por la consumación de la estafa.
Sabemos que el arte siempre es juego entre el testimonio y la magia, entre una constatación y una revelación, que siempre ha sido un fruto de la relación del artista con lo circundante, con su tiempo, con su lugar, un testimonio de esa relación y el fruto de esta relación [1]. De allí que, ante estos enlaces tan poco propicios, nos aferremos a los premios literarios como estímulo a nuestro desvalido quehacer, pero, también como promesa de acceso a la publicación. Y ello es así porque, cuando los premios son creados por motivos de política cultural y sin ánimo de lucro, generalmente logran incorporar mecanismos de deliberación nada tendenciosos y el jurado puede actuar con plena libertad e independencia, haciéndose cargo, en cierta forma, de un patrocinio que desvanece parcialmente la orfandad, el anonimato y el secreto que rodean a las obras inaugurales, ayudando a dar a luz ediciones modestas y semiclandestinas en el cumplimiento de una función tutelar que hace posible, siquiera a unos pocos, el acceso a su lectura.
Como escribir es un trabajo muy neurótico, estás siempre rodeando una especie de agujero, que es la nada, el sin sentido absoluto de lo que haces, y nunca llegas a tener la confirmación plena de que lo que haces sirve para algo [2], los premios literarios sirven, en los comienzos, como aliciente, como amable lisonja, como afectuosa palmadita en la espalda que impulsa a perseverar en la búsqueda de ese lenguaje común capaz de hermanarnos y, más adelante, como recompensa, como reconocimiento a toda una vida dedicada a la escritura. Momento clave en que el descubrimiento nos da alcance y entendemos que escribir nunca fue una manera de ganarnos la vida sino la única forma válida de no morir. Si así lo entendiéramos no caeríamos en la trampa de andar peregrinando por los caminos de la incertidumbre sometiendo cada creación literaria a periódicas evaluaciones. Y solamente participaríamos cuando las mismas presenten reglas de juego claras, persuadidos de que sirven para algo más que para satisfacer nuestro ego, convencidos de la transparencia de su organización y confiados en la ecuanimidad de los jurados.
Por ello, la gran mayoría de los que elegimos exiliarnos de la prepotencia, el cinismo y la megalomanía de quienes se reparten cíclicamente los galardones con que suelen premiarse mediocridades y modas, los marginados de los círculos literarios oficiales, renegamos de los premios comerciales, de los premios editoriales y preferimos aquellos otros que, desde una atmósfera más proba y más discreta promueven instituciones cuya integridad no presenta fisuras.
Instituciones que han asumido el compromiso de crear espacios válidos de divulgación del hacer literario de tantos hombres y mujeres que permanecieron fieles a sus sueños mientras la sociedad de principios de siglo los agobiaba con una desvalorización vergonzosa y un inconsistente relativismo. Los que se negaron a aceptar la competencia como contienda, la soledad y el aislamiento como ejercicio del poder, la desilusión como horizonte. Personas comunes que decidieron dar un sí definitivo a la solidaridad, al compromiso, a la participación, a la responsabilidad.
De todos modos, es probable que los premios literarios sean sólo un invento de algún irónico demiurgo capaz de regodearse en la paciencia con que el tiempo derrota todo resto de arrogancia o, mejor todavía, no sean nada más que una colina desde donde avizorar, avergonzados, nuestros desnudos y mezquinos horizontes preguntándonos acerca de esta absurda necesidad de ser reconocidos.
[1] Felipe Noé – Antiestética
[2] Rosa Montero – Los premios literarios
PÁGINA 2 – POETAS SANTAFESINOS
Dime
Dime
sólo dime si queda algo de mí
que no detestes
que no te aburra hasta el asqueo,
explícame que foto del pasado
queda visible,
el puro blanco es la pálida nada
primero has perdido la cabeza
después el amor a las virtudes,
que ahora detectas como inútiles defectos,
así que recuerda y dime
si queda algo de mí que no detestes.
Lisandro Romero (Rosario/Santa Fe/Argentina)
Es abril
Vuelve a oírse en la tierra un dejo agónico:
Es abril, y en los arces amarillos
ha empezado a envolvernos el otoño
con la ceniza del fervor herido.
En la calma que tiene sol a fondo
aguarda el ansia de la estrella.
Por el camino de oro
es abril y la tarde en mí regresa.
Es abril en el alma, abril en torno,
abril en las caricias.
Un presagio recóndito
sitia la casa del ayer, vacía.
A la vera del húmedo camino
es abril, y los arces, amarillos…
Fortunato Nari (Rafaela/Santa Fe/Argentina)
Por una sola vez.
La poesía no está en primera plana,
casi nunca es noticia
porque
claro
no estalla,
no malnutre,
no agoniza en urgentes hospitales
ni lucra con los órganos de nadie,
no amanece sangrando,
no asesina,
no se roba un millón,
no se postula
a la vice vergüenza,
no protesta
cuando un golpe de pan exasperado
nos conmueve las vísceras.
La poesía no está en ninguna tapa
porque no tiene senos como nardos
ni se pone vestidos espantosos
(pero eso sí: carísimos)
y desde luego nunca estuvo en Bosnia
viendo caer la tarde
pero muerta
sobre un lecho de uñas como esquirlas.
Tampoco se parece a los ministros
ni a los embajadores del ocaso,
no vende sueños,
no regala nada,
no está bajo sospecha,
no compra su albedrío,
no le arranca la venda a la justicia.
Pero sería hermoso abrir el diario
y enterarse de que
en alguna parte
ha hecho impacto el misil de una metáfora
conmocionando el talle de la inercia;
sería todo un vínculo
que nos matara un golpe de elegía;
escuchar en la radio que el gobierno
de un país sin cesuras militares
invade a su vecino poco clásico
con acentos internos,
sinalefas de salva,
con el vuelo rasante de una lira.
Sería, digo, todo un precedente
asustar con una oda,
con el ojo parcial de alguna elipsis,
con la nariz de un verso
a los cronistas,
que marcharan de a ocho los soldados
a paso de romance
por calles de papel, con una endecha
y un ex libris de viento por insignia.
Sería todo un cambio de estrategia
llorar con veinte lágrimas pareadas,
estornudar un juicio consonante
sobre el arte mayor de tus caderas
y que a nadie le importe
lo que diga la crítica,
y ver a los campeones de la usura
por una sola vez
(y por ejemplo)
por una sola vez
contando sílabas
Ariel Giacardi (Santa Fe/Argentina)
De vivir
Desde aquel tiempo de malvones,
atravesado de soles inocentes,
hasta esta confabulación
de ocasos en presente,
se abrió paso la vida
moviéndose en humana geografía.
Aquí, donde las huellas pesan
y a menudo los dioses
no llegan a recordarnos
por estar tan lejos.
Decido no pensar, ni comparar:
a pesar de mí, las imágenes llegan
y el recuerdo enrojece como
enrojecen bajo el sol las uvas maduras.
Mi infancia exime de culpas
las mariposas muertas que aún
alcanzan a rozarme con total pureza.
Con ellas… dejarme ir con ellas
por la eventual libertad de las palabras
completando el ritual de mi Mandala.
Mientras el capullo del verso brotaba
se abrió paso la vida.
Y de vivir, nadie sale ileso.
Ella nos lleva consigo
como un sol que amanece , y luego,
uno ve su luz
bajando sobre las paredes.
Para salvarse , quizás no haya
otra cosa más que el verso ,
y su mudable condición de fuego.
Miryam Colombotto de Seia (Gálvez/Santa Fe/Argentina)
Voces -
I
Solamente por lo que anida
la aventura de posar los pies
en el amanecer
vale la pena
hospedar la noche.
Silvia Schönhals (Santa Fe/Argentina)
PÁGINA 3 – Narrativa
Taxi-Momia
Por Eric Courthés (Mayotte/Francia)
Iker ahora recordaba, extraño encuentro y rara coincidencia otra vez, a un viejo taxista de Asunción, capital del lejano y mítico Paraguay, a donde solía viajar, como investigador y escritor de los domingos y días feriados….
Vino a buscarlos en la entrada del Manduará, por una noche oscura, para bajar hasta la Vieja Estación de la Plaza Uruguaya…
El vehículo era tan antiquísimo como el chófer y parecía levitar tranquilo, libre de gravedad, en un espacio y tiempo dignos de Amoité…
Literalmente se deslizaba por los rieles del tranvía y bifurcó hacia Mariscal Estigarribia…
Taxi-Momia era muy chiquitito, otro chófer que lo cruzara no habría visto sino una gorra, manejando con destreza un antiguo Ford Falcon, de tan triste notoriedad…
Uno tiene que decir además que el Abuelo Ezequiel, así podemos llamarlo, no pronunció ni una sola palabra durante todo el recorrido, en mi asiento estaba congelado por esa irrupción de la Muerte y su extraño cortejo, impregnado de banalidad…
Desde luego no le confesé nada a mi esposa, otra vez habría pensado en mandarme al manicomio, donde el Doctor Mafiel, Fiel de Fechos, me estaría esperando con una jeringa enorme y una mirada sádica en los ojos…
Al cabo de diez minutos de extraña eternidad, Ezequiel Caro nos dejó en el Lido bar, donde disfrutamos con todo de una sopa de surubí, satisfecho en lo que me atañe, por haber reintegrado la Vida…
PÁGINA 4 – Narrativa
No soy Jack
Por Darío Schvetz (Corrientes/Argentina)
Con un trapo húmedo, Antonio intentaba arreglar el despelote que había armado en la cocina. Hablándole a las paredes, gritaba “por qué mierda tiene que dejar el aceite siempre al borde de la alacena”. Continuaba agachado limpiando el piso “no soy Jack, la puta madre, no soy Jack”.
Jack lo miraba desde el periódico, con una sonrisa inmortal. No es agradable o estimulante limpiar manchas de aceite. Uno pasa diez veces el trapo y todo sigue mugriento. Antonio había terminado de leer el artículo hacía unos minutos. Mientras intentaba condimentar su ensalada, para acompañar su pedazo de pollo magro, a la plancha y sin sal. Tenía la costumbre de leer durante las comidas y ello le ocasionaba más de una indigestión. “Esto es una mugre total”, dijo, siempre conversando con las paredes. Tomó su frasquito de pastillas y eligió dos. Una de color rojo para la hipertensión arterial y otra blanca para los dolores del cuello. Pensó “este hijo de puta, tiene diez años menos que yo y se monta pendejas de treinta años”.
Jack seguía impecable mirándolo desde la gigantesca foto del periódico.
La página siguiente se dividía en dos partes. En una, se veía a Jack con dos hermosas mujeres y el periodista había escrito:”Jack las prefiere jovencitas”. En la otra, que se titulaba “La danza de los millones”, el periodista comentaba sobre el fanatismo del actor por el equipo de básquet “Los Ángeles Lakers” y la imposición de no comprometerlo para sus rodajes en fechas y horarios de juego. También se señalaba en sus contratos que solo trabajaría cinco días a la semana y que si se excedían en los horarios, se le debería pagar el triple. “Jack- escribió el periodista- pide lo que quiere. Cobra 20 millones por filme y ahora con su última película exigió un porcentaje de las ganancias, ya embolsó más de 60 millones”.
