NÚMERO ESPECIAL - DÍA DEL IDIOMA CASTELLANO
GACETA LITERARIA - NÚMERO ESPECIAL - ABRIL de 2007
Homenaje de Gaceta Literaria a la obra de Pablo Picasso.
Litografía: Don Quijote y Sancho (1955)
PÁGINA EDITORIAL
Estatuto del Hombre
(Acta institucional permanente)
Artículo I
Queda decretado que ahora vale la verdad, /que ahora vale la vida /y que con las manos unidas /trabajaremos todos por la vida verdadera.
Artículo II
Queda decretado que todos los días de la semana, /incluso los feriados más solemnes, /tienen derecho a convertirse en mañanas de domingo.
Artículo III
Queda decretado que a partir de este instante /habrá girasoles en todas las ventanas, /que los girasoles tendrán derecho /a abrirse dentro de la sombra /y que las ventanas han de permanecer, el día entero, /abiertas hacia el verde donde crece la esperanza.
Artículo IV
Queda decretado que el hombre /no precisará nunca más dudar de los seres humanos, /que cada hombre confiará en su especie /como la palmera en el viento, /como el viento en el aire, /como el aire en el campo azul del cielo.
Párrafo único
Un hombre confiará en los hombres /como un niño pequeño confía en los otros.
Artículo V
Queda decretado que los hombres /están libres del yugo de la mentira.
Nunca más será necesario usar la coraza del silencio, /ni la armadura de las palabras.
El hombre se sentará a la mesa /con el corazón limpio, /porque la verdad será servida antes de la sobremesa.
Artículo VI
Queda establecida, por lo menos durante diez siglos, /la práctica soñada por el profeta Elías, /en la que lobo y cordero pastarán juntos /y su aliento tendrá el gusto mismo de la aurora.
Artículo VII
Por decreto inderogable queda establecido /el reinado permanente de la justicia y la claridad.
Y la alegría será bandera generosa /por siempre resguardada en el alma del pueblo.
Artículo VIII
Queda decretado que el mayor dolor siempre ha sido y será /no poder darse en amor a quien se ama, / sabiendo precisamente que esa agua /es la que da a las plantas el milagro de la flor.
Artículo IX
Queda permitido que el pan cotidiano /ofrezca a cada hombre los signos de su esfuerzo.
Pero, sobre todo, que tenga siempre /el dulcísimo sabor de la ternura.
Artículo X
Queda permitido a cualquier persona, /a cualquier hora de su vida, /usar el traje más blanco.
Artículo XI
Queda decretado, por definición, /que el ser humano es un animal que ama /y que por eso es bello /mucho más aún que la estrella de la mañana.
Artículo XII
Decrétase que nada será obligado ni prohibido: /Todo será permitido, /incluso brincar como los rinocerontes /y caminar por las tardes /con una inmensa begonia en la solapa.
Párrafo único
Sólo una cosa queda prohibida: /hacer el amor sin amor.
Artículo XIII
Queda decretado que el dinero /no podrá comprar jamás el sol de las mañanas venideras.
Expulsado del gran baúl del miedo /será sólo una espada fraternal /para defender el derecho a cantar en la fiesta del día que nace.
Artículo final
Queda decretado el uso de la palabra “libertad”.
Será suprimida de los diccionarios /y del pantano engañoso de las bocas.
A partir de este instante /la libertad será algo vivo y transparente, /como un juego, como un río, como simiente del trigo, /y su morada será por siempre /el corazón de los hombres.
Thiago de Mello (Brasil) / Traducción de Mario Benedetti (Uruguay)
PÁGINA 2 – Nuestra poesía
El guante del mago
El guante del mago
vuela como paloma.
Las plumas de la paloma
cobijan una almohada de tiempo.
El tiempo se fractura
en espacios
que el universo no puede contener.
El universo que pertenece
a cada hombre
acumula sus propias luces.
Las luces no alcanzan
para iluminar el abismo.
En el abismo están
los blancos fantasmas
que nadie reconoce.
Son fantasmas
los cuerpos que emergen
de la memoria esquiva.
Y es la memoria
la que vuelve a entronizar
los dulces abrazos ya perdidos.
Abraza el espacio
la consecución de los días.
Y en los días que se deslizan
desapercibidamente
se cobijan los miedos.
¡Ah, los miedos oscuros
los miedos escondidos,
los miedos de distancia!
Una distancia crucifica
las ilusiones de cada uno
y en cada uno la distancia
es el interrogante suspendido.
Interrogantes atrapan
la necesidad de ver el otro lado.
El lado de la verdad,
el lado de la mentira.
Mentiras construyen el paisaje
de las pesadillas.
¿Es que una pesadilla basta
para que las noches se rebelen
y conformen regimientos convulsos?
En la convulsión de la materia
torna a aparecer el ser
casi como una mariposa.
Mariposa para los cielos,
no para el alfiler de un entomólogo
que escudriña desde su laboratorio.
Y es en el laboratorio de la vida
donde los tubos de ensayo
dejan de ser de vidrio.
Vidrio para que un mago
construya su guante transparente.
Y desde el guante
una paloma no pueda echar vuelo
inerte, con sus plumas cansadas.
Jorge Taverna Irigoyen (Santa Fe/Argentina)
Invierno
La mujer de la bata gastada
barre las hojas de la vereda
ajena a la mirada que la desnuda. Barre
una llamarada de hojas de fresno
y enciende un fósforo
para que el fuego
la apague.
Concepción Bertone (Rosario-Santa Fe/Argentina)
Albus
Al buscar lo que no busco
sé lo que no sé
Cerca
aparento estar lejos
y voy
a retornar
entre luminosas luces
muertas que la noche aviva:
abril en vos
que facilidad decir te amo
y no volar sobre las hojas
como un árbol tallado
naciendo en la juventud del bosque
que felicidad saberte vivo
y no volar ante un espejo herido y no volar sobre las hojas
como un árbol tallado
naciendo en la juventud del bosque
que felicidad saberte vivo
y no volar ante un espejo herido
como tu mano de corteza inhallable
escribiendo melodías y sones
recibiendo la luz en la espesura del monte.
Roberto Aguirre Molina (San Cristóbal-Santa Fe/Argentina)
Bosque invisible
En la ciudad dormida
soñé que añosas hayas
me protegían
contra los infortunios.
En el proceso de despertar
imaginé un cielo
donde todos
somos aceptados.
…………………………..
Es la única
e imposible forma
de juntarnos.
Clara Rebotaro (Acebal-Santa Fe/Argentina)
Testamento.
Tener tus huesos digo
para cruzarme el mar como lo hiciste
dormir sobre la hembra,
fundarme en cuatro hijos,
ser en mis tierras nuevo adelantado,
salir al campo al alba,
velar la noche entera,
y ser cobijo y rumbo
de los que vienen en mis días.
Morirme así de pronto
y que me guarden, firmes, las paredes
en las que aún soy techo,
raíz y certidumbre de mis gentes.
Negarme a la ceniza,
cuando sus polvorientas manos me reclamen
y ser aún de piedra
cuando me rinda el fuego
ante el último grito de la vida.
Julio Luis Gómez (Santa Fe/Argentina)
PÁGINA 3 – Narrativa
Sobres para fracasos
Por Martín Orell (Santa Fe/Argentina)
Como cayendo desde un espacio donde las palabras, siempre las mismas, ésas que a veces dejan su lugar a los silencios, como cayendo, sí, al piso, sin eufemismos, en el asfalto de cada intento, y caer en la costumbre de anotar los fracasos para olvidarlos en un sobre en una esquina donde nadie te mire, en lo posible tres de la mañana, noche serena, sin estrellas, sin nadie, olvidándolo como al descuido, en una ventana, al alcance de la mano de cualquiera que pase por ahí, que abra el sobre y relea esa loca enumeración, se sonría y arroje ese papel en el borde de la vereda para que el viento lo acerque al cordón de la calle y allí se ensucie con el agua sucia y el barrendero que pase lo alzará con premura y pensando que puede contener algo importante se sacará los guantes, lo abrirá despacio e intentará leer descifrando sus trazos que se habrán borroneado por el agua y lo arrojará con bronca por haber perdido tiempo en esa estupidez y el sobre quedará en una esquina junto a un montón de basura que luego se recogerá en una gran bolsa que cargarán en un camión alguno de los dos muchachos que corren detrás, en algún momento alguien silbará fuerte, correrá a comprar una cerveza y pondrán a comprimir la basura y la carta de derrotas y fracasos se amalgamará en miles de objetos diversos, se diluirán las derrotas, de a una, se mimetizarán en simples desperdicios, la derrota de la mañana se mezclará con una lata de cocacola y la del mediodía en un brazo de un aborto reciente, la de la tarde en un telegrama de una gerente frígida, y el que encontró aquel primigenio sobre en la ventana no le contará a su mujer, che sabés que encontré hoy..., el barrendero ni se acordará a la hora de sacarse las medias para dormir, y el sobre que estuvo mojado se irá diluyendo, borrando sus letras y sus formas para que, al paso de un par de días ya nadie, nadie, ni vos, recuerdes esas notas que dejaste alguna vez en una ventana, sólo recordarás que tienes que comprar más sobres para cuando hagan falta para algo, siempre hacen falta sobres, aunque uno no sepa bien para qué.
PÁGINA 4 – Narrativa
Redactor
Por Rolando Revagliatti (Buenos Aires/Argentina)
El chico que no habla es el hijo único de su fallecida única hija, y de su también fallecido yerno. Lo crió ella, viuda, al chico que no habla, su nieto. Es el chico que no habla quien redacta el breve texto que se inicia con: “El chico que no habla es el hijo único de su fallecida...”
Huir
Claro que pensó en huir, harta de padecer la torpeza de los golpes de esa especie de marido colérico, de pésimo vino y borbotones de sevicia. También pensó en huir cuando su hijo cayera muerto por una bala perdida, entre los cohetes y petardos detonados por los chicos y adultos del barrio, después de transcurridos veinte minutos del año nuevo.
Pensó. Hasta que dejó de hacerlo. Después de veinte años la vieja sigue, loca, letárgica. Sigue huyendo.
PÁGINA 5 – Página de maestros: Oliverio Girondo – 1981/1967 – (Buenos Aires/Argentina)
Llorar a lágrima viva...
Llorar a lágrima viva.
Llorar a chorros.
Llorar la digestión.
Llorar el sueño.
Llorar ante las puertas y los puertos.
Llorar de amabilidad y de amarillo.
Abrir las canillas,
las compuertas del llanto.
Empaparnos el alma, la camiseta.
Inundar las veredas y los paseos,
y salvarnos, a nado, de nuestro llanto.
Asistir a los cursos de antropología, llorando.
Festejar los cumpleaños familiares, llorando.
Atravesar el África, llorando.
Llorar como un cacuy, como un cocodrilo...
si es verdad que los cacuíes y los cocodrilos
no dejan nunca de llorar.
Llorarlo todo, pero llorarlo bien.
Llorarlo con la nariz, con las rodillas.
Llorarlo por el ombligo, por la boca.
Llorar de amor, de hastío, de alegría.
Llorar de frac, de flato, de flacura.
Llorar improvisando, de memoria.
¡Llorar todo el insomnio y todo el día!
Mi lu
mi lubidulia
mi golocidalove
mi lu tan luz tan tu que me enlucielabisma
y descentratelura
y venusafrodea
y me nirvana el suyo la crucis los desalmes
con sus melimeleos
sus erpsiquisedas sus decúbitos lianas y dermiferios limbos y gormullos
mi lu
mi luar
mi mito
demonoave dea rosa
mi pez hada
mi luvisita nimia
mi lubísnea
mi lu más lar
más lampo
mi pulpa lu de vértigo de galaxias de semen de misterio
mi lubella lusola
mi total lu plevida
mi toda lu
lumía
No se me importa un pito...
No se me importa un pito que las mujeres
tengan los senos como magnolias o como pasas de higo;
un cutis de durazno o de papel de lija.
Le doy una importancia igual a cero,
al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco
o con un aliento insecticida.
Soy perfectamente capaz de soportarles
una nariz que sacaría el primer premio
en una exposición de zanahorias;
¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible- no les perdono,
bajo ningún pretexto, que no sepan volar.
Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!
Ésta fue -y no otra- la razón de que me enamorase,
tan locamente, de María Luisa.
¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos?
¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo
y sus miradas de pronóstico reservado?
¡María Luisa era una verdadera pluma!
Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina,
volaba del comedor a la despensa.
Volando me preparaba el baño, la camisa.
Volando realizaba sus compras, sus quehaceres...
¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando,
de algún paseo por los alrededores!
Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado.
"¡María Luisa! ¡María Luisa!"... y a los pocos segundos,
ya me abrazaba con sus piernas de pluma,
para llevarme, volando, a cualquier parte.
Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia
que nos aproximaba al paraíso;
durante horas enteras nos anidábamos en una nube,
como dos ángeles, y de repente,
en tirabuzón, en hoja muerta,
el aterrizaje forzoso de un espasmo.
¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera...,
aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas!
¡Que voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes...
la de pasarse las noches de un solo vuelo!
Después de conocer una mujer etérea,
¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre?
¿Verdad que no hay diferencia sustancial
entre vivir con una vaca o con una mujer
que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?
Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender
la seducción de una mujer pedestre,
y por más empeño que ponga en concebirlo,
no me es posible ni tan siquiera imaginar
que pueda hacerse el amor más que volando.
No soy quien escucha...
No soy quien escucha
ese trote llovido que atraviesa mis venas.
No soy quien se pasa la lengua entre los labios,
al sentir que la boca se me llena de arena.
No soy quien espera,
enredado en mis nervios,
que las horas me acerquen el alivio del sueño,
ni el que está con mis manos, de yeso enloquecido,
mirando, entre mis huesos, las áridas paredes.
No soy yo quien escribe estas palabras huérfanas.
Poema 12
Se miran, se presienten, se desean,
se acarician, se besan, se desnudan,
se respiran, se acuestan, se olfatean,
se penetran, se chupan, se demudan,
se adormecen, se despiertan, se iluminan,
se codician, se palpan, se fascinan,
se mastican, se gustan, se babean,
se confunden, se acoplan, se disgregan,
se aletargan, fallecen, se reintegran,
se distienden, se enarcan, se menean,
se retuercen, se estiran, se caldean,
se estrangulan, se aprietan se estremecen,
se tantean, se juntan, desfallecen,
se repelen, se enervan, se apetecen,
se acometen, se enlazan, se entrechocan,
se agazapan, se apresan, se dislocan,
se perforan, se incrustan, se acribillan,
se remachan, se injertan, se atornillan,
se desmayan, reviven, resplandecen,
se contemplan, se inflaman, se enloquecen,
se derriten, se sueldan, se calcinan,
se desgarran, se muerden, se asesinan,
resucitan, se buscan, se refriegan,
se rehuyen, se evaden, y se entregan.
Vuelo sin orillas
Abandoné las sombras,
las espesas paredes,
los ruidos familiares,
la amistad de los libros,
el tabaco, las plumas,
los secos cielorrasos;
para salir volando,
desesperadamente.
Abajo: en la penumbra,
las amargas cornisas,
las calles desoladas,
los faroles sonámbulos,
las muertas chimeneas
los rumores cansados,
desesperadamente.
Ya todo era silencio,
simuladas catástrofes,
grandes charcos de sombra,
aguaceros, relámpagos,
vagabundos islotes
de inestable riberas;
pero seguí volando,
desesperadamente.
Un resplandor desnudo,
una luz calcinante
se interpuso en mi ruta,
me fascinó de muerte,
pero logré evadirme
de su letal influjo,
para seguir volando,
desesperadamente.
Todavía el destino
de mundos fenecidos,
desorientó mi vuelo
-de sideral constancia-
con sus vanas parábolas
y sus aureolas falsas;
pero seguí volando,
desesperadamente.
Me oprimía lo fluído,
la limpidez maciza,
el vacío escarchado,
la inaudible distancia,
la oquedad insonora,
el reposo asfixiante;
pero seguía volando,
desesperadamente.
Ya no existía nada,
la nada estaba ausente;
ni oscuridad, ni lumbre,
-ni unas manos celestes-
ni vida, ni destino,
ni misterio, ni muerte;
pero seguía volando,
desesperadamente.
PÁGINA 6 - Artículo ensayístico
Vigencia del Martín Fierro
Por Jorge Isaías (Rosario/Santa Fe/Argentina)
La leyenda quiere que el periodista federal José Hernández Pueyrredón, “para aliviar el fastidio del hotel”, se haya dispuesto a perpetrar –sin proponérselo, como la cultura hegemónica dice- uno de los textos más corrosivos, conmovedores, originales y aceptados por grandes masas, en la mayoría de los casos, no precisamente letradas.
¿Qué llevó a este luchador político a esconderse a escasos metros de la casa de Gobierno donde moraba su acérrimo enemigo a escribir “los males que conocen todos pero que naides contó?”
El problema de escribir sobre un libro canónico o un poema que, al parecer, representa “lo argentino” o “el ser nacional”, suponiendo que esto no fuera discutible, es mellarse contra una tradición que nos subsume en un juego de lanzas y polvaredas y caballos atravesando el espacio, modo de vida rural que atraviesa gran parte del siglo XIX y al que no fue ajeno el autor de nuestro poema mayor.
Muchas veces aluciné pensando a este hombrón generoso y lleno de humor –tal lo describen quienes lo trataron- fatigando gran parte del litoral y no sólo argentino sino brasileño y oriental.
Suponer que el gaucho que inventó fue siempre un rebelde es no haber leído con detenimiento las dos partes (“La ida” y “La vuelta”, como simplificadamente se metaforiza a “El Gaucho Martín Fierro” y “La vuelta de Martín Fierro”, 1872 y 1879 respectivamente) de su libro.
¿Adónde fue y de dónde vino el gaucho de Hernández?
De la frontera.
Es decir de la tierra de los “infieles” (infieles a la religión católica apostólica romana, se entiende).
Como toda la literatura de su siglo, salvo el paternalismo del coronel Mansilla, Hernández trató muy mal al aborigen. Esteban Echeverría, aunque mediocre poeta, también en esto fue un precursor.
Desaparecidas las condiciones políticas que le dieron origen, ¿qué hace del Martín Fierro un poema actual?
Tal vez los desheredados de siempre vean en el héroe hernandiano a un perseguido del poder, un receptor de las injusticias que perviven en el espacio que media entre los que mandan y los que deben –fatalmente- obedecer.
Si bien es cierto que entre una y otra parte del poema existe la distancia que hay entre un conspirador y un próspero adaptado al sistema, el lector común tal vez privilegie esa rebeldía anárquica del hombre que se promete, al ser despojado de todo, “ser más malo que una fiera”. Es decir: oponerse a un sistema corrupto e injusto que expulsa a ese sector marginal de la producción de su tiempo.
Por eso, el regreso del héroe nos devuelve un ser reflexivo, que viene para contar el infierno de la “barbarie”, que da consejos y elude –cosa insólita en la primera parte del poema- una pelea.
Si bien es cierto que el enigmático final donde se separan los cuatro personajes (Martín Fierro, Hijo Mayor, Hijo Menor y Picardía) nada menos que a los cuatro vientos, a los cuatro puntos cardinales, hace que sea abierto a interpretaciones disímiles y aún contradictorias, pero nos deja algo seguro: no hay lugar ya para esa clase social desheredada en el proyecto nacional que sigue a la Conquista del Desierto.
¿Adónde van los cuatro? ¿A llevar qué mensajes? ¿O a perderse en la nada de los tiempos, en el mar de otros miles de hombres y mujeres de ojos azules y pelo de trigo que venían a suplantarlos?
Despedida (33).
“Después, a los cuatro vientos / los cuatro se dirigieron. / Una promesa se hicieron / que todos debían cumplir. / Mas no la puedo decir, / pues secreto prometieron. / Les advierto solamente, / y esto a ninguno asombre, / pues muchas veces el hombre / tiene que hacer de ese modo: / convinieron entre todos / en mudar allí de nombre.”
Probablemente Martínez Estrada tenga razón y el libro de José Hernández destruya la gauchesca anterior y la sature para siempre, en lugar de perfeccionarla, como quieren algunos.
Veamos un poco: si nos guiamos por los temas –como toda tradición literaria que se precie- escribir con toda la tradición significa para Hernández (tratándose de sus antecesores “gauchescos” y también cultos: Echeverría, por ejemplo) decir y transitar la frontera, el indio, el gaucho, el desierto, el malón, el contrapunto, la cautiva, la injusticia, la guerra, etc, etc.
Le incluye la injusticia de las levas y la demonización del juez de paz –la autoridad- la ley del embudo, en fin, lo que sabemos. Borges ironizó con crueldad diciendo que el libro estaba escrito contra el Ministro de Guerra Gainza (el Ganza del poema). Esta es una verdad a medias, pero cierta.
Por otra parte convulsiona –desde el nivel de la lengua- la posibilidad del género y enfrenta la oralidad a la escritura.
No es casual que el Martín Fierro se lea, en general (salvo críticos y profesores), como una especie de “Biblia gaucha” (palabra de Dios), llena de consejos y frases de ingenio que la mnemotecnia de la rima ayuda a no olvidar fácilmente; versos que parecen hechos a propósito para situaciones de la vida cotidiana, para las injusticias vigentes. Porque por más internet y revolución de las comunicaciones que los brujos de la tecnología exhiben como logros (y lo son), a nuestro alrededor siguen existiendo las “tolderías” y la “barbarie”.
La vigencia actual del Martín Fierro, tiene que ver con estos tópicos. Allí se juega una referencialidad contemporánea que da vida a los textos. Porque aunque ya nadie hable esa lengua arcaica, ni se la hablara en los tiempos del siglo XIX en que se compuso el Poema, en algunos de sus refranes y consejos pueden identificarse vastos sectores de este país donde el gaucho es una leyenda y un mito y no una realidad llena de mezclas raciales que contribuyó en su momento a deponer su altiva figura para reemplazarla por millares de espaldas inclinadas a la tierra recibiendo semillas.
Algo que el gaucho, sin dudar, despreció.
Nota final: Es fama que a José Hernández, Senador por Buenos Aires, el gobierno le encomendó un viaje a Australia para estudiar las posibilidades de la agricultura y sus mejoras para el país. El senador omitió viajar para “no cargar con gastos el erario público”, y escribió su famoso libro “Instrucción del estanciero” en la casa de Belgrano donde murió, el 21 de octubre de 1886. Había nacido en las Chacras de Pueyrredón –ex caserío de Perdriel- el 10 de noviembre de 1834. (Eran otros hombres y otros funcionarios, claro).
PÁGINA 7 – Poesía argentina
Mesetas del Chubut
Asomada desde los petroglifos
la soledad con cuerpo al alcance de la mano.
Perpendicular el sol anuncia mediodía
y calcina sobre perfiles de piedra.
Repta el indiscutido habitante
y en el esbozo de una flor apenas percibida,
se reitera.
Obstinación de vivir.
Duramente,
el imaginero reviste de verde.
Y al simple parpadeo
una lítica mano
evidencia en muros sólidos
y otra no humana
se preocupa del arte de un desierto.
Coirón, recio y salvaje,
puede ser mechón en la calvicie
pronunciada de la tierra.
El aguilucho planea cuidadoso.
Se huele aún
el cataclismo.
Damián Bruno Berón (Chubut/Argentina)
Ahora que viene el tiempo de los pájaros
In memoriam Clara Crimberg.
Ahora que viene el tiempo de los pájaros
y de los brotes en las ramas y la blancura
del almendro,
ahora que salgo al aire por las tardes
y riego plantas y veo cómo la tierra bebe
el agua,
ahora que se agitan las polleras
al murmullo de la brisa,
ahora que los niños conquistan el baldío
y construyen refugios y saltan vallas,
ahora que en el barrio las mujeres se sientan
a la sombra de los fresnos y toman mate
y hablan,
yo miro a cada instante hacia el Oeste, hacia
tu casa.
María Teresa Andruetto (Córdoba/Argentina)
Destinos
(Casi una poética)
Tu destino te sorprenderá
cada momento.
William Blake
A José Antonio Cedrón y
a José Emilio Tallarico,
poetas y hermanos.
Desde qué orilla abrir, cerrar
los ojos;
desde cuál punto de qué orilla.
Cada orilla,
cada punto de orilla adelanta,
en su cielo
y horizonte, una respuesta
diferente
que supone cada palabra que
se imagine
o que se diga. Todo camino
comienza
a abrirse según donde decida
afirmar
uno los pies y hacia dónde
apunte
uno su historia y su mirada.
Uno eligió
--o eligió por uno el fuerte
viento--
cada segundo, cada
rumbo,
cada sendero ahondado o
vasto
y nada puede salvarse en
un cruce
ni en un momento solo que
se abra.
La suerte, o mala suerte,
siempre
estuvo despierta y estuvo
echada
como una apacible leona
al pie del árbol.
Eduardo Dalter (Buenos Aires/Argentina)
El cuerpo en la palabra
Penetra en el cuerpo, la palabra,
desde la intemperie ancestral,
desde la ausencia,
inscribe sus símbolos
en la boca clausurada,
sobre el cuerpo y sus agujeros,
inscribe su metáfora,
herida abierta en la grieta del cosmos.
Hundidas en el cuerpo,
las letras carnales, feroces,
clavan su ardor allí,
mientras la pupila indaga
tantas mutilaciones
que se pronuncian silenciosas.
Velos de escrituras en la espalda,
ilusión de cielo y sin embargo infierno,
el cuerpo habla, desgarrado, abierto,
y entre pelos, olores y salivas,
recibe a la palabra,
incendiada, bella.
Ella deja en la memoria
su tatuaje de animal en celo,
su leche de verbo fundante,
su cuerpo como destino
en el cuerpo del otro.
Cuerpos violados
sobre escombros de miserias,
apenas gimen, apenas lloran.
Entonces, la palabra enmudecida retrocede,
ante el espanto de nombrar
se vacía en sus significantes
y quedan desnudos
los íntimos contornos.
Murmullo, lamento, decir, decir, callar.
Invocar voces.
La palabra, espejo del cuerpo,
refleja el anagrama: Adán y Raza, azar y nada,
palíndromos con los que jugó Cortázar.
Mientras alguien se enamora
de bellas acepciones
otras palabras hunden grotescos
en el centro del pecho, bien adentro.
Palabra como hambre,
negada en la lengua del otro,
el del vientre saciado,
el impune al dolor,
al ruido de tripas allá abajo.
Tatuadas con vidrios, en el cuerpo,
las palabras cortantes,
sobre cada circunvolución
izquierda del cerebro:
allí, sobre los muros del lenguaje,
escritas con lenguas ardidas
de imágenes oscuras.
Una misma palabra
dicha en distintos sitios
huele como excremento entre los dedos,
putrefacción, para el ojo que graba la vida.
La palabra cuerpo cae en el cuerpo,
viaja hacia la oscuridad luminosa,
muta en la esencia líquida: sangre y linfa,
variaciones de voces.
El cuerpo destinado a presentar todas las formas,
guarda en su instinto un ojo inmóvil
de bestia adormecida.
El cuerpo en la palabra,
palabra que lo acuna, lo salva,
lo carga con amorosa entrega,
como la Virgen y el Niño, de Leonardo,
como la Piedad de Miguel Ángel,
sostiene cada tramo,
cada porción de carne en llaga viva,
simulacros para sitiar olvidos.
Acaso la palabra cuerpo
nunca alcance para decir lo que el cuerpo grita,
sólo enmudece.
Detrás de la piel habita una historia
hechas de ritos circulares.
Cuando el cuerpo ama,
la palabra calla,
crece un lenguaje de luz
entre uno y otro,
tan uno con el otro,
escindidos del cuerpo solo,
fundidos en la completud del abrazo.
El cuerpo amado lleva
inscripto en la piel todas las pieles.
Cuerpos que se anudan,
en un intento de saltar la trinchera,
protegerse de todos los absurdos allí afuera,
sin embargo la lágrima cae,
silenciosa hacia la nada.
Mientras el cuerpo
en reposo sigue oyendo,
palabras interiores,
voces que trepan a la sangre,
hechas mixtura y soplo, aliento,
frases que se posan allí
en la levedad de la lengua,
a veces muda, a veces quieta
y otra vez suelta, para volver a pronunciar.
Cuerpos sin nombres,
arrojados al vacío
de las palabras ausentes,
orfandad, desnudez, soledad cósmica.
Poblar el cuerpo nombrado,
cuerpo para nombrar palabras,
palabras para nombrar cuerpos,
re escribir cada parte
con su carga de símbolos,
esos pequeños léxicos
el sexo, el ojo, el pie, la mano,
transmutaciones que narran voces
para desandar la distancia
entre la mirada y el gesto
y volvernos uno y todo, íntimos, sutiles,
descubrirnos el rostro, el auténtico, el otro,
el que calla y crece encima del gesto de la muerte.
El cuerpo en la palabra,
complicidad, entre los labios de dios
y los labios que nombran,
nombran con el leve temor
de no ser ya nombrados,
nombran para guarecer la palabra
de la intemperie del cuerpo,
alumbrar el estallido que sube de la entraña,
nombran para tocar la breve eternidad:
el cuerpo en la palabra.
Olga Lonardi (Entre Ríos/Argentina)
I
¿Qué es de los muertos? No sudan,
ni tributan, ni expectoran. Nunca tarde,
temprano, áureo, consolidado.
¿Arderá dentro de un rato el agujero,
una rata vendrá a alumbrar
con sus ojos el más ajado de los catecismos,
regresarán aquellas leves sábanas
en el mediodía de Túnez, de Chipre?
Es no. Es telón sin escenario, al pie de un improbable paraíso.
Es profecía que se vierte, para nadie.
Pero, ¿qué es de los vivos?
II
Cada cual con su lengua, su silla plegable,
su reloj detenido en una hora
anterior a la borrasca, su fruta preferida,
su modo de amar y cerrar la puerta.
Y cada uno con su desnudez,
personal, intransferible. Y
cierta amarga libertad,
cierta y dulce esclavitud,
un sitio en el interminable cortejo
que atraviesa las aguas
hacia una hipotética tierra firme.