Antonio tragó un pedazo del pollo, que ya estaba frío y le perforó el estómago. Se levantó de la mesa y en su pieza buscó su billetera. Estaba repleta con tarjetas que señalaban las direcciones sus clientes, una arrugada e insignificante foto en blanco y negro de su padre fallecido y otra de igual tamaño de una hija ausente. Contó el dinero. Alcanzaría hasta el próximo fin de semana. “Tengo que pedir un adelanto”, pensó.
Se acercó al espejo del baño y en vez de ver su rostro demacrado, se le apareció la imagen de Pamela. Calculó el tiempo que no veía a su hija y el de la última discusión. Habían pasado más de dos años. Tuvo un deseo, mirar sus ojos y acariciar su pelo. Lo hacía siempre cuando la buscaba al salir del colegio. Pero se dio cuenta que su relación no tenía retorno. No la vería más. Sintió un cosquilleo en las piernas y un raro dolor en la espalda.
Se acostó, cerró los ojos y pensó “tal vez, llega el final”. Sintió el timbre, que sonó varias veces. Reconoció la voz de su empleada doméstica. Abrió la puerta y sin explicaciones le gritó “No dejes más el aceite al borde de la mesada, entendiste, porque yo ¡ No soy Jack, la puta madre, no soy Jack!
PÁGINA 5 – RAÚL GONZÁLEZ TUÑÓN – 1905 / 1974 (Buenos Aires / Argentina)
Prohibido celebrar el Primero de Mayo
En la profunda soledad de las fábricas grises
En la oscura herramienta silenciosa
En los quietos arados pensativos
En las minas que guardan el secreto del tiempo
En los puertos que esperan con las naves calladas
En los hangares pálidos y el petróleo cautivo
En el olor a bosque derramado de los aserraderos musicales
En la estación que invaden las libres mariposas
En el bostezo de las frías oficinas
En el libro cerrado sobre la mesa familiar
En la lámpara sola que alumbró la vigilia
En los niños que sueñan con las islas distantes
En el canto que cantan los arrieros y el grillo
En la lluvia que hace nacer las azucenas
En el aire en el fuego en el agua en la tierra
Nosotros nos hacemos presentes con el día.
Nosotros los proscriptos miramos allá lejos
Donde la primavera perdida está esperando
El caballo muerto
Medianoche. Sobre las piedras
de la calzada, hay un caballo muerto.
Aún faltan cinco horas
para que venga el carro de "La Única"
ÿ se lo lleve. Ese caballo viejo,
hedoroso de sangre coagulada,
ese pobre vencido, fue un obrero.
Un hermano del pájaro. Un hermano del perro.
Fue el hermano caballo, que anduvo bajo el sol,
que anduvo bajo el agua, que anduvo entre los vientos,
tirando de los carros,
con los ojos cubiertos.
Fue el hermano caballo. Ninguno irá a su entierro.
Eche veinte centavos en la ranura
A pesar de la sala sucia y oscura
de gentes y de lámparas luminosa
si quiere ver la vida color de rosa
eche veinte centavos en la ranura.
Y no ponga los ojos en esa hermosa
que frunce de promesas la boca impura.
Eche veinte centavos en la ranura
si quiere ver la vida color de rosa.
El dolor mata, amigo, la vida es dura,
eche veinte centavos en la ranura
si quiere ver la vida color de rosa.
[…]
Y no se inmute, amigo, la vida es dura,
con la filosofía poco se goza.
Eche veinte centavos en la ranura
si quiere ver la vida color de rosa.
La luna con gatillo
Es preciso que nos entendamos.
Yo hablo de algo seguro y de algo posible.
Seguro es que todos coman
y vivan dignamente
y es posible saber algún día
muchas cosas que hoy ignoramos.
Entonces, es necesario que esto cambie.
El carpintero ha hecho esta mesa
verdaderamente perfecta
donde se inclina la niña dorada
y el celeste padre rezonga.
Un ebanista, un albañil,
un herrero, un zapatero,
también saben lo suyo.
El minero baja a la mina,
al fondo de la estrella muerta.
El campesino siembra y siega
la estrella ya resucitada.
Todo sería maravilloso
si cada cual viviera dignamente.
Un poema no es una mesa,
ni un pan,
ni un muro,
ni una silla,
ni una bota.
Con una mesa,
con un pan,
con un muro,
con una silla,
con una bota,
no se puede cambiar el mundo.
Con una carabina,
con un libro,
eso es posible.
¿Comprendéis por qué
el poeta y el soldado
pueden ser una misma cosa?
He marchado detrás de los obreros lúcidos
y no me arrepiento.
Ellos saben lo que quieren
y yo quiero lo que ellos quieren:
la libertad, bien entendida.
El poeta es siempre poeta
pero es bueno que al fin comprenda
de una manera alegre y terrible
cuánto mejor sería para todos
que esto cambiara.
Yo los seguí
y ellos me siguieron.
¡Ahí está la cosa!
Cuando haya que lanzar la pólvora
el hombre lanzará la pólvora.
Cuando haya que lanzar el libro
el hombre lanzará el libro.
De la unión de la pólvora y el libro
puede brotar la rosa más pura.
Digo al pequeño cura
y al ateo de rebotica
y al ensayista,
al neutral,
al solemne
y al frívolo,
al notario y a la corista,
al buen enterrador,
al silencioso vecino del tercero,
a mi amiga que toca el acordeón:
-Mirad la mosca aplastada
bajo la campana de vidrio.
No quiero ser la mosca aplastada.
Tampoco tengo nada que ver con el mono.
No quiero ser abeja.
No quiero ser únicamente cigarra.
Tampoco tengo nada que ver con el mono.
Yo soy un hombre o quiero ser un verdadero hombre
y no quiero ser, jamás,
una mosca aplastada bajo la campana de vidrio.
Ni colmena, ni hormiguero,
no comparéis a los hombres
nada más que con los hombres.
Dadle al hombre todo lo que necesite.
Las pesas para pesar,
las medidas para medir,
el pan ganado altivamente,
la flor del aire,
el dolor auténtico,
la alegría sin una mancha.
Tengo derecho al vino,
al aceite, al Museo,
a la Enciclopedia Británica,
a un lugar en el ómnibus,
a un parque abandonado,
a un muelle,
a una azucena,
a salir,
a quedarme,
a bailar sobre la piel
del Último Hombre Antiguo,
con mi esqueleto nuevo,
cubierto con piel nueva
de hombre flamante.
No puedo cruzarme de brazos
e interrogar ahora al vacío.
Me rodean la indignidad
y el desprecio;
me amenazan la cárcel y el hambre.
¡No me dejaré sobornar!
No. No se puede ser libre enteramente
ni estrictamente digno ahora
cuando el chacal está a la puerta
esperando
que nuestra carne caiga, podrida.
Subiré al cielo,
le pondré gatillo a la luna
y desde arriba fusilaré al mundo,
suavemente,
para que esto cambie de una vez.
El poeta murió al amanecer
Sin un céntimo, tal como vino al mundo,
murió al fin, en la plaza, frente a la inquieta feria.
Velaron el cadáver del dulce vagabundo
dos musas, las esperanza y la miseria.
Fue un poeta completo de su vida y de su obra.
Escribió versos casi celestes, casi mágicos,
de invención verdadera,
y como hombre de su tiempo que era,
también ardientes cantos y poemas civiles
de esquinas y banderas.
Algunos, los más viejos, lo negaron de entrada.
Algunos, los más jóvenes, lo negaron después.
Hoy irán a su entierro cuatro buenos amigos,
los parroquianos del café,
los artistas del circo ambulante,
unos cuantos obreros,
un antiguo editor,
una hermosa mujer,
y mañana, mañana,
florecerá la tierra que caiga sobre él.
Deja muy pocas cosas, libros, un Heine, un Whitman,
un Quevedo, un Darío, un Rimbaud, un Baudelaire,
un Schiller, un Bertrand, un Bécquer, un Machado,
versos de un ser querido que se fue antes que él,
muchas cuentas impagas, un mapa, una veleta
y una antigua fragata dentro de una botella.
Los que le vieron dicen que murió como un niño.
Para él fue la muerte como el último asombro.
Tenía una estrella muerta sobre el pecho vencido,
y un pájaro en el hombro.
PÁGINA 6 - Artículo ensayístico
Hyde y las bestias
Por Estanislao Giménez Corte (Santa Fe/Santa Fe/Argentina)
"La gente no soporta estar consigo misma"
Héctor Tizón (*)
I
En sus zambullidas al mundo irreal de la inmateria, Hyde suele soñar consigo mismo. Esos desvaríos repiten con porfiada insistencia una misma imagen que se diluye sólo por cansancio o absurdo: allí, cuando no es él (o cuando es él más allá de lo que puede controlar), Hyde es simpático, amable, fiel, correcto, cálido.
Luego, lentamente, se despoja de la anestesia del ensueño y vuelve con tranquilidad a su yo: entonces se reconoce como antisocial, malhumorado, infiel, borracho, pendenciero. La adjetivación, que podrá ser hiriente, reconoce una virtud. Hyde sabe lo que es: un animal que no se acomoda al entorno y se muestra tal cual es; un animal que rechaza esa perfección imaginaria. Hyde piensa, con lógica, que él es el más honesto de los tres; piensa, también, que en sus sueños, como en un espejo traicionero, él es lo que los otros quisieran que sea, pero no lo que en verdad es. Él, sencillamente, asume su condición de bárbaro, y paga el precio de una vida de reclusión y soledad. Se ve como una víctima; una víctima de brutal honestidad; una víctima de los otros.
II
En sus delirios más afiebrados o en sus más brutales borracheras, H. cree que es libre: ya no dialoga sin ganas; no hace el amor con una mujer que no le gusta; no trabaja en oficinas de espantosa rutina; no sirve gentilmente la carne en las fiestas; no paga los impuestos. Imagina, H., que vive solo fuera del "infierno de los otros" y que no encarcela al animal. Fantasea que, ebrio de libertad, no esconde ni calla y deja que crezca ése, el otro, el que desea fervientemente a la vecina; el que se gastaría la vida en una noche; el que quiere madrugar en vela y perder la cordura al menos por un rato; el que quiere huir; el que tiene terror pero no puede manifestarlo; el que está harto de su vida y su gente; el que está cansado de su propio ser, el que quiere recuperar sus licencias; el que mitifica el pasado.
III
En las noches, todavía hoy, puedo escuchar las voces de los otros, de Hyde, de H. -dice el Dr. a su analista-. Esa voz me provoca, arenga, desafía. Me dice cosas como éstas: "¿Sos capaz de sacarte las ropas y las máscaras, abandonar los tics y gestos con los que otros te identifican, olvidarte de los códigos que compartís por comodidad o abulia, volver atrás, renunciar, soltarte del brazo de la tranquilidad, la conformidad y el aburrimiento, y entonces, en el silencio hermoso y terrible de tu casa, frente al espejo (a lo que sos y a lo que odiás de vos), desnudo de distracciones y miradas, vaciarte de artificios estúpidos y dejar que fluya lo que te queda de instinto?".
IV
En las mañanas, acallados los demonios, quedan las consecuencias de la colisión y las víctimas: el pudor, el cansancio, la sinrazón, la culpa y, sobre todo, la verdad. Entonces, H. reprime a Hyde. Y el Dr. somete a H. Y el analista controla al Dr., que sale a la vereda, saluda animadamente a sus vecinos y recoge el periódico antes de ir a trabajar.
* Clarín (2004)
PÁGINA 7 – POETAS ARGENTINOS
Receta para escribir un poema o Utilísima I
Toma un bol
de barro
o de madera
de tamaño mediano
para que las odas no arremetan
soba
acaricia
frota
hasta que tus manos enrojezcan
sella los poros
los resumideros
así el miedo no arme
un ballet de cuerpos de fantasmas
por aparte
en placa convencional
enmantecada
ordena tres docenas de sarracenos desmontados
acarreando sus caballos de piedra bajo la luna
espolvoréa esa masa con herraduras doradas
con toques de canela
así el vino tiña tus labios
y arríe una nube
acomodándola por dentro
toma tu aliento
tus carnes
las croquetas insondables de tu infancia
los mares envenenados
entierra tus pulgares
el resto de tus dedos
descifra ese relleno
recorre tu camino hacia Pink Floyd
con el índice hundido en El Peloponeso
si el temor
si la soledad
te atacan con máscaras venecianas
mezcla suavemente
hasta que vuelva algún amigo
como Mauricio
recorre con él a Cortazar
por las calles apretujuelas de México D.F.
consigue una pasta lisa
que funda los grumos del desasosiego
y su recaída final
deja descansar en lugar oscuro
si te cansas
si desfalleces
prepárate un gazpacho
agrégale una palta (receta america¬na)
piensa en tus hijos
en sus dientes de leche
inícialos en las señales viales
recoge los peines y las cáscaras
regadas a tu paso
bebe tu gazpacho
si se corta
apoya el bol en tupido hielo
toma el rastro de la humedad
de una cofia de baño
bate fuerte
hasta que conseguir
una tormenta en El Cairo.
Maisi Colombo (Tucumán/Argentina)
Leones de la cama
Qué culpa tengo yo de no ser un hombre camaleón
Si no me da gusto mimetizarme entre los otros
Me place sobresalir
distinguirme con mi risa
mi corazón
tal vez mis versos
Acaso merezco una condena
por confesar la noche en sus dialectos
distanciarme sí de esos tipos
es un mérito en sí mismo
Si no usan anteojos después de los 40
En cambio admiro a los que sueñan
los que se van a la cama cada noche
y cada vez que se despiertan
creen que ya no van a renguear
que han dejado de ser ciegos
que tendrán amigos para siempre
Amigos con los que emborracharse
las noches de los tristes en el Abasto
Escribir con ellos en su libretita norte
que la vida es geométrica
matemática
directamente proporcional a nuestros defectos.
Las virtudes no cuentan las virtudes no
Laberintos del entorno
Confesiones dialécticas
El horóscopo no dice que lo que me va a pasar
me lo merezco
Por no ser camaleón
por no estar feliz de haberlo sido
Cómo me hubieras preferido
Igual a los otros
Ernesto Charpentier (Buenos Aires/Argentina)
El cuerpo en la palabra
Penetra en el cuerpo, la palabra,
desde la intemperie ancestral, desde la ausencia,
ella inscribe sus símbolos en la boca clausurada
sobre el cuerpo y sus agujeros,
inscribe su metáfora,
herida abierta en la grieta del cosmos.
Deja en la memoria su tatuaje de animal en celo,
su leche de verbo fundante,
su cuerpo como destino en el cuerpo del otro.
Murmullo, lamento, decir, callar.
Invocar voces.
Mientras alguien se enamora
de bellas acepciones
otras palabras hunden grotescos
en el centro del pecho, bien adentro.
Palabra como hambre,
negada en la lengua del otro,
el del vientre saciado,
el impune al dolor,
al ruido de tripas allá abajo.
Olga Lonardi (Entre Ríos/Argentina)
Réquiem de carnaval
Diríase de un pliegue
en el luto feroz de toda carcajada.
El peregrino lame un tigre de alabastro
como si fuera un cisne, una constelación,
mi copa de veneno noche arriba.
¿Quién te envuelve hasta despedazarte
si la luz quema desde las alabardas
y misteria el insomnio?
Mi hijastra (que es mi madre)
pudrirá su cuerpo en el diván de las ciegas.
¡Otro, otro carnaval
para engarzar con los buitres del olvido!
¿Hay carne debajo?
¡Barnizaste el rosario de dientes de perro!
Diamante de crucifixión,
no me preguntes por la fiebre.
La veladora escribe en mármol negro
lo que flota ya en las aguas:
la piel vampira que labraste.
Manuel Lozano (Buenos Aires/Argentina)
Hipertensión
Que no podías quitar los ojos
de la pantalla
que una y otra vez las imágenes
se repetían.
Se re-partían
y partían
que sin palabras
que la injusticia.
De pronto ya no están
¡basta!
No se habla más del tema.
Otros sucesos nos sacuden
y acuden sin que los llamen
mientras el viento. Y el desierto.
Y el niño con harapos.
Y la hambruna del mundo.
Qué hacer Señor de arriba
te preguntamos los de abajo,
por la selva tronchada,
por los ríos sin agua,
por el recuerdo de la largas lluvias…
¿Ud. tiene problemas?
-me preguntó boludamente el médico-
-no más que la otra gente…
Y comencé a comer sin sal.
Mas no logré sacarla de las lágrimas.
Rosita Escalada Salvo (Misiones/Argentina)
PÁGINA 8 – Narrativa
Escena última o la Metamorfosis de Narciso
Por Carolina Orlando (Luján/Buenos Aires/Argentina)
Escena I
Es la siesta, hora en que todos duermen menos Enrique. Tiene doce años. Está en escena jugando con autos de juguete. Por los vidrios de las ventanas entran rayos de sol fuerte. Esos rayos se pegan al piso de la sala, dando tonos anaranjados al lugar. Los muebles son escasos, pero grandes: una biblioteca que ocupa una pared, dos amplios sillones y una mesita baja. Una puerta corrediza que, abierta, conecta la sala con la cocina. Ahora está cerrada. La puerta que da a la calle tiene vidrios lánguidos y opacos. Hay una ventana de cada lado de la puerta. Hay varios cuadros en las paredes. Uno, particularmente, inquieta al niño. Es una reproducción del retrato de Suzanne Valadon, de Lautrec. De a ratos, lo espía. Ahora, por ejemplo, lo está haciendo, y arrastra, de todos modos, el autito rojo sobre la mesa baja recién lustrada.
Suenan dos timbres seguidos. Enrique va hacia la puerta. Adivina la silueta de su amigo. Abre. El amigo entra. No se saludan, no hace falta, el suceso es diario. Siempre, a las dos de la tarde, el amigo de Enrique toca dos veces el timbre y Enrique lo deja entrar. Conversan y, al cabo de esa charla, deciden apartar los autitos. Van hacia la biblioteca. Enrique mira, de reojo, el Lautrec. Saca, de todas formas, el libro negro. Caen algunas páginas al piso. El amigo de Enrique las junta y se las entrega a Enrique, que las intercala entre las tapas del libro. Lo golpea contra el piso para delimitar las hojas. Ahora sí lo abre con cuidado. El amigo quita una de las páginas. Tiene la foto de Dalí con dos flores incrustadas en el bigote. Cuando sea grande, quiero un bigote así, parecen decirse entre risas y muecas. Gira esa hoja y quita la que sigue. A esa, la acomoda en un rincón. Sobre ellos, colgado en la pared, hay un cucú que ya no canta. Enrique va hacia la mesita que está entre los sillones. Debajo hay una caja. La saca de su lugar. La abre. Elige unos muñecos.
La hoja del libro tiene la imagen de un cuadro de Dalí: Villa Bertran. Enrique y el amigo se reparten los muñecos. Los acomodan. Juegan una batalla con indiecitos y soldados. Les ponen voces, los mueven, reinventan el mundo de la guerra. Van cayendo los muertos. Los indios llegan a la casa. Liberan a la indiecita secuestrada por los soldados. La guerra acaba. Enrique guarda indios y soldados. El amigo coloca la imagen en el libro y elige otra. Ahora la escena tiene un barco y un marino y la novia del marino. Juegan ese otro juego. La luz de la ventana gira imperceptiblemente. Los niños no lo notan. Ellos viven el mundo que juegan hasta agotarlo. Hundido el barco, guardan la imagen. Enrique elige la siguiente. La observan juntos. Hablan entre sí. Enrique mira el Lautrec y decide ordenar los muñecos y los autos que habían quedado apartados debajo del sillón. El amigo mal acomoda el libro negro que dice Dalí en la tapa. Tiene, en una de sus manos, la última escena. Caminan hacia la puerta de calle. Enrique la abre y la luz del sol ciega la sala. Su amigo ya está afuera, esperándolo. Lo único que puede ver Enrique es la mirada de Valadon, y sale. Cierra la puerta. Otra vez, la luz de los rayos del sol se atenúa por la opacidad de los vidrios. La penumbra anaranjada invade la enorme sala.
Escena II
Esta escena ocurre en el río. Hay árboles bajos y pastos altos. Entre los pastos, hay un espacio angosto que lleva a la orilla. La tierra es húmeda. Enrique y su amigo andan por ese camino. Enrique rompe una de las ramas secas de un árbol. La quiebra en dos y le entrega una de las partes a su amigo. Ahora tienen armas. Examinan la tierra con la punta de la espada. Hurguetean entre los cascotes. Enrique encuentra una araña y la destruye. El amigo desarma un camino de hormigas mientras Enrique lastima lombrices.
Entran, en la escena, dos nenas. Les hablan. Conversan con Enrique. Firme, levanta la espada y señala el norte. Las nenas se alejan, llorando. El amigo observa todo. Está atrás. Encontró un sapo. Lo clava. Lo mata. Lo mutila. Lo tapa con pasto. Enrique se acerca a la orilla. Mira su cara reflejada en el río. Apoya el índice en el agua. La cara se deforma. Eso lo asusta. Espera. Los ojos vuelven, lenta y onduladamente, a su lugar. También los labios. Se quita el pantalón y los zapatos. El amigo le señala una parte oscura en el agua. Le dice algo pero Enrique no lo escucha porque se alejó de la orilla. Ya hundió sus piernas en el río. Los dedos de los pies se sumergen en una capa de tierra húmeda y musgosa. También sus manos se hunden. Mira la cara que se refleja con cierto estupor, o idiotez. Flexiona los codos y se acerca. La frente ya se ensucia de barro. También el pelo y los ojos, que no ven. Se impulsa con los brazos. El cuerpo, todo, entra. Desaparece. El amigo sigue señalando la zona oscura en el agua y observa la escena, desconcertado. Mira hacia atrás pero no hay nadie. No sabemos si eso lo tranquiliza o lo inquieta. Se asoma. Se mete en el río hasta los talones. No hay rastros de su amigo. No quiere ver la cara que le refleja el agua. Se arrodilla, apoya la frente en una de las piernas, sumerge las manos y encarna las uñas en el barro, para sostenerse. Llora. No mira a su alrededor. Una mano pálida emerge. Tiene hojas entre los dedos. Entre las hojas hay una flor blanca con su bulbo. El amigo no la ve. Sigue agachado y llora oculto. Para él, la mano con la flor no existe.