Carlos Barbarito (Buenos Aires/Argentina)
PÁGINA 8 – Narrativa
La calesita
Por Araceli Otamendi (Buenos Aires/Argentina)
Los ojos oscuros de la nena están fijos en un punto, traslucen una mezcla de asombro y desaliento. Es muy niña, tal vez dos o tres años. Las manos pequeñas se asían firmemente al eje del caballito de madera, como si no tuvieran algo más de dónde sostenerse. El sol dibuja siluetas multiformes en la vereda redonda y mojada por la lluvia de hace un rato y las expande más allá de las rejas un poco oxidadas. Algunas nubes parecen caballos blancos, levantan las patas traseras mientras sus "manos" agitan el aire. Sentados en un banco dentro del recinto limitado por las rejas un hombre y una mujer se besan incansablemente. Se exploran con sus lenguas más allá de los labios húmedos de ambos. El es joven, de aspecto rudo, los brazos musculosos y firmes insinúan un trabajo que le exige esfuerzo físico. El pelo es corto y ondulado, tiene ojos oscuros de mirada vivaz. Ahueca las manos grandes y firmes en la nuca de la mujer. Usa un jean y una camisa muy abierta que le dan un aire desaliñado. Mientras la calesita da vueltas y más vueltas suena una música horrible y vulgar, sonidos guturales llegan casi a lastimar los oídos. Yo soy Rosita, yo soy José, las dos ratitas de la tevé, liralalira, liralalira, yo soy Rosita, yo soy José... Así, las notas discordantes se suman al calor de la tarde y tornan la atmósfera más insoportable.
La nena lame un chupetín mientras el caballito avanza en círculo acercándose a la pareja que sigue besándose. Algunos segundos antes, la mujer ha deslizado un puñado de fichas en las manos del infeliz que da la sortija y se ha entregado otra vez a las caricias y besos del hombre. Ella es menuda, morena y en sus ojos hay un aire indiferente. Sentada, parece más pequeña, más flaca. La ropa es de confección barata y los movimientos que ejecuta con el cuerpo mientras besa al hombre son algo nerviosos. La mujer no deja de cruzar las piernas, alterna la de arriba con la de abajo, ni deja de mover las manos con largas uñas pintadas de rojo intenso crispadas detrás de la espalda del hombre.
Los ojos oscuros de la nena se detienen en la escena cada vez que el caballito pasa frente a la pareja. La mirada inexpresiva e infantil queda vagando en el aire. Solo puede verse en ellos una expresión mansa y el desamparo. Cada tanto el infeliz rengo y desdentado recoge las fichas y comenta algo con el hombre gordo que las vende, los dos se miran y las miradas se posan después en el hombre y en la mujer.
El sol ya corrió algunos pasos las sombras irregulares y el cielo tiene el brillo de los mejores días del verano que llega a su fin. Ahora el infeliz va juntando de a una las fichas que le entregan los niños hasta que llega a la mujer:
--Señora se acabaron las fichas, ¿va a comprar más o se lleva a la chica?
Ella no le contesta, se separa bruscamente del hombre, el semblante rojo y húmedo y desata la correa que sujeta a la nena y la baja del caballo. Sin decir nada toma a la nena de la mano y las dos se alejan. El hombre camina unos pasos más atrás.
Todavía juega el sol entre las copas de los árboles florecidos y hace brillar las hojas con verdes más intensos. Hay una mezcla de perfumes de árboles en flor, retamas y tilos.
La calesita sigue girando, con la molesta música de carnaval interrumpida solo por el chirrido esporádico de los ejes. Algunos chicos patean la pelota hasta que salta sobre las rejas y cuando el desdentado no los ve, aprovechan para dar gratis una vuelta.
Ahora es de noche, sopla un viento fuerte y seco y los árboles se inclinan lo suficiente para emitir algo así como un quejido que se filtra por la ventana. Un gato camina por el techo con pasos sigilosos. Se detiene y encoge su cuerpo para atrapar alguna presa. La nena duerme abrazada a un osito azul, la respiración puede percibirse más allá de la puerta que da al comedor. El sueño de la nena es profundo hasta que unas voces altisonantes la despiertan. La nena se acerca a la puerta y escucha:
--Si no me crees, preguntale a la nena, estuvimos toda la tarde en la calesita.
Los gritos continúan mezclándose y la discusión sube de tono. Los ojos de la nena vuelven a estar fijos en un punto, las manos asidas al eje de un caballo imaginario y la mirada vacía de expresión triste y somnolienta. Vuelve a su cama, levanta el oso azul entre sus brazos y se queda muy quieta parada detrás de la puerta. Las voces se confunden con el ladrido de los perros, el crujir de los muebles, el silbido del viento. No la dejan oír claramente lo que discuten. De pronto, suena el primer disparo; la nena corre a su cama y se tapa con las sábanas. Casi sin respirar. Cuando llega la policía le hacen una serie de preguntas que no puede contestar.
PÁGINA 9 – Reseña de libros
Las manifestaciones del silencio
Las cartas que no llegaron - Mauricio Rosencof – Montevideo – Alfaguara[1]
(...) No puedo aceptar el descrédito en que ha caído la política de la conciencia, acompañado por la reafirmación del statu quo. Como tampoco puedo aceptar la moda de burlarse del idealismo y la audacia intelectual de la modernidad en el arte. Tal o cual estrategia ortodoxa o transgresiva puede volverse obsoleta. No así la legitimidad y la necesidad de seguir formulando una estética de la resistencia, resistencia a las barbaridades de nuestra cultura, a las apocalípticas planificaciones de nuestros líderes, y al conformismo de nuestras imaginaciones y nuestras vidas.
Susan Sontag
Un mundo sin niños
En el tratamiento crítico de Las cartas que no llegaron, el riesgo de confundir autonomía con independencia de lo social-histórico parece nulo, dado su enorme componente autobiográfico. Mauricio Rosencof, fundador histórico -junto con Raúl Sendic- del Movimiento de Liberación Nacional "Tupamaros", fue uno de los presos rehenes que la dictadura uruguaya (1973-1985) mantuvo durante doce años bajo amenaza de muerte como represalia ante cualquier eventual actividad del Movimiento, sometido a todo tipo de torturas, simulacros de ejecuciones, encapuchado, obligado a padecer la sed hasta llegar a beberse sus propios orines, en estrechos calabozos que eran verdaderas mazmorras medievales.
Lo que suele olvidarse frente a tanta carga testimonial es el límite entre el autor y el o los narradores. En el caso que nos ocupa, este olvido -en tanto soslaya una de las operaciones esenciales de su escritura- actúa en desmedro del alto nivel de formalización que la novela posee. Tramada desde la incertidumbre y la carencia, la configuración del narrador principal contiene evidentemente datos de la experiencia del autor, pero estos ingresan en el texto depurados bajo diversas técnicas de selección, fragmentación y montaje, enhebrados por mecanismos analógicos y simbólicos, es decir, sometidos a un procedimiento complejo que les confiere status literario en relación directa, arriesgo, también con su eficacia en tanto testimonio.[2]
La novela comienza con el reconocimiento de una imposibilidad ("No puedo precisar con exactitud qué día conocí a mis padres"), e inmediatamente: "Pero recuerdo -eso sí- que cuando vi a mamá por primera vez, mamá estaba en el patio". En estos dos párrafos iniciales aparecen en forma embrionaria los mecanismos productivos del texto: a la negatividad inicial que exhibe una falta, se le opone la afirmación de imágenes subrayada en su actividad volitiva por el coordinante adversativo. Hay un vacío, parece adelantarnos el texto, hay lo que no se puede aprehender, pero también está la determinación de trabajar con la memoria y la imaginación en torno a lo inenarrable, invocando al silencio para que se manifieste, de la misma manera que en el presidio se leen las cartas censuradas. Consecuente con esta estrategia de "entrelíneas" la narración tampoco nombra, sino que pone en escena la imposibilidad de nombrar.
En el primer capítulo no se describen las peripecias de la infancia desde la perspectiva del adulto, sino que el procedimiento reproduce los mecanismos asociativos con la frescura y las incongruencias propias de un niño. Toda retrospección supone un presente desde el cual se evoca, pero aquí el pasado se presentiza por medio de irregularidades sintácticas en función de recrear la visión infantil, alternando conjugaciones verbales en presente con diferentes pretéritos o introduciendo conjunciones a la manera del zeugma, figura que coordina términos de semas diferentes pero que permite al lector entender la índole de la percepción.
Un día vino mi papá con traje y todo, azul me parece, y muy contento, con algo muy grande, como un cajón, envuelto en diarios y que tenía botones. Lo puso en la mesa de coser y me miró, y lo primero que me dijo fue "eso no se toca". Entonces la prendió y era una radio. (12)
Al repetirse el orden con que las instancias del acontecimiento se grabaron en la mente del niño (el bulto misterioso, la opacidad del envoltorio, las perillas percibidas como "botones", la admonición paterna) no sólo se recrea su expectación sino que en el suspenso generado a partir de las imprecisiones descriptivas propias del registro infantil, contribuyen a que el lector participe en forma gradual del develamiento como si estuviera dentro del niño. El cajón se transforma en una radio sólo después que el padre la hace funcionar: no se relata el descubrimiento azorado, se lo produce. La percepción aniñada también habilita el uso de onomatopeyas (como la del repiqueteo de la máquina de coser), exageraciones y reducciones, así como "errores" diversos en la conjugación de verbos irregulares. El artificio operando contra la gramática que es la ley de la lengua. Todos estos mecanismos funcionan como atributos del extrañamiento (Shklovski, 55-70) mediante el cual objetos y situaciones cotidianas aparecen renovados en su intensidad expresiva bajo una imagen fresca, nueva, donde, por ejemplo, las penurias económicas se manifiestan desprovistas de todo dramatismo en la locuacidad inocente de Moishe:
En ese patio, un día, mi mamá encendió un brasero a carbón, donde iba a cocinar un trozo de hígado que los carniceros regalaban a los que tenían gato. Nosotros teníamos. Se llamaba Miska y era igualita a un tigre. Mamá cocinaba para Miska, pero comíamos todos. (11)
En contrapunto, a las vivencias infantiles se intercalan las cartas de Polonia. El texto no esconde su ficcionalidad, por el contrario, la exhibe. Se afirma que las cartas que esperaba el padre nunca llegaron, y a continuación se reproduce la correspondencia apócrifa que comienza narrando la instalación de la Gestapo en Polonia, y en que se acentúa lo repulsivo de la propaganda nazi por el contraste con el relato crédulo de quien lo narra. En la ausencia de las cartas se inscribe la pérdida, el vacío que nos remite al genocidio, pero también al negarse su existencia se afirma el derecho de la ficción a ocuparse del tema.
Esta intercalación epistolar extiende una sombra premonitoria que acecha los juegos inocentes de Moishe, marginales respecto de las preocupaciones y el dolor de sus mayores. Las cercanías de los diferentes registros en la hoja impregnan cifradamente relaciones constitutivas para el personaje. El holocausto flanquea al niño como el terrorismo de estado al adulto: entre estos dos sistemas represivos se proyecta una vida, entre ambas alambradas la narración cava su trinchera. La ficción que ocupa el vacío de las cartas transforma ostensiblemente la anécdota familiar en una síntesis de la Historia. Junto al tono de fe y esperanza inicial de las cartas se irá gestando otro código; bajo la apariencia del acatamiento, va fraguando una actitud de resistencia que progresa desde expresiones de humor, recurriendo a la fantasía como recurso para no dejarse embrutecer,[3] hasta desembocar en el grito y la insurrección (32).
El silencio es el verdadero crimen de lesa humanidad, silencio colaboracionista al que la descarga del grito pone en evidencia. Tensión compleja, constitutiva con sus silencios, puesto que, como plantea Macherey (1966: 67), la obra sólo instituye la diferencia que la hace ser, estableciendo relaciones con lo que ella no es. El grito es una manifestación de lo inexpresable, de la incapacidad del lenguaje corriente para explicar lo que significó sobrevivir en Auschwitz (Primo Levi: 130-131). Ahora bien, el grito, en tanto denota una ausencia de formulación no difiere del silencio, también es un agujero, una falta, aunque estentórea. Pero en todo caso se trataría de un silencio que no acata: el grito es un silencio que se rebela revelando su condición silenciada, su imposibilidad de decir.
La palabra fuera del tiempo
En el silencio forzado del calabozo, en la desterritorialización del ser hundido en la nada se entabla una relación de sobrevivencia con el lenguaje. Refugio de la lengua que siempre conlleva nuestro lugar en el mundo. El narrador necesita salvarse por el relato, ser rescatado del nicho por la saga familiar, le urge armar la historia del padre con los escasos datos que posee, dejar constancia de ese humilde heroísmo por medio de una construcción episódica que postergue el final, pero a la vez asumiendo su ficcionalidad sin pretender disfrazarla de realidad o, dicho de otra manera, reconociendo la realidad de la ficción.[4] Esta actitud se manifiesta de diferentes formas en la novela. Afirmar que en ese pozo de 2 X 1 su territorio real era la imaginación, la fantasía, la locura reglamentada en la medida de lo posible (138), pone en jaque cualquier intención reduccionista o subalterna respecto del orden del referente, además de reivindicarse a la ficción como actividad humana imprescindible.
En un primer grado o movimiento retrospectivo se ubica la figura del narrador —en presente- escribiéndole una carta imaginaria al padre en el aislamiento de la prisión: mi mundo es este, de dos metros por uno, sin luz sin libro sin un rostro sin sol sin agua sin sin y te escribo... (72). El segundo grado de retrospección estará dirigido a recuperar el universo de la infancia atravesado de incógnitas y ausencias:
Y aquello era la vida, a las doce a la mesa y éramos tres la familia éramos tres tres tres tres en Polonia no había nadie tres León ya no estaba -Leonel- y se comía a las doce. Los tres. (62, el subrayado es mío)
La libertad en el manejo de los signos ortográficos se encuentra al servicio del ritmo percusivo, de una repetición que debe acumularse aunque nos quite el aliento, o tal vez, justamente para quitarnos el aliento. La familia ha sido reducida a ese grupito apretado de tres miembros -en Polonia no había nadie-, y esa cifra se repite cuatro veces seguidas como aludiendo a la cuarta silla vacía del hermano ausente. Uno de los cuatro tres es la muerte, la presencia del vacío que León ha dejado en ellos, en los tres.
Todo el último capítulo que comienza con la frase "Lo que no recuerdo es la palabra" (117), se cierne alrededor de un indecible, incrementándose la disolución de las fronteras entre realidad e imaginación (138). Se relata el encuentro, una reunión incorpórea entre el hijo preso y el padre internado en el asilo de ancianos, en la que sólo el padre puede verlo y decirle una palabra en idioma extraño (un posible caldeo o arameo), palabra cuyo significado es una expresión de bienvenida, una invitación a compartir el alimento y el calor del hogar.
A partir de una referencia a En busca del tiempo perdido se reflexiona sobre los iconos, los elementos simbólicos de una cultura y la memoria -junto con el lenguaje- como elemento cohesivo de una sociedad. El episodio tomado de Proust cuenta sobre el interrogante generado a partir del hallazgo arqueológico de los restos de un grupo tribal galo, a quienes además de matar se les habría quebrado sus tallas, destruido sus tótems y sus emblemas. El ensañamiento denotaba, sin embargo, un conocimiento cabal del rol que cumplían estos distintivos para el grupo, en tanto depositarios de una memoria e identidad cultural (159). Este ancestral ejemplo de intolerancia extrema remite, analógicamente, a los proyectos de exterminio contemporáneos.[5] Pero hay sortilegios en las palabras, llaves que accionan sobre la memoria (130), hay algo más blando y por eso más resistente que las piedras de los galos, hay los rescoldos que no se apagan (160), hay lo que no puede ser censurado ni retenido como el preso que va al encuentro con su padre. Encuentro que se da en medio del mayor despojo, cuando los viejitos han sido desalojados, y que también será el encuentro con la palabra (141).
Ahora bien: yo sé lo que esa palabra me decía. (...) Del pique[6] lo supe y lo pronuncié, pronuncié la frase entera, más o menos larga, aquella palabra en caldeo era un ábrete sésamo en mis neuronas... (118)
Pero esta palabra jamás aparece escrita, es como un agujero que presenta en el texto lo que no puede contarse sino por sus bordes desparejos, por medio de alusiones incompletas o desvíos. También ella resulta golpeada: "la palabra jamás dicha fue golpeada" (164), en la precaria clave morse con que los "incomunicados" reinventaron el lenguaje. Allí, donde "las palabras estaban herméticamente prohibidas" (162), el arañar compañero en la pared restituye el mundo escamoteado: golpe a golpe, con los nudillos y una lasca de revoque, letra a letra, se pasan la palabra solidaria a través del muro como un plato de comida caliente.
La falta de referencias directas a la dictadura —cuya palabra ni siquiera aparece- u otros términos que remitan a discursos más o menos codificados, nos habla de un yo narrativo estrechamente vinculado a figuras poéticas. En este sentido podemos hablar de un texto liberado del cautiverio racional de la lógica del testimonio. Y además, en tanto lenguaje poético, participa de la paradoja específica de la formación lírica —formulada por Adorno en su "Discurso sobre lírica y sociedad"(53-72)-, según la cual la subjetividad se trasmuta en objetividad, y su estado de individuación en contenido social. Este lenguaje libera todo lo que la sociedad ha reprimido, pero es social a su vez, por proyección y oposición, en tanto cifra de una sociedad otra.[7] La elección estética garantizaría una mayor profundidad y perdurabilidad en lo social. Un registro explícito con el énfasis puesto en la transferencia comunicativa de datos o acontecimientos quedaría entrampado en la cosificación mecanicista y subalterna, además del riesgo de la vulgaridad que siempre arrastra la marca y la persistencia de la represión.
Al oxímoron que postula a la imaginación como territorio real (138), se le superpone otro que también alude a la proliferación imaginaria provocada por el encierro: este territorio, este enorme infinito desierto de dos metros cuadrados (144). La idea de infinito concentrado nos remite, obviamente, al aleph borgiano: ahí, en el pozo de castigo, detrás de la puerta sin pestillo, bajo siete cerrojos también hay un aleph. Un aleph que condensa los libros, las visiones de una vida, el testimonio de muchedumbres expandiéndose dentro de la cabeza de un hombre encerrado. Confluencia de todos los tiempos y los espacios: allí ahora el telón de la capucha se vuelve a levantar para los diez minutos de visita (...) en el instante simultáneo donde el tiempo corre por su cuenta y sin reloj (166). El límite de este infinito provocado por la más radical de las carencias es, paradójicamente, la unidad: una falta, una:
Hay una cosa que acá no hay, papá. Niños. No hay niños. No se puede vivir en un mundo sin niños. Y mi mundo, Viejo, no tiene niños. Así que cuando me llevan al escusado trato de traerme alguno. (124/125, el subrayado es mío)
Y luego cuenta como recorta, cuando encuentra, fotografías de niños de los diarios que hay para limpiarse. La falta de papel higiénico le sirve para neutralizar la otra -la de niños- con los recortes del periódico El País, que guarda en sus zapatos. Desde ese estado de absoluto despojo, el reclamo por los niños se constituye en una condensación del gesto narrativo y un manifiesto político: se rescata el futuro del escusado, si es preciso, para hacerlo camino articulado con la memoria (conservada en la caja de zapatos de la madre: 25 y 77), desde donde provienen las fotografías reproducidas al final. Entre ambos desplazamientos históricos la imaginación (pisoteada, golpeada) se revela como un medio de producción de sentidos a partir de los residuos, de los restos, de la nada.
La palabra nunca pronunciada es un tótem (158) operando de manera silenciosa. Pero aquí se trata de un silencio activo —como dice Susan Sontag (1997: 36)-, en tanto expresión de rechazo de ciertos mecanismos racionalistas y como propuesta germinal de otras formas de pensamiento, un silencio que mantiene las causas abiertas y fuera del tiempo convencional. El silencio -como hemos visto- es trabajado por lo menos desde dos ópticas en la novela. Uno, sinónimo de sometimiento y complicidad, es un silencio de muerte, frente al cual se rebelan los prisioneros del campo en Polonia, a la vez que constituye un tiro por elevación a los mecanismos inductores de miedo colectivo utilizados por las dictaduras para asegurarse la indiferencia en la población, aquél no enterarse como programa de vida.[8] El otro sentido manifiesta, por medio de lo inefable, un quiebre en la homogeneidad del discurso, opacidad de un silencio que se puebla de presencias y de voces, que instala un límite ante lo inaccesible a la vez que un desafío, ya que es a partir del reconocimiento de esa carencia (de recuerdos, de comunicación con el padre, de recursos) que el relato emerge.[9]
Por eso la palabra caldea, aramea, babilónica, hebrea, se manifestó atravesando los diferentes espacios para volver a unir lo que fue arbitrariamente separado (166). Cuando la ilusión de la certeza abarcadora se ha roto es necesario recoger los restos cenicientos, hurgar en la sombra de la anfibología y lo inasible, en lo que no puede ser descifrado ni traducido puesto que debe permanecer oscuro y decir con esa oscuridad otra manera de decir. En la lengua corriente –enseña Blanchot (1993: 42-44)- se confunde a las cosas con su nombre sin percatarse de que el nombre es socavado por la muerte. El lenguaje poético pone de manifiesto ese desplazamiento y esa ausencia constitutiva de la palabra. Ahora bien, al hacer de la palabra una desaparecida del texto se desquicia esta paradoja de la lengua, pero además se apuesta a la restitución de una presencia que es colocada fuera del alcance de la muerte –en tanto ausencia de una ausencia- y en tanto palabra literaria.
La palabra no está dicha porque surge en condiciones irreproducibles y evidencia de esa forma informe —sin nombrarse, nombrando- lo indecible. Dicha, correría el riesgo de quedar prisionera en una entelequia, tapando el hueco con una cáscara. Porque además, esa palabra producto del encuentro con el padre expresa el triunfo de lo inasible y de la transgresión del interdicto, la derrota invertida, la pérdida puesta del revés. Lo inefable -además del sentido místico-religioso y su conexión con lo sublime- puede ser leído como la actitud de resistencia del lenguaje literario a participar de la atrocidad haciéndola inenarrable: en la subversión del instrumento lingüístico la palabra encontraría su trascendencia. Esta insistente manifestación de lo no dicho pareciera presentar la falta como una montaña volcánica levanta su cráter al cielo. Una manera de esgrimir lo inefable que termina por fundirse en su contrario, haciéndose imborrable.
Notas:
1.- Las cartas que no llegaron, Montevideo, Alfaguara, 2000, (todas las citas remiten a esta edición).
2.- Respecto del Testimonio y la compleja red de problemas inherentes al género me he ocupado en "Testimonio y novela", estudio recogido en Gustavo Lespada, Esa promiscua escritura, Córdoba, Alción Editora, 2002 (pp. 93 a 120).
3.- "Porque la fantasía, ¿sabes?, es la única cualidad humana que no está sujeta a las miserias de la realidad." (43)
4.- Ya en El bataraz (1999: 138-139) se afirma explícitamente la realidad de la imaginación, a la que el propio Marx le asignara un rol fundamental en la configuración del proyecto, etapa indispensable en el proceso material del trabajo humano.
5.- Rodríguez Molas (1985: 149-169) nos proporciona una crónica y un documentado estudio sobre las aberraciones realizadas por los militares argentinos (1976-1983) en estrecho parentesco con la metodología del nazismo.
6.- Uruguayismos: "del pique" equivale a en seguida o inmediatamente. Hay otros, como "chiva" por bicicleta (148) o "peludear" por pedalear (147).
7.- Jorge Monteleone hace un excelente análisis de estos planteos sobre poética y sociedad, a partir de su propia traducción del texto de Adorno, en "Gelman: el salario del impío" (inédito, 2001).
8.- Así resume Noé Jitrik (1984: 254) esta actitud generalizada en nuestro país durante los años de plomo, en "Argentina: esquizofrenia y sobrevivencia". En Vigilar y castigar, Foucault señalaba en los sometidos a un régimen de vigilancia, la tendencia a reproducir internamente las coacciones del poder (1991: 206). Otra categoría útil para pensar la autocensura introyectada por los sujetos, es la de inxilio (exilio interior), tal como la expone Carina Perelli (1986: 90-92) en De mitos y memorias políticas.
9.- Franco Rella (1992: 165-175) hurga con erudición en ese borbotear de lo indecible, en ese signo libertario atrapado en el lenguaje de los hombres, en esa silenciosa promesa de redención de todo lo que ha sido avasallado y vencido.
Gustavo Lespada (Montevideo-Buenos Aires/Argentina)
PÁGINA 10 – Desde el olvido: Hugo Mandón – 1929/1981 (Larrechea - Santa Fe/Argentina)
Acceder.
Accede en la mañana al corazón de la madera
que arde en mis fuegos
y a la luz que sube desde el este
y al calor de tu mano compañera
aquí
donde tengo el mate y el agua tibia
y los huesos quietos
y las palabras creciendo la luz
palabras para nombrarte
para decirte íntegramente
para saludar tus pechos de historia nutricia y tus muslos
fríos como mojarras
y tus duras rodillas
minerales y severas
y tus codos apoyados en la historia reciente
hecha entre los dos
y tu vientre calmo
y tu pie pequeño y tu oreja celeste
y tu pelo sin color ni abundoso
accedo he dicho a la plenitud prefigurada de otro día
sin saber muy bien
si soy yo o es otro el que ocupa mi lugar
todo porque te considero como a los días
jamás iguales
sin identidad posible
sin anuncio de la noche oscura
con sol
con la luz de tu piel cambiante
con las lluvias de tu tristeza
accedo a ti.
Pájaro.
Es de franco mal gusto y peligroso adornar cosas amables
como son los manteles, los dormitorios y las tortas de bodas
con fieles figuras de pájaros, sus picos y sus ojos feroces
con alas tensas, con el desgarramiento de los vuelos.
Y sin embargo la gente lo hace de ese modo y reincide.
Es cuando afuera, en el aire liviano, frío de la tarde
un pájaro oscuro y magro llega a las grandes ventanas
y allí pica con furia los vidrios congelados, las maderas blancas.
Adentro se admiran y comentan las figuras del pájaro ornamental.
Afuera, el otro pájaro se hará pedazos contra los vidrios.
Nadie sabrá de su solitaria ansiedad.
Nadie escuchará su sangre rota.
Sombra de las glicinas.
Una vez estuve con mi cicatrizado músculo del pecho debajo de la densa y olorosa fronda de las glicinas. Estuvimos en la sombra del plumaje lila de la mañana. El perfume parecía llover.
Había en aquel lugar rodeado por el campo y tan lindo como verde, una bomba de agua fresca y una palangana color rosa donde lavaban sus manos los hombres del trabajo. Había muchachas frescas como el agua de la bomba, rientes, embellecidas por la luz dorada, que cocían pan en la honda cocina roja. Y el olor de los hornos llegaba a nosotros mezclado con la dulce fragancia de las glicinas estallantes.
Fue una mañana vieja e inolvidable.
El campo era verde, reían las muchachas y el agua en la palangana rosa.
El perfume de las glicinas era como una llovizna sobre nosotros.
Ardían los hornos del pan y creo que era diciembre.
Los cactus.
Amo los cactus por sedientos
porque sé que la sed es una esperanza carnal y porque toda esperanza define profundamente la condición humana.
Amo a los cactus por pacientes
porque sé que la paciencia fluye de la confianza en el dios
y a falta de éste, en la propia fuerza, que aún vive en la debilidad.
Amo a los cactus porque han sabido dolorosamente diferenciarse
rotundos, excluyentes: han preferido la ausencia de las frescas y fugaces floraciones y han sabido sacar espinas del secreto corazón del agua escasa; han transfigurado la pobreza en arma defensiva.
Amo a los cactus por solitarios
porque siendo así demuestran que generalmente las fuerzas menguan
cuando el individuo se disuelve blandamente en las muchedumbres.
Amo a los cactus porque suelen ser subestimados
porque son juzgados insignificantes melancólicos
pálidos penitentes, resignados a los eriales de la tierra flaca.
Porque así se los considera, los amo.
Y ello, porque es de mi naturaleza adherir a la mayoría de las cosas no estimadas por la generalidad de los hombres.
Muertos y no muertos.
Hay quienes, inciertos, espantados,
se quitan a cada rato del breve ramaje personal
la pegajosa sustancia de los muertos;
es la gente primaria, aún la mímica del mono,
rústicos imagineros viscerales que suponen
y nada más
el interior abominable de las tumbas.
Ellos temen al cadáver y su inercia
y su marcha hacia el polvo, a las harinas del hueso
a su disolución escondida, sellada, indigna del ausente
amado por el pensamiento, sin materia alguna
vivo en la llama que arde en las manos abiertas.
Ellos, los monos postreros, juncos del barro
son los que no saben cosechar la flor sino comprar el crisantemo
los autores de las tristes, convenidas, vulgares inscripciones;
son quienes veneran, a punto de olfativos, los sepulcros
pero temerosos de la intimidad que esconde el mármol;
los que se contraen en feroces pesadillas
en las cuales les sonríen los rostros descompuestos
y son mirados por las cuencas heladas de la esposa
o buscados por el brazo descarnado de la madre
y a veces, besados por los labios negros del amante.
Pero siguen obstinados, renovando flores compradas
frente a los mármoles pulidos cual espejos
a las feas y vacías exclamaciones de congoja blanda
frente a los Cristos decorativos
ignorando que las Cruz no manda sobre el gusano
pues tiene otro alto destino: el de la esperanza
en el fin de los tiempos y el gran suceso
y las buenas nuevas encendidas en una madera ensangrentada
una vez y para siempre.
Ellos son, al fin, los cavadores de la propia fosa
los primitivos adoradores de la miseria abominada
los que no han aprendido todavía a dejar crecer
buenamente y sin prisa
en paz a los muertos en la tierra caliente del corazón.
Son, al fin, en los cementerios fríos y ventosos, no más
que muertos verdaderos que circulan y comentan
andando sin saberlo, no entre muertos
sino entre sus propias sombras vacilantes y mezquinas.
Pero, aunque no lo sepan ni lo sientan, por sobre ellos
inclinados
y también para ellos,
comprendidos, abarcados, amorosamente resumidos
brilla la luz inmensa, sin origen ni término
que recoge, intacta, pura, inalterable
la real materia de los amados que no cesan de repetir
veraces y dulces las partes la palabra que perdura.