Escena III
La madre de Enrique le quita el polvo a los cuadros con un plumero. Le sonríe a Valadon. Parece orgullosa de su reproducción del Lautrec. No adivina la irónica sonrisa del retrato.
Nota que uno de los libros de la biblioteca no está en su lugar. Ella sabe que es el de Dalí. Empuja el lomo para emparejarlo. Ahora sí, parece pensar, porque sonríe satisfecha. Deja a un lado el plumero y mira la taza que dejó esperando sobre la mesa baja. La sala está casi en penumbras. Se sienta en el sillón para esperar a Enrique. Como todas las tardes, él volverá antes de que termine de bajar el sol. La madre observa la puerta de entrada. Por los vidrios no se adivina ninguna silueta. Con demasiada paz, se lleva la taza a la boca y sorbe el último trago de su primer té.
PÁGINA 9 – RESEÑA DE LIBROS
La palabra desnuda - “Obra poética (1953 / 2004)” - Rubén Vela – Editorial Vinciguerra – Argentina – 2005 - 579 páginas
Según Heidegger, entre todos los hombres, sólo el poeta cumple la función de celebrar las esencialidades del mundo, de transferir por la palabra, para los demás hombres la verdad de su entorno visto como mundo o universo y la verdad del ser hombre, visto como humanidad. (Arte y poesía 95-96). Por lo tanto, el poeta, en cualquier lugar geográfico, asume en sí a la humanidad y la actualiza en creaciones de belleza; su obra es la respuesta a la propia circunstancia espacial -recortada por la geografía nacional o universal- y la circunstancia temporal de su presente por el que detiene en cada poema el devenir histórico de su región, del país y del cosmos.
Rubén Vela, muestra una profunda y amorosa adhesión al ámbito circundante, lo que le permite fragmentarse en cada ser y en cada cosa, penetrarlos y dejarse penetrar por ellos hasta la consubstanciación. En su obra se desborda lo nacional y sus referencias abarcan otros puntos del continente, mostrando cómo la literatura abandona el localismo para ser expresión continental.
El sentimiento de lo telúrico ha sido objeto de especulaciones por numerosos ensayistas latinoamericanos que han sabido interpretar la influencia del telurismo en Latinoamérica. El paisaje modela al hombre y afecta no sólo su índole semántica sino también su psicología y sus condiciones socio-históricas.
Alvin K. Lukashok y Kevin Lynch afirman que intrínsecamente el hombre siente la necesidad de la naturaleza, la cual parece influir hoy, hasta cierto punto “moldear” la vida del hombre. (The subversive science 86). Asimismo el escritor Julio César López comenta:
La tierra no es sólo muda geografía o simple medio de vida, sino fuente de emociones, de vida afectiva y hasta de una cosmovisión. Desde esta vertiente la tierra incita la ensoñación, la imaginación, la visión estética de las cosas y alimenta la conciencia de permanencia en el tiempo de vida. La tierra es, pues, fraguadora de un destino: escultora de una trayectoria en el mundo. (López 11) Más adelante Julio César López afirma que “la potenciación de la tierra y el hombre como elemento estético, configura un orbe de ficción que universaliza la proyección humana del problema social. ( López 11)
Rubén Vela recorrió su América, la vio, la palpó, se llenó de ella, sintió entonces la necesidad de unirse con la tierra, consustanciarse con ella. El sentido americanista de su obra es precursora en su generación como búsqueda de su identidad. Vela vive su poesía en la que aprehende la realidad circundante. Sus poemas manifiestan esa realidad a través de su temática, imágenes e ideología: “‘Esto es América’, me decían, / mostrándome las altas cordilleras, …Sólo vi pies descalzos, / …vi desolación. Y, al borde, / las grandes ciudades opulentas, sólo / al borde…” (Maneras de luchar 79)
Como la literatura es un termómetro de la sensibilidad colectiva, las primeras manifestaciones de rebeldía contra el espíritu europeizante, los primeros movimientos del anhelo de diferenciación estética procedieron de los escritores. Pueden encontrarse en cada uno de los países del continente novelistas y poetas que han creado obras en las que palpita la vida de la entraña americana, con sus personajes típicos, con sus ansiedades peculiares.
El americanismo, esa tendencia a acentuar valores que consideran propios de lo geográfico, social y cultural de nuestro continente se esboza ya en el asombro de Cristóbal Colón y adquiere tácita vigencia en los cronistas de Indias. Generación tras generación, los escritores americanos han acudido al paisaje para crear el ambiente adecuado al tema a tratar para externalizar, a través de su contemplación, íntimos estados de ánimo de los protagonistas, y aun para conferirle el papel protagónico. Los ejemplos son numerosos. En todos ellos hay algo en común, la preocupación por una realidad concreta que debe ser modificada y que no pueden desconocer ni como ciudadanos ni como escritores. (Relectura de Rómulo Gallegos 109)
Vela expresa con dolor y firmeza:
Hoy por ti, mi pueblo americano. / Mi raza campesina. / Raza entera de hombres / con los pies en la tierra / y con tanto dolor / como cabe en el mundo. / Para hablar y respirar, / sólo por eso, / hoy por ti, América, mi pueblo!… (163)
Y dirigiéndose “a los hombres de este siglo”, imperativamente manifiesta su mensaje: “Contemplad la Palabra / Leedla / en los muros…” / donde se reclama “el pleno ejercicio del amor, / la libertad inmensa / Buscadla /…” en el “Pueblo…” “Ved la palabra / en ese niño hambriento…” que destroza “en llantos su futuro…” / inalcanzable. El poeta quiere ser escuchado; esta es “Su porfiada esperanza” para lograr la toma de conciencia de la situación imperante en su América. (277-278)
Para Rubén Vela el llamado de la tierra, la fuerza que de ella emana debía subir por su médula, hacerse carne en él y transmutarse luego en poesía. Es preciso hundir las raíces en las entrañas mismas del paisaje y rescatar de él, uno a uno seres y cosas como movidos por el asombro y el deslumbramiento. Siente que es preciso crear como al comienzo. Nombrando y dando vida. Despojándose de todo lo superfluo; penetrando en el ser íntimo de cada cosa evocada en el verbo.
Si por acaso / algún día / olvido la palabra, / si por acaso/ —digo— / la palabra me olvida / me volcaré a la tierra, / me llenaré las manos / con barro nutritivo, / con profundas memorias vegetales, / con raíces de pan. / Ya casi arcilla, / ya casi material para alfarero, / ya casi sangre nueva, / savia / que llega del centro de la tierra, / de la desnuda roca del origen. / Un hombre elemental / en agua, tierra y fuego convertido. / Y en el aire, el poema. (174-175)
La poesía de Vela es vital, original y embriagante. El connubio entre el hombre y la naturaleza, la naturaleza y las bestias, las bestias y el hombre todo está en las páginas de su obra. Sus poemas nos hacen viajeros de la geografía de América, extensa y variada pero siempre con tanto poderío como para empequeñecer al hombre, mimetizarlo o condicionar su estilo de vivir. Así el hombre del pueblo, el obrero, la mujer, el niño, son motivos fácilmente reconocibles en la realidad americana. Pero son motivos poéticos, con carne, tierra y alma hecha ritmos, de imágenes, de palabras, de sonidos.
Crecen las palabras sin su sentido más preciso. Es / necesario encontrar la clave del poema. / ¿Dónde está la belleza? (75)
Por eso la tierra, su América, lo llama como a su ser fundado por ella y le impone el mandato de dignificarla, de celebrarla en el testimonio de la palabra. América, con Rubén Vela, al transfigurarse estéticamente va revelando sus dimensiones más secretas, esas profundidades que no son privativas ya de un lugar y de un tiempo. Con sus poemas intenta interpretar poéticamente la realidad, afirmar sus auténticos valores nacionales y humanos, vaticinar una era de paz y progreso para América y dar una nueva concepción poética: no “vivir de la poesía” sino “vivir la poesía”, consustanciarse con ella, hacerla carne en su propia carne. Es por eso que sus poemas expresan sus vivencias propias, sus más íntimas experiencias, además de reflejar al hombre de América, la América de su tiempo.
Bella Jozef con acierto corrobora lo dicho anteriormente al sostener que Rubén Vela logró captar “toda la grandiosidad de América, en la que el paisaje se funde al hombre, tornándose la poesía independiente de la sumisión a aquella y a lo individual del poeta” y afirma que este poeta “incorporó la poesía argentina al ámbito americano, con poemas llenos de significación humana y social”. (Bella Jozef 392)
Rubén Vela reconoce su destino: su esqueleto sustantivo es la poesía, que es la que lo sostendrá y al mismo tiempo conducirá su vuelo:
…pájaro embriagado
que lanza su grito jubiloso
hacia la aurora. (67)
Vela ha hecho surgir de su trashumancia las imágenes de un mundo como totalidad, y a la inversa, de esa totalidad surge la visión del hombre, sólo enceguecido de inmortalidad. En esa cosmovisión es una sinécdoque el continente americano. Muchos lo han cantado buscando el “ser” americano, pero Vela es el único poeta que le ha cantado con amor raigal:
¡Miradla bien! / Una raíz. Un sueño. (82)
Y más adelante expresa:
Yo trabajo / sólo con mi corazón / para nombrarte, / América! (81)
Bastó que llegara al corazón físico, a la ríspida altura del continente, para contemplar desde allá, con palabras que arrastran inevitables trozos de sí mismo. La magia, el panteísmo, el paisaje y es con esas palabras que redescubre su fuerza simbólica y exaltadora:
No continente. / Isla su corazón / aún olvidado. (77)
Y no basta la palabra, Rubén Vela inventa metáforas para nombrar a América:
Esa música es la fiera que acecha; / esa ferocidad, el asombro mortal / de su belleza. (98)
Si tuviéramos que definir la poesía de Rubén Vela aludiendo a una sola de sus características fundamentales mencionaríamos su capacidad para hacer que el poema medite acerca de sí mismo:
Aparecen las fieras: palabras / Aparece la locura y su arco de luces girando sobre / palabras vivas. Es una flor que grita. Un dolor. La / falta de un perfume. (270)
Y, con voz grave, advierte:
Pero fijaos qué curioso: / sin el hombre / el poema / no es. (306)
Para Vela el amor es uno solo, con múltiples destinatarios, pero en todos ellos hay una carnadura, y un contacto:
¿Y qué mejor que este maíz florecido y carnal, esta / palabra de lejana memoria? / Baila, nombre nuevo y perfumado, que en la noche / te cubriré de amor. (99)
Y con seguridad afirma:
Esta es la piedra viva que fecunda los campos y las / mujeres. (109)
Amor caleidoscópico que se metamorfosea en:
La Gran Madre Callada. (111)
Y luego da la síntesis de todas las imágenes:
Méceme como si fueras mi madre. / Bésame como si fueras mi mujer. (118)
Retorna al “ser” del hombre, a su problemática metafísica, al tiempo y a la muerte:
Estos días / que se deslizan entre mis manos / y mi fuerza no basta / para amarrarlos. (195)
Los poemas de este poeta abarcador y abarcado por la gracia de recrear el mundo y de rescatar el “vuelo” y la “sed” del hombre son el reflejo de la América total y una protesta social a través de la palabra.
En la síntesis y brevedad de sus “Fragmentos americanos”, Vela evidencia su preocupación social y cito un poema compilador de la intuición total de la que surgió su libro Maneras de luchar:
Ella es América, un mutilado nombre, / un cuerpo llagado y su cansancio. / ¿Y qué te creías que era el Nuevo Mundo, / y qué te creías que era esta canción? / Pero nuestra fe es más grande. (113)
En este volumen VII de la Colección Estudios Hispánicos, presentamos el estudio de la obra lírica de Rubén Vela, el poeta de América, realizado por 14 ensayistas, quienes logran penetrar en las motivaciones de su obra: su dolorido y esperanzado amor a América, su preocupación social, su lucha en pro de la identidad del hombre y de su inspirada rebeldía.
Dra. Juana Alcira Arancibia (California/Estados Unidos)
PÁGINA 10 – POETAS OLVIDADOS: LERMO RAFAEL BALBI - 1931-1988 (Rafaela/Santa Fe/Argentina)
Regreso a Aráuz.
Tibia y leve, la balsámica ceniza de la tierra
se consagra. El regreso a destiempo me acusa
con alguna señal en el abandono de los huertos
y en los rastrojos que soportan como una sombra
de cemento bajo mi paso.
Alado sopor abate los ojos en el retorno
y cada visión me penetra
en ligeras esquirlas de muerte aleve
como las flores dedicadas a una lápida.
Sobre la cruz de la iglesia pájaros solitarios
anuncian el agua del otoño y abril tiene ya
su languor de atmósferas húmedas y calientes.
Desde las paredes carcomidas por el sol
y los líquenes nacen los trasgos
y una vertiente de espectros que aúllan
haciéndose ecos en las tuscas del monte.
Los animales, rozando la hierba que aún pervive,
dulcemente pacen
en muelles honduras de caminos abandonados.
Ah, en dónde permanecen los rozagantes tallos,
mies crepitante con los vientos de noviembre,
cristalería de estrellas en un pozo
que nos llama desde los profundos verdores
de la tierra. Tantos huesos ya sin carne,
tantos árboles secos,
innúmera ilusión desfallecida
¿qué mágico propósito de torturas
otorgan a este corazón doliente?
Frente a la casa en ruinas.
Dulce hora de la infinitud solar,
a silbo de labios la oración balbucida, el arrullo,
la imprecisa promesa y el adiós,
mas, entre pájaros enfermos que han extraviado el árbol,
toda ansiedad te abarca.
Aún estamos vivos, nos iguala la carne en las heridas.
Un claror difuso envuelve en vapor de hierbas
las paredes de antaño que, sobre la humedad
de esta floresta, socava el último socorro humano.
En frente, hasta el límite del tiempo
verticales sendas para una comitiva aérea
surgen en terrenal porfía.
De este callado instante de la noche,
suelto el corazón del puño,
en alto vuelo, nace otra alborada inútil
perdida entre vientos y perfumes.
Este es otro día que me has dado, Señor,
y de qué vale tanta piedad, si la muerte espera
en todo instante que preservo en mí.
Los extranjeros.
Entonces sabíamos despreciar el desdén de aquellas
juventudes fáciles que horadaban la noche
con sus ojos de amor. Temblaron las palmeras,
volvieron las garzas de marzo a perturbar
la quietud de la laguna
y desangrar sus mieles los racimos.
Oh aquel abril de fresnos luminosos,
aquella noche cobarde, el torreón de la ciudad
abierta a nuestra pronta soledad de héroes.
Ya fuimos campeones y estamos de regreso,
ahítos de cansancio, desfallecientes y vejados.
No nos reconstruiremos señor Valois,
que vendía los lentes con armazón de oro
para ancianos cansados de esperar los veranos.
No volveremos a ser los de antes, señor Marcos,
que traía el aceite y el café para completar la alacena
en las frágiles penumbras de la siesta.
No todos están aquí, Ángela, Beatriz sagrada,
Estefana la de los lirios, Antífona trágica.
El gran árbol sucumbió bajo el hacha
y su cádava acusa aquella postergación que le dimos
cuando nombrábamos a cada uno de los vegetales
que amábamos. ¡Y él que tenía tantos pájaros
como los otros, Pedro!
¿No ves entonces qué llegamos a ser de guerreros que fuimos,
de poetas lúcidos en los mil y un embates de la bruma,
con tanto corazón de valiente para sufrir
la turbonada y la marisma?
Aún existe un terreno, pero se nos niega hasta morir.
Más allá de los campos verdes.
A mi madre
Se nos figura que es necesario detenernos ahora
cuando no somos ya tan libres,
cuando el tiempo transcurrido ha descendido muy por debajo
de nuestras líneas de esperanza,
cuando existe cierta muchedumbre de espectros
que alzan su venganza por lo que no les dimos:
unos no tuvieron nuestra boca,
otros buscaron nuestra palabra y no se la dimos,
otros, porque se afiebraron por una gota de nuestra sangre
que no llegó nunca al vórtice de su sed.
Quién puede decir que no tiene su propia legión de sombras
nutriéndose en los desvelos,
fortaleciendo el canto de una dulce y triste paloma
en la penumbra,
sonorizando los goznes de una puerta cuando
en la soledad de la casa hay pasos en las escaleras
y una lámpara sola se pone agria
a las últimas luces del día.
No nos morimos de golpe,
es cierto,
pero tenemos nuestro lecho de Procusto.
Cada muerte se suma a otra muerte y por única vez
la suma es cuantiosa y entonces
aunque las acacias estén esparciendo su polen oxidado
o un gorrión reconstruya su nido
que deshizo la tormenta
la muerte llega para uno, final
y trae el polvo de todos los caminos
por los que anduvo avanzando implacablemente.
En la muerte también hay belleza,
me dijo mi madre una mañana de sábado
cuando me deshacía del dolor de la noche
mirando su cara tan apacible de amanecer,
sus manos en la vajilla y su jardín
ya ahora un poco descuidado.
Había un viento afuera que sacudía las frondas nuevas
de setiembre, una lluvia esparcida sobre la hiedra
y alguna bestezuela reptando en la pared.
Nuestro silencio, madre,
era muy amado por tu corazón y el mío.
¿No es cierto que un súbito toque de tristeza
sobre mi frente aventajó a tus arrugas y al instante
tuve en mi persona mucho más tiempo y más dolor
de palabras que no brotaron?
Qué decirte de lo que tenía escondido
apretado entre los dientes y la lengua.
No podrías nunca conocer mis vergüenzas sin estremecerte,
ni mi dolor de entrañas en los desvelos
cuando acostumbro a tomar el primer día de mi vida
y venir hasta hoy, época por época.
Montañas de papeles, vanidad de palabras, simulacros,
agresiones, desfallecidas contricciones,
actos de arrepentimiento, perdones ignominiosos,
las lágrimas mordidas en una mano,
esperanzado por un instante para no estar seguro
del último fracaso.
Y me digo: ¿es esto lo que vosotros queríais?
¿Soy digno de este nombre? ¿He aguardado con paciencia,
con valor y virilidad las consecuencias de mis actos?
Si la belleza está, madre, en la saciedad de las respuestas,
en ese descanso sereno que dijiste acompañada por la eternidad
a los que van hacia república de ausentes,
entonces estoy seguro: también ya sin estaciones,
sin caminos de pesadumbre atravesaré el umbral
para encontrarme, madre, en la gloria de la belleza
prometida.
Primera madrugada.
¿Qué puede hacerse más allá, que nos asegure sin limitaciones
un futuro en donde las plazas sirvan para juntar los rostros
y las estatuas el vahído de las manos que han deseado tanto?
Oh mi fatídica ciudad en el abandono del amanecer.
Cómo han empezado a hacerme mal las madrugadas, a dolerme los relojes, a encendérseme una vocación escondida
en la que está por siempre permitido rescatar la figura
de un Alkides nuevo que sabe tocar los ojos
sin el tesón de los apuros.
Y Rafaela no existe ya, muerta de sábado, de domingos
en neblina, de un amigo que se emborracha,
de dos muchachas que saben perdonarnos ser todavía
tan inútiles y blasfemos.
Pero Rafaela no existió nunca; no está en el laurel distante,
no está en ninguna de las superficies en donde los bronces
de antaño marcaron sus dedos, en donde la fecunda idiotez
de los colonizadores hicieron un molino, un almacén,
una plaza, una iglesia.
Una campana listada de palomas que se desvelan da la una
de la madrugada. La fiebre está fría, los velones escurren
una llama quieta y elevada. Rafaela que no existe
sobre los empedrados, el hombre que se ha ido con su estómago
regurgitando las estopas en el asiento de atrás del automóvil,
ensombreciendo tanto resplandor perdido, tantos pellizcos
de otoño que venían de la infancia con cascabeles al cuello,
con cimitarras de leños en los brazos.
Ay, un estilete la campana de la madrugada. Niebla,
sonido de noche que huele a cigarrillos, a estufas,
a sábanas apenas disfrutadas
y a una boca que está ya por no pertenecerme.
Empieza desde este instante suma unitaria de llamados
a favorecerme las cruces del domingo. Nada de tú,
nada de vosotros, un yo mezquino lavado en mil aguas
de soberbia, tramado de mil ojos de la gente,
de mil fulgurantes ojos bovinos, se avecina a las manos.
Y cómo detenerlo:
ellos pasan sin las ramas del olivo.
Y ellos pasan y fecundan en la nada absoluta,
y ellos frecuentemente son las sombras que he apuntado
incapaz de darles la vida que pedían e inseguro
de reconstruirlos para mis soportes.
Oh cálices sin tallos que caen desde el cielo con una pobre
luna que no remedia nada. Ciudad, ya duermen las muchachas
que llegaron puntuales a la misa de la tarde.
Ya se apagó la íntima campana. Que te remedies por dentro,
me desea el amigo y me deja en una esquina
en donde tiemblo de miedo
antes de entrar en mi cuarto pavorosamente vacío.
PÁGINA 11 – Artículo ensayístico
Ribetes en el traje de Clío
Por Norma Alloatti (Córdoba-Rosario/Santa Fe/Argentina)
Clío está invitada a dar un paseo por los últimos cincuenta años del siglo XIX y no sabe qué vestir. Lo que ha llevado siempre: una levita, el sombrero y el bastón que la hacen pasar inadvertida en el mercado, en la Aduana, en el Concejo no la hacen lucir tal cuál es. Podría llevar gorra, pañuelo al cuello y alpargatas, pero así transitaría ignorada sólo en las calles barrosas, los muelles del puerto y los almacenes de ramos generales. Ella quiere verlo todo, ver mucho más que lo que hay en “la hermosa ciudad, grande floreciente” que vio Lina.
Clío quiere estar segura de que en ella nadie se fijará y así, podrá estar atenta a las cosas que otros no supieron observar, por eso decide llevar una nueva vestidura. Toma la aguja y cose una falda. Rápida y eficaz hilvana los cantos del paño y une, puntada tras puntada las tramas de su nuevo vestuario. Después, fémina al fin, se mira al espejo y sale a dar su paseo. Elvira le ha contado que aproveche ese día, que “en la fiesta de la Virgen del Rosario, se efectuaba el estreno general de los trajes del verano; y en 25 de Mayo, los de invierno. Plazos fijos que nadie alteraba, aunque se adelantaran el frío o el calor a esas fechas”.