Pero los temerosos de la intimidad de las tumbas
no saben de tales amados. Sus oídos tapiados no oyen.
Ellos huyen del recuerdo de la carne que transita…
Pero la luz inmensa los recoge y de alguna manera los redime.
PÁGINA 11 – Artículo ensayístico
Crónicas del agua
Por Mónica Russomanno (Santa Fe/Argentina)
russomannomonica@hotmail.com
I
La gente tiene todavía muy cerca de la piel del espíritu la inundación de 2003. Ya habían hecho los bolsitos hace rato en los barrios del oeste. Es así de exagerada la gente, se acuerda de lo malo. Pero acá tenemos la facultad de ingeniería hídrica, ¿Cómo va a ocurrir de nuevo? Es la gente ignorante que ve crecer el Salado y se asusta, que ve cómo el Paraná llena la laguna que se va trepando despacito por los pilares del puente colgante, y se asusta. Pero no va a pasar nada, eso decían los que saben, los que observan las fotos satelitales y monitorean (les encanta decir "monitorean" las cotas de riachos y ríos).
Nadie podía saber que el cielo se nos caería sobre las espaldas, sobre las cabezas, sobre los techos de losa o de chapa. Pero se cayó. Y cómo, me preguntaba en el salón de clases semidesierto mientras por las ventanas caía el cielo, cómo es que el agua que es tan pesada adentro de un balde está flotando allá en el cielo. Cómo es que un océano viaja por los cielos y esas toneladas etéreas caen así, tan desde arriba, tan compactas. Pero el cielo cayó y cayó y anunciaba con luces eléctricas, con avisos de catástrofe luminosos que seguiría cayendo. Y siguió cayendo. Cinco metros de agua cayeron en cada pequeño espacio de la ciudad y de las ciudades vecinas, y sobre el campo extenso.
La temida inundación que nos cercaba por el este y por el oeste, retenida a fuerza de defensas, dio un salto y nos atacó desde arriba. Pero vino. La gente ignorante que la esperaba no se alegró por haber acertado contrariando los pronósticos de los catedráticos. A ellos les toca el dolor y la pérdida.
Otra vez los mismos relatos. Cuatro años después. Cuatro años de tiempo en el que el Comité de Crisis y Defensa Civil debiesen haber trazado los planes que se revelan, otra vez, inexistentes. Vayan aquí algunos aguafuertes. acuarelas, me temo:
Don Caballero y su mujer, en barrio Chalet. Ya tenían el bolsito preparado. La otra vez perdieron casi todo, él perdió, por mucho perder, hasta una pierna. Esta vez al menos prepararon los documentos y algo de ropa. Por la radio les dieron el lugar de concentración donde irían a buscarlos para la evacuación. Ese lugar estaba ya bajo agua. Y no fue nadie.
El presidente de la vecinal consiguió unas canoas y así llegaron a tierra firme. De ahí, cada cual adonde pudiera ir. Un amigo del sobrino los fue a buscar con una camioneta y los llevó con hijo, mujeres y nietos a la casita donde se apiñaron ocho. Allá están. Por obra y gracia de los vecinos y familiares y desconocidos solidarios.
Las artesanas en Esperanza sintieron un horrible zumbido que provenía del cielo. El sonido de las trompetas de los ángeles exterminadores, quizás.
Se pusieron debajo del dintel de una puerta aguardando un aterrador tornado.
Y el zumbido seguía intolerable, hasta que se inició el bombardeo atroz. Era granizo de un tamaño imposible, que destrozó todo.
Mary fue rescatada de su casa con el agua a la cintura. En canoa. No se llevó nada. Es empleada doméstica. En el 2003 perdió todo. Ahora, cuando llegó al centro de evacuados, estaba con la ropa mojada y sin comida. Otra vez, otra vez con la nada por delante, con la certeza de haber perdido todo lo que pudo conseguir en estos cuatro años. Mojada y hambrienta, tan espantosamente sola.
Myriam en el extremo norte de la ciudad, en el barrio transformado en una isla. Un amigo fue a hacerles una provista al supermercado, no pudo llegar con la camioneta 4 por 4. Entonces un grupito de adolescentes salió en expedición a buscar víveres para varias familias. Tienen para hoy y para mañana. Después se verá. La arena para frenar el agua que le entra a los Zanelli por el fondo se las dio una vecina que estaba construyendo. Y tienen ganas de reírse todavía, y cuando pasó Tito todo de amarillo el Rober dijo "vienen los Teletubis" y todos se reían. Y se reían cuando miraban con apetito la bolsa de arroz de la perra. Y todavía tiene espíritu científico Myriam, que me contó que la tortuga en el patio estaba paradita en la pared a 45 grados, alejándose unos centímetros, lo poco que podía pobrecita, del suelo amenazante.
Y en los edificios de las Flores suben las cucarachas. Los alacranes salen en toda la ciudad de los sumideros. Los gorriones bajo la lluvia se comen las lombrices que afloran para no ahogarse en la tierra que está saturada de agua.
Ya no llueve, pero se viene el agua que busca el cauce del río. Desde lejos se viene, atravesando campos. Quienes sobrevolaron la zona hablaron para la radio con una voz donde se nota el temblor involuntario.
El caos se asienta, se decanta, va tomando la ciudad como la otra marea.
Están los que cobran peaje en las avenidas, los que saquean a los que huyen con sus cuatro cositas y los pesos ahorrados. Los que en las escuelas que funcionan de centro de evacuados amenazan a las maestras que no tienen nada que ofrecerles y no saben de dónde fabricar colchones, o ropa, o comida.
Pero los de Defensa Civil, los funcionarios de la municipalidad, deliberan. Les sale bien eso de deliberar. Mientras tanto cada uno hace lo que puede y ayuda si puede y le dan las ganas y el coraje. Como hace cuatro años, como siempre, socorre el buen samaritano y las fichas se acomodan según van cayendo.
Después escucharemos explicaciones razonables. No me cabe duda.
II
Vino Mary del refugio improvisado en la escuela. Tiene los ojos rojos Mary, y va formando imágenes en el aire la Mary; cuenta y cuenta mientras toma leche con tostadas en la mesa de la cocina.
Dice que la buscaron en canoa, y cuando llegaron a la “San Cayetano” los encerraron con llave, y no los dejan salir por miedo a que se metan otros y rompan, o roben, o vaya a saber qué cosas que puede hacer la gente cuando es mala y se siente impune, y afuera está el caos. Dice la Mary que no comieron desde la noche que llegaron hasta la otra noche, un día entero estuvieron sin comer, y las tripas le hacían ruido y se le quejaban.
Cuenta la Mary que no les dan comida para los perritos, pero los perritos son la familia, también, así que de su ración come, y esconde un poco, y con eso le llena las tripitas al cuzquito que pobrecito, también es gente o al menos más gente que algunos.
Y cuenta que si tenían frazada no les daban colchón, a pesar de que a la noche se vino el frío, y eso de estar arriba de la frazada pero sin nada para taparse no abriga, y el suelo además de duro estaba helado. Así que lo peleó la Mary al hombre, y le dieron un colchón para los cinco de la familia que se juntaron allá en el refugio. Y adónde, pregunta la Mary, adónde van los colchones que quedaron en el camión ¿No? Y es la misma pregunta que hacía ella y que hacía tanta gente hace cuatro años.
Y dice la Mary, y le da un poco de vergüenza y le cambia la voz cuando lo dice, que tienen que mentir para que les den agua caliente. Tienen que decir que hay un bebé y una mamadera para que les den agua caliente. Pero cómo, cómo se aguanta sin el mate el hambre, el frío, la angustia; cómo se comparte y atenúa, sin mate, tanto sufrimiento. Le da vergüenza decir que tiene que mentir para que les den agua caliente.
Los baños bien, limpios, bien por suerte. Pero es una escuela, las escuelas no tienen calefón ni termotanque, hay que lavarse con el agua fría y de ducharse ni hablar, claro, lavarse un poco para ir tirando, y escuchar por ahí “estos negros mugrientos”.
A lo mejor la heladera vuelve a andar, si la sopletean con agua y compresor como la otra vez, eso si no estalla la puerta de entrada y las cosas se van flotando, se pierden en la calle donde se van a juntar todos los peces muertos de la resaca. Dice que la heladera a lo mejor ande, pero no puede imaginarse la casa y la heladera, tan pesada, que flotará extrañamente como los buques de hierro y toneladas excesivas. La heladera flotando por la casa es intolerable. Cambia de tema. Mejor hablar de ahora, de acá, al futuro todavía no tiene el coraje de enfrentarlo. Ya llegará con las aguas servidas, los cimientos que ceden, el olor y la podredumbre. Otra vez, un futuro que exuda pasado de pesadilla, esas pesadillas cíclicas que cambian las leves circunstancias pero no el terror de fondo que siempre es el mismo.
Cuenta que la Negrita se aburre, la nena encerrada en un gran dormitorio de colchones y gentes deprimidas. Me pide un mazo de cartas para la Negrita. Todos se aburren, con la desesperación del que siente que algo urgente lo requiere, pero tiene la pesada tarea de aguardar. Afuera tiene que bajar el agua.
Y la Mary cuenta, con los ojos rojos cuenta y cuenta, y no quiere más tostadas. Y mamá que le ofrece más tostadas porque qué se puede hacer sino ofrecer tostadas, y escuchar, y sentir. Y yo que salgo a comprar cosas. Cosas, a prepararle un bolso de cosas. Qué poco podemos hacer salvo ofrecer cosas que le faciliten un poco la jornada. Pero no está en mí el poder de hacer milagros. Le armamos con mamá unas bolsas de cosas y le deseamos buena suerte. Y nos quedamos con los relatos y los ojos rojos en la mente y en el corazón. Hasta pronto. Mejor suerte. Hasta pronto Mary.
III
El tiempo se ha detenido. Es el momento de mirar el agua y de comprobar que no baja; el tiempo de mirar el cielo nublado, ese compacto cielo amenazante. El tiempo suspendido de todas las esperas que convergen en un silencio de escala de grises.
Es el tiempo del nudo del relato, el tiempo de defenderse del hastío, el tiempo igual a si mismo cuando no quedan ya palabras nuevas. Cuando se repiten las historias que ya fueron contadas, cuando empieza a trabajar la ira desde abajo, desde el fondo. Cuando las manos no hallan reposo en el trabajo y comienza la calma preñada de monstruos.
No lo oigo, pero en el silencio de la ciudad parada hay un llanto, ladrido de perros en la oscuridad, fogonazos y detonaciones.
Es el tiempo en que el estupor y la agitación se velan por la luna que entre nubes fosforescentes recorre el rectángulo de la ventana. Velas entre muros húmedos. La vieja, la antigua caverna que nos protege del afuera hostil. Esa sensación de sitio, ese abismo.
La radio que pone en ondas la tragedia, que imparable destila nombres y lugares precisos poniendo en particular la generalidad de las urgencias. Las voces que se encienden y desaparecen recién brotadas, ese extraño silencio del tumulto, esa insensibilidad del extremo dolor.
Es, me lo digo, el tiempo en que las voces se confunden como en las tribunas, y surge la sola y única voz plural de un pueblo que grita, así como las calles y campos anegados han formado un único espejo líquido que refleja un cielo inclemente.
Asusta este silencio de masa sonora, este silencio de chicharras, esta aguda nota sostenida hasta que duele. Da miedo este silencio, da miedo este tiempo mudo de mirar el agua, de mirar la oscuridad allá afuera, de mirar las manos cerradas en puño.
Hay que dejar que la voz se desenrolle, decir de vuelta, otra vez, no importa cuántas veces decir lo que pasa y lo que pasó. Hay que escribir la sinfonía de los desesperados, dar a cada instrumento un espacio para elevar su motivo o bajarlo, o desentonar como la trompeta que se desbarranca desde las alturas conquistadas. Hay que permitir que se liberen las fuerzas agazapadas en los vientres crispados.
Es el tiempo muerto de la espera. No muramos.
En los centros de evacuados, en las casa secas, en los techos de la vigilia acecha la ferocidad de quien está obligado a esperar. Las garras dejarán surcos en el revoque desgranado, los colmillos se ensañarán con el compañero de celda. Estallará, uno por uno, cada miembro del clan que se revuelve en el lecho caótico del desastre. Y lo que fue en un principio solidaridad se tornará codicia y maledicencia, la simpatía se replegará bajo escamas aceradas, molestará el que hace, el que no hace, el que simplemente se interpone.
Habrá que superar este tiempo de caldera a presión, este tiempo de algodones sucios, de bocas negras. Habrá que superarlo mientras la luna se desplaza entre nubes fosforescentes. Silenciosa.
IV
Dos de abril, fecha de oprobio, de recordatorio de los muertos, fecha de los soldados que volvieron o quedaron en las Malvinas. Cuántos de ellos estarán ahora bajo el agua, como estuvieron bajo el agua en aquellas heladas trincheras. Cuántos, me pregunto, con la misma falta de atención que sufrieron allá. Este es un país duro que no cobija a sus hijos, demasiado pronto a diluir y disfrazar, con enorme capacidad de olvido y de perdón para los culpables.
A causa de la radio me sorprende una de esas carcajadas inesperadas.
Entre la madeja informe de quejas y reclamos y noticias de cortes y piquetes, un funcionario dice que se vieron superados por este fenómeno inédito de una segunda inundación. Me río y le digo a mi mamá que está colgando la ropa lavada a la luz del cielo blanco, "escuchá, escuchá, un fenómeno inédito que se repite" Y está buena la excusa; me los imagino dentro de un tiempo, sorprendidos en su buena fe por el fenómeno inédito de una décima inundación. Y todavía sin bombas de desagote, sin plan de evacuación, sin saber muy bien quién y cómo tienen que hacer qué cosa.
Otro fenómeno que se repite, que terrible y repugnantemente se repite, es el del abuso de los niños o las mujeres en los centros de evacuados. Esta vez y que yo sepa, detrás de la terminal de ómnibus, en los galpones que fueron del ferrocarril. Una nena esta vez, una nena de seis años esta vez, y mujeres que toman sus hijos, sus pobres bártulos y se van a su casa aunque todavía tengan agua. Madres, mujeres que huyen.
Y la ferocidad del sexo que brota en los centros, en las salas comunes, sobre el suelo. Reparten condones. No pasó un mes de evacuación, pasaron seis días. Entiendo la urgencia de los jóvenes acicateados por el desastre, pero me conmociona. Como en las guerras, como cada vez que los dioses o los elementos, o la Historia se desatan, los cuerpos se buscan en la obscuridad, entrelazan los anhelos, engendran para no morir. Lo entiendo, pero me aterra la bestia suelta en la noche. Huelo su aliento y no es dulce.
La ciudad mañana volverá en si, termina el fin de semana largo.
Prescindirá de los menos favorecidos, pero seguro que ni lo notaremos.
Apenas por los baños químicos que continúan ocupando algunas veredas, por esa gente en hojotas y con bolsitas exiguas que transitan con rostros inescrutables. Sólo los del oeste y suroeste seguirán dentro de la pesadilla. No se los extrañará en los bancos, en los negocios, en las tiendas ni en los cafés. No se los extrañará, simplemente. Al fin y al cabo, como hace cuatro años, volverán a sus extramuros y nos iremos olvidando de las paredes que se desgranan y de las fotografías ahogadas. Aunque digamos que no, que esta vez si que los vamos a recordar, como a los veteranos de Malvinas.
V
Una película norteamericana no termina hasta que no haya habido una buena explosión, una novela de Ágata Christie hasta que no se resuelva el misterio, y aquí las cosas no finalizan hasta que aparezca un paredón. A los que hacen piquetes, habría que llevarlos al paredón. Así son las soluciones que brotan, que emanan de la gente, y esa frase inevitable la escuché hoy.
Al paredón y listo. Solución final.
Los piquetes son como las huelgas, molestan. Son unos cuantos vecinos que cortan las avenidas, las calles, las rutas, para pedir cosas. Es la gente que no encuentra otra manera de que se oiga el reclamo, y son los maleantes que aprovechan la situación y enturbian ese reclamo.
Y a los piquetes lo sufren los que trabajan, los que se quedan sin provisiones, los que tienen que realizar una expedición para llegar al trabajo, los que no pueden acceder a los hospitales o centros de salud. Los sufrimos todos; caldean los ánimos, reducen la tolerancia y paralizan la solidaridad. Son, quizás, la mejor manera de hacerse odiar por los conciudadanos.
Pero, y esto es lo trágico, seguimos confirmando la letra de "Cambalache" ; el que no llora no mama y el que no afana es un gil. El que no llora no mama, no hay ayuda hasta que no haya piquete, hace falta llorar a los gritos para conseguir alguna cosa, y que el reclamo sea justo hace que actuar contra los piquetes sea una canallada que el gobierno en pleno año electoral no está dispuesto a cargar en las espaldas. Por eso, no actúa para disolver los cortes, y tampoco actúa contra los ladrones que se disfrazan de piqueteros y cobran peaje en las calles.
El que no afana es un gil, y más si la emergencia y el caos les otorgan impunidad.
Como el reo que se guarece en un jardín de infantes para que no le disparen, los ladrones que toman el nombre de piqueteros para el saqueo y la prepotencia, se mezclan con la pobre gente desesperada que, de otra manera, no sería oída.
Confundidos todos para desgracia de quienes se encuentran urgidos por la necesidad y la falta de asistencia.
Si el plan de emergencia tuviese solidez o una mínima operatividad, si la gente confiase en los gobernantes, si la organización permitiera ayudar a todos en la misma medida y con la misma eficacia. Si todo esto se diese, no debería de haber piquetes. Si no hubiese piquetes, los ladrones serían simplemente eso, ladrones, y la policía no tendría que actuar dentro de esa zona borroneada que los ampara.
Pero son condicionales que no concuerdan con la realidad que soportamos.
Entonces, al paredón. Todos. Y la solidaridad que asomaba se vuelve al armario donde permanece guardada, hasta que encontremos personas necesitadas con quienes hacer caridad, siempre y cuando no molesten.
VI
La inundación pluvial lo mojó todo, desde las calles, casas, barrios completos, hasta las letras dibujadas con agua ahora, desdibujadas ahora, de mis ensayetes acuarelables. Nidia me escribió que desea lo imposible, un texto sin paredes mojadas ni trágicos paredones.
Y en esta hora en la cual la magia ocurre día a día, en esta hora precisa y repetida de cada atardecer, el sol inclina la cabeza por debajo de las nubes, y como un niño que se asomase por debajo de una mesa nos regala una sonrisa feliz. En esta hora maravillosa casi puedo decirle a Nidia que no habrá, en este texto, paredes mojadas ni paredones.
Por debajo del cielo nublado amarillea la luz. Esta luz al ras, luz teatral, luz escénica, hace que las hojas de los árboles se transmuten en verde esperanzado, rejuvenece y limpia. El esplendor de las hojas tiernas y transparentes, de luz y savia, enciende el alma. Con sol podemos creer en el futuro. La luz disipa el medio tono de la derrota, nos hace caminar erguidos, nos permite descansar, unos pocos minutos quizás, pero descansar, de los terrores obscuros.
Entonces podemos ver que las plantas han florecido, que los gorriones no cejan en su empeño de vivir a los saltitos, ni los horneros abandonaron la reconstrucción eterna de sus hogares de barro.
La vida sigue. Lo sabemos gracias al sol; la luz lo dice, lo proclama por el aire la tenue dulzura en sepia de esta hora mágica. Un chico de un centro de evacuados juega concienzudamente a las bolitas en la vereda.
Alguien pasa en bicicleta y silba. Se escucha una risa detrás de una ventana cerrada.
La vida sigue.
Y habrá, claro, paredes mojadas. Pero ahora, en esta precisa hora enclavada en el centro del infortunio, ahora sabemos que esas paredes se secarán. Y sabemos también que luego de los preciosos minutos de la esperanza vendrá la larga noche. Pero sabemos, también, que mañana habremos de sacar las escobas y el detergente para poner orden en nuestros pequeños mundos.
Lo dice, lo asegura, la amarillenta luz del sol atardecido.
VII
En la escuela, en cuarto grado, los chicos escuchaban la explicación del dibujo que tendrían que realizar. Tenían que registrar gráficamente cómo los había impactado el agua en la ciudad. No eran chicos de los barrios afectados, pero todos escucharon relatos de familiares, amigos de los padres, vieron personalmente o por la televisión la catástrofe. Las voces agudas se entremezclaron en historias, postales, recuerdos.
Escucharon que un relato se puede hacer con palabras o con imágenes, y que un dibujo es más certero a veces que una fotografía, porque al dibujar no se plasma la totalidad sino que se escoge lo importante; lo más importante para el dibujante, y por eso quien realiza la imagen está contenido en ella a través de su mirada.
En el dibujo estaría la inundación, y estarían ellos detenidos, también, en este cuarto grado que se iría perdiendo en el tiempo extenso de su niñez. Esto vi, esto pasaba, allí estuve, así fue.
Y los chicos hablaron de los yacarés que aparecieron en Altos del Valle, de los botes, de la gente en los techos, de los helicópteros, de los tiroteos y de los piquetes.
El problema es que el agua marrón parece tierra, así que lo solucionaron mezclando los crayones marrones del agua verdadera, y los crayones celestes de esa agua esquemática, el agua celeste como debe de ser el agua en un dibujo infantil.
Alguno se sintió obligado a aclarar “pero yo no me inundé”, a lo que la respuesta “la ciudad se inundó, todos vivimos en ella”, los dejó tranquilos al entender que no usurpaban la calidad de víctima.
Todos dibujaban.
Todos menos uno.
Alguna cosa lo inquietaba. Finalmente preguntó si podía dibujarse en el patio, jugando con el hermano en la lluvia. ¿Eso es lo que más te impresionó de todo? Silencio, cara inexpresiva. Si, eso.
Y así recordará el final de marzo y el comienzo de abril del 2007. Para su dicha o desdicha, conservará la imagen de su hermanito y de él, jugando alegremente en el patio de su casa, bajo la lluvia.
PÁGINA 12 – Poesía americana
Piedra que germina
Después que me miraste,
que gracia y hermosura en mí dejaste
San Juan de la Cruz
Como raudo rayo fecundado
el Amor desciende.
Con sus garras abre
surcos en la tierra.
Y crece el musgo,
el limo blanco, el árbol
venerado por la tribu.
Y la ternura crece
sobre el alba.
Y el corazón del día surge
como denso susurro
de la roca.
Y el océano inicia
impetuosa danza consagrada.
aquí el fulgor renace.
Si pusieras tus ojos en mis ojos.
Si pusieras tus labios en mis labios.
Si tu boca afuera abeja enardecida
O aguja voraz hurgando en la sangre.
Si te posaras, sedienta, entre mis piernas,
te amaría densa, torva, tiernamente,
como quien por primera vez asoma al mundo,
como quien por primera vez
desgarra una violeta.
Todas las cosas arden si te miro.
Todas las piedras germinan si te amo.
Como gorjeo intempestivo vienes
y tu presencia bebo cual arroyo
donde los ángeles se inclinan.
Como una lenta danza que seduce,
como rocío fértil en la arena,
como la castidad del santo que crepita
ante la suave perfección de la figura inmaculada
vienes.
Qué arduo trabajo el tuyo, Amada: ser hermosa.
El graznido del cuervo me estremece,
el vuelo del pegaso me seduce,
el gorjeo de tu voz me satisface.
Sin ti, abeja tierna, el Universo carece de sentido.
Como un patriarca fiero me conduzco,
como un profeta sabio te profano.
Amada Reina del Valle de Jovel,
La del Rostro Dulcísimo y Terrible,
Sé que vienes de donde crecen los manzanos
Y que en tus ojos anidan las colmenas.
Ay cuánta miel derramándose en el iris
Y cuánta perfección en tu figura.
Que el oro de mis besos te sostenga.
Que la roca de mi canto te consagre).
A TI NO TE DERRIBARÁ la muerte.
A ti jamás te tocará el olor maldito de la tumba
aunque las leyes de la flor, la insobornable
rueda del verano se deslice, y perturben
y acosen tu belleza.
Gacela, grulla o corza
como una madre tierna te cobijo,
pero tiemblo si un golpe lúgubre
de realidad te toca.
Conjuro la presencia de lo eterno.
Brillante lágrima de sol:
yo desperté a la serpiente,
yo vi temblar al unicornio,
yo desaté al dragón enfurecido.
Frágil, perturbado,
para cantar escucho el ritmo lento del silencio,
para amar me sumerjo en el vacío.
¿Quién dice que el terror calcina?
Desde la esfera más alta entrego
mi voz en el océano.
Y palpito
y me erizo
y me consagro
ciego.
Turbo la turbia tarde.
El corazón alberga rosas, muñones agrios,
amargas fauces que devoran.
También es puño enronquecido.
Pero me doy a ti cual caracol sediento.
Delirio, purificada brasa que palpita,
¿ante la Luz qué hacen los ciegos?
Me inclino, hierba endeble, si me miras.
Mi corazón naufraga en ola súbita.
Fulgor sonoro al mediodía eres,
arena humedecida la ternura.
Óscar Wong (México)
Tiempo de permanencia
Acaso de un perfume que desnuda
Acaso de un viento que vacila
si batir adioses
si agitar los siglos.
Voluntad que aspira a ser de mar abierto.
Voz que exige espacio destejiendo la trama que sofoca.
Conciencia de sí misma
reclamando la historia que construye.
Eco de vidas silenciadas
alineándose en rutas todavía sin trazar.
Mujer, es tu tiempo de relámpago
y de permanencia.
Arqueóloga de la escritura de tu sexo
rescata la garganta que derrumba olvidos.
Nela Río (Canadá)
Cortaziana con lluvia y chocolate
Si una mujer te invita a un chocolate espeso espumeante
insinuando la tarde con mar de albaricoque al fondo
y tú no sabes si mayo o la mujer si la mujer si lluvia
todo poema prometido es una mandarina esdrújula
un voto en vilo un niño mudo en pleno parque
una acuarela sorda o tres cerezas tristes en un trípode
melódico mordaz y el chocolate o la mujer y el chocolate
o la mirada que se filtra por la tarde entra por el teléfono
se derrama indiscreta por las piernas de azúcar
dice algo sin decirlo la lluvia la mujer el chocolate
o el poema quizás el poema tal vez la tierra prometida
o volver a empezar hasta que salga el poema la lluvia
el chocolate la mujer o
René Rodríguez Soriano (República Dominicana)
Ítaca
Detrás de su huella se borró el camino.
Lejos de sus ojos,
la Ítaca olvidada
floreció de una eternidad transparente
su dimensión
ahora es otra
quizá la mentira crea la felicidad.
Ulises sigue vagando triste
No saben nada los caminos
de aquel que borró su huella.
Ítaca no lo recuerda
ya no tiene su aroma en las laderas
ya no florece de amor para sus ojos.
Dicen que después de sus batallas
lloraba por aquella casa
hoy escondida en sus pupilas
El camino incierto y pobre
frente a su grandeza
le hizo olvidarla.
En otras aldeas de espejo dejó su estirpe.
Los pasos rotos
no sangran lejos de los espinos
ni añoran ya los otros pasos.
Susana Reyes (El Salvador)
Presupuesto de jubilado
¿Qué se han quedado sin pagar las cuentas?
No importa. Las flores son indispensables.
Y esas buenas botellas de roja ambrosía
que afortunadamente no rompen la banca.
El recién descubierto concierto para piano,
el almuerzo en los chinos una vez por semana.
Escribir a la luz de lámparas antiguas,
despertar acariciando el vidrio.
El último volumen sobre el niño mago,
la magia dolorosa de los bailarines
con cuerpos que trazan el amor y la muerte,
aéreos como un brazalete de plata..
Esa camisa de escandalosos pétalos,
todo lo que dé gozo a los sentidos.
¿Qué no ha llegado el cheque? Ya llegará mañana.
Mientras tanto, se acepta la mentira de plástico.
Alfredo Villanueva-Collado (Estados Unidos)
PÁGINA 13 - Narrativa
La sangre que llegó al río (un cuento de navidad)
Por Marta Ortiz (Rosario-Santa Fe/Argentina)
No hay antídoto (séame permitido advertirlo)
contra la conmoción de los encuentros.
Virginia Woolf (Las olas)
Lo sostengo, lo acuno entre mis brazos, no sé qué hacer con él por él, no mueve la cabeza y la sangre mana sin pausa del vientre hundido, una larga hebra que formó un arroyo un cauce inquieto anegando ranuras entre baldosas hasta desagotar en la alcantarilla.
La corrida los crujidos de pasos quiebres murmullos de hojas y ramas pisoteadas el disparo envuelto en sombras, el miedo el sudor frío le hicieron persignarse invocar el salto mortal del Hombre Araña, el vuelo rectilíneo de Superman suspendido en el abismo alcanzar la vereda salvadora el paraíso; pero... ¡¡aahhhjjj!! ¡¡scrassshhh!!, todo acabó en un fatal ensartarse (la cola del pescado tensa coleteando) en la flecha, la punta de la reja, tambalear soportar el dolor el vahído el golpe seco porque la campera gastada lavada mil veces cedió a la afilada punta de hierro, para eso la clavaron allí, para atrapar ladrones y entretanto el dogo entrenado ladraba sin parar y una baba espumosa chorreaba las quijadas cubiertas de pelo como embetunado negrísimo. Y ahora al gemido de dolor se suma como un grito un rayo la sirena penetrando esta noche dulce, tempranamente perforada de estrellas.
Quince años si llega, más no tiene el pendejo; se muere en su ley, dictaminó el policía, ¿pero de dónde salió el policía?; y yo pensé: qué ley, un raterito inédito inofensivo, la brillantina de la estrella de Belén aún pegada a los dedos a la ropa, diluída en el rojo intenso de la sangre un delta manso y la sorda aventura (un tembladeral una bomba de tiempo) de avanzar y llegar al río. Cómo imaginar la cantidad, el volumen supurando de un cuerpo aún bosquejo, sólo prefiguración.
Busco algo, diarios apilados lo que sea pero no hay nada que sirva en la basura, nada; improviso un bulto una almohada con mi abrigo levanto apoyo suavemente la hermosa cabeza la palidez los ojos que quieren no pueden asirse de nada huyen se van lejos.