Clío procurará caminar cautelosa ya que Alwina ha observado que en Rosario “las distancias no eran grandes pero por las calles poco menos que intransitable resultaba penoso el traslado. Las veredas eran altas porque a su vera corría en cunetas agua servida y se debía bajar por gastados escalones, tomándose de postes existentes en las esquinas”
Si acaso Clío gustara pasar por Cañada de Gómez, Margarethe la encontraría para explicarle que “muchas veces veíamos llegar a galope tendido, poco antes de la llegada del tren de Córdoba, varias cabalgatas compuestas por los señores de las estancias de los ingleses, los que, tras una rápida merienda de café, pan, sardinas y queso, en el pequeño negocio que habíamos instalado en la estación, seguían viaje en tren. En la estación quedaban los peones para cuidar los caballos”.
Y cuando Clío desee atender a sus invitados no tiene más que preguntarle a Celestina cómo preparar los buñuelos, o a Deidamia por su torta Mora y a Carolina por su sopa de gallinas. Tejerá nuevos atuendos, según las hebras que le van prestando sus amigas. Y satisfecha con su tarea recién hilada, Clío “soltará una puntada” y saldrá presurosa a conseguir unas cuantas plumillas bien cortadas para obsequiar a Lina Beck Bernard, a Elvira Aldao de Díaz, a Alwina Philippi de Kammerath, a Margharethe Hansen, a Celestina Funes de Frutos, a Deidamia de Sierra de Torrens, a Carolina Zuviría de Escalera, a Aquilina Vidal de Brus, a Carlota Garrido de la Peña y a todas las mujeres que se ocuparon de ser hábiles con la pluma y la aguja* con los mismos afanes que tuvieron las que sólo podían ocuparse de las escobas, las pesadas planchas de carbón y las tablas de lavar.
Es una Clío renovada la que lleva traje con ribetes. María Moliner, entre otras definiciones, señala que poner ribetes es agregar ese “detalle que se incluye en una narración o exposición para darle gracia o amenidad”, algo que las mujeres que nos legaron memorias, escritos, relatos, poesías y cuentos, supieron hacer con mayor o menor pericia, pero siempre con encanto.
(La pluma y la aguja: las escritoras de la Generación del 80, es el título que Bonnie Frederick le dio a la antología de autoras argentinas publicada en Buenos Aires, Feminaria, 1993)
PÁGINA 12 – POETAS LATINOAMERICANOS
El jardín donde vuelan los mares
en esta ciudad construiré mi casa
la vestiré de madera virgen y yerba fresca
crecerá al conjuro de la lluvia
refugiará proyectos tontos
actos criminales
sueños primigenios
los miedos de mi niña
y el espectro de Pilar (mi joven abuela)
sonriendo enamorada en la estancia luminosa
(28 años de ser pequeña y coqueta,
43 buscando salidas (o entradas)
en los corredores de la muerte
cayendo cada vez más hacia abajo
cada vez más hacia adentro]
la cabeza disecada
de un torero exitoso
será el orgullo
de mi sala de trofeos
en cuanto a ti
te coseré el cuerpo a pedazos
de musgo de amor y tizón ardiente
te llamaré Fernando
y serás mi hijo
mi casa
tan profunda como los aullidos
del holocausto
tan pequeña como una caricia
sobre la tumba de mamá
Eva Durán (Colombia)
El Iluminado
Un hombre descubre
en el bisonte las huellas
de su propia derrota:
la caverna lo sabe.
Luego, Saulo de Tarsis
junto a su caballo
y una ceguera premonitoria:
la defensa de una fábula:
Jesús ante el Monte de los Olivos
con miedo de ser Dios.
Judas, el zelote, sabe que
el Mesías es sólo un hombre
y devuelve las monedas.
Alonso Quijano en el suelo
y un haz de luz filtrándose
en los molinos: no hay
una Dulcinea de ventura;
Walt Whitman avisora que es
infeliz cuando su nombre
suena en el Capitolio:
un bosque lo espera;
José Arcadio Buendía,
frente al pelotón de fusilamiento,
recuerda el hielo:
Melquiades no descifra a Macondo
desde los pecesitos de oro;
el poeta César Dávila Andrade
se encierra en los efluvios
de su Catedral Salvaje:
un cóndor ciego cae
envuelto en un gabán de plumas.
Y en un instante todos
saben que poseen un don:
ese don los arrastra hacia
la Vida, que es un presagio.
Todos dicen a su modo:
Padre, padre padre
¿por qué me has abandonado?
Juan Carlos Morales Mejía (Ecuador)
III
Yo lo vi.
Es otoño infectado de floresta nueva.
Acampa en mi deseo de sobrevivir
por llegar a primavera.
Lo vi flor de redondas fauces
y alientos como manos, en la pradera
de las esperanzas, como péndulos
pendientes.
Lo vi en las escaleras y las entrelíneas
salvajes, como cabello bruto en el rincón imposible,
de una mueca posible, en un oscuro acantilado.
Lo vi campanario y campana
sin recuerdos por llegar.
Lo vi hablándome de la noche y de las circunstancias
cuando las cortinas de mi estro
acampaban en el deseo de borrar mi memoria.
Lo vi —y lo vi— y otra vez.
Estaba desnudo
estaba hombre
estaba algarabía y festejo
estaba ciego
y era médula
que los compases metieron a mi sangre.
Livia Díaz (México)
El sol del mediodía
el sol del mediodía
no ha venido a visitarnos
mi ángel
no ha guardado
un lugar en la primera fila
la película ya va a empezar
guerreros inflamados
desnutridos de cultura
con armas en los puños
espuman líquido rojo
conspiran contra almas
(todavía inocentes)
la sonrisa
una uzi*
háceme de mira
de repente
veo mi cabellera
sangrar
feliz
en sus manos
héroe sin nombre
frente al espejo
dice
- ¡Hola!
brújula sin control
hace el camino correcto
lleva
a ningún lugar
seres disolutos
susurran preces bucólicas
uno cae
otro se levanta
trae migajas de cariño
mi mitad hombre
siente nostalgia
la otra
sueña todavía encontrarte
lobos
(los dueños de la noche)
quieren acabar con
la soledad
troneras de deseo
(suave toque)
comandado por el
postrer soplo de la vida
andrajosos
hambrientos
codician el beso de la luz de luna
la mano que acaricia
el amor
el gran pañuelo
tira su último susurro
quédome sentado
impaciente
aguardo una
continuación
una uzi*
-marca de una ametralladora
José Geraldo Neres (Brasil)
Traducción de Rafael Roldán
Es otro el tiempo (2 de 2)
En este cuarto con resuello de señor hay sensación de paz
Un rayo atraviesa la hendija de la puerta
y el hueco de la ventana
De extraño modo vuelvo la mirada
y escucho en su boca el chasquido de la lengua
Ya no pica en mi rostro el viento
ni la playa sostiene mis pasos lerdos.
El rumoroso abrazo de mi padre calla
Las voces de los tira bomba
Las bombas de los mata peces
El ronco sonido del jeep sobre la arena
también calla.
La infancia sostenida es un trozo de papel
Coraza y adarga lanza esta palabra
Sólo este oficio me sostiene
Y sin pedir favor a nadie
La dejo ir, a buena hora.
Karla Sánchez Barreto (Nicaragua)
PÁGINA 13 - Narrativa
El hombre de los perros dálmata
Por José Luis Pagés (Santa Fe /Santa Fe/Argentina)
Yo estaba, puerta por puerta, ofreciendo en venta unos jabones de la empresa Sol, cuando al llegar a una de las casas principales de 7 Jefes me sorprendió el encuentro con un antiguo compañero de colegio. Adamis, se llamaba y lo reconocí inmediatamente a pesar de sus muchos kilos de más, sus arrugas y calva notable, porque todavía conservaba un tic que le hacía abrir y cerrar los ojos permanentemente y porque su rostro mostraba una dolorosa expresión de abatimiento que siempre lo había acompañado a todas partes.
Él me miraba asomado a la ventana de la puerta de servicio y esbozó una sonrisa levemente idiota cuando llegó a reconocerme después de muchos esfuerzos de mi parte. Como en un primer momento me pareció que mi visita no le importaba en absoluto pasé a tratarlo como a un cliente más y le ofrecí el muestrario de jabones y, ya hurgaba en mi portafolio buscando la lista de precios cuando escuché que me decía: “El señor no está”. Creí que había escuchado mal, de modo que le pedí que repitiera eso. Él lo repitió, claramente, y agregó: “Podrías volver en otro momento” “¿Cómo es eso? pregunté, “¿Qué estás haciendo en esta casa?”. Él volvió a sonreír y entreabriendo la puerta me invitó a entrar poniendo el índice en la boca para pedirme silencio. “Vamos a mi cuarto”, dijo después. Y él delante y yo detrás anduvimos lentamente por un largo pasillo hasta que llegamos a un sucucho ubicado en los fondos de la casa.
“Mi cuarto”, indicó. Entramos. El lugar era estrecho y mal iluminado. Pude ver una colchoneta echada en el suelo, una vasija con restos de comida también en el suelo y un viejo impermeable que colgaba de un clavo fijado en la pared de ladrillos desnudos.
No vi más porque tan pronto entré un olor nauseabundo me obligó a saltar afuera. “Podemos conversar en el patio”, dije. “No quiero que nos vean”, dijo él. “Entonces me voy”, afirmé. Él me tomó por la solapa del saco, tenía un nudo en la garganta. “Gutiérrez, qué emoción, qué gusto me da verte, quedate un rato más”. “Rodríguez”, corregí. “Me llamo Rodríguez”. “Es cierto, qué cabeza”- se lamentó-. Podemos sentarnos aquí en el piso y me contás algo de tu vida, eh?”. “Vendo jabones, dije, y no voy a sentarme en el piso por nada del mundo. Tengo que seguir con mi trabajo”. Yo vi que su mentón se contraía formando un huequito y que sus ojos ahora estaban brillantes al tiempo que sus párpados se abrían y cerraban con más frecuencia. “Te decían semáforo”, recordé y no sirvió para consolarlo. Le decían semáforo por esa costumbre de sus ojos que se prendían y apagaban a cada instante. Él miraba al piso, la puntera de sus zapatos gastados. “Sé que no te gustó mi cuarto”, dijo sombrío, “pero por vos pienso arriesgarme. No hay nadie en la casa, los patrones han salido y los hijos también. Vamos allá y te invito con una copa”. “No es por tu cuarto” –dije yo-. Pero ya que insistís...”
Y entramos. En primer término me dirigí hacia la heladera, pero rápidamente Adamis se interpuso entre la puerta y yo, y de aquí no comerás ni beberás, me fue sacando del lugar hasta que llegamos a una salita. Ese lugar era sobrio pero elegante. Había un sofá, dos sillones, un aparato de TV, un revistero y en un rincón un bar, un lindo bar con muchos cristales y botellas. Él se ubicó detrás del estaño. Se colocó una chaqueta blanca y un moñito y alisó con la palma de las manos los cabellos canosos y lacios a los costados de la calva.
“Un cognac” pedí acodado en el bar echando a correr la mirada por las paredes de ese lugar. Cuando él notó que yo miraba unas fotografías enmarcadas de unos perros del tipo Dálmata, se apresuró a decir: “Es el señor y la señora y los hijitos”. Tomé mi cognac de un solo trago y pedí otro. De pronto tenía muchos deseos de llenarme de cognac o lo que fuera. Había caminado mucho en la mañana y en lo que iba de la tarde y ya me parecía hora de tomarme un descanso. “¿Y cómo te va acá?” pregunté sólo por decir algo. “Ah..., dijo él, los señores son muy buenos, no los hay mejores en toda la ciudad, mi estimado Gutiérrez”. “Rodríguez”, dije yo. “¿Qué te parece cómo me queda esta chaqueta? ¿Y este moño? Son un lujo. Eso sí, yo siempre trato de ser limpio y ordenado y de servir lo mejor posible. Los niños me quieren muchísimo. En especial el más pequeño”. Yo pedí otra copa y él la volvió a llenar. “Además el señor y la señora tienen gestos impagables. Imaginate que me dan dos días a la semana, la paga es buena, me hacen regalos, qué sé yo, ya soy como de la familia”. “Adamis, no lo tomes a mal, pero decime, inquirí- en el colegio había algunos muchachos que decían que eras un alcahuete ¿era cierto eso?”. Él me sirvió otra copa como toda respuesta, después pasó a limpiarse las uñas con un alicate y por fin sin dejar de mirarse las manos expresó con una vocecita temblorosa: “Envidias, eso, los profesores me querían. Yo cumplía con ellos y ellos me querían. Yo no era como otros...” y me echó una mirada rencorosa. Mi amigo Adamis era el hombre de una familia de perros Dálmatas, no había progresado mucho. “¿Cada cuánto te llevan a la plaza?” pregunté. “Todas las tardecitas”, contestó él. Yo me apoderé de la botella y me eché un trago a pico que me quemó la garganta. Ahora mi visión estaba un tanto obnubilada y me zumbaban los oídos. “Pero a veces te han tratado mal. Ser tan sumiso no paga bien”. “No creas dijo él, yo tengo la ventaja de no andar arrastrando los zapatos y dando lástima a cuantos me ven”. “Pero hoy estabas un poquito tristón –dije yo-. Te dejaron solo ¿no?”. “A veces...” dijo y calló, para estar un buen rato en silencio. Yo, cuando terminé mi botella de cognac fui a echarme en el sillón. “A veces –dijo después-. Pasa a veces que las cosas no salen como uno quiere. A veces duermo tirado en el piso, no me alimento muy bien que digamos y me obligan a hacer cosas desagradables, como por ejemplo...”. “¿Qué cosa?”, pregunté. Él se quitó la chaqueta, el moño y levantó la camisa por sobre la espalda. “¿Ves?”. Tenía unas cuantas cicatrices ahí, todas amontonadas. “Yo mismo tengo que castigarme cuando grito de noche”. “¿Gritás de noche?”. “Sí, grito. Sólo para prevenir algún peligro, pero ellos se enojan”. “Ah...” “También ellos mismos me castigan con un palo cuando desparramo la comida por el piso o araño las maderas de las puertas; no me puedo contener”. Miré la foto del Dálmata, no parecía malo. Miré la foto de la señora, tampoco. “A veces soy muy desgraciado. También me está prohibido recibir visitas. Pero todo eso tiene algunas compensaciones”. Se metió las manos en los bolsillos hasta que sacó un alfiler de corbata. Era de oro, muy lindo y brillante. “Me lo regaló la señora para la última Navidad”. “Ya ves, no sé de qué me quejo...” Y volvió a hablar como al comienzo.
De pronto, el ruido de un auto que se detenía frente a la casa. “Son ellos”, exclamó, “vamos, salgamos pronto”. Me tomó por un brazo y me sacó a empujones hacia el pasillo por donde habíamos entrado. “Me matan si me ven con alguien”. “Estás loco, totalmente”, exclamé algo borracho. “Esperá”, me pidió. “Para que ellos no te vean, salí cuando estén entrando por la puerta principal”. “Estás todo loco”. Antes de salir le regalé un jabón.
Se puso contento. “Es para que te laves ese cerebro”, le instruí. “Así, así”, le indiqué mientras con otro jabón sobre mi propia cabeza le mostraba lo que debía hacer.
Me empujó. Me echó a la calle. Miré a la puerta cuando ya se estaba cerrando. Alcancé a ver una cola larga y blanca con algunas pecas negras, era una cola de perro Dálmata. Me sentí muy confundido. Abandoné la venta y me fui a dar un baño a casa.
PÁGINA 14 – Narrativa
Cuatro microrrelatos
Por David Lagmanovich (Córdoba-Tucumán/Argentina)
1. El idioma perdido
Despertó sobresaltado. Quería llamar a su mujer, convocar a alguien, explicar lo que había soñado, pero no recordaba ninguna expresión. Las palabras y las frases no acudían. Al parecer podía pensar, pero no encontraba la forma de expresarse. Abría la boca y rápidamente la cerraba al no poder articular sonido alguno. Caminó por la casa, mirando todos los muebles y rincones para que, al reconocerlos, se le ocurriera algo; pero no había nada, su capacidad de expresión verbal había desaparecido. ¿Su mente? No, su mente estaba bien: era su voz la que no reaccionaba, ni en su propio idioma (y él ignoraba cuál era) ni en otro, porque seguramente debía existir más de uno. De pronto creyó encontrar una salida: se dirigió a la biblioteca y hojeó un libro, luego varios más, pero miraba las líneas de tipografía y éstas no le decían nada, estaban tan mudas como él mismo. Cuando su mujer, extrañada por su ausencia de la alcoba, vino en su busca y le dijo algo, él no entendió sus palabras y las lágrimas comenzaron a correr por su rostro.
2. Thrillers
El héroe corría desesperadamente por una llanura desolada. Tenía que llegar al penal a tiempo para evitar el ajusticiamiento del condenado, merced al perdón del gobernador que llevaba en el bolsillo. ¿Llegaría a tiempo, o sería éste un fracaso más? Por detrás de él, a cierta distancia, lo perseguía el investigador privado, con cuya joven mujer había tenido la mala idea de entablar un fugaz romance. ¿Conseguiría eludirlo? A mayor distancia de los dos, un destacamento policial venía siguiendo a ambos, pues los polizontes debían cumplir la orden de arresto que el Fiscal de Distrito había emitido contra el héroe y su enemigo, por obstrucción de la justicia. De pronto, el héroe divisó una bicicleta que estaba apoyada contra un poste de telégrafo. Montó en ella para acelerar su ida al penal, pero a poco andar una rueda cedió y lo arrojó, desvanecido por el golpe, a un costado del camino. Su perseguidor no lo advirtió y siguió corriendo. ¿Encontraría alguna vez al frustrado ciclista? En un recodo, mientras el segundo atleta se detenía un instante para tomar aliento, los miembros de la patrulla policial sobrepasaron a ambos y llegaron, jadeantes, a las puertas del penal. Desde el interior llegaba el inconfundible olor de la carne quemada. ¿Lo habrían electrocutado ya? ¿O se trataba de una barbacoa con que los guardias celebraban que un delincuente más había recibido su merecido en esta tierra, como anticipo de lo que le esperaba más allá? Cansado de tanto teclear aventuras por nadie presenciadas, el escritor decidió apagar la computadora e irse a dormir.
3. El país de ahoramismo
En el país de ahoramismo todo hay que hacerlo, bueno, ahora mismo. Los negocios que no se definen en un momento, con el simbólico apretón de manos, quedan sin efecto. La escuela primaria se despacha en un año, lo cual elimina la secundaria por obvia; en cuanto a la universidad, ninguna carrera se dilata más allá de tres o cuatro meses, y se están haciendo estudios —que concluirán mañana a primera hora— para abreviar esos plazos. Todo matrimonio dura como máximo dos semanas, para permitir la rápida concreción de nuevas uniones. El abrazo de los amantes sólo puede tener 15 segundos de duración, y la ocupación del lecho está definida en consecuencia. En el país de ahoramismo está prohibido tomarse un tiempo para meditar cualquier decisión; se entiende que tales actitudes socavan los cimientos de la sociedad y pueden provocar graves dolencias, tanto físicas como psíquicas. La principal ceremonia cívica del país es el Día Nacional de la Falta de Tiempo, así llamado a pesar de que su duración total es de 12 minutos.
4. Desobediencia
A principios de la primavera, el Sindicato decidió cortar todos los accesos a los hospitales de la zona. La única excepción tolerada por los obreros fue el Hospital Neuropsiquiátrico regional, popularmente llamado “el loquero”, cuyos pacientes colaboraron alegremente en la construcción de barricadas. Los agentes enviados por el Jefe de Policía, ante la imposibilidad de dialogar con los manifestantes, se dedicaron a tomar mate con tortas fritas. Después reportaron a sus superiores el desaire sufrido y se desconcentraron sin incidentes.
Sucesivamente los miembros del Sindicato, que ya habían ignorado las órdenes de la policía local, desobedecieron un fallo judicial, una exhortación del gobernador de la Provincia, una orden del presidente de la Nación, un dictamen del mediador enviado por la Unión Europea, una acordada de la Corte Internacional de Justicia de La Haya y un pedido especialmente paternal del Sumo Pontífice. “Hemos cortado las rutas y de aquí no nos moveremos”, fue su unánime respuesta.
Las ambulancias con enfermos graves que pretendían ingresar en los hospitales se acumulaban del lado exterior de las barricadas. Después les tocó el turno a los coches fúnebres, cargados de cadáveres. Muchos de los difuntos eran enfermos que no habían podido obtener ayuda médica; otros habían sido asesinados por sus colaboradores alienados. Finalmente se interrumpió la llegada de los camiones que traían yerba, galletas y vino tinto en cajas de cartón, para sustento de los militantes y sus familias.
La llegada del invierno disminuyó en mucho la presencia de obreros sublevados, quienes fueron víctimas de neumonías y otras complicaciones. Por una cuestión de principios, sus dirigentes no les dejaron concurrir a los hospitales, que continuaban aislados. La circulación por las rutas, interrumpida por casi un año, se resolvió casi por sí sola: simplemente ocurrió.
Con los primeros automóviles llegaron los periodistas, quienes entrevistaron a los cuatro o cinco sindicalistas supérstites. Interrogados, manifestaron no conocer los motivos de la manifestación. También reclamaron la presencia de un peluquero y anunciaron la continuación de la lucha.
PÁGINA 15 – POESÍA ALLENDE EL MAR
La posesión del vacío
Como un pájaro migratorio perdido
Que contempla extrañado el inmenso azul tenebroso
Camino desligado de los juramentos de la fortuna
Hacia el invulnerable destino soterrar mis amores
En las capas mórbidas de la tierra de exilio
Ruidos de osamentas lágrimas de dolor
Gritos de espanto y canciones fúnebres
Por el camino solitario de mi oscuro viaje
Por el país de la eternidad. La luna horrible
Me lanza una mirada indolente y temblorosa
Cuando se desliza en mí la esperanza como un veneno
Kama Kamanda (Congo)
No digas -
II
No digas una vez más que entendiste.