De lluvia toda gris envainada de bruma debió haber sido, una noche opaca. No esta otra desafiante clara potente y tantas ganas de vivir a pesar de que a él se le escapa el pulso el aliento todo, hasta el último soplo. Una noche de espejos rotos, de gasas húmedas, sudarios colgando del cielo
Quiero adivinar orientar mis pasos. Late agudo el silencio y por algún raro efecto acústico la sirena en vez de acercarse parece que se aleja y las pocas caras morbosas merodeando la escena rotan sobre sí y ascienden -minúsculos asteroides horadando un remoto cielo abovedado- cuando rezo busco ayuda en las alturas un gesto una palabra mágica la lámpara el genio dispuesto a cualquier cosa con tal de ayudarme, de ayudarlo; y entonces aparto bajo lenta la mirada, los asteroides tan ajenos distantes reticentes a la muerte dormida entre mis brazos; y al hacerlo mis ojos espantados la ven hecha jirones, los restos esparcidos silenciosos de la estrella culpable de pronto enmohecida, el frágil cuerpo del delito antes reluciente en el pino en medio del jardín; la estrella degradada la cola del cometa que lejos de guiar a los magos al pesebre brilló seductora, el dulce canto de las sirenas olvidado en los tímpanos de Ulises, y le marcó al chico el acceso más directo el escarpado camino de la muerte. A pocos metros de los dos, de él y de mí fatalmente unidos en el frío glacial cobijado entre mis brazos. Involucrados, bordados nuestros cuerpos en el mismo gran tapiz: nada fácil olvidar este tonto imposible final que corta la lengua quema la garganta clausura el pensamiento y no me deja llorar porque en el fondo no quiero, porque es mejor hundirme en la sorda estática claridad de esta noche fijando el dolor la impunidad para siempre como si un gran pincel los repasara con una laca indeleble. No llorar, sí dejarme tragar por esta densa gravidez en torno a la luz extinguida del cometa que él imaginó rutilando en el árbol vacío despojado, encapsulado tal vez en este raro inmóvil momento simultáneo del otro que percibo dolorosamente nítido; y esto ocurre porque pienso (imagino), la mirada de la mujer que lo espera y vigila confiada el hervor de la comida y no sabe, no querrá saber que alguien –el vigía: un ojo grande un cáliz negro abriéndose un pozo un latido perverso –, gatilló su opaco deletéreo poderío de chacal y en apenas segundos le dejó deshojadas agujereadas las manos, decapitado el corazón. Ella espera largas horas su obstinada paciencia de Penélope, una esfinge la silueta en la silla adosada a la ventana corre la cortinita ya no quiere las estrellas un oscuro presagio la impotencia el desasosiego no le gustan los horarios la noche de pronto amenaza una guerra de sombras el silencio como un aura un augurio silencioso, la calma que precede a la tormenta.
Los ojos fugitivos, remolinos sombríos, apresan un punto fijo: sólo para él flotan esquirlas anillos de humo rosas té. Murmura pide abrir una puerta. “De oro”, me parece oír; “dónde”, pregunto; “lejos”, se le caen, de algodón, de pluma, las palabras. La sangre ya no escapa, la sirena bruscamente a la vuelta de la esquina apaga el cuchicheo. Las caras asteroides han bajado contritas solidarias, se conduelen lo alzarían, si por ellos fuera lo llevarían en andas, un cortejo de ángeles, moños y ramilletes de rosas rococó para el difunto príncipe sapo; las manos armadas de piedras de palos la horda milenaria una vez más la cacería buscando devorar al asesino (siempre la misma máscara los cuernos incrustados en la frente) en el jardín devenido laberinto los recovecos desniveles canteros crisantemos magnolias escalones. No queda nadie. Jadean desesperan escupen larvas las manos vacías y el arma oscureciendo el fondo de algún pozo.
Clausuro cierro los párpados tan suaves. Alguien trae una frazada. Lo envuelvo tiene frío, se estremece, enjugo su sangre en el costado empapado, la ambulancia los paramédicos se vuelven fatigados descompuestos impotentes nada de nada que hacer salvo la llovizna de mis lágrimas, los brazos de todos reclamando al cielo.
Busco la dirección un documento un papel. Alguien dice: “vive allá”, señala el sur. Como un sonámbulo, oigo voces enteladas: la ambulancia hará el traslado, el policía el médico. Detrás de un lienzo tendido ante mis ojos (un diorama) veo la sombra avanzar doblar la esquina la cadencia de carroza funeraria el repique metálico los cascos sobre un asfalto doliente la sirena troquelando el aire pálido quieto en un cielo con marcas estelares de azúcar impalpable. Lo retiran lo desatan de mis brazos, por última vez lo imprimo lo fijo en mi memoria y no olvido el árbol mochado sin estrella en lo alto y ya no es una, suman dos las estrellas mutiladas.
“Quiero acompañarlo”, digo, como si soñara que digo, le hablo sin voz al médico al policía (absortos los dos en la ventanilla cada uno en la suya, intentan rehilar sus propias vidas en suspenso); “yo también”, digo, les digo, y levanto, dibujo un tono más duro, decidido: “una vez yo también robé una estrella de Belén, señores, tenía doce, trece años; fue una noche de diciembre así de clara, como ésta, de papel de calcar. Salté otra reja otro jardín los ojos el deseo puesto en la punta encendida del árbol tan brillante dorada y la cola azul. Pero alguien me seguía con los ojos de fuego predadores furibundos las hermanas alemanas las viejas como brujas de la casa. Me bajaron del árbol sin usar balas, señores, sólo a golpes, a escobazos; y fue un vértigo, el salto al vacío la serpentina el abordar desde un peñasco el agua azul turquesa. Después sentí dolor puntadas huesos rotos, el desmayo, dejar de pensar, un quirófano y la luz encandilándome. Y ahora retejer los hilos de este cuento como quien trama un recuerdo ardido un antiguo viaje sobre brasas.
-Otro tiempo –dijo el policía. Soslayaba mis ojos, miraba hacia un costado.
-Otra ética – dijo el médico –, entonces la sangre no llegaba al río.
Rehusaron. Pretextaron. Partieron quedé solo y sólo pude seguir el trazo el vuelo de la sangre que corrió viajó quiso perderse cobijarse en las aguas colectoras delatoras del río y desde allí (medusas, filamentos, nutricias linfas viajeras) a los mares y a caballo de las olas sorber lamer los bordes espumosos, reverberos a la orilla del planeta.
Mejor. No verla así, no verla nunca de esa manera, coronada de dudas, la sonrisa a medias porque todavía no sabe no hay certeza pero algo intraducible la obligó a salir (lo presiento), atraída por el rayo sonoro la sirena, y a quedarse parada allí, ventilando su intemperie en la vereda, secándose las manos el ajo la cebolla en el delantal, la cacerola destapada; no se acordó del hervor cuando el vehículo se detuvo y destrabaron las puertas traseras y el policía abrió la boca y dijo... Y el olor a quemado tampoco lo sintió y se tapó la cara con las manos.
Todo esto entrelacé, junté, anudé las puntas, los restos mientras subía al corazón de la noche enmielada por la calle de los plátanos, y me pareció una noche tan desprovista de materia, tan sin nada, y la sordina de las chicharras cada tanto. Anunciaban calor.
PÁGINA 14 – Narrativa
Carta a Rodrigo de Escobedo sobre las sirenas [ ]
Por Patricia Suárez (Rosario-Santa Fe/Argentina)
A Rodrigo de Escobedo:
Habiéndoos dejado hace cuatro días, hago ésta para testimonio de lo visto al Esnordeste del Monte Cristi. El día pasado, cuando el Almirante iba al Río del Oro, dixo que vio tres sirenas que salieron bien alto de la mar, pero no eran tan hermosas como las pintan, que en alguna manera tenían forma de hombre en la cara. Dixo que otras veces vio algunas en Guinea, en la Costa Manegueta. Se alejó y partióse de donde había surgido, y al sol puesto llegó a un río, al cual puso nombre río de Gracia; dista de la parte Sudeste tres leguas. Habíanle dicho que las creaturas estrañas del Río de Oro poseen don de profecía; el Almirante conocía dellas por la historia del náufrago Ulises y porque dícese que a la Génova llegó la sirena Lygea dormida o muerta hace centomil años, de donde el abate Battista de la Iglesia de San Matteo la tornó a la mar a que la devoraran los peces; más su cuerpo encalló poco después a morir a la costa de Nápoles, adonde navegan ellas su ruta pagana, como lo hiciera la Parténope.
Tarde en la noche el Almirante volvió sobre sus pasos y quedó en la barca desde donde llamó a las sirenas. La piedra de carbunclo que le hacía de amuleto contra naufragios y ahogos, llevaba colgada al cuello. Sabía él que las creaturas no van detrás del hombre, sino que lo esperan. Había a la orilla huesos descarnados y pieles putrefactas del alimento que tomaban. No piensa el Almirante que comieran hombres como sí los cinocéfalos de la India de los que Micer Polo habla en su libro y desta manera él tiene noticia. El agua del río era fabrida y con la color de la uva torrontés. Subió a él la tristura de la oramala, y acordó de Beatriz Enríquez que quedó en la Córdoba y el tiempo en que Amor y Pesar fue puesto al servicio della. Pensé en don Hernando. Acordado de tanto, vencido ya el juicio de que cualquiera tiempo pasado fue mejor y que se forjan bien rápido las ofensas que no las glorias. Los siete años que el Almirante pasó detrás de la Corte Itinerante de los Reyes Católicos pesaron sobre sus huesos como setenta. Le vino a las mientes el arrobo de doña Violeta Moniz en Huelva, cuando llevó él al niño don Diego, sobrino suyo e hijo habido con doña Felipa, futuro heredero legítimo de sus bienes y honores de Indias. Acordóse del gusto que tenía el pequeño don Diego a la fruta dulce, más poderoso que el pecho de su madre. Le vino al Almirante el olor de La Rábida, del Monasterio y del Fray que le salió al paso con un cántaro cuando él aun no había puesto en verbo su sed y deseo de tomar agua. Acordóse del sabor a yerba secreta que le supo el agua aquella y cómo él pensó que una planta de beleño mojaba sus hojas en el pozo o en el manantial de donde los frailes sacaban el agua y a eso se debía la mansedumbre que los hiciera famosos en esa tierra. Entre todas las naciones, sólo el pobre es extranjero: este era un pensamiento del Almirante antes y después de descobrir las Indias. Vuélvolo a decir para sentencia moral a don Rodrigo Escobedo, que me lees. Ésta y la que antes te dixera: la hembra no debe tocar arma y si lo hace no debe fiarse della. El primero ejemplo de la historia estuvo la Semíramis que vistióse en su tiempo con los trajes de su marido y defendió la Assiria y trajo de vuelta a Babilonia, de rescate a su nación; después ca encendida de la continua comezón de la luxuria, la desventurada, y entre sus enamorados se contó su mismo hijo. Díselo el Almirante por esta doña Agustina Antonia que, según dice, a los diez y seis años por el mes de mayo dejó la casa para embarcarse con el nombre fingido de Juan Cuadrado como grumete en La Pinta al mando del Capitán Martín Alonso Pinzón por la paga de dos mil e seiscientos e sesenta e seis maravedís. Al cabo descobriola el marinero Gil Pérez cuando vió trenzarse la larga crencha. Doña Agustina Antonia siquiera habíase cortado los cabellos y en lo escuro se lo adornaba con plumas de papagayos de la Isla. Detenida y preguntada por el Almirante, doña Agustina Antonia confesó: tornada a su país se meterá a monja para ser por siempre esposa de Jesús; que no era de temer la luxuria en ella. Dixo en lengua de su país: “Amar urtian errege serbitu dotia gertu daukat moja srtutzeko”. El Almirante encomienda tan luego de estas palabras a don Rodrigo de Escobedo no librar a doña Agustina Antonia de los grillos y la vigilancia.
Guarecido por la escura noche, candela en mano, el Almirante paróse a la orilla y tiró en ella la plata y el oro contenida en un casquete. Al punto el agua se abrió y una dellas dixo desta guisa: “Apaga la lumbre”. Así lo fizo el Almirante y escuchó a las creaturas salirse del río y sentarse en las piedras. Preguntó él por el porvenir. “¿Cómo nos pagarás?”, dixeron las creaturas y a continuación fizieron lista de aquello que querían. Esto me pesa grandemente en la conciencia; ellas pidieron un marino que se cobrarían mucho tiempo después, dixeron, no siendo él ninguno de mis hijos ni hermanos, ni ninguno de mi sangre que pusiera pie en las Indias. Dixeron que se cobrarían a él en un viaje, en la costa de una isla a llamarse Xamaica, viaje que será el mío último y para desgracia. Preguntóles el Almirante por aquello que bien amaba en el mundo; rieron, riéronse de él cuantas las sirenas eran. “Vos viviréis poco más, pero esto no os importa; porque sois tan estulto que pensáis que hay algo por descobrir en el otro mundo, el mundo de la muerte. Iréis solo y sin navío y de esta guisa diréis: ‘Yo estoy perdido. Yo he llorado hasta aquí a otros. Haya misericordia ahora el cielo y llore por mi la tierra’. Estas palabras las diréis y las escribiréis y se las enviaréis a la Reina, quien jamás ha confiado en vos y en el fondo de su ser os aborrece. Siete años sin cuento estuvísteis en la Corte hablando de una empresa que queríais hacer y descobrir y todos pensaban que era burla. Vos veréis ahora suplicar en la Corte hasta a los sastres por descobrir tierras y a los mismos sastres les darán; el pensamiento que hará de guía a los Reyes es poco halaquero hacia vos. Dirán: Si aquel loco, aquel endemoniado del ginovés, ha encontrado la ruta de las Indias, ¿por qué este pobre bendito de sastre no habrá de descobrir aunque sea un peñón para la Reina? No os desalentéis. No temáis, confiad: todas estas tribulaciones están escritas en piedra mármol y no sin causa. Pobre, en la olvidanza de casi todo dejaréis el alma en Valladolid, soñando mercedes reales, gracias divinas. Consoláos, si os alcanza con esto que os diremos: en el Monasterio de esos locos que vosotros llamáis Cartujos, en Sevilla, a tu muerte el Rey Fernando escribirá en una piedra sin paramento: ‘Por Castilla y por León Nuevo Mundo Halló Colón’. ¿Os alcanza? ¿Os place? ¡Oh, Almirante, vos tenéis el mal de Abraham; la pasión por la simiente! No habrá coplas a vuestra muerte dictadas por Don Diego; empero su amor será complido, y prosperado medrará entre los más caros nobles. Él tendrá y mantendrá una persona de vuestro linaje en la ciudad de Génova, tal como se lo pediréis en un escrito de vuestro puño y letra, que le haréis en pocos años. La tristura, la bilis negra os hará mentar la región donde nacísteis y de donde venís. Don Hernando os deparará otro sinsabor, vuestro hijo habido con la fermosa Beatriz de Córdoba, al que vos criásteis como marino y navegante, dejará memoria tras él por su afición a los libros. Libros sí, los juntará y construirá una casa para albergarlos dentro, tantos volúmenes serán. Pero vos, ¡ah vos! Os quejaréis dentro de diez años de no tener un techo ni tan siquiera una sola teja adonde guardar la cabeza; y en los mesones y fondas os está negada a vos la alegría; hundiréis en este mundo nuevo un navío con dos quintales de bizcocho, tantos será vuestro desatino, y muchas barcas y gente ahogada sembraréis por nuestros ríos. ¿Os hemos dicho todo lo que deseábais saber, Almirante? ¿Acaso os imaginábais que vos no íbais a acabar como el resto de los mortales a la hora del fallescer: anhelando y gimiendo que hubiérase sido mejor no haber nacido? Acabaréis deseando haber sido tejedor en vuestro poblado de Monconesi en la Montaña, soñando con la lana como el gazapo con la teta de su madre. ¿Esperábais todas buenas nuevas de nosotras las sirenas? Estáis salando nuestra agua de tus ojos, mancillándola. Si tenéis valor y ventura, haced como los otros y arrójate a las aguas, que aquí os acogeremos y tendremos cuitado y a cambio dejaremos en paz al marino Vicente Ruiz con el que nos has pagado y a quien comeremos a la hora nona, en memoria de la hora en la cual Jesucristo se desangraba, en el Año de Gracia 1503, en el mes de febrero cuando vuestra alma zozobre en esta costa y ruegue a Dios y Dios la abandone.”
Nunca nadie fue herido como el Almirante en aquel punto, volvióse a la barca con rabia dolorida, oyendo tras de sí aun las risas de aquellos demonios y sintiéndose fenecer. El Almirante encomendó su espíritu a la Santa Trinidad y a la Conçepción de Nuestra Señora y vio el mucho peso que en su consciencia harían los bienes de este mundo. Cuando yo descubrí las Indias, dije que eran el mayor señorío rico que hay en el mundo. El oro es excelentísimo; del oro se hace tesoro, y con él, quien lo tiene, hace cuanto quiere en el mundo, y llega a que echa las ánimas al Paraíso. Las sirenas dixeron cuanta verdad sabían sobre el porvenir del Almirante y nada puede fazer él contra el Destino.
Llore por mí quien tiene caridad, verdad y justicia.
Palabras del Almirante.
Hecha en las Indias, en la isla La Española, a 11 de enero de 1493 años.
PÁGINA 15 – Artículo ensayístico
Ha llegado un buen lector
Por Carlos Penelas (Buenos Aires/Argentina)
Hace unos días dicté una conferencia en Buenos Aires en torno a la mirada poética o más precisamente a la experiencia de lo real en lo poético. Comencé diciendo que, en líneas generales, se lee poco y se entiende peor. No se estudia, no se va a las fuentes, no se anhelan maestros. Y de poesía ni los poetas tienen la mínima idea. Todo es veloz, fugaz, chabacano. Pobres de toda pobreza intelectual balbucean algunas imágenes, podan uno que otro endecasílabo, memorizan versos fácilmente olvidables. Suelen ser pedantes, vanidosos y, sobre todas las cosas, patéticos.
No todos, naturalmente. No todos, la mayoría. Escriben mal sin conmoverse, suspendidos de la incredulidad. Sienten el mármol y lo eterno al publicar un poemario o recibir un premio. Creyendo ser profundos distorsionan lenguaje y pensamiento. Sospechando originalidad buscan el surrealismo desde lo híbrido. Como críticos, profesores y aspirantes a genios deambulan por la misma torpeza literaria, se abrazan unos a otros deliberadamente eficaces. Y se palmean la espalda, se otorgan homenajes sin pudor, unánimes. En el fondo son personajes de una tragicomedia. No sienten la creación ni el talento. Las artes mágicas de Próspero no les han dado libertad.
Repetidores de esquemas y lecturas elementales andan por la vida sonrientes u ostentando trayectorias. Surgen del estupor, de preámbulos vacilantes, de la picaresca española, de moralidades caseras. Sueñan con pompas y esplendores escénicos, con símbolos tipográficos. Perduran en cafés literarios, ateneos, agrupaciones o revistas con el ímpetu de los bellos salvajes, entre la gratitud y la perplejidad. Escriben poemas con la rusticidad del funcionario, amontonan adjetivos y preposiciones, fomentan repúblicas, cucardas, planisferios. Son eufóricos, delirantes, sin cautela. No se acongojan nunca de sus páginas. Inmutables, protegen el asombro en la clandestinidad.
Otros, más modestos, siguen con la retórica de los peores bardos alcoholizados del siglo XIX. Son los arquetipos del poeta para la gente de a pie, los que exaltan o simplifican el hábito, los de la superstición demagógica. Suelen ser claros, obvios, superficiales. Lacrimógenos, maternales, suburbanos. En el fondo se odian entre ellos, se creen diferentes. No advierten que han bebido el mismo elixir de la demencia, de las fantasmagorías laberínticas, de la inconfundible trivialidad. Y en los últimos tiempos, el blog, lo digital. Ocurre lo mismo con los llamados intelectuales o técnicos de la cultura. Aman las ceremonias oficiales, los defectos, las estatuas ecuestres, las flaquezas humanas. Y al fin, lo ficticio deja de serlo, lo cotidiano y lo fantástico se entretejen. No sabremos nunca si se trata de una gradual locura del ser humano, de ese hombre mitológico y obseso. Y vamos de aquí para allá formando y deformando el universo. La ambición, el apetito de mandar o de ser célebre, la bella apariencia que ha deparado el destino nos somete a juicios, a formas, a fábulas inverosímiles. Somos parte de la Armada Brancaleone.
Al finalizar, después de recorrer páginas de autores clásicos, de intimar con la pasión poética, de imponer la gratitud de los grandes estilos, recordé a Rainer María Rilke: “Se debería esperar y saquear toda una vida, si es posible una larga vida, y después, por fin, más tarde, quizás se sabría escribir las diez líneas que serían buenas. Pues los versos no son, como creen algunos, sentimientos (se tienen demasiado pronto), son experiencias”.
PÁGINA 16 - Poesía allende el mar
La gran señora de la luz
En la cima de los morros los dioses,
apaciblemente acomodados
contemplan la contienda,
tomarán partido cuando los hombres
decidan la batalla; los aliados
se repartirán luego el botín
y acordarán la paz terna.
Pero un día
de los tantos que nos trae
el mañana,
y el mañana,
y el mañana
los vencidos ajustarán cuenta con los dioses.
Entonces
tendrá Galahad en sus manos el fuego sublime
y no podrá Jarjenatte frenar las bestias que arrastran
su carro.
Paul Disnard (Yugoslavia)
Una tierra
Redonda, helada de sus océanos, transparente
como una célula bajo el microscopio
si bien horizontal
con montes colocados con firmeza sobre los prados
con la lengua de los ríos y el mar extenso.
Sólo a veces sospecho el vértigo:
giramos más rápido. Al dormir grito “caigo”
y entonces siento el espacio, el negro, las estrellas en la nuca
el pavor que se vomita a sí mismo en mil esferas.
“¡Oh! éste es el infierno”, dices y te duermes.
Medito sobre el infierno entonces. Basta que mueva el peso de la cortina haciendo deslizar los anillos a lo largo del cristal. Veo con exactitud:
un hilo de hormigas, su marcha, la gran noche estrellada.
Intento tomar el infierno por un borde (un poco de negro, el vacío, el pavor) para que se remoline en el patio
para que el abeto ruede hasta el cielo
para ser el insecto que siempre he sido:
que nace y se olvida en el aire.
Antonella Anedda (Italia)
(Traducido del italiano por François-Michel Durazzo)
Prólogo (El libro de Lilit)
Estas ruinas que una vez fueron carne y voz
están hoy abandonadas a nuestro cuidado
somos los responsables de su eternidad
Después de cocinar el adobe
llegó la alegría de los muros
y el aliento de las ventanas
caía la tarde
como por la cuchara resbala la miel
atardecía despacio
dándonos tiempo para entender la noche
descendían las horas
en la desnudez del aire
el viento aromaba las sombras
caída la tarde
el miedo no tenía nombre
Guadalupe Grande (España)
No puedo elegir
No puedo elegir
entre el Mar y la Tierra.
Vivo feliz en la línea que las une.
En esta cinta negra que mueve el viento.
En este largo cabello de un gigante desorientado.
Del Mar me gusta sobre todo su corazón de niño grande.
A veces rabioso, a veces capaz de dibujar
paisajes imposibles.
De la Tierra, sus manos.
No puedo elegir
entre el Mar y la Tierra.
Sé que mi lugar es un hilo fino,
pero en el Mar me perdería
y en la Tierra me ahogo.
No puedo elegir. Me quedo aquí.
Entre olas verdes y montañas azules.
Kirmen Uribe (Euskal-Herría)
1
Mi amor es como los pájaros
no ve las frutas rojas
bajo las ramas
se posa y alza el vuelo
Mi amor es como los pájaros
se deja subyugar por el brillo de las cerezas
antes de su madurez
Se va perdiendo en su canto
Mi amor es como los pájaros
picotea mi corazón
y lo deja caer
a medio comer
Mon amour est comme les oiseaux
il ne voit pas les fruits rouges
sous les branches
il se pose et s’envole
Mon amour est comme les oiseaux
il se laisse prendre au luisant des cerises
avant qu’elles soient mûres
il se perd dans son chant
Mon amour est comme les oiseaux
il picore mon cœur
et le laisse tomber
à peine entamé
Nicole Laurent – Catrice (Francia)
PÁGINA 17 – Narrativa
Ida y vuelta multiplicada
Por Rubén Vedovaldi (Capitán Bermúdez-Santa Fe/Argentina)
Una mujer estira su mano hacia la copa del árbol de la lengua y del habla y desprende una palabra de jugoso aroma y dulce color. La mujer abre con su lengua la palabra y se mete dentro de la palabra, hasta el carozo. Luego monta el carozo de esa palabra y viaja sensorialmente. Va visitando las costas de los siete mares del silencio.
De los mares del silencio viene un aire de verbos que acaricia el vientre y peina los cabellos de la mujer. La mujer lleva el carozo a la mejor playa y lo deja encallado en la arena y se adentra en la tierra firme de las voces. Las voces son en esa parte todas masculinas y reciben a la mujer en literales e interminables orgías.
La mujer vuelve preñada hasta el carozo y monta y regresa por los mares hasta el centro oceánico de la palabra que la contiene. Y sube y sale de la palabra por donde había entrado y se arrodilla a parir siete hijos junto al árbol de la lengua y el habla. Y canta. Y va dejando cada hijo prendido como fruto de una rama del árbol y luego se tiende a descansar y viene el viento y algunos animales se asustan o huyen a esconderse, pero la mujer se confía al árbol y duerme en paz el mejor de sus sueños y siete sueños y setenta veces siete sueños y más, porque ella sabe que a las palabras que echaron raíces en la vida, y dieron flores y frutos, no se las lleva ningún viento.
PÁGINA 18 – Artículo ensayístico
Sobre la crítica literaria
Por Oscar Portela (Corrientes/Argentina)
Los ideales estéticos-literarios frecuentemente acompañan los cambios socio políticos de la sociedad, en la cual se encuentra inserto el “creador de que se trate”. Los cánones de las épocas cambian entonces a pesar de las protestas de objetividad de quienes a "posteriori" se dedican desde la cátedra a canonizar la “esencia” de tal o cual genero de obra de arte.
Así las vanguardias que ayer se convirtieron en movimientos a seguir (nadie se
atrevería a debatir acerca de la Ética propuesta por los Manifiestos Surrealistas en cuanto a la relación Arte y Poder, lo que acercó las posiciones de Bretón y Trotsky en su momento) son prontamente olvidadas.
Pero cuando se trata de “experimentar” con el lenguaje, de adaptarse a los tiempos para convertir “ la obra” en testimonio de rol del creador en cuanto a la progenitura cronológica, los modelos estéticos se desvanecen el aire, así como los movimientos que los sustentaron y la obra queda así librada a su absoluta soledad.
Soledad y dialogo del lenguaje y el creador a la búsqueda ya no de ser depositario de una misiva social que convertiría la obra en señal de una perspectiva que le es impuesta al creador por las instancias histórico-políticas, sino en un “objeto” de búsquedas y experiencias de caracteres aparentemente impersonales, pero que llevan la impronta desnuda del tiempo y el lugar en el cual fue gestada la obra.
Resulta tedioso seguir las especulaciones dialécticas – éste debate parece no tener fin- entre los defensores a ultranza de paradigmas estéticos indiscutibles y los rebeldes a todo canon estético para quienes el lenguaje resulta y debe resultar afín a perspectivas históricas determinadas.
La obra poética- literaria, ostente o no la patina de una escuela o tendencia determinadas, “da lugar a un tiempo, lo interroga – desde una gramática siempre impersonal aunque así no se quiera- el del infinito dialogo del habla en la que esencia el lenguaje- con la experiencia de vida de un creador determinado
En el caso de la poesía, lejos de canonjías literarias, se trata de la atenta audición y revelación de lo que esta escucha dicta. “La forma se informa de modo anónimo” mas allá de que el verbo sea o no “lenguajero”, de que el yo del Romántico este o no presente en el habla o que este sea abolido por otras experiencias o tendencias literarias. Un poema como una sonata en el más recóndito margen de una partitura tiene o no algo que decirnos, a veces, silenciosamente.
Un poema no es un “artefacto construido con pericia por ciertas manos” que puede armarse y desarmarse según el criterio del analista literario y no obtiene de éste su seguro de vida. No se trata de acudir al misterio ni a lo numinoso , sino en la medida de que la obra de arte a tomado conciencia de sí misma y se convierte de este modo – no en una bisagra ni tampoco en utilitario eslabón de tontas medidas generacionales – sino en el eco sin “eco” de un tiempo determinado. Así en los más grandes. Holderling, Trakl, Celan, Mallarmé, George, quienes transpusieron los umbrales de sus épocas y desde estas dieron "testimonio".
Poesía testimonial, comprometida, lengua o construcción – deconstrucción- del poema según las “necesidades de su autor”, este se sostiene en si mismo acorde con la esencia del habla que le está destinada. Nuestro tiempo vive un formidable eclipse de nuevas fuerzas creadoras: este agotamiento estaba ya previsto por los poetas esenciales, mas en su fragilidad el habla encuentra su fortaleza : escuchemos a Celan: “hasta que tú lanzas/ la luna de la palabra, /por la que/ adviene el milagro del reflujo/ y el cráter en forma/ de corazón,/ desnudo, testimonio de los orígenes,/de los nacimientos/ del rey”.
A propósito dice Hans Georg-Gadamer: “una interpretación solo es correcta cuando al final es capaz de desaparecer porque a penetrado del todo en la nueva experiencia del poema”. No se trata por supuesto del canto de gallo de la critica literaria sino de penetrar y desaparecer en un dialogo creador con la experiencia de un poeta. Más para ello debe haber “poesía”. El poema de Celan esta lejos de Odas y Elegías, representa como ninguna otra el “tiempo de la penuria” y el lo supo en su propia carne como pocos.
Este modo de “diálogo” es la que a puesto en escena una y otra vez Martín Heidegger por ejemplo dialogando con algunos versos de Stephan George, para proporcionar de este modo testimonio de los orígenes que pide Celan, con el corazón desnudo como un cráter para esperanzado continuar la espera del posible “nacimiento de un rey”.
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Homenaje de Gaceta Literaria a la obra de Pablo Picasso.
Litografía: Don Quijote y Sancho (1955)
PÁGINA EDITORIAL
Estatuto del Hombre
(Acta institucional permanente)
Artículo I
Queda decretado que ahora vale la verdad, /que ahora vale la vida /y que con las manos unidas /trabajaremos todos por la vida verdadera.
Artículo II
Queda decretado que todos los días de la semana, /incluso los feriados más solemnes, /tienen derecho a convertirse en mañanas de domingo.
Artículo III
Queda decretado que a partir de este instante /habrá girasoles en todas las ventanas, /que los girasoles tendrán derecho /a abrirse dentro de la sombra /y que las ventanas han de permanecer, el día entero, /abiertas hacia el verde donde crece la esperanza.
Artículo IV
Queda decretado que el hombre /no precisará nunca más dudar de los seres humanos, /que cada hombre confiará en su especie /como la palmera en el viento, /como el viento en el aire, /como el aire en el campo azul del cielo.
Párrafo único
Un hombre confiará en los hombres /como un niño pequeño confía en los otros.
Artículo V
Queda decretado que los hombres /están libres del yugo de la mentira.
Nunca más será necesario usar la coraza del silencio, /ni la armadura de las palabras.
El hombre se sentará a la mesa /con el corazón limpio, /porque la verdad será servida antes de la sobremesa.
Artículo VI
Queda establecida, por lo menos durante diez siglos, /la práctica soñada por el profeta Elías, /en la que lobo y cordero pastarán juntos /y su aliento tendrá el gusto mismo de la aurora.
Artículo VII
Por decreto inderogable queda establecido /el reinado permanente de la justicia y la claridad.
Y la alegría será bandera generosa /por siempre resguardada en el alma del pueblo.
Artículo VIII
Queda decretado que el mayor dolor siempre ha sido y será /no poder darse en amor a quien se ama, / sabiendo precisamente que esa agua /es la que da a las plantas el milagro de la flor.
Artículo IX
Queda permitido que el pan cotidiano /ofrezca a cada hombre los signos de su esfuerzo.
Pero, sobre todo, que tenga siempre /el dulcísimo sabor de la ternura.
Artículo X
Queda permitido a cualquier persona, /a cualquier hora de su vida, /usar el traje más blanco.
Artículo XI
Queda decretado, por definición, /que el ser humano es un animal que ama /y que por eso es bello /mucho más aún que la estrella de la mañana.
Artículo XII
Decrétase que nada será obligado ni prohibido: /Todo será permitido, /incluso brincar como los rinocerontes /y caminar por las tardes /con una inmensa begonia en la solapa.
Párrafo único
Sólo una cosa queda prohibida: /hacer el amor sin amor.
Artículo XIII
Queda decretado que el dinero /no podrá comprar jamás el sol de las mañanas venideras.
Expulsado del gran baúl del miedo /será sólo una espada fraternal /para defender el derecho a cantar en la fiesta del día que nace.
Artículo final
Queda decretado el uso de la palabra “libertad”.
Será suprimida de los diccionarios /y del pantano engañoso de las bocas.
A partir de este instante /la libertad será algo vivo y transparente, /como un juego, como un río, como simiente del trigo, /y su morada será por siempre /el corazón de los hombres.
Thiago de Mello (Brasil) / Traducción de Mario Benedetti (Uruguay)
PÁGINA 2 – Nuestra poesía
El guante del mago
El guante del mago
vuela como paloma.
Las plumas de la paloma
cobijan una almohada de tiempo.
El tiempo se fractura
en espacios
que el universo no puede contener.
El universo que pertenece
a cada hombre
acumula sus propias luces.
Las luces no alcanzan
para iluminar el abismo.
En el abismo están
los blancos fantasmas
que nadie reconoce.
Son fantasmas
los cuerpos que emergen
de la memoria esquiva.
Y es la memoria
la que vuelve a entronizar
los dulces abrazos ya perdidos.
Abraza el espacio
la consecución de los días.
Y en los días que se deslizan
desapercibidamente
se cobijan los miedos.
¡Ah, los miedos oscuros
los miedos escondidos,
los miedos de distancia!
Una distancia crucifica
las ilusiones de cada uno
y en cada uno la distancia
es el interrogante suspendido.
Interrogantes atrapan
la necesidad de ver el otro lado.
El lado de la verdad,
el lado de la mentira.
Mentiras construyen el paisaje
de las pesadillas.
¿Es que una pesadilla basta
para que las noches se rebelen
y conformen regimientos convulsos?
En la convulsión de la materia
torna a aparecer el ser
casi como una mariposa.
Mariposa para los cielos,
no para el alfiler de un entomólogo
que escudriña desde su laboratorio.
Y es en el laboratorio de la vida
donde los tubos de ensayo
dejan de ser de vidrio.
Vidrio para que un mago
construya su guante transparente.
Y desde el guante
una paloma no pueda echar vuelo
inerte, con sus plumas cansadas.
Jorge Taverna Irigoyen (Santa Fe/Argentina)
Invierno
La mujer de la bata gastada
barre las hojas de la vereda
ajena a la mirada que la desnuda. Barre
una llamarada de hojas de fresno
y enciende un fósforo
para que el fuego
la apague.
Concepción Bertone (Rosario-Santa Fe/Argentina)
Albus
Al buscar lo que no busco
sé lo que no sé
Cerca
aparento estar lejos
y voy
a retornar
entre luminosas luces
muertas que la noche aviva:
abril en vos
que facilidad decir te amo
y no volar sobre las hojas
como un árbol tallado
naciendo en la juventud del bosque
que felicidad saberte vivo
y no volar ante un espejo herido y no volar sobre las hojas
como un árbol tallado
naciendo en la juventud del bosque
que felicidad saberte vivo
y no volar ante un espejo herido
como tu mano de corteza inhallable
escribiendo melodías y sones
recibiendo la luz en la espesura del monte.
Roberto Aguirre Molina (San Cristóbal-Santa Fe/Argentina)
Bosque invisible
En la ciudad dormida
soñé que añosas hayas
me protegían
contra los infortunios.
En el proceso de despertar
imaginé un cielo
donde todos
somos aceptados.
…………………………..
Es la única
e imposible forma
de juntarnos.
Clara Rebotaro (Acebal-Santa Fe/Argentina)
Testamento.
Tener tus huesos digo
para cruzarme el mar como lo hiciste
dormir sobre la hembra,
fundarme en cuatro hijos,
ser en mis tierras nuevo adelantado,
salir al campo al alba,
velar la noche entera,
y ser cobijo y rumbo
de los que vienen en mis días.
Morirme así de pronto
y que me guarden, firmes, las paredes
en las que aún soy techo,
raíz y certidumbre de mis gentes.
Negarme a la ceniza,
cuando sus polvorientas manos me reclamen
y ser aún de piedra
cuando me rinda el fuego
ante el último grito de la vida.
Julio Luis Gómez (Santa Fe/Argentina)
PÁGINA 3 – Narrativa
Sobres para fracasos
Por Martín Orell (Santa Fe/Argentina)
Como cayendo desde un espacio donde las palabras, siempre las mismas, ésas que a veces dejan su lugar a los silencios, como cayendo, sí, al piso, sin eufemismos, en el asfalto de cada intento, y caer en la costumbre de anotar los fracasos para olvidarlos en un sobre en una esquina donde nadie te mire, en lo posible tres de la mañana, noche serena, sin estrellas, sin nadie, olvidándolo como al descuido, en una ventana, al alcance de la mano de cualquiera que pase por ahí, que abra el sobre y relea esa loca enumeración, se sonría y arroje ese papel en el borde de la vereda para que el viento lo acerque al cordón de la calle y allí se ensucie con el agua sucia y el barrendero que pase lo alzará con premura y pensando que puede contener algo importante se sacará los guantes, lo abrirá despacio e intentará leer descifrando sus trazos que se habrán borroneado por el agua y lo arrojará con bronca por haber perdido tiempo en esa estupidez y el sobre quedará en una esquina junto a un montón de basura que luego se recogerá en una gran bolsa que cargarán en un camión alguno de los dos muchachos que corren detrás, en algún momento alguien silbará fuerte, correrá a comprar una cerveza y pondrán a comprimir la basura y la carta de derrotas y fracasos se amalgamará en miles de objetos diversos, se diluirán las derrotas, de a una, se mimetizarán en simples desperdicios, la derrota de la mañana se mezclará con una lata de cocacola y la del mediodía en un brazo de un aborto reciente, la de la tarde en un telegrama de una gerente frígida, y el que encontró aquel primigenio sobre en la ventana no le contará a su mujer, che sabés que encontré hoy..., el barrendero ni se acordará a la hora de sacarse las medias para dormir, y el sobre que estuvo mojado se irá diluyendo, borrando sus letras y sus formas para que, al paso de un par de días ya nadie, nadie, ni vos, recuerdes esas notas que dejaste alguna vez en una ventana, sólo recordarás que tienes que comprar más sobres para cuando hagan falta para algo, siempre hacen falta sobres, aunque uno no sepa bien para qué.
PÁGINA 4 – Narrativa
Redactor
Por Rolando Revagliatti (Buenos Aires/Argentina)
El chico que no habla es el hijo único de su fallecida única hija, y de su también fallecido yerno. Lo crió ella, viuda, al chico que no habla, su nieto. Es el chico que no habla quien redacta el breve texto que se inicia con: “El chico que no habla es el hijo único de su fallecida...”
Huir
Claro que pensó en huir, harta de padecer la torpeza de los golpes de esa especie de marido colérico, de pésimo vino y borbotones de sevicia. También pensó en huir cuando su hijo cayera muerto por una bala perdida, entre los cohetes y petardos detonados por los chicos y adultos del barrio, después de transcurridos veinte minutos del año nuevo.
Pensó. Hasta que dejó de hacerlo. Después de veinte años la vieja sigue, loca, letárgica. Sigue huyendo.
PÁGINA 5 – Página de maestros: Oliverio Girondo – 1981/1967 – (Buenos Aires/Argentina)
Llorar a lágrima viva...
Llorar a lágrima viva.
Llorar a chorros.
Llorar la digestión.
Llorar el sueño.
Llorar ante las puertas y los puertos.
Llorar de amabilidad y de amarillo.
Abrir las canillas,
las compuertas del llanto.
Empaparnos el alma, la camiseta.
Inundar las veredas y los paseos,
y salvarnos, a nado, de nuestro llanto.
Asistir a los cursos de antropología, llorando.
Festejar los cumpleaños familiares, llorando.
Atravesar el África, llorando.
Llorar como un cacuy, como un cocodrilo...
si es verdad que los cacuíes y los cocodrilos
no dejan nunca de llorar.
Llorarlo todo, pero llorarlo bien.
Llorarlo con la nariz, con las rodillas.
Llorarlo por el ombligo, por la boca.
Llorar de amor, de hastío, de alegría.
Llorar de frac, de flato, de flacura.
Llorar improvisando, de memoria.
¡Llorar todo el insomnio y todo el día!
Mi lu
mi lubidulia
mi golocidalove
mi lu tan luz tan tu que me enlucielabisma
y descentratelura
y venusafrodea
y me nirvana el suyo la crucis los desalmes
con sus melimeleos
sus erpsiquisedas sus decúbitos lianas y dermiferios limbos y gormullos
mi lu
mi luar
mi mito
demonoave dea rosa
mi pez hada
mi luvisita nimia
mi lubísnea
mi lu más lar
más lampo
mi pulpa lu de vértigo de galaxias de semen de misterio
mi lubella lusola
mi total lu plevida
mi toda lu
lumía
No se me importa un pito...
No se me importa un pito que las mujeres
tengan los senos como magnolias o como pasas de higo;
un cutis de durazno o de papel de lija.
Le doy una importancia igual a cero,
al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco
o con un aliento insecticida.
Soy perfectamente capaz de soportarles
una nariz que sacaría el primer premio
en una exposición de zanahorias;
¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible- no les perdono,
bajo ningún pretexto, que no sepan volar.
Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!
Ésta fue -y no otra- la razón de que me enamorase,
tan locamente, de María Luisa.
¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos?
¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo
y sus miradas de pronóstico reservado?
¡María Luisa era una verdadera pluma!
Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina,
volaba del comedor a la despensa.
Volando me preparaba el baño, la camisa.
Volando realizaba sus compras, sus quehaceres...
¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando,
de algún paseo por los alrededores!
Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado.
"¡María Luisa! ¡María Luisa!"... y a los pocos segundos,
ya me abrazaba con sus piernas de pluma,
para llevarme, volando, a cualquier parte.
Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia
que nos aproximaba al paraíso;
durante horas enteras nos anidábamos en una nube,
como dos ángeles, y de repente,
en tirabuzón, en hoja muerta,
el aterrizaje forzoso de un espasmo.
¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera...,
aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas!
¡Que voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes...
la de pasarse las noches de un solo vuelo!
Después de conocer una mujer etérea,
¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre?
¿Verdad que no hay diferencia sustancial
entre vivir con una vaca o con una mujer
que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?
Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender
la seducción de una mujer pedestre,
y por más empeño que ponga en concebirlo,
no me es posible ni tan siquiera imaginar
que pueda hacerse el amor más que volando.
No soy quien escucha...
No soy quien escucha
ese trote llovido que atraviesa mis venas.
No soy quien se pasa la lengua entre los labios,
al sentir que la boca se me llena de arena.
No soy quien espera,
enredado en mis nervios,
que las horas me acerquen el alivio del sueño,
ni el que está con mis manos, de yeso enloquecido,
mirando, entre mis huesos, las áridas paredes.
No soy yo quien escribe estas palabras huérfanas.
Poema 12
Se miran, se presienten, se desean,
se acarician, se besan, se desnudan,
se respiran, se acuestan, se olfatean,
se penetran, se chupan, se demudan,
se adormecen, se despiertan, se iluminan,
se codician, se palpan, se fascinan,
se mastican, se gustan, se babean,
se confunden, se acoplan, se disgregan,
se aletargan, fallecen, se reintegran,
se distienden, se enarcan, se menean,
se retuercen, se estiran, se caldean,
se estrangulan, se aprietan se estremecen,
se tantean, se juntan, desfallecen,
se repelen, se enervan, se apetecen,
se acometen, se enlazan, se entrechocan,
se agazapan, se apresan, se dislocan,
se perforan, se incrustan, se acribillan,
se remachan, se injertan, se atornillan,
se desmayan, reviven, resplandecen,
se contemplan, se inflaman, se enloquecen,
se derriten, se sueldan, se calcinan,
se desgarran, se muerden, se asesinan,
resucitan, se buscan, se refriegan,
se rehuyen, se evaden, y se entregan.
Vuelo sin orillas
Abandoné las sombras,
las espesas paredes,
los ruidos familiares,
la amistad de los libros,
el tabaco, las plumas,
los secos cielorrasos;
para salir volando,
desesperadamente.
Abajo: en la penumbra,
las amargas cornisas,
las calles desoladas,
los faroles sonámbulos,
las muertas chimeneas
los rumores cansados,
desesperadamente.
Ya todo era silencio,
simuladas catástrofes,
grandes charcos de sombra,
aguaceros, relámpagos,
vagabundos islotes
de inestable riberas;
pero seguí volando,
desesperadamente.
Un resplandor desnudo,
una luz calcinante
se interpuso en mi ruta,
me fascinó de muerte,
pero logré evadirme
de su letal influjo,
para seguir volando,
desesperadamente.
Todavía el destino
de mundos fenecidos,
desorientó mi vuelo
-de sideral constancia-
con sus vanas parábolas
y sus aureolas falsas;
pero seguí volando,
desesperadamente.
Me oprimía lo fluído,
la limpidez maciza,
el vacío escarchado,
la inaudible distancia,
la oquedad insonora,
el reposo asfixiante;
pero seguía volando,
desesperadamente.
Ya no existía nada,
la nada estaba ausente;
ni oscuridad, ni lumbre,
-ni unas manos celestes-
ni vida, ni destino,
ni misterio, ni muerte;
pero seguía volando,
desesperadamente.
PÁGINA 6 - Artículo ensayístico
Vigencia del Martín Fierro
Por Jorge Isaías (Rosario/Santa Fe/Argentina)
La leyenda quiere que el periodista federal José Hernández Pueyrredón, “para aliviar el fastidio del hotel”, se haya dispuesto a perpetrar –sin proponérselo, como la cultura hegemónica dice- uno de los textos más corrosivos, conmovedores, originales y aceptados por grandes masas, en la mayoría de los casos, no precisamente letradas.
¿Qué llevó a este luchador político a esconderse a escasos metros de la casa de Gobierno donde moraba su acérrimo enemigo a escribir “los males que conocen todos pero que naides contó?”
El problema de escribir sobre un libro canónico o un poema que, al parecer, representa “lo argentino” o “el ser nacional”, suponiendo que esto no fuera discutible, es mellarse contra una tradición que nos subsume en un juego de lanzas y polvaredas y caballos atravesando el espacio, modo de vida rural que atraviesa gran parte del siglo XIX y al que no fue ajeno el autor de nuestro poema mayor.
Muchas veces aluciné pensando a este hombrón generoso y lleno de humor –tal lo describen quienes lo trataron- fatigando gran parte del litoral y no sólo argentino sino brasileño y oriental.
Suponer que el gaucho que inventó fue siempre un rebelde es no haber leído con detenimiento las dos partes (“La ida” y “La vuelta”, como simplificadamente se metaforiza a “El Gaucho Martín Fierro” y “La vuelta de Martín Fierro”, 1872 y 1879 respectivamente) de su libro.
¿Adónde fue y de dónde vino el gaucho de Hernández?
De la frontera.
Es decir de la tierra de los “infieles” (infieles a la religión católica apostólica romana, se entiende).
Como toda la literatura de su siglo, salvo el paternalismo del coronel Mansilla, Hernández trató muy mal al aborigen. Esteban Echeverría, aunque mediocre poeta, también en esto fue un precursor.
Desaparecidas las condiciones políticas que le dieron origen, ¿qué hace del Martín Fierro un poema actual?
Tal vez los desheredados de siempre vean en el héroe hernandiano a un perseguido del poder, un receptor de las injusticias que perviven en el espacio que media entre los que mandan y los que deben –fatalmente- obedecer.
Si bien es cierto que entre una y otra parte del poema existe la distancia que hay entre un conspirador y un próspero adaptado al sistema, el lector común tal vez privilegie esa rebeldía anárquica del hombre que se promete, al ser despojado de todo, “ser más malo que una fiera”. Es decir: oponerse a un sistema corrupto e injusto que expulsa a ese sector marginal de la producción de su tiempo.
Por eso, el regreso del héroe nos devuelve un ser reflexivo, que viene para contar el infierno de la “barbarie”, que da consejos y elude –cosa insólita en la primera parte del poema- una pelea.
Si bien es cierto que el enigmático final donde se separan los cuatro personajes (Martín Fierro, Hijo Mayor, Hijo Menor y Picardía) nada menos que a los cuatro vientos, a los cuatro puntos cardinales, hace que sea abierto a interpretaciones disímiles y aún contradictorias, pero nos deja algo seguro: no hay lugar ya para esa clase social desheredada en el proyecto nacional que sigue a la Conquista del Desierto.
¿Adónde van los cuatro? ¿A llevar qué mensajes? ¿O a perderse en la nada de los tiempos, en el mar de otros miles de hombres y mujeres de ojos azules y pelo de trigo que venían a suplantarlos?
Despedida (33).
“Después, a los cuatro vientos / los cuatro se dirigieron. / Una promesa se hicieron / que todos debían cumplir. / Mas no la puedo decir, / pues secreto prometieron. / Les advierto solamente, / y esto a ninguno asombre, / pues muchas veces el hombre / tiene que hacer de ese modo: / convinieron entre todos / en mudar allí de nombre.”
Probablemente Martínez Estrada tenga razón y el libro de José Hernández destruya la gauchesca anterior y la sature para siempre, en lugar de perfeccionarla, como quieren algunos.
Veamos un poco: si nos guiamos por los temas –como toda tradición literaria que se precie- escribir con toda la tradición significa para Hernández (tratándose de sus antecesores “gauchescos” y también cultos: Echeverría, por ejemplo) decir y transitar la frontera, el indio, el gaucho, el desierto, el malón, el contrapunto, la cautiva, la injusticia, la guerra, etc, etc.
Le incluye la injusticia de las levas y la demonización del juez de paz –la autoridad- la ley del embudo, en fin, lo que sabemos. Borges ironizó con crueldad diciendo que el libro estaba escrito contra el Ministro de Guerra Gainza (el Ganza del poema). Esta es una verdad a medias, pero cierta.
Por otra parte convulsiona –desde el nivel de la lengua- la posibilidad del género y enfrenta la oralidad a la escritura.
No es casual que el Martín Fierro se lea, en general (salvo críticos y profesores), como una especie de “Biblia gaucha” (palabra de Dios), llena de consejos y frases de ingenio que la mnemotecnia de la rima ayuda a no olvidar fácilmente; versos que parecen hechos a propósito para situaciones de la vida cotidiana, para las injusticias vigentes. Porque por más internet y revolución de las comunicaciones que los brujos de la tecnología exhiben como logros (y lo son), a nuestro alrededor siguen existiendo las “tolderías” y la “barbarie”.
La vigencia actual del Martín Fierro, tiene que ver con estos tópicos. Allí se juega una referencialidad contemporánea que da vida a los textos. Porque aunque ya nadie hable esa lengua arcaica, ni se la hablara en los tiempos del siglo XIX en que se compuso el Poema, en algunos de sus refranes y consejos pueden identificarse vastos sectores de este país donde el gaucho es una leyenda y un mito y no una realidad llena de mezclas raciales que contribuyó en su momento a deponer su altiva figura para reemplazarla por millares de espaldas inclinadas a la tierra recibiendo semillas.
Algo que el gaucho, sin dudar, despreció.
Nota final: Es fama que a José Hernández, Senador por Buenos Aires, el gobierno le encomendó un viaje a Australia para estudiar las posibilidades de la agricultura y sus mejoras para el país. El senador omitió viajar para “no cargar con gastos el erario público”, y escribió su famoso libro “Instrucción del estanciero” en la casa de Belgrano donde murió, el 21 de octubre de 1886. Había nacido en las Chacras de Pueyrredón –ex caserío de Perdriel- el 10 de noviembre de 1834. (Eran otros hombres y otros funcionarios, claro).
PÁGINA 7 – Poesía argentina
Mesetas del Chubut
Asomada desde los petroglifos
la soledad con cuerpo al alcance de la mano.
Perpendicular el sol anuncia mediodía
y calcina sobre perfiles de piedra.
Repta el indiscutido habitante
y en el esbozo de una flor apenas percibida,
se reitera.
Obstinación de vivir.
Duramente,
el imaginero reviste de verde.
Y al simple parpadeo
una lítica mano
evidencia en muros sólidos
y otra no humana
se preocupa del arte de un desierto.
Coirón, recio y salvaje,
puede ser mechón en la calvicie
pronunciada de la tierra.
El aguilucho planea cuidadoso.
Se huele aún
el cataclismo.
Damián Bruno Berón (Chubut/Argentina)
Ahora que viene el tiempo de los pájaros
In memoriam Clara Crimberg.
Ahora que viene el tiempo de los pájaros
y de los brotes en las ramas y la blancura
del almendro,
ahora que salgo al aire por las tardes
y riego plantas y veo cómo la tierra bebe
el agua,
ahora que se agitan las polleras
al murmullo de la brisa,
ahora que los niños conquistan el baldío
y construyen refugios y saltan vallas,
ahora que en el barrio las mujeres se sientan
a la sombra de los fresnos y toman mate
y hablan,
yo miro a cada instante hacia el Oeste, hacia
tu casa.
María Teresa Andruetto (Córdoba/Argentina)
Destinos
(Casi una poética)
Tu destino te sorprenderá
cada momento.
William Blake
A José Antonio Cedrón y
a José Emilio Tallarico,
poetas y hermanos.
Desde qué orilla abrir, cerrar
los ojos;
desde cuál punto de qué orilla.
Cada orilla,
cada punto de orilla adelanta,
en su cielo
y horizonte, una respuesta
diferente
que supone cada palabra que
se imagine
o que se diga. Todo camino
comienza
a abrirse según donde decida
afirmar
uno los pies y hacia dónde
apunte
uno su historia y su mirada.
Uno eligió
--o eligió por uno el fuerte
viento--
cada segundo, cada
rumbo,
cada sendero ahondado o
vasto
y nada puede salvarse en
un cruce
ni en un momento solo que
se abra.
La suerte, o mala suerte,
siempre
estuvo despierta y estuvo
echada
como una apacible leona
al pie del árbol.
Eduardo Dalter (Buenos Aires/Argentina)
El cuerpo en la palabra
Penetra en el cuerpo, la palabra,
desde la intemperie ancestral,
desde la ausencia,
inscribe sus símbolos
en la boca clausurada,
sobre el cuerpo y sus agujeros,
inscribe su metáfora,
herida abierta en la grieta del cosmos.
Hundidas en el cuerpo,
las letras carnales, feroces,
clavan su ardor allí,
mientras la pupila indaga
tantas mutilaciones
que se pronuncian silenciosas.
Velos de escrituras en la espalda,
ilusión de cielo y sin embargo infierno,
el cuerpo habla, desgarrado, abierto,
y entre pelos, olores y salivas,
recibe a la palabra,
incendiada, bella.
Ella deja en la memoria
su tatuaje de animal en celo,
su leche de verbo fundante,
su cuerpo como destino
en el cuerpo del otro.
Cuerpos violados
sobre escombros de miserias,
apenas gimen, apenas lloran.
Entonces, la palabra enmudecida retrocede,
ante el espanto de nombrar
se vacía en sus significantes
y quedan desnudos
los íntimos contornos.
Murmullo, lamento, decir, decir, callar.
Invocar voces.
La palabra, espejo del cuerpo,
refleja el anagrama: Adán y Raza, azar y nada,
palíndromos con los que jugó Cortázar.
Mientras alguien se enamora
de bellas acepciones
otras palabras hunden grotescos
en el centro del pecho, bien adentro.
Palabra como hambre,
negada en la lengua del otro,
el del vientre saciado,
el impune al dolor,
al ruido de tripas allá abajo.
Tatuadas con vidrios, en el cuerpo,
las palabras cortantes,
sobre cada circunvolución
izquierda del cerebro:
allí, sobre los muros del lenguaje,
escritas con lenguas ardidas
de imágenes oscuras.
Una misma palabra
dicha en distintos sitios
huele como excremento entre los dedos,
putrefacción, para el ojo que graba la vida.
La palabra cuerpo cae en el cuerpo,
viaja hacia la oscuridad luminosa,
muta en la esencia líquida: sangre y linfa,
variaciones de voces.
El cuerpo destinado a presentar todas las formas,
guarda en su instinto un ojo inmóvil
de bestia adormecida.
El cuerpo en la palabra,
palabra que lo acuna, lo salva,
lo carga con amorosa entrega,
como la Virgen y el Niño, de Leonardo,
como la Piedad de Miguel Ángel,
sostiene cada tramo,
cada porción de carne en llaga viva,
simulacros para sitiar olvidos.
Acaso la palabra cuerpo
nunca alcance para decir lo que el cuerpo grita,
sólo enmudece.
Detrás de la piel habita una historia
hechas de ritos circulares.
Cuando el cuerpo ama,
la palabra calla,
crece un lenguaje de luz
entre uno y otro,
tan uno con el otro,
escindidos del cuerpo solo,
fundidos en la completud del abrazo.
El cuerpo amado lleva
inscripto en la piel todas las pieles.
Cuerpos que se anudan,
en un intento de saltar la trinchera,
protegerse de todos los absurdos allí afuera,
sin embargo la lágrima cae,
silenciosa hacia la nada.
Mientras el cuerpo
en reposo sigue oyendo,
palabras interiores,
voces que trepan a la sangre,
hechas mixtura y soplo, aliento,
frases que se posan allí
en la levedad de la lengua,
a veces muda, a veces quieta
y otra vez suelta, para volver a pronunciar.
Cuerpos sin nombres,
arrojados al vacío
de las palabras ausentes,
orfandad, desnudez, soledad cósmica.
Poblar el cuerpo nombrado,
cuerpo para nombrar palabras,
palabras para nombrar cuerpos,
re escribir cada parte
con su carga de símbolos,
esos pequeños léxicos
el sexo, el ojo, el pie, la mano,
transmutaciones que narran voces
para desandar la distancia
entre la mirada y el gesto
y volvernos uno y todo, íntimos, sutiles,
descubrirnos el rostro, el auténtico, el otro,
el que calla y crece encima del gesto de la muerte.
El cuerpo en la palabra,
complicidad, entre los labios de dios
y los labios que nombran,
nombran con el leve temor
de no ser ya nombrados,
nombran para guarecer la palabra
de la intemperie del cuerpo,
alumbrar el estallido que sube de la entraña,
nombran para tocar la breve eternidad:
el cuerpo en la palabra.
Olga Lonardi (Entre Ríos/Argentina)
I
¿Qué es de los muertos? No sudan,
ni tributan, ni expectoran. Nunca tarde,
temprano, áureo, consolidado.
¿Arderá dentro de un rato el agujero,
una rata vendrá a alumbrar
con sus ojos el más ajado de los catecismos,
regresarán aquellas leves sábanas
en el mediodía de Túnez, de Chipre?
Es no. Es telón sin escenario, al pie de un improbable paraíso.
Es profecía que se vierte, para nadie.
Pero, ¿qué es de los vivos?
II
Cada cual con su lengua, su silla plegable,
su reloj detenido en una hora
anterior a la borrasca, su fruta preferida,
su modo de amar y cerrar la puerta.
Y cada uno con su desnudez,
personal, intransferible. Y
cierta amarga libertad,
cierta y dulce esclavitud,
un sitio en el interminable cortejo
que atraviesa las aguas
hacia una hipotética tierra firme.