No lo repitas con el hilo de voz
que las mujeres bastonadas usan para decir que sí.
Prefiero la ignorancia
la terca ignorancia de la rebeldía
los ojos cerrados ante los golpes.
Francesca Gargallo (Italia)
Navegándote
Hoy la soledad me llena de ti
en las sombras claras de una noche oscura,
en la madera antigua que rasguña quejas,
en el vidrio amable que permite ver
al mundo en silencio
habla de tiempo, con heridas
viejas y un llanto se cruza
desde el pensamiento ;
entonces resuelvo dormirme
y dormirte envueltos de música
con letras mojadas
de océano abierto
y paraje-tormenta
en el ropaje-equipaje
de mis labios sedientos,
con un beso a tu imagen
en pleno desierto,
de sombras.
Matchornicova (Austria)
señora de la casa de los libros
avísame cuando tus dedos estén listos
yo pondré la miel y la acidez de las letras amarillas
sosegaré la pálida memoria del invierno
en las ramas desnudas del árbol de los mimos
al viento anunciaré
la llegada de cucos y oropéndolas
desplegarás tus alas como páginas
en la roca orgullosa de líquenes y musgos
nuestros hijos rodarán sobre la hierba
un sinfín de margaritas en sus sienes
aleteo de acertijos zigzag de culebrillas
recibiremos el fuego en el ombligo
la jerarquía de las laboriosas abejas
títulos clandestinos cuentos atrevidos reglas escondidas
avísame señora cuando tengas las palabras masticadas
juntas inventaremos de nuevo el camino del río
livianas hasta encontrar los pliegues del rey de los imanes
Marina Aoiz Monreal (Tafalla/Navarra/España)
Desesperanza
¿Dormís? ¿Soñás?
¿Sonreís? ¿Plantás sin cosechar?
¿Cocinás? ¿Suspirás
todavía?
Muñequitas rusas, imbricadas
Colorinche hueco
pero sordo
Vivir no es nuevo
Morir tampoco
Estas son las mañanitas
Pero ¿dónde el rey David?
Luisa Futoransky (Paris/Francia)
PÁGINA 16 – Artículo ensayístico
Andre Malraux: El supremo hacedor de la cultura
Por Irma Bignon (Santa Fe/Santa Fe/Argentina)
A 30 años de su muerte
1976-2006
Es un joven de 18 años cuando hace un anuncio perentorio: “Yo esculpiré mi propia estatua”.
Dotado de una gran sensibilidad, André Malraux es permeable a la mayor parte de las posturas ideológicas, estéticas y culturales del siglo XX.
A 30 años de su muerte, la actividad cultural y editorial de Paris se supone intensa. “Se entra en la vida de un muerto como en un molino”, decía Sartre.
No tiene aún 20 años cuando es director literario de las Ediciones Sagittaire. Ese mismo año 1921, publica su primer libro “Lunes en papel”, texto de inspiración surrealista, dedicado a Max Jacob, ilustrado por Fernand Léger. Ya por entonces Gaston Gallimard, Jean Paulhan, Marcel Arland, Blaise Cendrars y otros literatos advierten el talento prometedor que hay en él.
Frecuenta como aficionado las clases de Lenguas Orientales. Su entusiasmo lo hace viajar a Indochina, a fin de participar en la lucha anticolonialista. Publica sus primeros artículos políticos, y a su regreso a Paris, escribe “La tentación de Occidente”, diálogo entre dos intelectuales: uno chino, el otro francés.
Enseguida de los éxitos de “Los conquistadores” y de “La vía real” (Premio Interallié), sobreviene el triunfo de “La condición humana”, que recibe el Premio Goncourt.
Malraux es el precursor y el maestro de una literatura de conflicto para un tiempo apocalíptico.
El nacimiento de los frentes populares en Francia y España ofrece una salida a su prodigiosa energía. Juega un rol innegable en las operaciones militares españolas cuando el ejército de la república se ve amenazado por la rebelión franquista. Organiza por entonces, su escuadrilla de aviones - asombroso episodio en un tiempo en que la aventura política era aun posible-, demostrando su entereza, su valor, su fraternidad, y escribe “La esperanza”, donde denuncia los abusos del fascismo español.
La guerra mundial estalla 1939. Se incorpora a la aviación y en marzo es movilizado. Pero el gobierno de Vichy lo descorazona. No cree de inmediato en lo que habrá de llamarse “la resistencia”, ni en la ilusión lírica de la clandestinidad. Prefiere dedicarse a su obra. Trabaja en el primer tomo de “La psicología del arte”, y en una novela, “La lucha con el ángel”, que aparece publicada recién en 1943 en Suiza.
Su colaboración con la Resistencia llega al fin en abril de 1944. Con el nombre de Coronel Berger, se convierte en maquis del Périgord y los servicios secretos de Londres.
En realidad, la guerra contra Hitler la empieza él antes que nadie, cuando en 1935 publica el “El tiempo del desprecio”, donde denuncia el totalitarismo nazi. Nunca abandona su posición antifascista. Nunca se equivoca de enemigo.
En 1946, se une al degaullismo, un culto que practica hasta su muerte. Su admiración por uno de los gigantes de su época es comprensible. Es éste el preludio de una amistad indefectible y de una gran aventura ministerial.
El general de Gaulle lo nombra Ministro de Cultura, cargo que ocupa durante diez años. Su ministerio se impone de tal manera, que influye en la política cultural de la UNESCO pues, gracias a él, la cultura se desprende, por fin, de un medio estrecho, para llegar a ser hoy una realidad social. Malraux es el hombre de las grandes ideas. Inaugura una serie ininterrumpida de exposiciones de arte internacional. Ordena la restauración de todos los monumentos de Paris. Crea las Casas de la Cultura, proyecto ambicioso que no sólo abarca un tramo grande de la ciudad, sino también de sus alrededores.
Y, como no quiere estar ausente de su propia historia, de 1967 a 1972 trabaja en las “Antimemorias”, obra esencial para comprenderlo y entender su tiempo. Y más aún: nos atrevemos a decir que este libro es una antología de toda la prosa francesa en su diversidad. En su prefacio aclara: “El hombre que ustedes encontrarán aquí, es el que se hace las mismas preguntas que la muerte formula a la significación del mundo”. El relato y el acontecimiento son casi simultáneos, como lo son sus reflexiones.
Amante del arte, frecuenta asiduamente los museos. ¿Es verdaderamente conocedor del tema? Lo suficiente para que su “lectura” y su acercamiento impresione a los jóvenes Georges Duby y Michel Laclotte, este último director por entonces del Departamento de Pintura del Museo del Louvre.
Haciendo un paréntesis en la novela, sus magníficos ensayos son una realización, más que una metamorfosis. El arte, ese “anti-destino” como él lo llamaba, aparece ante sus ojos como una victoria posible del hombre sobre el tiempo y la muerte. “El arte griego - ese cuestionamiento constante del universo - ocupa el primer rango en nuestros museos - escribe en `el museo imaginario´. Los filósofos que enseñaban a vivir y los dioses que se engrandecían en sus estatuas, fueron modificando el sentido del arte”.
Luego de los frecuentados encuentros con Picasso, dice un día su editor: “Por fin, ya sé lo que pienso del arte moderno”. Y comienza a trabajar en un ensayo sobre el pintor, que escribe de un tirón, en muy pocos meses, y que titula la “Cabeza de obsidiana”.
André Malraux se retira de la política activa al mismo tiempo que el general de Gaulle, en 1969.
Charles de Gaulle adjudica a su ministro de cultura la imagen de gran “shaman” (1) del degaullismo. “A mi derecha tengo y tendré siempre a André Malraux - escribe en “Las memorias de esperanza” que publica en 1970. La presencia a mi lado de este amigo genial - continúa-, devoto de los grandes destinos, me da la impresión de que por allí, estoy a salvo del prosaísmo. Sé que en el debate, cuando el asunto es grave, su juicio brillante me ayudará a disipar las sombras”.
A su vez, Malraux publica el relato de sus últimos encuentros con de Gaulle en “Los robles que derriban” (2) en 1971. La grave enfermedad que lo aqueja un año después, le inspira “Lázaro”, donde retoma un tema que lo obsesiona: el diálogo con la muerte, el retorno a la vida.
Sus dos obras, “Los conquistadores” y “La condición humana” lo consagran como gran especialista en China. El general de Gaulle consolida esta reputación cuando lo envía a Pekín para encontrarse con Mao Tse-Tung y En-Lai. Más tarde, en 1972, el presidente Nixon, de los Estados Unidos de Norte-América, antes de emprender su viaje histórico, se muestra muy interesado en recibir de Malraux sus consejos en cuanto a la forma de abordar a los dirigentes chinos.
En octubre de 1976, el manuscrito “El hombre precario y la literatura” entra en prensa en la editorial Gallimard. Tiene el tiempo justo de completar su febril actividad de hombre de letras, terminando su obra final. “He dicho todo lo que tenía que decir”, confiesa. Y todo lo que tenía que decir al mundo lo dejó por escrito. A causa de una congestión pulmonar, muere un mes después en el hospital de Créteil, el 23 de noviembre de 1976.
Aventurero, revolucionario militante, novelista y ensayista, ministro, crítico de arte, su personalidad es deslumbrante. No deja nada por hacer. Aprendiendo sin maestros, reconstruye la historia del hombre, reflexiona sobre la vida y la muerte, aplica su asombrosa inteligencia a los acontecimientos del momento.
Su dominio intelectual y artístico es inquebrantable; la relación permanente entre su vida y su obra, es su única doctrina. Una admiración sin sombras ni ambigüedades cubre la trayectoria de André Malraux.
Nada más justifica que la frase de Kafka que dice: “No se llega a ser alguien sino después de su muerte, por el juicio de sus contemporáneos”.
(1) Sacerdote - hechicero de las civilizaciones de Asia Central, adivino y terapeuta a la vez.
(2) “¿Ah! Qué ruido feroz hacen en el crepúsculo
los robles que derriban para la hoguera de Hércules.”
“A Théophile Gautier” Victor Hugo
Todos los textos, fotografías o ilustraciones que integran el presente número son Copyright de sus respectivos propietarios, como así también, responsabilidad de los mismos las opiniones contenidas en los artículos firmados. Gaceta Literaria solamente procede a reproducirlos atento a su gestión como agente cultural interesado en valorar, difundir y promover las creaciones artísticas de sus contemporáneos.
8 comentarios
Humberto -
Te agradezco profundamente los envíos regulares de la revista: los textos literarios y los ensayos son excelentes y me mantienen actualizado, en el sentido de que descubro escritores nuevos y de que, muy a menudo, me siento exigido a regresar a los "grandes" de nuestra literatura nacional.
Silvia -
Oscar -
La Gaceta de Marzo esta bàrbara, la felicito.
Oscar desde Montevideo, Uruguay.
Rosita -
Rogelio Ramos Signes -
Adelante, Norma. Esta Gaceta está saliendo muy bien.
Un abrazo.
Fernández Palmeral -
José Pivín -
Se lo difícil que es hacer POESIA Y LITERATURA en este mundo complicado y descarnado en que nos toca vivir.
Eric -