Carlos Barbarito (Buenos Aires/Argentina)
PÁGINA 8 – Narrativa
La calesita
Por Araceli Otamendi (Buenos Aires/Argentina)
Los ojos oscuros de la nena están fijos en un punto, traslucen una mezcla de asombro y desaliento. Es muy niña, tal vez dos o tres años. Las manos pequeñas se asían firmemente al eje del caballito de madera, como si no tuvieran algo más de dónde sostenerse. El sol dibuja siluetas multiformes en la vereda redonda y mojada por la lluvia de hace un rato y las expande más allá de las rejas un poco oxidadas. Algunas nubes parecen caballos blancos, levantan las patas traseras mientras sus "manos" agitan el aire. Sentados en un banco dentro del recinto limitado por las rejas un hombre y una mujer se besan incansablemente. Se exploran con sus lenguas más allá de los labios húmedos de ambos. El es joven, de aspecto rudo, los brazos musculosos y firmes insinúan un trabajo que le exige esfuerzo físico. El pelo es corto y ondulado, tiene ojos oscuros de mirada vivaz. Ahueca las manos grandes y firmes en la nuca de la mujer. Usa un jean y una camisa muy abierta que le dan un aire desaliñado. Mientras la calesita da vueltas y más vueltas suena una música horrible y vulgar, sonidos guturales llegan casi a lastimar los oídos. Yo soy Rosita, yo soy José, las dos ratitas de la tevé, liralalira, liralalira, yo soy Rosita, yo soy José... Así, las notas discordantes se suman al calor de la tarde y tornan la atmósfera más insoportable.
La nena lame un chupetín mientras el caballito avanza en círculo acercándose a la pareja que sigue besándose. Algunos segundos antes, la mujer ha deslizado un puñado de fichas en las manos del infeliz que da la sortija y se ha entregado otra vez a las caricias y besos del hombre. Ella es menuda, morena y en sus ojos hay un aire indiferente. Sentada, parece más pequeña, más flaca. La ropa es de confección barata y los movimientos que ejecuta con el cuerpo mientras besa al hombre son algo nerviosos. La mujer no deja de cruzar las piernas, alterna la de arriba con la de abajo, ni deja de mover las manos con largas uñas pintadas de rojo intenso crispadas detrás de la espalda del hombre.
Los ojos oscuros de la nena se detienen en la escena cada vez que el caballito pasa frente a la pareja. La mirada inexpresiva e infantil queda vagando en el aire. Solo puede verse en ellos una expresión mansa y el desamparo. Cada tanto el infeliz rengo y desdentado recoge las fichas y comenta algo con el hombre gordo que las vende, los dos se miran y las miradas se posan después en el hombre y en la mujer.
El sol ya corrió algunos pasos las sombras irregulares y el cielo tiene el brillo de los mejores días del verano que llega a su fin. Ahora el infeliz va juntando de a una las fichas que le entregan los niños hasta que llega a la mujer:
--Señora se acabaron las fichas, ¿va a comprar más o se lleva a la chica?
Ella no le contesta, se separa bruscamente del hombre, el semblante rojo y húmedo y desata la correa que sujeta a la nena y la baja del caballo. Sin decir nada toma a la nena de la mano y las dos se alejan. El hombre camina unos pasos más atrás.
Todavía juega el sol entre las copas de los árboles florecidos y hace brillar las hojas con verdes más intensos. Hay una mezcla de perfumes de árboles en flor, retamas y tilos.
La calesita sigue girando, con la molesta música de carnaval interrumpida solo por el chirrido esporádico de los ejes. Algunos chicos patean la pelota hasta que salta sobre las rejas y cuando el desdentado no los ve, aprovechan para dar gratis una vuelta.
Ahora es de noche, sopla un viento fuerte y seco y los árboles se inclinan lo suficiente para emitir algo así como un quejido que se filtra por la ventana. Un gato camina por el techo con pasos sigilosos. Se detiene y encoge su cuerpo para atrapar alguna presa. La nena duerme abrazada a un osito azul, la respiración puede percibirse más allá de la puerta que da al comedor. El sueño de la nena es profundo hasta que unas voces altisonantes la despiertan. La nena se acerca a la puerta y escucha:
--Si no me crees, preguntale a la nena, estuvimos toda la tarde en la calesita.
Los gritos continúan mezclándose y la discusión sube de tono. Los ojos de la nena vuelven a estar fijos en un punto, las manos asidas al eje de un caballo imaginario y la mirada vacía de expresión triste y somnolienta. Vuelve a su cama, levanta el oso azul entre sus brazos y se queda muy quieta parada detrás de la puerta. Las voces se confunden con el ladrido de los perros, el crujir de los muebles, el silbido del viento. No la dejan oír claramente lo que discuten. De pronto, suena el primer disparo; la nena corre a su cama y se tapa con las sábanas. Casi sin respirar. Cuando llega la policía le hacen una serie de preguntas que no puede contestar.
PÁGINA 9 – Reseña de libros
Las manifestaciones del silencio
Las cartas que no llegaron - Mauricio Rosencof – Montevideo – Alfaguara[1]
(...) No puedo aceptar el descrédito en que ha caído la política de la conciencia, acompañado por la reafirmación del statu quo. Como tampoco puedo aceptar la moda de burlarse del idealismo y la audacia intelectual de la modernidad en el arte. Tal o cual estrategia ortodoxa o transgresiva puede volverse obsoleta. No así la legitimidad y la necesidad de seguir formulando una estética de la resistencia, resistencia a las barbaridades de nuestra cultura, a las apocalípticas planificaciones de nuestros líderes, y al conformismo de nuestras imaginaciones y nuestras vidas.
Susan Sontag
Un mundo sin niños
En el tratamiento crítico de Las cartas que no llegaron, el riesgo de confundir autonomía con independencia de lo social-histórico parece nulo, dado su enorme componente autobiográfico. Mauricio Rosencof, fundador histórico -junto con Raúl Sendic- del Movimiento de Liberación Nacional "Tupamaros", fue uno de los presos rehenes que la dictadura uruguaya (1973-1985) mantuvo durante doce años bajo amenaza de muerte como represalia ante cualquier eventual actividad del Movimiento, sometido a todo tipo de torturas, simulacros de ejecuciones, encapuchado, obligado a padecer la sed hasta llegar a beberse sus propios orines, en estrechos calabozos que eran verdaderas mazmorras medievales.
Lo que suele olvidarse frente a tanta carga testimonial es el límite entre el autor y el o los narradores. En el caso que nos ocupa, este olvido -en tanto soslaya una de las operaciones esenciales de su escritura- actúa en desmedro del alto nivel de formalización que la novela posee. Tramada desde la incertidumbre y la carencia, la configuración del narrador principal contiene evidentemente datos de la experiencia del autor, pero estos ingresan en el texto depurados bajo diversas técnicas de selección, fragmentación y montaje, enhebrados por mecanismos analógicos y simbólicos, es decir, sometidos a un procedimiento complejo que les confiere status literario en relación directa, arriesgo, también con su eficacia en tanto testimonio.[2]
La novela comienza con el reconocimiento de una imposibilidad ("No puedo precisar con exactitud qué día conocí a mis padres"), e inmediatamente: "Pero recuerdo -eso sí- que cuando vi a mamá por primera vez, mamá estaba en el patio". En estos dos párrafos iniciales aparecen en forma embrionaria los mecanismos productivos del texto: a la negatividad inicial que exhibe una falta, se le opone la afirmación de imágenes subrayada en su actividad volitiva por el coordinante adversativo. Hay un vacío, parece adelantarnos el texto, hay lo que no se puede aprehender, pero también está la determinación de trabajar con la memoria y la imaginación en torno a lo inenarrable, invocando al silencio para que se manifieste, de la misma manera que en el presidio se leen las cartas censuradas. Consecuente con esta estrategia de "entrelíneas" la narración tampoco nombra, sino que pone en escena la imposibilidad de nombrar.
En el primer capítulo no se describen las peripecias de la infancia desde la perspectiva del adulto, sino que el procedimiento reproduce los mecanismos asociativos con la frescura y las incongruencias propias de un niño. Toda retrospección supone un presente desde el cual se evoca, pero aquí el pasado se presentiza por medio de irregularidades sintácticas en función de recrear la visión infantil, alternando conjugaciones verbales en presente con diferentes pretéritos o introduciendo conjunciones a la manera del zeugma, figura que coordina términos de semas diferentes pero que permite al lector entender la índole de la percepción.
Un día vino mi papá con traje y todo, azul me parece, y muy contento, con algo muy grande, como un cajón, envuelto en diarios y que tenía botones. Lo puso en la mesa de coser y me miró, y lo primero que me dijo fue "eso no se toca". Entonces la prendió y era una radio. (12)
Al repetirse el orden con que las instancias del acontecimiento se grabaron en la mente del niño (el bulto misterioso, la opacidad del envoltorio, las perillas percibidas como "botones", la admonición paterna) no sólo se recrea su expectación sino que en el suspenso generado a partir de las imprecisiones descriptivas propias del registro infantil, contribuyen a que el lector participe en forma gradual del develamiento como si estuviera dentro del niño. El cajón se transforma en una radio sólo después que el padre la hace funcionar: no se relata el descubrimiento azorado, se lo produce. La percepción aniñada también habilita el uso de onomatopeyas (como la del repiqueteo de la máquina de coser), exageraciones y reducciones, así como "errores" diversos en la conjugación de verbos irregulares. El artificio operando contra la gramática que es la ley de la lengua. Todos estos mecanismos funcionan como atributos del extrañamiento (Shklovski, 55-70) mediante el cual objetos y situaciones cotidianas aparecen renovados en su intensidad expresiva bajo una imagen fresca, nueva, donde, por ejemplo, las penurias económicas se manifiestan desprovistas de todo dramatismo en la locuacidad inocente de Moishe:
En ese patio, un día, mi mamá encendió un brasero a carbón, donde iba a cocinar un trozo de hígado que los carniceros regalaban a los que tenían gato. Nosotros teníamos. Se llamaba Miska y era igualita a un tigre. Mamá cocinaba para Miska, pero comíamos todos. (11)
En contrapunto, a las vivencias infantiles se intercalan las cartas de Polonia. El texto no esconde su ficcionalidad, por el contrario, la exhibe. Se afirma que las cartas que esperaba el padre nunca llegaron, y a continuación se reproduce la correspondencia apócrifa que comienza narrando la instalación de la Gestapo en Polonia, y en que se acentúa lo repulsivo de la propaganda nazi por el contraste con el relato crédulo de quien lo narra. En la ausencia de las cartas se inscribe la pérdida, el vacío que nos remite al genocidio, pero también al negarse su existencia se afirma el derecho de la ficción a ocuparse del tema.
Esta intercalación epistolar extiende una sombra premonitoria que acecha los juegos inocentes de Moishe, marginales respecto de las preocupaciones y el dolor de sus mayores. Las cercanías de los diferentes registros en la hoja impregnan cifradamente relaciones constitutivas para el personaje. El holocausto flanquea al niño como el terrorismo de estado al adulto: entre estos dos sistemas represivos se proyecta una vida, entre ambas alambradas la narración cava su trinchera. La ficción que ocupa el vacío de las cartas transforma ostensiblemente la anécdota familiar en una síntesis de la Historia. Junto al tono de fe y esperanza inicial de las cartas se irá gestando otro código; bajo la apariencia del acatamiento, va fraguando una actitud de resistencia que progresa desde expresiones de humor, recurriendo a la fantasía como recurso para no dejarse embrutecer,[3] hasta desembocar en el grito y la insurrección (32).
El silencio es el verdadero crimen de lesa humanidad, silencio colaboracionista al que la descarga del grito pone en evidencia. Tensión compleja, constitutiva con sus silencios, puesto que, como plantea Macherey (1966: 67), la obra sólo instituye la diferencia que la hace ser, estableciendo relaciones con lo que ella no es. El grito es una manifestación de lo inexpresable, de la incapacidad del lenguaje corriente para explicar lo que significó sobrevivir en Auschwitz (Primo Levi: 130-131). Ahora bien, el grito, en tanto denota una ausencia de formulación no difiere del silencio, también es un agujero, una falta, aunque estentórea. Pero en todo caso se trataría de un silencio que no acata: el grito es un silencio que se rebela revelando su condición silenciada, su imposibilidad de decir.
La palabra fuera del tiempo
En el silencio forzado del calabozo, en la desterritorialización del ser hundido en la nada se entabla una relación de sobrevivencia con el lenguaje. Refugio de la lengua que siempre conlleva nuestro lugar en el mundo. El narrador necesita salvarse por el relato, ser rescatado del nicho por la saga familiar, le urge armar la historia del padre con los escasos datos que posee, dejar constancia de ese humilde heroísmo por medio de una construcción episódica que postergue el final, pero a la vez asumiendo su ficcionalidad sin pretender disfrazarla de realidad o, dicho de otra manera, reconociendo la realidad de la ficción.[4] Esta actitud se manifiesta de diferentes formas en la novela. Afirmar que en ese pozo de 2 X 1 su territorio real era la imaginación, la fantasía, la locura reglamentada en la medida de lo posible (138), pone en jaque cualquier intención reduccionista o subalterna respecto del orden del referente, además de reivindicarse a la ficción como actividad humana imprescindible.
En un primer grado o movimiento retrospectivo se ubica la figura del narrador —en presente- escribiéndole una carta imaginaria al padre en el aislamiento de la prisión: mi mundo es este, de dos metros por uno, sin luz sin libro sin un rostro sin sol sin agua sin sin y te escribo... (72). El segundo grado de retrospección estará dirigido a recuperar el universo de la infancia atravesado de incógnitas y ausencias:
Y aquello era la vida, a las doce a la mesa y éramos tres la familia éramos tres tres tres tres en Polonia no había nadie tres León ya no estaba -Leonel- y se comía a las doce. Los tres. (62, el subrayado es mío)
La libertad en el manejo de los signos ortográficos se encuentra al servicio del ritmo percusivo, de una repetición que debe acumularse aunque nos quite el aliento, o tal vez, justamente para quitarnos el aliento. La familia ha sido reducida a ese grupito apretado de tres miembros -en Polonia no había nadie-, y esa cifra se repite cuatro veces seguidas como aludiendo a la cuarta silla vacía del hermano ausente. Uno de los cuatro tres es la muerte, la presencia del vacío que León ha dejado en ellos, en los tres.
Todo el último capítulo que comienza con la frase "Lo que no recuerdo es la palabra" (117), se cierne alrededor de un indecible, incrementándose la disolución de las fronteras entre realidad e imaginación (138). Se relata el encuentro, una reunión incorpórea entre el hijo preso y el padre internado en el asilo de ancianos, en la que sólo el padre puede verlo y decirle una palabra en idioma extraño (un posible caldeo o arameo), palabra cuyo significado es una expresión de bienvenida, una invitación a compartir el alimento y el calor del hogar.
A partir de una referencia a En busca del tiempo perdido se reflexiona sobre los iconos, los elementos simbólicos de una cultura y la memoria -junto con el lenguaje- como elemento cohesivo de una sociedad. El episodio tomado de Proust cuenta sobre el interrogante generado a partir del hallazgo arqueológico de los restos de un grupo tribal galo, a quienes además de matar se les habría quebrado sus tallas, destruido sus tótems y sus emblemas. El ensañamiento denotaba, sin embargo, un conocimiento cabal del rol que cumplían estos distintivos para el grupo, en tanto depositarios de una memoria e identidad cultural (159). Este ancestral ejemplo de intolerancia extrema remite, analógicamente, a los proyectos de exterminio contemporáneos.[5] Pero hay sortilegios en las palabras, llaves que accionan sobre la memoria (130), hay algo más blando y por eso más resistente que las piedras de los galos, hay los rescoldos que no se apagan (160), hay lo que no puede ser censurado ni retenido como el preso que va al encuentro con su padre. Encuentro que se da en medio del mayor despojo, cuando los viejitos han sido desalojados, y que también será el encuentro con la palabra (141).
Ahora bien: yo sé lo que esa palabra me decía. (...) Del pique[6] lo supe y lo pronuncié, pronuncié la frase entera, más o menos larga, aquella palabra en caldeo era un ábrete sésamo en mis neuronas... (118)
Pero esta palabra jamás aparece escrita, es como un agujero que presenta en el texto lo que no puede contarse sino por sus bordes desparejos, por medio de alusiones incompletas o desvíos. También ella resulta golpeada: "la palabra jamás dicha fue golpeada" (164), en la precaria clave morse con que los "incomunicados" reinventaron el lenguaje. Allí, donde "las palabras estaban herméticamente prohibidas" (162), el arañar compañero en la pared restituye el mundo escamoteado: golpe a golpe, con los nudillos y una lasca de revoque, letra a letra, se pasan la palabra solidaria a través del muro como un plato de comida caliente.
La falta de referencias directas a la dictadura —cuya palabra ni siquiera aparece- u otros términos que remitan a discursos más o menos codificados, nos habla de un yo narrativo estrechamente vinculado a figuras poéticas. En este sentido podemos hablar de un texto liberado del cautiverio racional de la lógica del testimonio. Y además, en tanto lenguaje poético, participa de la paradoja específica de la formación lírica —formulada por Adorno en su "Discurso sobre lírica y sociedad"(53-72)-, según la cual la subjetividad se trasmuta en objetividad, y su estado de individuación en contenido social. Este lenguaje libera todo lo que la sociedad ha reprimido, pero es social a su vez, por proyección y oposición, en tanto cifra de una sociedad otra.[7] La elección estética garantizaría una mayor profundidad y perdurabilidad en lo social. Un registro explícito con el énfasis puesto en la transferencia comunicativa de datos o acontecimientos quedaría entrampado en la cosificación mecanicista y subalterna, además del riesgo de la vulgaridad que siempre arrastra la marca y la persistencia de la represión.
Al oxímoron que postula a la imaginación como territorio real (138), se le superpone otro que también alude a la proliferación imaginaria provocada por el encierro: este territorio, este enorme infinito desierto de dos metros cuadrados (144). La idea de infinito concentrado nos remite, obviamente, al aleph borgiano: ahí, en el pozo de castigo, detrás de la puerta sin pestillo, bajo siete cerrojos también hay un aleph. Un aleph que condensa los libros, las visiones de una vida, el testimonio de muchedumbres expandiéndose dentro de la cabeza de un hombre encerrado. Confluencia de todos los tiempos y los espacios: allí ahora el telón de la capucha se vuelve a levantar para los diez minutos de visita (...) en el instante simultáneo donde el tiempo corre por su cuenta y sin reloj (166). El límite de este infinito provocado por la más radical de las carencias es, paradójicamente, la unidad: una falta, una:
Hay una cosa que acá no hay, papá. Niños. No hay niños. No se puede vivir en un mundo sin niños. Y mi mundo, Viejo, no tiene niños. Así que cuando me llevan al escusado trato de traerme alguno. (124/125, el subrayado es mío)
Y luego cuenta como recorta, cuando encuentra, fotografías de niños de los diarios que hay para limpiarse. La falta de papel higiénico le sirve para neutralizar la otra -la de niños- con los recortes del periódico El País, que guarda en sus zapatos. Desde ese estado de absoluto despojo, el reclamo por los niños se constituye en una condensación del gesto narrativo y un manifiesto político: se rescata el futuro del escusado, si es preciso, para hacerlo camino articulado con la memoria (conservada en la caja de zapatos de la madre: 25 y 77), desde donde provienen las fotografías reproducidas al final. Entre ambos desplazamientos históricos la imaginación (pisoteada, golpeada) se revela como un medio de producción de sentidos a partir de los residuos, de los restos, de la nada.
La palabra nunca pronunciada es un tótem (158) operando de manera silenciosa. Pero aquí se trata de un silencio activo —como dice Susan Sontag (1997: 36)-, en tanto expresión de rechazo de ciertos mecanismos racionalistas y como propuesta germinal de otras formas de pensamiento, un silencio que mantiene las causas abiertas y fuera del tiempo convencional. El silencio -como hemos visto- es trabajado por lo menos desde dos ópticas en la novela. Uno, sinónimo de sometimiento y complicidad, es un silencio de muerte, frente al cual se rebelan los prisioneros del campo en Polonia, a la vez que constituye un tiro por elevación a los mecanismos inductores de miedo colectivo utilizados por las dictaduras para asegurarse la indiferencia en la población, aquél no enterarse como programa de vida.[8] El otro sentido manifiesta, por medio de lo inefable, un quiebre en la homogeneidad del discurso, opacidad de un silencio que se puebla de presencias y de voces, que instala un límite ante lo inaccesible a la vez que un desafío, ya que es a partir del reconocimiento de esa carencia (de recuerdos, de comunicación con el padre, de recursos) que el relato emerge.[9]
Por eso la palabra caldea, aramea, babilónica, hebrea, se manifestó atravesando los diferentes espacios para volver a unir lo que fue arbitrariamente separado (166). Cuando la ilusión de la certeza abarcadora se ha roto es necesario recoger los restos cenicientos, hurgar en la sombra de la anfibología y lo inasible, en lo que no puede ser descifrado ni traducido puesto que debe permanecer oscuro y decir con esa oscuridad otra manera de decir. En la lengua corriente –enseña Blanchot (1993: 42-44)- se confunde a las cosas con su nombre sin percatarse de que el nombre es socavado por la muerte. El lenguaje poético pone de manifiesto ese desplazamiento y esa ausencia constitutiva de la palabra. Ahora bien, al hacer de la palabra una desaparecida del texto se desquicia esta paradoja de la lengua, pero además se apuesta a la restitución de una presencia que es colocada fuera del alcance de la muerte –en tanto ausencia de una ausencia- y en tanto palabra literaria.
La palabra no está dicha porque surge en condiciones irreproducibles y evidencia de esa forma informe —sin nombrarse, nombrando- lo indecible. Dicha, correría el riesgo de quedar prisionera en una entelequia, tapando el hueco con una cáscara. Porque además, esa palabra producto del encuentro con el padre expresa el triunfo de lo inasible y de la transgresión del interdicto, la derrota invertida, la pérdida puesta del revés. Lo inefable -además del sentido místico-religioso y su conexión con lo sublime- puede ser leído como la actitud de resistencia del lenguaje literario a participar de la atrocidad haciéndola inenarrable: en la subversión del instrumento lingüístico la palabra encontraría su trascendencia. Esta insistente manifestación de lo no dicho pareciera presentar la falta como una montaña volcánica levanta su cráter al cielo. Una manera de esgrimir lo inefable que termina por fundirse en su contrario, haciéndose imborrable.
Notas:
1.- Las cartas que no llegaron, Montevideo, Alfaguara, 2000, (todas las citas remiten a esta edición).
2.- Respecto del Testimonio y la compleja red de problemas inherentes al género me he ocupado en "Testimonio y novela", estudio recogido en Gustavo Lespada, Esa promiscua escritura, Córdoba, Alción Editora, 2002 (pp. 93 a 120).
3.- "Porque la fantasía, ¿sabes?, es la única cualidad humana que no está sujeta a las miserias de la realidad." (43)
4.- Ya en El bataraz (1999: 138-139) se afirma explícitamente la realidad de la imaginación, a la que el propio Marx le asignara un rol fundamental en la configuración del proyecto, etapa indispensable en el proceso material del trabajo humano.
5.- Rodríguez Molas (1985: 149-169) nos proporciona una crónica y un documentado estudio sobre las aberraciones realizadas por los militares argentinos (1976-1983) en estrecho parentesco con la metodología del nazismo.
6.- Uruguayismos: "del pique" equivale a en seguida o inmediatamente. Hay otros, como "chiva" por bicicleta (148) o "peludear" por pedalear (147).
7.- Jorge Monteleone hace un excelente análisis de estos planteos sobre poética y sociedad, a partir de su propia traducción del texto de Adorno, en "Gelman: el salario del impío" (inédito, 2001).
8.- Así resume Noé Jitrik (1984: 254) esta actitud generalizada en nuestro país durante los años de plomo, en "Argentina: esquizofrenia y sobrevivencia". En Vigilar y castigar, Foucault señalaba en los sometidos a un régimen de vigilancia, la tendencia a reproducir internamente las coacciones del poder (1991: 206). Otra categoría útil para pensar la autocensura introyectada por los sujetos, es la de inxilio (exilio interior), tal como la expone Carina Perelli (1986: 90-92) en De mitos y memorias políticas.
9.- Franco Rella (1992: 165-175) hurga con erudición en ese borbotear de lo indecible, en ese signo libertario atrapado en el lenguaje de los hombres, en esa silenciosa promesa de redención de todo lo que ha sido avasallado y vencido.
Gustavo Lespada (Montevideo-Buenos Aires/Argentina)
PÁGINA 10 – Desde el olvido: Hugo Mandón – 1929/1981 (Larrechea - Santa Fe/Argentina)
Acceder.
Accede en la mañana al corazón de la madera
que arde en mis fuegos
y a la luz que sube desde el este
y al calor de tu mano compañera
aquí
donde tengo el mate y el agua tibia
y los huesos quietos
y las palabras creciendo la luz
palabras para nombrarte
para decirte íntegramente
para saludar tus pechos de historia nutricia y tus muslos
fríos como mojarras
y tus duras rodillas
minerales y severas
y tus codos apoyados en la historia reciente
hecha entre los dos
y tu vientre calmo
y tu pie pequeño y tu oreja celeste
y tu pelo sin color ni abundoso
accedo he dicho a la plenitud prefigurada de otro día
sin saber muy bien
si soy yo o es otro el que ocupa mi lugar
todo porque te considero como a los días
jamás iguales
sin identidad posible
sin anuncio de la noche oscura
con sol
con la luz de tu piel cambiante
con las lluvias de tu tristeza
accedo a ti.
Pájaro.
Es de franco mal gusto y peligroso adornar cosas amables
como son los manteles, los dormitorios y las tortas de bodas
con fieles figuras de pájaros, sus picos y sus ojos feroces
con alas tensas, con el desgarramiento de los vuelos.
Y sin embargo la gente lo hace de ese modo y reincide.
Es cuando afuera, en el aire liviano, frío de la tarde
un pájaro oscuro y magro llega a las grandes ventanas
y allí pica con furia los vidrios congelados, las maderas blancas.
Adentro se admiran y comentan las figuras del pájaro ornamental.
Afuera, el otro pájaro se hará pedazos contra los vidrios.
Nadie sabrá de su solitaria ansiedad.
Nadie escuchará su sangre rota.
Sombra de las glicinas.
Una vez estuve con mi cicatrizado músculo del pecho debajo de la densa y olorosa fronda de las glicinas. Estuvimos en la sombra del plumaje lila de la mañana. El perfume parecía llover.
Había en aquel lugar rodeado por el campo y tan lindo como verde, una bomba de agua fresca y una palangana color rosa donde lavaban sus manos los hombres del trabajo. Había muchachas frescas como el agua de la bomba, rientes, embellecidas por la luz dorada, que cocían pan en la honda cocina roja. Y el olor de los hornos llegaba a nosotros mezclado con la dulce fragancia de las glicinas estallantes.
Fue una mañana vieja e inolvidable.
El campo era verde, reían las muchachas y el agua en la palangana rosa.
El perfume de las glicinas era como una llovizna sobre nosotros.
Ardían los hornos del pan y creo que era diciembre.
Los cactus.
Amo los cactus por sedientos
porque sé que la sed es una esperanza carnal y porque toda esperanza define profundamente la condición humana.
Amo a los cactus por pacientes
porque sé que la paciencia fluye de la confianza en el dios
y a falta de éste, en la propia fuerza, que aún vive en la debilidad.
Amo a los cactus porque han sabido dolorosamente diferenciarse
rotundos, excluyentes: han preferido la ausencia de las frescas y fugaces floraciones y han sabido sacar espinas del secreto corazón del agua escasa; han transfigurado la pobreza en arma defensiva.
Amo a los cactus por solitarios
porque siendo así demuestran que generalmente las fuerzas menguan
cuando el individuo se disuelve blandamente en las muchedumbres.
Amo a los cactus porque suelen ser subestimados
porque son juzgados insignificantes melancólicos
pálidos penitentes, resignados a los eriales de la tierra flaca.
Porque así se los considera, los amo.
Y ello, porque es de mi naturaleza adherir a la mayoría de las cosas no estimadas por la generalidad de los hombres.
Muertos y no muertos.
Hay quienes, inciertos, espantados,
se quitan a cada rato del breve ramaje personal
la pegajosa sustancia de los muertos;
es la gente primaria, aún la mímica del mono,
rústicos imagineros viscerales que suponen
y nada más
el interior abominable de las tumbas.
Ellos temen al cadáver y su inercia
y su marcha hacia el polvo, a las harinas del hueso
a su disolución escondida, sellada, indigna del ausente
amado por el pensamiento, sin materia alguna
vivo en la llama que arde en las manos abiertas.
Ellos, los monos postreros, juncos del barro
son los que no saben cosechar la flor sino comprar el crisantemo
los autores de las tristes, convenidas, vulgares inscripciones;
son quienes veneran, a punto de olfativos, los sepulcros
pero temerosos de la intimidad que esconde el mármol;
los que se contraen en feroces pesadillas
en las cuales les sonríen los rostros descompuestos
y son mirados por las cuencas heladas de la esposa
o buscados por el brazo descarnado de la madre
y a veces, besados por los labios negros del amante.
Pero siguen obstinados, renovando flores compradas
frente a los mármoles pulidos cual espejos
a las feas y vacías exclamaciones de congoja blanda
frente a los Cristos decorativos
ignorando que las Cruz no manda sobre el gusano
pues tiene otro alto destino: el de la esperanza
en el fin de los tiempos y el gran suceso
y las buenas nuevas encendidas en una madera ensangrentada
una vez y para siempre.
Ellos son, al fin, los cavadores de la propia fosa
los primitivos adoradores de la miseria abominada
los que no han aprendido todavía a dejar crecer
buenamente y sin prisa
en paz a los muertos en la tierra caliente del corazón.
Son, al fin, en los cementerios fríos y ventosos, no más
que muertos verdaderos que circulan y comentan
andando sin saberlo, no entre muertos
sino entre sus propias sombras vacilantes y mezquinas.
Pero, aunque no lo sepan ni lo sientan, por sobre ellos
inclinados
y también para ellos,
comprendidos, abarcados, amorosamente resumidos
brilla la luz inmensa, sin origen ni término
que recoge, intacta, pura, inalterable
la real materia de los amados que no cesan de repetir
veraces y dulces las partes la palabra que perdura.
Pero los temerosos de la intimidad de las tumbas
no saben de tales amados. Sus oídos tapiados no oyen.
Ellos huyen del recuerdo de la carne que transita…
Pero la luz inmensa los recoge y de alguna manera los redime.
PÁGINA 11 – Artículo ensayístico
Crónicas del agua
Por Mónica Russomanno (Santa Fe/Argentina)
russomannomonica@hotmail.com
I
La gente tiene todavía muy cerca de la piel del espíritu la inundación de 2003. Ya habían hecho los bolsitos hace rato en los barrios del oeste. Es así de exagerada la gente, se acuerda de lo malo. Pero acá tenemos la facultad de ingeniería hídrica, ¿Cómo va a ocurrir de nuevo? Es la gente ignorante que ve crecer el Salado y se asusta, que ve cómo el Paraná llena la laguna que se va trepando despacito por los pilares del puente colgante, y se asusta. Pero no va a pasar nada, eso decían los que saben, los que observan las fotos satelitales y monitorean (les encanta decir "monitorean" las cotas de riachos y ríos).
Nadie podía saber que el cielo se nos caería sobre las espaldas, sobre las cabezas, sobre los techos de losa o de chapa. Pero se cayó. Y cómo, me preguntaba en el salón de clases semidesierto mientras por las ventanas caía el cielo, cómo es que el agua que es tan pesada adentro de un balde está flotando allá en el cielo. Cómo es que un océano viaja por los cielos y esas toneladas etéreas caen así, tan desde arriba, tan compactas. Pero el cielo cayó y cayó y anunciaba con luces eléctricas, con avisos de catástrofe luminosos que seguiría cayendo. Y siguió cayendo. Cinco metros de agua cayeron en cada pequeño espacio de la ciudad y de las ciudades vecinas, y sobre el campo extenso.
La temida inundación que nos cercaba por el este y por el oeste, retenida a fuerza de defensas, dio un salto y nos atacó desde arriba. Pero vino. La gente ignorante que la esperaba no se alegró por haber acertado contrariando los pronósticos de los catedráticos. A ellos les toca el dolor y la pérdida.
Otra vez los mismos relatos. Cuatro años después. Cuatro años de tiempo en el que el Comité de Crisis y Defensa Civil debiesen haber trazado los planes que se revelan, otra vez, inexistentes. Vayan aquí algunos aguafuertes. acuarelas, me temo:
Don Caballero y su mujer, en barrio Chalet. Ya tenían el bolsito preparado. La otra vez perdieron casi todo, él perdió, por mucho perder, hasta una pierna. Esta vez al menos prepararon los documentos y algo de ropa. Por la radio les dieron el lugar de concentración donde irían a buscarlos para la evacuación. Ese lugar estaba ya bajo agua. Y no fue nadie.
El presidente de la vecinal consiguió unas canoas y así llegaron a tierra firme. De ahí, cada cual adonde pudiera ir. Un amigo del sobrino los fue a buscar con una camioneta y los llevó con hijo, mujeres y nietos a la casita donde se apiñaron ocho. Allá están. Por obra y gracia de los vecinos y familiares y desconocidos solidarios.
Las artesanas en Esperanza sintieron un horrible zumbido que provenía del cielo. El sonido de las trompetas de los ángeles exterminadores, quizás.
Se pusieron debajo del dintel de una puerta aguardando un aterrador tornado.
Y el zumbido seguía intolerable, hasta que se inició el bombardeo atroz. Era granizo de un tamaño imposible, que destrozó todo.
Mary fue rescatada de su casa con el agua a la cintura. En canoa. No se llevó nada. Es empleada doméstica. En el 2003 perdió todo. Ahora, cuando llegó al centro de evacuados, estaba con la ropa mojada y sin comida. Otra vez, otra vez con la nada por delante, con la certeza de haber perdido todo lo que pudo conseguir en estos cuatro años. Mojada y hambrienta, tan espantosamente sola.
Myriam en el extremo norte de la ciudad, en el barrio transformado en una isla. Un amigo fue a hacerles una provista al supermercado, no pudo llegar con la camioneta 4 por 4. Entonces un grupito de adolescentes salió en expedición a buscar víveres para varias familias. Tienen para hoy y para mañana. Después se verá. La arena para frenar el agua que le entra a los Zanelli por el fondo se las dio una vecina que estaba construyendo. Y tienen ganas de reírse todavía, y cuando pasó Tito todo de amarillo el Rober dijo "vienen los Teletubis" y todos se reían. Y se reían cuando miraban con apetito la bolsa de arroz de la perra. Y todavía tiene espíritu científico Myriam, que me contó que la tortuga en el patio estaba paradita en la pared a 45 grados, alejándose unos centímetros, lo poco que podía pobrecita, del suelo amenazante.
Y en los edificios de las Flores suben las cucarachas. Los alacranes salen en toda la ciudad de los sumideros. Los gorriones bajo la lluvia se comen las lombrices que afloran para no ahogarse en la tierra que está saturada de agua.
Ya no llueve, pero se viene el agua que busca el cauce del río. Desde lejos se viene, atravesando campos. Quienes sobrevolaron la zona hablaron para la radio con una voz donde se nota el temblor involuntario.
El caos se asienta, se decanta, va tomando la ciudad como la otra marea.
Están los que cobran peaje en las avenidas, los que saquean a los que huyen con sus cuatro cositas y los pesos ahorrados. Los que en las escuelas que funcionan de centro de evacuados amenazan a las maestras que no tienen nada que ofrecerles y no saben de dónde fabricar colchones, o ropa, o comida.
Pero los de Defensa Civil, los funcionarios de la municipalidad, deliberan. Les sale bien eso de deliberar. Mientras tanto cada uno hace lo que puede y ayuda si puede y le dan las ganas y el coraje. Como hace cuatro años, como siempre, socorre el buen samaritano y las fichas se acomodan según van cayendo.
Después escucharemos explicaciones razonables. No me cabe duda.
II
Vino Mary del refugio improvisado en la escuela. Tiene los ojos rojos Mary, y va formando imágenes en el aire la Mary; cuenta y cuenta mientras toma leche con tostadas en la mesa de la cocina.
Dice que la buscaron en canoa, y cuando llegaron a la “San Cayetano” los encerraron con llave, y no los dejan salir por miedo a que se metan otros y rompan, o roben, o vaya a saber qué cosas que puede hacer la gente cuando es mala y se siente impune, y afuera está el caos. Dice la Mary que no comieron desde la noche que llegaron hasta la otra noche, un día entero estuvieron sin comer, y las tripas le hacían ruido y se le quejaban.
Cuenta la Mary que no les dan comida para los perritos, pero los perritos son la familia, también, así que de su ración come, y esconde un poco, y con eso le llena las tripitas al cuzquito que pobrecito, también es gente o al menos más gente que algunos.
Y cuenta que si tenían frazada no les daban colchón, a pesar de que a la noche se vino el frío, y eso de estar arriba de la frazada pero sin nada para taparse no abriga, y el suelo además de duro estaba helado. Así que lo peleó la Mary al hombre, y le dieron un colchón para los cinco de la familia que se juntaron allá en el refugio. Y adónde, pregunta la Mary, adónde van los colchones que quedaron en el camión ¿No? Y es la misma pregunta que hacía ella y que hacía tanta gente hace cuatro años.
Y dice la Mary, y le da un poco de vergüenza y le cambia la voz cuando lo dice, que tienen que mentir para que les den agua caliente. Tienen que decir que hay un bebé y una mamadera para que les den agua caliente. Pero cómo, cómo se aguanta sin el mate el hambre, el frío, la angustia; cómo se comparte y atenúa, sin mate, tanto sufrimiento. Le da vergüenza decir que tiene que mentir para que les den agua caliente.
Los baños bien, limpios, bien por suerte. Pero es una escuela, las escuelas no tienen calefón ni termotanque, hay que lavarse con el agua fría y de ducharse ni hablar, claro, lavarse un poco para ir tirando, y escuchar por ahí “estos negros mugrientos”.
A lo mejor la heladera vuelve a andar, si la sopletean con agua y compresor como la otra vez, eso si no estalla la puerta de entrada y las cosas se van flotando, se pierden en la calle donde se van a juntar todos los peces muertos de la resaca. Dice que la heladera a lo mejor ande, pero no puede imaginarse la casa y la heladera, tan pesada, que flotará extrañamente como los buques de hierro y toneladas excesivas. La heladera flotando por la casa es intolerable. Cambia de tema. Mejor hablar de ahora, de acá, al futuro todavía no tiene el coraje de enfrentarlo. Ya llegará con las aguas servidas, los cimientos que ceden, el olor y la podredumbre. Otra vez, un futuro que exuda pasado de pesadilla, esas pesadillas cíclicas que cambian las leves circunstancias pero no el terror de fondo que siempre es el mismo.
Cuenta que la Negrita se aburre, la nena encerrada en un gran dormitorio de colchones y gentes deprimidas. Me pide un mazo de cartas para la Negrita. Todos se aburren, con la desesperación del que siente que algo urgente lo requiere, pero tiene la pesada tarea de aguardar. Afuera tiene que bajar el agua.
Y la Mary cuenta, con los ojos rojos cuenta y cuenta, y no quiere más tostadas. Y mamá que le ofrece más tostadas porque qué se puede hacer sino ofrecer tostadas, y escuchar, y sentir. Y yo que salgo a comprar cosas. Cosas, a prepararle un bolso de cosas. Qué poco podemos hacer salvo ofrecer cosas que le faciliten un poco la jornada. Pero no está en mí el poder de hacer milagros. Le armamos con mamá unas bolsas de cosas y le deseamos buena suerte. Y nos quedamos con los relatos y los ojos rojos en la mente y en el corazón. Hasta pronto. Mejor suerte. Hasta pronto Mary.
III
El tiempo se ha detenido. Es el momento de mirar el agua y de comprobar que no baja; el tiempo de mirar el cielo nublado, ese compacto cielo amenazante. El tiempo suspendido de todas las esperas que convergen en un silencio de escala de grises.
Es el tiempo del nudo del relato, el tiempo de defenderse del hastío, el tiempo igual a si mismo cuando no quedan ya palabras nuevas. Cuando se repiten las historias que ya fueron contadas, cuando empieza a trabajar la ira desde abajo, desde el fondo. Cuando las manos no hallan reposo en el trabajo y comienza la calma preñada de monstruos.
No lo oigo, pero en el silencio de la ciudad parada hay un llanto, ladrido de perros en la oscuridad, fogonazos y detonaciones.
Es el tiempo en que el estupor y la agitación se velan por la luna que entre nubes fosforescentes recorre el rectángulo de la ventana. Velas entre muros húmedos. La vieja, la antigua caverna que nos protege del afuera hostil. Esa sensación de sitio, ese abismo.
La radio que pone en ondas la tragedia, que imparable destila nombres y lugares precisos poniendo en particular la generalidad de las urgencias. Las voces que se encienden y desaparecen recién brotadas, ese extraño silencio del tumulto, esa insensibilidad del extremo dolor.
Es, me lo digo, el tiempo en que las voces se confunden como en las tribunas, y surge la sola y única voz plural de un pueblo que grita, así como las calles y campos anegados han formado un único espejo líquido que refleja un cielo inclemente.
Asusta este silencio de masa sonora, este silencio de chicharras, esta aguda nota sostenida hasta que duele. Da miedo este silencio, da miedo este tiempo mudo de mirar el agua, de mirar la oscuridad allá afuera, de mirar las manos cerradas en puño.
Hay que dejar que la voz se desenrolle, decir de vuelta, otra vez, no importa cuántas veces decir lo que pasa y lo que pasó. Hay que escribir la sinfonía de los desesperados, dar a cada instrumento un espacio para elevar su motivo o bajarlo, o desentonar como la trompeta que se desbarranca desde las alturas conquistadas. Hay que permitir que se liberen las fuerzas agazapadas en los vientres crispados.
Es el tiempo muerto de la espera. No muramos.
En los centros de evacuados, en las casa secas, en los techos de la vigilia acecha la ferocidad de quien está obligado a esperar. Las garras dejarán surcos en el revoque desgranado, los colmillos se ensañarán con el compañero de celda. Estallará, uno por uno, cada miembro del clan que se revuelve en el lecho caótico del desastre. Y lo que fue en un principio solidaridad se tornará codicia y maledicencia, la simpatía se replegará bajo escamas aceradas, molestará el que hace, el que no hace, el que simplemente se interpone.
Habrá que superar este tiempo de caldera a presión, este tiempo de algodones sucios, de bocas negras. Habrá que superarlo mientras la luna se desplaza entre nubes fosforescentes. Silenciosa.
IV
Dos de abril, fecha de oprobio, de recordatorio de los muertos, fecha de los soldados que volvieron o quedaron en las Malvinas. Cuántos de ellos estarán ahora bajo el agua, como estuvieron bajo el agua en aquellas heladas trincheras. Cuántos, me pregunto, con la misma falta de atención que sufrieron allá. Este es un país duro que no cobija a sus hijos, demasiado pronto a diluir y disfrazar, con enorme capacidad de olvido y de perdón para los culpables.
A causa de la radio me sorprende una de esas carcajadas inesperadas.
Entre la madeja informe de quejas y reclamos y noticias de cortes y piquetes, un funcionario dice que se vieron superados por este fenómeno inédito de una segunda inundación. Me río y le digo a mi mamá que está colgando la ropa lavada a la luz del cielo blanco, "escuchá, escuchá, un fenómeno inédito que se repite" Y está buena la excusa; me los imagino dentro de un tiempo, sorprendidos en su buena fe por el fenómeno inédito de una décima inundación. Y todavía sin bombas de desagote, sin plan de evacuación, sin saber muy bien quién y cómo tienen que hacer qué cosa.
Otro fenómeno que se repite, que terrible y repugnantemente se repite, es el del abuso de los niños o las mujeres en los centros de evacuados. Esta vez y que yo sepa, detrás de la terminal de ómnibus, en los galpones que fueron del ferrocarril. Una nena esta vez, una nena de seis años esta vez, y mujeres que toman sus hijos, sus pobres bártulos y se van a su casa aunque todavía tengan agua. Madres, mujeres que huyen.
Y la ferocidad del sexo que brota en los centros, en las salas comunes, sobre el suelo. Reparten condones. No pasó un mes de evacuación, pasaron seis días. Entiendo la urgencia de los jóvenes acicateados por el desastre, pero me conmociona. Como en las guerras, como cada vez que los dioses o los elementos, o la Historia se desatan, los cuerpos se buscan en la obscuridad, entrelazan los anhelos, engendran para no morir. Lo entiendo, pero me aterra la bestia suelta en la noche. Huelo su aliento y no es dulce.
La ciudad mañana volverá en si, termina el fin de semana largo.
Prescindirá de los menos favorecidos, pero seguro que ni lo notaremos.
Apenas por los baños químicos que continúan ocupando algunas veredas, por esa gente en hojotas y con bolsitas exiguas que transitan con rostros inescrutables. Sólo los del oeste y suroeste seguirán dentro de la pesadilla. No se los extrañará en los bancos, en los negocios, en las tiendas ni en los cafés. No se los extrañará, simplemente. Al fin y al cabo, como hace cuatro años, volverán a sus extramuros y nos iremos olvidando de las paredes que se desgranan y de las fotografías ahogadas. Aunque digamos que no, que esta vez si que los vamos a recordar, como a los veteranos de Malvinas.
V
Una película norteamericana no termina hasta que no haya habido una buena explosión, una novela de Ágata Christie hasta que no se resuelva el misterio, y aquí las cosas no finalizan hasta que aparezca un paredón. A los que hacen piquetes, habría que llevarlos al paredón. Así son las soluciones que brotan, que emanan de la gente, y esa frase inevitable la escuché hoy.
Al paredón y listo. Solución final.
Los piquetes son como las huelgas, molestan. Son unos cuantos vecinos que cortan las avenidas, las calles, las rutas, para pedir cosas. Es la gente que no encuentra otra manera de que se oiga el reclamo, y son los maleantes que aprovechan la situación y enturbian ese reclamo.
Y a los piquetes lo sufren los que trabajan, los que se quedan sin provisiones, los que tienen que realizar una expedición para llegar al trabajo, los que no pueden acceder a los hospitales o centros de salud. Los sufrimos todos; caldean los ánimos, reducen la tolerancia y paralizan la solidaridad. Son, quizás, la mejor manera de hacerse odiar por los conciudadanos.
Pero, y esto es lo trágico, seguimos confirmando la letra de "Cambalache" ; el que no llora no mama y el que no afana es un gil. El que no llora no mama, no hay ayuda hasta que no haya piquete, hace falta llorar a los gritos para conseguir alguna cosa, y que el reclamo sea justo hace que actuar contra los piquetes sea una canallada que el gobierno en pleno año electoral no está dispuesto a cargar en las espaldas. Por eso, no actúa para disolver los cortes, y tampoco actúa contra los ladrones que se disfrazan de piqueteros y cobran peaje en las calles.
El que no afana es un gil, y más si la emergencia y el caos les otorgan impunidad.
Como el reo que se guarece en un jardín de infantes para que no le disparen, los ladrones que toman el nombre de piqueteros para el saqueo y la prepotencia, se mezclan con la pobre gente desesperada que, de otra manera, no sería oída.
Confundidos todos para desgracia de quienes se encuentran urgidos por la necesidad y la falta de asistencia.
Si el plan de emergencia tuviese solidez o una mínima operatividad, si la gente confiase en los gobernantes, si la organización permitiera ayudar a todos en la misma medida y con la misma eficacia. Si todo esto se diese, no debería de haber piquetes. Si no hubiese piquetes, los ladrones serían simplemente eso, ladrones, y la policía no tendría que actuar dentro de esa zona borroneada que los ampara.
Pero son condicionales que no concuerdan con la realidad que soportamos.
Entonces, al paredón. Todos. Y la solidaridad que asomaba se vuelve al armario donde permanece guardada, hasta que encontremos personas necesitadas con quienes hacer caridad, siempre y cuando no molesten.
VI
La inundación pluvial lo mojó todo, desde las calles, casas, barrios completos, hasta las letras dibujadas con agua ahora, desdibujadas ahora, de mis ensayetes acuarelables. Nidia me escribió que desea lo imposible, un texto sin paredes mojadas ni trágicos paredones.
Y en esta hora en la cual la magia ocurre día a día, en esta hora precisa y repetida de cada atardecer, el sol inclina la cabeza por debajo de las nubes, y como un niño que se asomase por debajo de una mesa nos regala una sonrisa feliz. En esta hora maravillosa casi puedo decirle a Nidia que no habrá, en este texto, paredes mojadas ni paredones.
Por debajo del cielo nublado amarillea la luz. Esta luz al ras, luz teatral, luz escénica, hace que las hojas de los árboles se transmuten en verde esperanzado, rejuvenece y limpia. El esplendor de las hojas tiernas y transparentes, de luz y savia, enciende el alma. Con sol podemos creer en el futuro. La luz disipa el medio tono de la derrota, nos hace caminar erguidos, nos permite descansar, unos pocos minutos quizás, pero descansar, de los terrores obscuros.
Entonces podemos ver que las plantas han florecido, que los gorriones no cejan en su empeño de vivir a los saltitos, ni los horneros abandonaron la reconstrucción eterna de sus hogares de barro.
La vida sigue. Lo sabemos gracias al sol; la luz lo dice, lo proclama por el aire la tenue dulzura en sepia de esta hora mágica. Un chico de un centro de evacuados juega concienzudamente a las bolitas en la vereda.
Alguien pasa en bicicleta y silba. Se escucha una risa detrás de una ventana cerrada.
La vida sigue.
Y habrá, claro, paredes mojadas. Pero ahora, en esta precisa hora enclavada en el centro del infortunio, ahora sabemos que esas paredes se secarán. Y sabemos también que luego de los preciosos minutos de la esperanza vendrá la larga noche. Pero sabemos, también, que mañana habremos de sacar las escobas y el detergente para poner orden en nuestros pequeños mundos.
Lo dice, lo asegura, la amarillenta luz del sol atardecido.
VII
En la escuela, en cuarto grado, los chicos escuchaban la explicación del dibujo que tendrían que realizar. Tenían que registrar gráficamente cómo los había impactado el agua en la ciudad. No eran chicos de los barrios afectados, pero todos escucharon relatos de familiares, amigos de los padres, vieron personalmente o por la televisión la catástrofe. Las voces agudas se entremezclaron en historias, postales, recuerdos.
Escucharon que un relato se puede hacer con palabras o con imágenes, y que un dibujo es más certero a veces que una fotografía, porque al dibujar no se plasma la totalidad sino que se escoge lo importante; lo más importante para el dibujante, y por eso quien realiza la imagen está contenido en ella a través de su mirada.
En el dibujo estaría la inundación, y estarían ellos detenidos, también, en este cuarto grado que se iría perdiendo en el tiempo extenso de su niñez. Esto vi, esto pasaba, allí estuve, así fue.
Y los chicos hablaron de los yacarés que aparecieron en Altos del Valle, de los botes, de la gente en los techos, de los helicópteros, de los tiroteos y de los piquetes.
El problema es que el agua marrón parece tierra, así que lo solucionaron mezclando los crayones marrones del agua verdadera, y los crayones celestes de esa agua esquemática, el agua celeste como debe de ser el agua en un dibujo infantil.
Alguno se sintió obligado a aclarar “pero yo no me inundé”, a lo que la respuesta “la ciudad se inundó, todos vivimos en ella”, los dejó tranquilos al entender que no usurpaban la calidad de víctima.
Todos dibujaban.
Todos menos uno.
Alguna cosa lo inquietaba. Finalmente preguntó si podía dibujarse en el patio, jugando con el hermano en la lluvia. ¿Eso es lo que más te impresionó de todo? Silencio, cara inexpresiva. Si, eso.
Y así recordará el final de marzo y el comienzo de abril del 2007. Para su dicha o desdicha, conservará la imagen de su hermanito y de él, jugando alegremente en el patio de su casa, bajo la lluvia.
PÁGINA 12 – Poesía americana
Piedra que germina
Después que me miraste,
que gracia y hermosura en mí dejaste
San Juan de la Cruz
Como raudo rayo fecundado
el Amor desciende.
Con sus garras abre
surcos en la tierra.
Y crece el musgo,
el limo blanco, el árbol
venerado por la tribu.
Y la ternura crece
sobre el alba.
Y el corazón del día surge
como denso susurro
de la roca.
Y el océano inicia
impetuosa danza consagrada.
aquí el fulgor renace.
Si pusieras tus ojos en mis ojos.
Si pusieras tus labios en mis labios.
Si tu boca afuera abeja enardecida
O aguja voraz hurgando en la sangre.
Si te posaras, sedienta, entre mis piernas,
te amaría densa, torva, tiernamente,
como quien por primera vez asoma al mundo,
como quien por primera vez
desgarra una violeta.
Todas las cosas arden si te miro.
Todas las piedras germinan si te amo.
Como gorjeo intempestivo vienes
y tu presencia bebo cual arroyo
donde los ángeles se inclinan.
Como una lenta danza que seduce,
como rocío fértil en la arena,
como la castidad del santo que crepita
ante la suave perfección de la figura inmaculada
vienes.
Qué arduo trabajo el tuyo, Amada: ser hermosa.
El graznido del cuervo me estremece,
el vuelo del pegaso me seduce,
el gorjeo de tu voz me satisface.
Sin ti, abeja tierna, el Universo carece de sentido.
Como un patriarca fiero me conduzco,
como un profeta sabio te profano.
Amada Reina del Valle de Jovel,
La del Rostro Dulcísimo y Terrible,
Sé que vienes de donde crecen los manzanos
Y que en tus ojos anidan las colmenas.
Ay cuánta miel derramándose en el iris
Y cuánta perfección en tu figura.
Que el oro de mis besos te sostenga.
Que la roca de mi canto te consagre).
A TI NO TE DERRIBARÁ la muerte.
A ti jamás te tocará el olor maldito de la tumba
aunque las leyes de la flor, la insobornable
rueda del verano se deslice, y perturben
y acosen tu belleza.
Gacela, grulla o corza
como una madre tierna te cobijo,
pero tiemblo si un golpe lúgubre
de realidad te toca.
Conjuro la presencia de lo eterno.
Brillante lágrima de sol:
yo desperté a la serpiente,
yo vi temblar al unicornio,
yo desaté al dragón enfurecido.
Frágil, perturbado,
para cantar escucho el ritmo lento del silencio,
para amar me sumerjo en el vacío.
¿Quién dice que el terror calcina?
Desde la esfera más alta entrego
mi voz en el océano.
Y palpito
y me erizo
y me consagro
ciego.
Turbo la turbia tarde.
El corazón alberga rosas, muñones agrios,
amargas fauces que devoran.
También es puño enronquecido.
Pero me doy a ti cual caracol sediento.
Delirio, purificada brasa que palpita,
¿ante la Luz qué hacen los ciegos?
Me inclino, hierba endeble, si me miras.
Mi corazón naufraga en ola súbita.
Fulgor sonoro al mediodía eres,
arena humedecida la ternura.
Óscar Wong (México)
Tiempo de permanencia
Acaso de un perfume que desnuda
Acaso de un viento que vacila
si batir adioses
si agitar los siglos.
Voluntad que aspira a ser de mar abierto.
Voz que exige espacio destejiendo la trama que sofoca.
Conciencia de sí misma
reclamando la historia que construye.
Eco de vidas silenciadas
alineándose en rutas todavía sin trazar.
Mujer, es tu tiempo de relámpago
y de permanencia.
Arqueóloga de la escritura de tu sexo
rescata la garganta que derrumba olvidos.
Nela Río (Canadá)
Cortaziana con lluvia y chocolate
Si una mujer te invita a un chocolate espeso espumeante
insinuando la tarde con mar de albaricoque al fondo
y tú no sabes si mayo o la mujer si la mujer si lluvia
todo poema prometido es una mandarina esdrújula
un voto en vilo un niño mudo en pleno parque
una acuarela sorda o tres cerezas tristes en un trípode
melódico mordaz y el chocolate o la mujer y el chocolate
o la mirada que se filtra por la tarde entra por el teléfono
se derrama indiscreta por las piernas de azúcar
dice algo sin decirlo la lluvia la mujer el chocolate
o el poema quizás el poema tal vez la tierra prometida
o volver a empezar hasta que salga el poema la lluvia
el chocolate la mujer o
René Rodríguez Soriano (República Dominicana)
Ítaca
Detrás de su huella se borró el camino.
Lejos de sus ojos,
la Ítaca olvidada
floreció de una eternidad transparente
su dimensión
ahora es otra
quizá la mentira crea la felicidad.
Ulises sigue vagando triste
No saben nada los caminos
de aquel que borró su huella.
Ítaca no lo recuerda
ya no tiene su aroma en las laderas
ya no florece de amor para sus ojos.
Dicen que después de sus batallas
lloraba por aquella casa
hoy escondida en sus pupilas
El camino incierto y pobre
frente a su grandeza
le hizo olvidarla.
En otras aldeas de espejo dejó su estirpe.
Los pasos rotos
no sangran lejos de los espinos
ni añoran ya los otros pasos.
Susana Reyes (El Salvador)
Presupuesto de jubilado
¿Qué se han quedado sin pagar las cuentas?
No importa. Las flores son indispensables.
Y esas buenas botellas de roja ambrosía
que afortunadamente no rompen la banca.
El recién descubierto concierto para piano,
el almuerzo en los chinos una vez por semana.
Escribir a la luz de lámparas antiguas,
despertar acariciando el vidrio.
El último volumen sobre el niño mago,
la magia dolorosa de los bailarines
con cuerpos que trazan el amor y la muerte,
aéreos como un brazalete de plata..
Esa camisa de escandalosos pétalos,
todo lo que dé gozo a los sentidos.
¿Qué no ha llegado el cheque? Ya llegará mañana.
Mientras tanto, se acepta la mentira de plástico.
Alfredo Villanueva-Collado (Estados Unidos)
PÁGINA 13 - Narrativa
La sangre que llegó al río (un cuento de navidad)
Por Marta Ortiz (Rosario-Santa Fe/Argentina)
No hay antídoto (séame permitido advertirlo)
contra la conmoción de los encuentros.
Virginia Woolf (Las olas)
Lo sostengo, lo acuno entre mis brazos, no sé qué hacer con él por él, no mueve la cabeza y la sangre mana sin pausa del vientre hundido, una larga hebra que formó un arroyo un cauce inquieto anegando ranuras entre baldosas hasta desagotar en la alcantarilla.
La corrida los crujidos de pasos quiebres murmullos de hojas y ramas pisoteadas el disparo envuelto en sombras, el miedo el sudor frío le hicieron persignarse invocar el salto mortal del Hombre Araña, el vuelo rectilíneo de Superman suspendido en el abismo alcanzar la vereda salvadora el paraíso; pero... ¡¡aahhhjjj!! ¡¡scrassshhh!!, todo acabó en un fatal ensartarse (la cola del pescado tensa coleteando) en la flecha, la punta de la reja, tambalear soportar el dolor el vahído el golpe seco porque la campera gastada lavada mil veces cedió a la afilada punta de hierro, para eso la clavaron allí, para atrapar ladrones y entretanto el dogo entrenado ladraba sin parar y una baba espumosa chorreaba las quijadas cubiertas de pelo como embetunado negrísimo. Y ahora al gemido de dolor se suma como un grito un rayo la sirena penetrando esta noche dulce, tempranamente perforada de estrellas.
Quince años si llega, más no tiene el pendejo; se muere en su ley, dictaminó el policía, ¿pero de dónde salió el policía?; y yo pensé: qué ley, un raterito inédito inofensivo, la brillantina de la estrella de Belén aún pegada a los dedos a la ropa, diluída en el rojo intenso de la sangre un delta manso y la sorda aventura (un tembladeral una bomba de tiempo) de avanzar y llegar al río. Cómo imaginar la cantidad, el volumen supurando de un cuerpo aún bosquejo, sólo prefiguración.
Busco algo, diarios apilados lo que sea pero no hay nada que sirva en la basura, nada; improviso un bulto una almohada con mi abrigo levanto apoyo suavemente la hermosa cabeza la palidez los ojos que quieren no pueden asirse de nada huyen se van lejos.
De lluvia toda gris envainada de bruma debió haber sido, una noche opaca. No esta otra desafiante clara potente y tantas ganas de vivir a pesar de que a él se le escapa el pulso el aliento todo, hasta el último soplo. Una noche de espejos rotos, de gasas húmedas, sudarios colgando del cielo
Quiero adivinar orientar mis pasos. Late agudo el silencio y por algún raro efecto acústico la sirena en vez de acercarse parece que se aleja y las pocas caras morbosas merodeando la escena rotan sobre sí y ascienden -minúsculos asteroides horadando un remoto cielo abovedado- cuando rezo busco ayuda en las alturas un gesto una palabra mágica la lámpara el genio dispuesto a cualquier cosa con tal de ayudarme, de ayudarlo; y entonces aparto bajo lenta la mirada, los asteroides tan ajenos distantes reticentes a la muerte dormida entre mis brazos; y al hacerlo mis ojos espantados la ven hecha jirones, los restos esparcidos silenciosos de la estrella culpable de pronto enmohecida, el frágil cuerpo del delito antes reluciente en el pino en medio del jardín; la estrella degradada la cola del cometa que lejos de guiar a los magos al pesebre brilló seductora, el dulce canto de las sirenas olvidado en los tímpanos de Ulises, y le marcó al chico el acceso más directo el escarpado camino de la muerte. A pocos metros de los dos, de él y de mí fatalmente unidos en el frío glacial cobijado entre mis brazos. Involucrados, bordados nuestros cuerpos en el mismo gran tapiz: nada fácil olvidar este tonto imposible final que corta la lengua quema la garganta clausura el pensamiento y no me deja llorar porque en el fondo no quiero, porque es mejor hundirme en la sorda estática claridad de esta noche fijando el dolor la impunidad para siempre como si un gran pincel los repasara con una laca indeleble. No llorar, sí dejarme tragar por esta densa gravidez en torno a la luz extinguida del cometa que él imaginó rutilando en el árbol vacío despojado, encapsulado tal vez en este raro inmóvil momento simultáneo del otro que percibo dolorosamente nítido; y esto ocurre porque pienso (imagino), la mirada de la mujer que lo espera y vigila confiada el hervor de la comida y no sabe, no querrá saber que alguien –el vigía: un ojo grande un cáliz negro abriéndose un pozo un latido perverso –, gatilló su opaco deletéreo poderío de chacal y en apenas segundos le dejó deshojadas agujereadas las manos, decapitado el corazón. Ella espera largas horas su obstinada paciencia de Penélope, una esfinge la silueta en la silla adosada a la ventana corre la cortinita ya no quiere las estrellas un oscuro presagio la impotencia el desasosiego no le gustan los horarios la noche de pronto amenaza una guerra de sombras el silencio como un aura un augurio silencioso, la calma que precede a la tormenta.
Los ojos fugitivos, remolinos sombríos, apresan un punto fijo: sólo para él flotan esquirlas anillos de humo rosas té. Murmura pide abrir una puerta. “De oro”, me parece oír; “dónde”, pregunto; “lejos”, se le caen, de algodón, de pluma, las palabras. La sangre ya no escapa, la sirena bruscamente a la vuelta de la esquina apaga el cuchicheo. Las caras asteroides han bajado contritas solidarias, se conduelen lo alzarían, si por ellos fuera lo llevarían en andas, un cortejo de ángeles, moños y ramilletes de rosas rococó para el difunto príncipe sapo; las manos armadas de piedras de palos la horda milenaria una vez más la cacería buscando devorar al asesino (siempre la misma máscara los cuernos incrustados en la frente) en el jardín devenido laberinto los recovecos desniveles canteros crisantemos magnolias escalones. No queda nadie. Jadean desesperan escupen larvas las manos vacías y el arma oscureciendo el fondo de algún pozo.
Clausuro cierro los párpados tan suaves. Alguien trae una frazada. Lo envuelvo tiene frío, se estremece, enjugo su sangre en el costado empapado, la ambulancia los paramédicos se vuelven fatigados descompuestos impotentes nada de nada que hacer salvo la llovizna de mis lágrimas, los brazos de todos reclamando al cielo.
Busco la dirección un documento un papel. Alguien dice: “vive allá”, señala el sur. Como un sonámbulo, oigo voces enteladas: la ambulancia hará el traslado, el policía el médico. Detrás de un lienzo tendido ante mis ojos (un diorama) veo la sombra avanzar doblar la esquina la cadencia de carroza funeraria el repique metálico los cascos sobre un asfalto doliente la sirena troquelando el aire pálido quieto en un cielo con marcas estelares de azúcar impalpable. Lo retiran lo desatan de mis brazos, por última vez lo imprimo lo fijo en mi memoria y no olvido el árbol mochado sin estrella en lo alto y ya no es una, suman dos las estrellas mutiladas.
“Quiero acompañarlo”, digo, como si soñara que digo, le hablo sin voz al médico al policía (absortos los dos en la ventanilla cada uno en la suya, intentan rehilar sus propias vidas en suspenso); “yo también”, digo, les digo, y levanto, dibujo un tono más duro, decidido: “una vez yo también robé una estrella de Belén, señores, tenía doce, trece años; fue una noche de diciembre así de clara, como ésta, de papel de calcar. Salté otra reja otro jardín los ojos el deseo puesto en la punta encendida del árbol tan brillante dorada y la cola azul. Pero alguien me seguía con los ojos de fuego predadores furibundos las hermanas alemanas las viejas como brujas de la casa. Me bajaron del árbol sin usar balas, señores, sólo a golpes, a escobazos; y fue un vértigo, el salto al vacío la serpentina el abordar desde un peñasco el agua azul turquesa. Después sentí dolor puntadas huesos rotos, el desmayo, dejar de pensar, un quirófano y la luz encandilándome. Y ahora retejer los hilos de este cuento como quien trama un recuerdo ardido un antiguo viaje sobre brasas.
-Otro tiempo –dijo el policía. Soslayaba mis ojos, miraba hacia un costado.
-Otra ética – dijo el médico –, entonces la sangre no llegaba al río.
Rehusaron. Pretextaron. Partieron quedé solo y sólo pude seguir el trazo el vuelo de la sangre que corrió viajó quiso perderse cobijarse en las aguas colectoras delatoras del río y desde allí (medusas, filamentos, nutricias linfas viajeras) a los mares y a caballo de las olas sorber lamer los bordes espumosos, reverberos a la orilla del planeta.
Mejor. No verla así, no verla nunca de esa manera, coronada de dudas, la sonrisa a medias porque todavía no sabe no hay certeza pero algo intraducible la obligó a salir (lo presiento), atraída por el rayo sonoro la sirena, y a quedarse parada allí, ventilando su intemperie en la vereda, secándose las manos el ajo la cebolla en el delantal, la cacerola destapada; no se acordó del hervor cuando el vehículo se detuvo y destrabaron las puertas traseras y el policía abrió la boca y dijo... Y el olor a quemado tampoco lo sintió y se tapó la cara con las manos.
Todo esto entrelacé, junté, anudé las puntas, los restos mientras subía al corazón de la noche enmielada por la calle de los plátanos, y me pareció una noche tan desprovista de materia, tan sin nada, y la sordina de las chicharras cada tanto. Anunciaban calor.
PÁGINA 14 – Narrativa
Carta a Rodrigo de Escobedo sobre las sirenas [ ]
Por Patricia Suárez (Rosario-Santa Fe/Argentina)
A Rodrigo de Escobedo:
Habiéndoos dejado hace cuatro días, hago ésta para testimonio de lo visto al Esnordeste del Monte Cristi. El día pasado, cuando el Almirante iba al Río del Oro, dixo que vio tres sirenas que salieron bien alto de la mar, pero no eran tan hermosas como las pintan, que en alguna manera tenían forma de hombre en la cara. Dixo que otras veces vio algunas en Guinea, en la Costa Manegueta. Se alejó y partióse de donde había surgido, y al sol puesto llegó a un río, al cual puso nombre río de Gracia; dista de la parte Sudeste tres leguas. Habíanle dicho que las creaturas estrañas del Río de Oro poseen don de profecía; el Almirante conocía dellas por la historia del náufrago Ulises y porque dícese que a la Génova llegó la sirena Lygea dormida o muerta hace centomil años, de donde el abate Battista de la Iglesia de San Matteo la tornó a la mar a que la devoraran los peces; más su cuerpo encalló poco después a morir a la costa de Nápoles, adonde navegan ellas su ruta pagana, como lo hiciera la Parténope.
Tarde en la noche el Almirante volvió sobre sus pasos y quedó en la barca desde donde llamó a las sirenas. La piedra de carbunclo que le hacía de amuleto contra naufragios y ahogos, llevaba colgada al cuello. Sabía él que las creaturas no van detrás del hombre, sino que lo esperan. Había a la orilla huesos descarnados y pieles putrefactas del alimento que tomaban. No piensa el Almirante que comieran hombres como sí los cinocéfalos de la India de los que Micer Polo habla en su libro y desta manera él tiene noticia. El agua del río era fabrida y con la color de la uva torrontés. Subió a él la tristura de la oramala, y acordó de Beatriz Enríquez que quedó en la Córdoba y el tiempo en que Amor y Pesar fue puesto al servicio della. Pensé en don Hernando. Acordado de tanto, vencido ya el juicio de que cualquiera tiempo pasado fue mejor y que se forjan bien rápido las ofensas que no las glorias. Los siete años que el Almirante pasó detrás de la Corte Itinerante de los Reyes Católicos pesaron sobre sus huesos como setenta. Le vino a las mientes el arrobo de doña Violeta Moniz en Huelva, cuando llevó él al niño don Diego, sobrino suyo e hijo habido con doña Felipa, futuro heredero legítimo de sus bienes y honores de Indias. Acordóse del gusto que tenía el pequeño don Diego a la fruta dulce, más poderoso que el pecho de su madre. Le vino al Almirante el olor de La Rábida, del Monasterio y del Fray que le salió al paso con un cántaro cuando él aun no había puesto en verbo su sed y deseo de tomar agua. Acordóse del sabor a yerba secreta que le supo el agua aquella y cómo él pensó que una planta de beleño mojaba sus hojas en el pozo o en el manantial de donde los frailes sacaban el agua y a eso se debía la mansedumbre que los hiciera famosos en esa tierra. Entre todas las naciones, sólo el pobre es extranjero: este era un pensamiento del Almirante antes y después de descobrir las Indias. Vuélvolo a decir para sentencia moral a don Rodrigo Escobedo, que me lees. Ésta y la que antes te dixera: la hembra no debe tocar arma y si lo hace no debe fiarse della. El primero ejemplo de la historia estuvo la Semíramis que vistióse en su tiempo con los trajes de su marido y defendió la Assiria y trajo de vuelta a Babilonia, de rescate a su nación; después ca encendida de la continua comezón de la luxuria, la desventurada, y entre sus enamorados se contó su mismo hijo. Díselo el Almirante por esta doña Agustina Antonia que, según dice, a los diez y seis años por el mes de mayo dejó la casa para embarcarse con el nombre fingido de Juan Cuadrado como grumete en La Pinta al mando del Capitán Martín Alonso Pinzón por la paga de dos mil e seiscientos e sesenta e seis maravedís. Al cabo descobriola el marinero Gil Pérez cuando vió trenzarse la larga crencha. Doña Agustina Antonia siquiera habíase cortado los cabellos y en lo escuro se lo adornaba con plumas de papagayos de la Isla. Detenida y preguntada por el Almirante, doña Agustina Antonia confesó: tornada a su país se meterá a monja para ser por siempre esposa de Jesús; que no era de temer la luxuria en ella. Dixo en lengua de su país: “Amar urtian errege serbitu dotia gertu daukat moja srtutzeko”. El Almirante encomienda tan luego de estas palabras a don Rodrigo de Escobedo no librar a doña Agustina Antonia de los grillos y la vigilancia.
Guarecido por la escura noche, candela en mano, el Almirante paróse a la orilla y tiró en ella la plata y el oro contenida en un casquete. Al punto el agua se abrió y una dellas dixo desta guisa: “Apaga la lumbre”. Así lo fizo el Almirante y escuchó a las creaturas salirse del río y sentarse en las piedras. Preguntó él por el porvenir. “¿Cómo nos pagarás?”, dixeron las creaturas y a continuación fizieron lista de aquello que querían. Esto me pesa grandemente en la conciencia; ellas pidieron un marino que se cobrarían mucho tiempo después, dixeron, no siendo él ninguno de mis hijos ni hermanos, ni ninguno de mi sangre que pusiera pie en las Indias. Dixeron que se cobrarían a él en un viaje, en la costa de una isla a llamarse Xamaica, viaje que será el mío último y para desgracia. Preguntóles el Almirante por aquello que bien amaba en el mundo; rieron, riéronse de él cuantas las sirenas eran. “Vos viviréis poco más, pero esto no os importa; porque sois tan estulto que pensáis que hay algo por descobrir en el otro mundo, el mundo de la muerte. Iréis solo y sin navío y de esta guisa diréis: ‘Yo estoy perdido. Yo he llorado hasta aquí a otros. Haya misericordia ahora el cielo y llore por mi la tierra’. Estas palabras las diréis y las escribiréis y se las enviaréis a la Reina, quien jamás ha confiado en vos y en el fondo de su ser os aborrece. Siete años sin cuento estuvísteis en la Corte hablando de una empresa que queríais hacer y descobrir y todos pensaban que era burla. Vos veréis ahora suplicar en la Corte hasta a los sastres por descobrir tierras y a los mismos sastres les darán; el pensamiento que hará de guía a los Reyes es poco halaquero hacia vos. Dirán: Si aquel loco, aquel endemoniado del ginovés, ha encontrado la ruta de las Indias, ¿por qué este pobre bendito de sastre no habrá de descobrir aunque sea un peñón para la Reina? No os desalentéis. No temáis, confiad: todas estas tribulaciones están escritas en piedra mármol y no sin causa. Pobre, en la olvidanza de casi todo dejaréis el alma en Valladolid, soñando mercedes reales, gracias divinas. Consoláos, si os alcanza con esto que os diremos: en el Monasterio de esos locos que vosotros llamáis Cartujos, en Sevilla, a tu muerte el Rey Fernando escribirá en una piedra sin paramento: ‘Por Castilla y por León Nuevo Mundo Halló Colón’. ¿Os alcanza? ¿Os place? ¡Oh, Almirante, vos tenéis el mal de Abraham; la pasión por la simiente! No habrá coplas a vuestra muerte dictadas por Don Diego; empero su amor será complido, y prosperado medrará entre los más caros nobles. Él tendrá y mantendrá una persona de vuestro linaje en la ciudad de Génova, tal como se lo pediréis en un escrito de vuestro puño y letra, que le haréis en pocos años. La tristura, la bilis negra os hará mentar la región donde nacísteis y de donde venís. Don Hernando os deparará otro sinsabor, vuestro hijo habido con la fermosa Beatriz de Córdoba, al que vos criásteis como marino y navegante, dejará memoria tras él por su afición a los libros. Libros sí, los juntará y construirá una casa para albergarlos dentro, tantos volúmenes serán. Pero vos, ¡ah vos! Os quejaréis dentro de diez años de no tener un techo ni tan siquiera una sola teja adonde guardar la cabeza; y en los mesones y fondas os está negada a vos la alegría; hundiréis en este mundo nuevo un navío con dos quintales de bizcocho, tantos será vuestro desatino, y muchas barcas y gente ahogada sembraréis por nuestros ríos. ¿Os hemos dicho todo lo que deseábais saber, Almirante? ¿Acaso os imaginábais que vos no íbais a acabar como el resto de los mortales a la hora del fallescer: anhelando y gimiendo que hubiérase sido mejor no haber nacido? Acabaréis deseando haber sido tejedor en vuestro poblado de Monconesi en la Montaña, soñando con la lana como el gazapo con la teta de su madre. ¿Esperábais todas buenas nuevas de nosotras las sirenas? Estáis salando nuestra agua de tus ojos, mancillándola. Si tenéis valor y ventura, haced como los otros y arrójate a las aguas, que aquí os acogeremos y tendremos cuitado y a cambio dejaremos en paz al marino Vicente Ruiz con el que nos has pagado y a quien comeremos a la hora nona, en memoria de la hora en la cual Jesucristo se desangraba, en el Año de Gracia 1503, en el mes de febrero cuando vuestra alma zozobre en esta costa y ruegue a Dios y Dios la abandone.”
Nunca nadie fue herido como el Almirante en aquel punto, volvióse a la barca con rabia dolorida, oyendo tras de sí aun las risas de aquellos demonios y sintiéndose fenecer. El Almirante encomendó su espíritu a la Santa Trinidad y a la Conçepción de Nuestra Señora y vio el mucho peso que en su consciencia harían los bienes de este mundo. Cuando yo descubrí las Indias, dije que eran el mayor señorío rico que hay en el mundo. El oro es excelentísimo; del oro se hace tesoro, y con él, quien lo tiene, hace cuanto quiere en el mundo, y llega a que echa las ánimas al Paraíso. Las sirenas dixeron cuanta verdad sabían sobre el porvenir del Almirante y nada puede fazer él contra el Destino.
Llore por mí quien tiene caridad, verdad y justicia.
Palabras del Almirante.
Hecha en las Indias, en la isla La Española, a 11 de enero de 1493 años.
PÁGINA 15 – Artículo ensayístico
Ha llegado un buen lector
Por Carlos Penelas (Buenos Aires/Argentina)
Hace unos días dicté una conferencia en Buenos Aires en torno a la mirada poética o más precisamente a la experiencia de lo real en lo poético. Comencé diciendo que, en líneas generales, se lee poco y se entiende peor. No se estudia, no se va a las fuentes, no se anhelan maestros. Y de poesía ni los poetas tienen la mínima idea. Todo es veloz, fugaz, chabacano. Pobres de toda pobreza intelectual balbucean algunas imágenes, podan uno que otro endecasílabo, memorizan versos fácilmente olvidables. Suelen ser pedantes, vanidosos y, sobre todas las cosas, patéticos.
No todos, naturalmente. No todos, la mayoría. Escriben mal sin conmoverse, suspendidos de la incredulidad. Sienten el mármol y lo eterno al publicar un poemario o recibir un premio. Creyendo ser profundos distorsionan lenguaje y pensamiento. Sospechando originalidad buscan el surrealismo desde lo híbrido. Como críticos, profesores y aspirantes a genios deambulan por la misma torpeza literaria, se abrazan unos a otros deliberadamente eficaces. Y se palmean la espalda, se otorgan homenajes sin pudor, unánimes. En el fondo son personajes de una tragicomedia. No sienten la creación ni el talento. Las artes mágicas de Próspero no les han dado libertad.
Repetidores de esquemas y lecturas elementales andan por la vida sonrientes u ostentando trayectorias. Surgen del estupor, de preámbulos vacilantes, de la picaresca española, de moralidades caseras. Sueñan con pompas y esplendores escénicos, con símbolos tipográficos. Perduran en cafés literarios, ateneos, agrupaciones o revistas con el ímpetu de los bellos salvajes, entre la gratitud y la perplejidad. Escriben poemas con la rusticidad del funcionario, amontonan adjetivos y preposiciones, fomentan repúblicas, cucardas, planisferios. Son eufóricos, delirantes, sin cautela. No se acongojan nunca de sus páginas. Inmutables, protegen el asombro en la clandestinidad.
Otros, más modestos, siguen con la retórica de los peores bardos alcoholizados del siglo XIX. Son los arquetipos del poeta para la gente de a pie, los que exaltan o simplifican el hábito, los de la superstición demagógica. Suelen ser claros, obvios, superficiales. Lacrimógenos, maternales, suburbanos. En el fondo se odian entre ellos, se creen diferentes. No advierten que han bebido el mismo elixir de la demencia, de las fantasmagorías laberínticas, de la inconfundible trivialidad. Y en los últimos tiempos, el blog, lo digital. Ocurre lo mismo con los llamados intelectuales o técnicos de la cultura. Aman las ceremonias oficiales, los defectos, las estatuas ecuestres, las flaquezas humanas. Y al fin, lo ficticio deja de serlo, lo cotidiano y lo fantástico se entretejen. No sabremos nunca si se trata de una gradual locura del ser humano, de ese hombre mitológico y obseso. Y vamos de aquí para allá formando y deformando el universo. La ambición, el apetito de mandar o de ser célebre, la bella apariencia que ha deparado el destino nos somete a juicios, a formas, a fábulas inverosímiles. Somos parte de la Armada Brancaleone.
Al finalizar, después de recorrer páginas de autores clásicos, de intimar con la pasión poética, de imponer la gratitud de los grandes estilos, recordé a Rainer María Rilke: “Se debería esperar y saquear toda una vida, si es posible una larga vida, y después, por fin, más tarde, quizás se sabría escribir las diez líneas que serían buenas. Pues los versos no son, como creen algunos, sentimientos (se tienen demasiado pronto), son experiencias”.
PÁGINA 16 - Poesía allende el mar
La gran señora de la luz
En la cima de los morros los dioses,
apaciblemente acomodados
contemplan la contienda,
tomarán partido cuando los hombres
decidan la batalla; los aliados
se repartirán luego el botín
y acordarán la paz terna.
Pero un día
de los tantos que nos trae
el mañana,
y el mañana,
y el mañana
los vencidos ajustarán cuenta con los dioses.
Entonces
tendrá Galahad en sus manos el fuego sublime
y no podrá Jarjenatte frenar las bestias que arrastran
su carro.
Paul Disnard (Yugoslavia)
Una tierra
Redonda, helada de sus océanos, transparente
como una célula bajo el microscopio
si bien horizontal
con montes colocados con firmeza sobre los prados
con la lengua de los ríos y el mar extenso.
Sólo a veces sospecho el vértigo:
giramos más rápido. Al dormir grito “caigo”
y entonces siento el espacio, el negro, las estrellas en la nuca
el pavor que se vomita a sí mismo en mil esferas.
“¡Oh! éste es el infierno”, dices y te duermes.
Medito sobre el infierno entonces. Basta que mueva el peso de la cortina haciendo deslizar los anillos a lo largo del cristal. Veo con exactitud:
un hilo de hormigas, su marcha, la gran noche estrellada.
Intento tomar el infierno por un borde (un poco de negro, el vacío, el pavor) para que se remoline en el patio
para que el abeto ruede hasta el cielo
para ser el insecto que siempre he sido:
que nace y se olvida en el aire.
Antonella Anedda (Italia)
(Traducido del italiano por François-Michel Durazzo)
Prólogo (El libro de Lilit)
Estas ruinas que una vez fueron carne y voz
están hoy abandonadas a nuestro cuidado
somos los responsables de su eternidad
Después de cocinar el adobe
llegó la alegría de los muros
y el aliento de las ventanas
caía la tarde
como por la cuchara resbala la miel
atardecía despacio
dándonos tiempo para entender la noche
descendían las horas
en la desnudez del aire
el viento aromaba las sombras
caída la tarde
el miedo no tenía nombre
Guadalupe Grande (España)
No puedo elegir
No puedo elegir
entre el Mar y la Tierra.
Vivo feliz en la línea que las une.
En esta cinta negra que mueve el viento.
En este largo cabello de un gigante desorientado.
Del Mar me gusta sobre todo su corazón de niño grande.
A veces rabioso, a veces capaz de dibujar
paisajes imposibles.
De la Tierra, sus manos.
No puedo elegir
entre el Mar y la Tierra.
Sé que mi lugar es un hilo fino,
pero en el Mar me perdería
y en la Tierra me ahogo.
No puedo elegir. Me quedo aquí.
Entre olas verdes y montañas azules.
Kirmen Uribe (Euskal-Herría)
1
Mi amor es como los pájaros
no ve las frutas rojas
bajo las ramas
se posa y alza el vuelo
Mi amor es como los pájaros
se deja subyugar por el brillo de las cerezas
antes de su madurez
Se va perdiendo en su canto
Mi amor es como los pájaros
picotea mi corazón
y lo deja caer
a medio comer
Mon amour est comme les oiseaux
il ne voit pas les fruits rouges
sous les branches
il se pose et s’envole
Mon amour est comme les oiseaux
il se laisse prendre au luisant des cerises
avant qu’elles soient mûres
il se perd dans son chant
Mon amour est comme les oiseaux
il picore mon cœur
et le laisse tomber
à peine entamé
Nicole Laurent – Catrice (Francia)
PÁGINA 17 – Narrativa
Ida y vuelta multiplicada
Por Rubén Vedovaldi (Capitán Bermúdez-Santa Fe/Argentina)
Una mujer estira su mano hacia la copa del árbol de la lengua y del habla y desprende una palabra de jugoso aroma y dulce color. La mujer abre con su lengua la palabra y se mete dentro de la palabra, hasta el carozo. Luego monta el carozo de esa palabra y viaja sensorialmente. Va visitando las costas de los siete mares del silencio.
De los mares del silencio viene un aire de verbos que acaricia el vientre y peina los cabellos de la mujer. La mujer lleva el carozo a la mejor playa y lo deja encallado en la arena y se adentra en la tierra firme de las voces. Las voces son en esa parte todas masculinas y reciben a la mujer en literales e interminables orgías.
La mujer vuelve preñada hasta el carozo y monta y regresa por los mares hasta el centro oceánico de la palabra que la contiene. Y sube y sale de la palabra por donde había entrado y se arrodilla a parir siete hijos junto al árbol de la lengua y el habla. Y canta. Y va dejando cada hijo prendido como fruto de una rama del árbol y luego se tiende a descansar y viene el viento y algunos animales se asustan o huyen a esconderse, pero la mujer se confía al árbol y duerme en paz el mejor de sus sueños y siete sueños y setenta veces siete sueños y más, porque ella sabe que a las palabras que echaron raíces en la vida, y dieron flores y frutos, no se las lleva ningún viento.
PÁGINA 18 – Artículo ensayístico
Sobre la crítica literaria
Por Oscar Portela (Corrientes/Argentina)
Los ideales estéticos-literarios frecuentemente acompañan los cambios socio políticos de la sociedad, en la cual se encuentra inserto el “creador de que se trate”. Los cánones de las épocas cambian entonces a pesar de las protestas de objetividad de quienes a "posteriori" se dedican desde la cátedra a canonizar la “esencia” de tal o cual genero de obra de arte.
Así las vanguardias que ayer se convirtieron en movimientos a seguir (nadie se
atrevería a debatir acerca de la Ética propuesta por los Manifiestos Surrealistas en cuanto a la relación Arte y Poder, lo que acercó las posiciones de Bretón y Trotsky en su momento) son prontamente olvidadas.
Pero cuando se trata de “experimentar” con el lenguaje, de adaptarse a los tiempos para convertir “ la obra” en testimonio de rol del creador en cuanto a la progenitura cronológica, los modelos estéticos se desvanecen el aire, así como los movimientos que los sustentaron y la obra queda así librada a su absoluta soledad.
Soledad y dialogo del lenguaje y el creador a la búsqueda ya no de ser depositario de una misiva social que convertiría la obra en señal de una perspectiva que le es impuesta al creador por las instancias histórico-políticas, sino en un “objeto” de búsquedas y experiencias de caracteres aparentemente impersonales, pero que llevan la impronta desnuda del tiempo y el lugar en el cual fue gestada la obra.
Resulta tedioso seguir las especulaciones dialécticas – éste debate parece no tener fin- entre los defensores a ultranza de paradigmas estéticos indiscutibles y los rebeldes a todo canon estético para quienes el lenguaje resulta y debe resultar afín a perspectivas históricas determinadas.
La obra poética- literaria, ostente o no la patina de una escuela o tendencia determinadas, “da lugar a un tiempo, lo interroga – desde una gramática siempre impersonal aunque así no se quiera- el del infinito dialogo del habla en la que esencia el lenguaje- con la experiencia de vida de un creador determinado
En el caso de la poesía, lejos de canonjías literarias, se trata de la atenta audición y revelación de lo que esta escucha dicta. “La forma se informa de modo anónimo” mas allá de que el verbo sea o no “lenguajero”, de que el yo del Romántico este o no presente en el habla o que este sea abolido por otras experiencias o tendencias literarias. Un poema como una sonata en el más recóndito margen de una partitura tiene o no algo que decirnos, a veces, silenciosamente.
Un poema no es un “artefacto construido con pericia por ciertas manos” que puede armarse y desarmarse según el criterio del analista literario y no obtiene de éste su seguro de vida. No se trata de acudir al misterio ni a lo numinoso , sino en la medida de que la obra de arte a tomado conciencia de sí misma y se convierte de este modo – no en una bisagra ni tampoco en utilitario eslabón de tontas medidas generacionales – sino en el eco sin “eco” de un tiempo determinado. Así en los más grandes. Holderling, Trakl, Celan, Mallarmé, George, quienes transpusieron los umbrales de sus épocas y desde estas dieron "testimonio".
Poesía testimonial, comprometida, lengua o construcción – deconstrucción- del poema según las “necesidades de su autor”, este se sostiene en si mismo acorde con la esencia del habla que le está destinada. Nuestro tiempo vive un formidable eclipse de nuevas fuerzas creadoras: este agotamiento estaba ya previsto por los poetas esenciales, mas en su fragilidad el habla encuentra su fortaleza : escuchemos a Celan: “hasta que tú lanzas/ la luna de la palabra, /por la que/ adviene el milagro del reflujo/ y el cráter en forma/ de corazón,/ desnudo, testimonio de los orígenes,/de los nacimientos/ del rey”.
A propósito dice Hans Georg-Gadamer: “una interpretación solo es correcta cuando al final es capaz de desaparecer porque a penetrado del todo en la nueva experiencia del poema”. No se trata por supuesto del canto de gallo de la critica literaria sino de penetrar y desaparecer en un dialogo creador con la experiencia de un poeta. Más para ello debe haber “poesía”. El poema de Celan esta lejos de Odas y Elegías, representa como ninguna otra el “tiempo de la penuria” y el lo supo en su propia carne como pocos.
Este modo de “diálogo” es la que a puesto en escena una y otra vez Martín Heidegger por ejemplo dialogando con algunos versos de Stephan George, para proporcionar de este modo testimonio de los orígenes que pide Celan, con el corazón desnudo como un cráter para esperanzado continuar la espera del posible “nacimiento de un rey”.
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12 comentarios
Anónimo -
geraldine salcedo ramirez -
ximenapulidoguerrero@hotmail.es -
Desde Santa Fe -
Desde Rosario -
Desde España -
Enhorabuena por el trabajo. Extraordinario. Me ha encantado y te sigo animando a que continúes. Que sepas que por aquí, a 15000 kilómetros de tu casa, te leemos algunos.
Desde Costa Rica -
Desde Buenos Aires -
Un abrazo de tu amigo en la populosa barriada de Flores.
Desde Francia -
Desde Buenos Aires -
Desde España -
Desde Canadá -
Nela